Los modos de la multitud (I). Las Prácticas Banales: comportamientos que afectan al contexto socio-cultural.

«Y observar en silencio el movimiento —verdadero por ser real— de la mentira» Agamben. (*)

Una persona funcionaria -electa, nombrada, seleccionada o empleada- que no problematiza su contexto de acción no hace su trabajo. Si una trabajadora de lo público no pone en cuestión y modula la distancia entre la aplicación de la norma y las manifestaciones de lo real, si no media críticamente entre las ficciones sistematizadoras y su diferencia con los acontecimientos, es persona que, en términos generales, no está haciendo su trabajo. No lo hace, sino que se dedica a reproducir, aplicar o como mucho a interpretar y acoplar un repertorio de formas y procesos cada vez más cerrados y contingentes que, al no situarse en una lógica de escucha y cambio atento, devienen refractarios al presente, reaccionarios en muchos casos. El trabajo pierde sus valores positivos a medida que pierde su sentido de lugar de encuentro e intercambio: en el ejercicio de resolver la urgencia, en la intensidad fantasmal de lo cotidiano, el funcionariado no se ubica en la generación de un tejido de relaciones estable; y, constantemente, o bien procrastina, o bien se aliena o bien se enajena. Tal es el modo por el cual acontece la banalidad (**) en la propia práctica, pues a su través performa la inercia.

Banal porque no desarrolla un acompañamiento crítico productivo que sitúe inteligencia, innovación o cuidado en la operación. Banal porque perpetúa una actividad de la mente de baja intensidad, en la que triunfa el misticismo de «lo que hay que hacer»; signifique esto lo que signifique y a toda costa con tal de no comprometerse con una ética relacional que acompañe, medie y promueva la generación de recursos para las expresiones vivas de lo contemporáneo. Banal porque no da sustancia al compromiso público de atención al Derecho Fundamental de todo ciudadano de acceder y participar en términos de Cultura y Sociedad, que se le supone y exige en responsabilidad a su cargo (***). Banal porque la inercia convierte, en efecto ouróboros, a sus ejecutantes impasibles en una masa descoordinada, con actitud y praxis individualista, desunida, sin ética afinada, con miedo al otro, dependiente, etcétera (las honrosas excepciones que valen el mundo, lamentablemente son contadas). Renuncia tras renuncia va emergiendo de un modo participado la corrupción que conlleva la brutal descompensación existente entre las estructuras de apoyo, sus procedimientos y el apoyo real al ciudadano.

El poder es intratable. No es un ente con el que uno pueda relacionarse directamente, la estrategia es otra. No es ente en devenir autoconsciente, con un plan de actuación decidido, ya que no es una identidad. El ejercicio del poder, en su complejidad participada, es en esencia estructura tácita y rito. Una ficción con la que se comulga de forma interesada, que sitúa procesos de subjetivación y organiza límites y condiciones para entrelazar significados clave y determinadas capacidades, en una escala de valores capitalizada mediante símbolos prometedores que oculten sus fines, solapando un sistema de relaciones de subordinación y control. Dependencia construida en aras de un supuesto orden necesario pero en realidad parcial y extractivista, ni plural ni distributivo; sino que acumula la potencia y sus formas o recursos. Basado en el misticismo irracional y temeroso de que las únicas lógicas posibles son las de la competición y su realidad de clases, sospechando de la convivencia en los modos de hacer y de relación plurales, es devenir enajenante que, en su extensión, desconecta de la potencia a todas sus participantes; pues la aquieta descargándola de su fuente: la motilidad (la potencia adquiere su fuerza por el estar y ser en movimiento). El poder es un producto de la imaginación tan real como la propia realidad, una pulsión de muerte que invierte las categorías del goce. Un quehacer sistémico autoproduciéndose que aliena los cuerpos que parasita volviéndolos sordos a lo real, consumiendo su tiempo y enfermando la mente: el único modo de disolver un bucle es sacándose uno mismo de la ecuación, aplicar otras lógicas y modos de hacer.

La inercia de un procedimiento estructural del ordenamiento simbólico como es el poder, su flujo, es un cauce de relaciones de superficie, semiconscientes o latentes que se sostienen, por tanto y tantas veces, acríticamente en aras de lo que se considera lo propio, lo normal, lo habitual, lo de ley; y que está solapado con nuestra experiencia del deseo, presencia de una ausencia. Tales ausencias, objetos límite que orientan nuestro movimiento, son producidas e inoculadas por el contexto en nuestras relaciones, según los procesos de subjetivación socio-cultural: es decir, ubican escalas de valor. Y generan, como política para lograrlo, una compartimentación del tiempo que lo reifica -fragmentando, valorizando y capitalizándolo-, ocupándolo de motivos promesa con el objetivo de configurar la dependencia con el valor que producen: una inflación o plus de goce, doble de lo real. El proceso así configurado conlleva la promesa de su realización: la meta constantemente postergada, expectativa siempre en fuga. Tal es la liturgia del poder. Un acto que aleja de lo propio, aliena, resultando en una vida siempre en diferido. Por inercia, la vida en diferido.

«Cada cultura es ante todo una determinada experiencia del tiempo y no es posible una nueva cultura sin una modificación de esa experiencia» Giorgio Agamben.

Y por inercia es que se deja de mediar la articulación de las disposiciones del común, un comportamiento perverso de especial gravedad en las administraciones e instituciones. Y con la inercia se abre un proceso de retroalimentación que, por resonancia, provoca un efecto de distorsión con carácter exponencial: una medida del tiempo acelerada, la emergencia de un ritmo que tiende a lo infinitesimal en su compartimentación serial; promotora del binomio «promesa-fuga»; densificando un tránsito de lo maquínico a través de los cuerpos que gestiona y produce, volviéndolos reproductores, a su vez, de la propia inercia. Al no tomar distancia crítica y no acometer, por ejemplo desde la pausa, otros comportamientos, las personas del funcionariado acaban por dar, a su través, no sólo una injusta mala imagen de lo público sino que acometen una dejación de funciones palmaria en sus deberes para con la ciudadanía (****). Entrando en un estadio del comportamiento en el que la verdad y su potencia se reducen a momentos en el movimiento de lo falso, pues la norma si no se trabaja, en la radicalidad inconsciente de su performatividad, coarta la vida desactivándola y burocratizándola: operan ficciones quietas. Participamos en negativo en implementar una política muerta, una praxis retórica enajenante: no querer problemas, dota de fuerza a la inercia. Es importante asumir los procesos mediante los cuales se acumula la inercia para transformar el control en libertad ética: el problema es de índole estructural, participado; la mente está llena de hábito.

Un sistema cognitivo, legislativo, político, administrativo, etc, dilucidado, consensuado o incrustado mediante lógica, técnica o sorteo, bien por reflexión comunitaria, bien quórum de expertos o sencillamente en praxis emergente, si no está en constante cuestión y trabajo, en la actualización de su forma, llegará el momento en que haya perdido su toma de tierra: que por el mismo camino que entra en lo real, se esté escapando de lo verdadero. Por repetición, un sistema se entrelaza en la realidad de nuestros afectos, burocratizando los límites de nuestra movilidad y capacidad de acción a través de los órganos coercitivos que lo aterrizan; nos afecta coreografiando los modos de hacer. Estrangulando la elocuencia del caos y su orden implícito, encapsula los quehaceres del tiempo: la potencia y justicia de su complejidad, la articulación de la diversidad. Se trata de un modo del estar ajeno al salto dado desde la crítica institucional al análisis y su acompañamiento; inconsciente de la presencia del plural y su constante composición; sin atender a la participación como herramienta de definición en la reformulación activa del concepto de identidad y su desarticulación, tanto en las expresiones individuales como colectivas. El único modo de disolver un bucle es salir individualmente o acompañadas de la ecuación, pero salir: y encontrarse con la multitud afuera. Un ejercicio de distancia, participación, crítica y catálisis dialéctica que purgue o desborde la matriz mediante ficciones dinámicas que medien lo real. Trabajar en otra experiencia del tiempo y generar modos de hacer y relación que animen a la vida y su movimiento: instituir el común.

 

www.javiermartin.gal | coreógrafo e investigador
mayo 2020, estado de alarma

 

(*) Texto de cierre: «Los modos de la multitud (II). Las prácticas regenerativas: comportamientos que afectan al contexto socio-cultural.»

(**) «Hannah Arendt, en Eichmann en Jerusalén, cuando trató de describir a Adolf Eichmann, el teniente coronel de la SS encargado, entre otras obligaciones, de transportar judíos a los campos de concentración nazi, llegó a la descorazonadora conclusión de que era una persona común y corriente, parte de un aparato burocrático que tan solo se limitaba a “cumplir órdenes”. En definitiva, no mucho más que un funcionario meticuloso, capaz de superar lo abyecto y convertirlo en algo rutinario, desapasionado y banal. De hecho, más allá de los tangenciales aspectos biográficos del siniestro personaje, la filósofa alemana plantea el libro como una reflexión sobre la banalidad del mal, porque Eichmann ni siquiera dio muestras de sentir odio o desprecio por los judíos, ya que la masacre y el asesinato cruel e innecesario eran rasgos extendidos por todas las guerras. La banalidad del mal, por tanto, no justificaría la exculpación del crimen que haría cualquier funcionario cumpliendo órdenes, sino que nos señala las circunstancias que pueden llevarnos a cualquiera a ser un criminal. Por eso es tan importante la desobediencia.» Santiago Eraso Beloki.

(***) Art. 9.2 de la Constitución Española: «Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política económica cultural y social.»

(****) www.tea-tron.com/javiermartin/blog/2019/06/18/accion-cultural-ausencias-y-apariciones/

 

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