Texto por David Pérez: Manejar el hacer líquido de forma indisciplinada, de Mar Medina

Navegando entre mercurio y la tierra
«Manejar el hacer líquido de forma indisciplinada» de Mar Medina

«Y los hombres se lanzaban al espacio. Al principio solo unos pocos, unas docenas, porque casi todos se sentían enfermos antes que el cohete dejara la Tierra. Enfermaban de soledad, porque cuando uno ve que su casa se reduce al tamaño de un puño, de una nuez, de una cabeza de alfiler, y luego desaparece detrás de una estela de fuego, uno siente que no ha nacido nunca, que no hay ciudades, que no está en ninguna parte, y solo hay espacio alrededor.»
Ray Bradbury, Crónicas Marcianas

En Antic Teatre suceden muchas cosas. Cosas extraordinarias, inusuales, cosas anómalas, inadecuadas, desviadas, disfuncionales y también paranormales. Lo que ocurrió la semana pasada podría encuadrarse dentro de esta última categoría, la de los fenómenos paranormales. Este tipo de fenómenos son difícilmente explicables por las ciencias conocidas. De hecho están fuertemente desprestigiados en los ámbitos tecno-científicos, pero se manifiestan en la mayor parte de culturas conocidas. Y en el Antic Teatre además, con cierta regularidad. Quien haya ido lo sabe y sabrá perdonarme que empiece esta reseña con una afirmación delirante, y es que la semana pasada en Antic Teatre tuvo lugar un acontecimiento geológico. Se titulaba «Manejar el hacer líquido de forma indisciplinada» y nos condujo a la superficie de un planeta que se encuentra a 218.900.000 kilómetros de la Tierra. Me refiero al planeta Mercurio. Un planeta con una densidad espacio-temporal diferente a la terrestre, cuya estructura magnética hace que los cuerpos en lugar de tender hacia abajo, tiendan los unos hacia los otros. Eso crea algunas co(i)mplicaciones y en general, imprime un aspecto magmático e indiferenciado a los objetos y criaturas que pueblan su superficie azul fosforescente.

Dentro de este cuadro distópico, el cuerpo líquido de Mar Medina se derrama en escena. Lo hace lentamente, creando un espacio de relaciones donde nuestras coordenadas terrestres –sujeto, objeto y medio- se disuelven en una atmósfera que nos devuelve la imagen de un planeta en formación. Lejos de ser una metáfora exacta, esta imagen nos ayuda a plantear un juego de tensiones entre los cuerpos humanos de la anatomía y los cuerpos celestes de la astronomía. Dos cuerpos que nuestra epistemología ha concebido como objetos desconectados, entregándolos a disciplinas que pocas veces reconocen sus relaciones de vecindad y pertenencia, y cuando lo hacen es bajo las condiciones de sospecha de lo paranormal. Sin embargo y aunque sólo sea por efecto de la crisis medioambiental, parece que el curso de la historia nos empuja a mover todos los cuerpos en la misma pista de baile, a riesgo de que no sobreviva el más prestigioso de todos ellos: el nuestro, naturalmente.

En «Manejar el hacer líquido de forma indisciplinada» la comunidad de los cuerpos en baile no es exclusivamente una metáfora, más bien es un giro perceptivo que abre nuestra experiencia espacio-temporal a otras dimensiones. Una quiebra radical en la forma en que percibimos la gravedad, la superficie, la escala, la masa, el volumen y la duración de los cuerpos. Un trip. Un pasaje que teje una alianza insospechada a través de la materia, efectuando transferencias que acaban por presentar un correlato entre la infinidad de cuerpos que la ciencia ha arrojado sobre el mundo, una fisicidad sin adscripción, una superficie plástica sobre la que reconocemos la materia líquida de la que estamos compuestas, pero sin noticias de la subjetividad que parecía gobernarla. Como si esa cosa llamada «sujeto» se hubiera rendido finalmente ante la condición líquida, replegándose sobre el cuerpo como una posibilidad material y sensible de formular otras resistencia.

Resistencias plásticas, flexibles, dúctiles pero -y esto es decisivo- lentas, vagas, morosas, improductivas en los términos de nuestras sociedades hiperaceleradas y de las tecnologías de la inmediatez que se despliegan en todo el campo de lo sensible, convirtiendo el tiempo en una cuestión de urgencia. Resistencias que son capaces de plantear marcos espacio-temporales que inquietan a la urgencia en la que se consumen nuestras vidas; restituyéndonos de la capacidad para producir espacios y tiempos que alteran las coordenadas de la experiencia, abriendo lugares para la rendición, el abandono, la derrota, la ausencia, el silencio y la inacción de los cuerpos.

Una resistencia que planteada en términos de reapropiación de la condición líquida implica una lentificación del flujo, una desaceleración de los procesos de liquidez que da lugar a formas de existencia espaciales, extensiva, vagas, remolonas, geológicas; practicando un dejarse en el espacio, frente al «ser en el tiempo» o al «ser–con-tempo» neoliberal. Este es el «programa espacial» o el «contra-proyecto galáctico» que, en parte, creo que asume el manejo de la condición líquida en esta tierra quemada: La extensión y multiplicación de los dispositivos de lentificación en el mundo. Dispositivos que planteen una resistencia blanda, fluida, un «hacer despacio» que no se opone a las dinámicas de circulación y liquidez pero las colapsa, abriendo una escala temporal de la existencia donde el sujeto es definitivamente una agencia subsidiaria y descentrable para pensar en serio el mundo.

En este sentido «Manejar el hacer líquido de forma indisciplinada» nos puede hacer babear durante horas frente a una fisicidad que se presenta como algo infinito en su absoluta finitud. En su condición material y líquida, lo que sucede frente a nosotras es a la vez un cuerpo, un sonido, una superficie, una textura, un encuentro y una atmósfera. Y en todos los casos un acontecimiento que nos excede y nos hunde en el silencio y la fascinación del movimiento de la materia sobre si misma.

Tal vez lo más fascinante de esta propuesta sea justamente ese umbral, esa correspondencia inédita que se despliega entre la anatomía y la geología planetaria, entre lo minúsculo y lo enorme, entre el brazo y la cordillera, entre el vientre y la meseta, entre la mano y el cráter, entre el cabello y el mar, entre un cuerpo y otro cuerpo. Como si en ese pasaje del «cuerpo humano» al «cuerpo celeste» emergiera un nuevo reparto de lo sensible, un reordenamiento de los lugares y las asignaciones que libera toda una constelación de cuerpos posibles en un universo múltiple. Y no es una abstracción, en realidad es una proposición muy específica y material: «Todo lo sólido, antes fue líquido».

Powers of Ten (Ray Eames,1977 )

David Pérez