\\\\\\\\\\\\ A MODO DE STATEMENT

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La institución adora que la tomen en serio. Por eso le gusta tanto descargar de fuerza humorística las obras que fagocita.

Duchamp, a quien hemos escogido como padre espiritual del proyecto, supone el ejemplo más devastador. Nuestro querido Marcel, en 1918 o en pleno período de entreguerras, se inventa un pseudónimo para presentarse a una convocatoria de cuyo comité de selección forma parte. Y lo que presenta es el urinario que habéis visto aquí arriba: una broma. Una con la que supo sacarle los colores a sus compañeros de comité, dejando en evidencia la rigidez impostada del campo de lo artístico de forma ante todo hilarante. Broma que no obstante sigue calentando cádedras y dilatando horas de ceños fruncidos. Fuente, sí, pero de cábalas empeñadas en descargar esa idea inicial de broma. Una broma que con el tiempo vemos más y más como concepto, como ready-made, como recontextualización, como quiera que nos hagan llamarlo. Una broma que destroza la idea de museo pero que aún así la institución sabe asumir y asume muy bien, disolviendo aquél tirón de orejas a la normalización museística y sus actores, mano en barbilla, en el bostezo caprichoso del arte contemporáneo.

Así funcionan los procesos de institucionalización y la creación escénica está perfectamente inscrita ellos, pero no sin ciertos agravantes. Porque, no lo olvidemos, aquí hablamos ya de artes vivas, y una idea mortecina de lo serio, reducida a lo asumible desde la academia, está apalancándose en la escena. Y lo hace de forma tan insidiosa que se acerca a la idea de homicidio. Las paredes de la caja negra -así le llaman- parecen querer ilustrar alguna perversa forma de seriedad que no sirve de norte y guía más que hacia la parálisis, empujando las artes vivas a los rigores enfermos de una solemnidad forzada, decadente y cuidadosamente circunscrita a la pura obediencia. Nada más tóxico para la vitalidad de las sociedades y los escenarios. Y si estamos con Bataille en que la risa es el excremento del pensamiento, tenemos que asumir que la nuestra es una sociedad estreñida, tóxica y además aburrida.

O peor aún, una sociedad que no piensa.

Y hay algo más, algo que no nos cansaremos de repetir: toda depresión económica es ante todo una depresión afectiva. Ésta en concreto, inducida y artificiosa, podría entenderse sin más rodeos como una ofensiva, la puesta en movimiento de un depurado despliegue de armamento psicológico. Se está erigiendo ante nuestros ojos un muro de contención contra todo lo que pueda un cuerpo, contra su tonicidad, y los que se han apoderado de ella son los que firman los planos. Y si hay algo difícil de aguantar en todo esto es que la vida en España se esté transformando tan pastosamente en un auténtico tostón. Una tarde eterna, apática y pesarosa, un telefilme de sobremesa, una siesta incómoda que se nos alarga indefinidamente. Y si es cierto eso de que el teatro es un lugar de resistencia, ¿no le tocará, antes de nada, elevar la tonicidad afectiva general? ¿No será hoy el más peligroso de los levantamientos precisamente aquél que logre levantar el ánimo?

Partirse la caja escénica tiene algo de plan de derribo. Abrir grietas y romper las presas de las artes vivas para que fluyan nuevas formas de humor en el encuentro. Dejar que las sonrisas del sarcasmo nos devuelvan al cuerpo, como si la risa fuera la carne tomando conciencia de sí misma y quisiese volver a dejar ver unos cuantos colmillos.

Donde otros vieron muros, nosotros abriremos vías. Y esto sí que va en serio.

#CAJAJA

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