El Triunfo de La Libertad

El triunfo de la Libertad

Hola Óscar, he visto por los blogs de tu tierra que se vuelve con lo de la juventud. Recuerdo que cuando la Tristura también se hablaba de eso. La juventud es una edad muy bonita. Yo me acuerdo siempre (lo siento), de aquella misa que dio el Papá en Madrid a los jóvenes, en la Plaza de Colón, creo, y de estos gritándole: tú eres el más joven, y así durante no sé cuánto tiempo, no paraban, y oías los gritos y veías al Papa… lo de la juventud tiene muchas caras. Me pregunto desde dónde se enuncia ese discurso, si son los propios jóvenes los que lo construyen, o los que han dejado de serlo.

En todo caso no te quería hablar de esto, o quizá sí, sino de El Triunfo de La Lbertad, lo que han hecho María La Ribot, Juan Domínguez y Juan Loriente, que por el título, la verdad, bien podría pasar como una obra de juventud. En fin, quitando algunos detalles, quién puede decir que no son jóvenes, no tanto como el Papá, pero jóvenes también. Hacía tiempo que no hacían nada juntos, y dicen que han trabajado un montón. Estoy seguro. Si algo se sentía en la obra es lo de las ganas, las ganas con las que han estado currando. Las ganas son el principio de la acción. Supongo que de ahí el título: no han querido dejar de aprovechar la oportunidad (llevaban ya tiempo con la idea de hacer algo de nuevo los tres) y para ponerse el listón bien alto qué mejor que este título. Una obra que se llama El Triunfo de La Libertad o es un musical o es un fracaso o es un milagro. Ellos han optado por lo tercero, pero se han quedado en lo segundo, o al revés, no sé: en todo caso por ahí anda la obra, a mitad de camino entre el fracaso y el milagro. Han apuntado alto, eso sí, si no, cómo entender lo del título.

Es bonito volver a reencontrarse, hay tanta energía ahí detrás; tanta energía y tanta experiencia, un pasado común, una historia compartida y distintos lugares desde los que seguir pensando cómo sigue esto, esto del teatro, de la danza, de la cultura, de la ciudad de la que salieron, de España, de Europa. Los tres trabajaron en Madrid y los tres salieron de Madrid, como tantos otros; de ahí se sale pero no se vuelve, ya me lo decías tú una vez. Uno podría pensar que lo del título va de broma, pero no, va en serio, lo de El Triunfo de La Libertad es un juego muy serio. Eso sí, lo del juego que no falte, si le quitamos al arte (o a la vida) lo que tiene de juego con qué nos quedamos… También esta obra parece que habla de la muerte, eso decía un señor del público, muy emocionado, cuando acabó. Tendrá que ver con la muerte, seguramente, y con el paso del tiempo y con las ganas de seguir estando ahí, en escena, aunque no sepamos bien cómo, pero lo del juego, el humor y las risas que no falten… ¿estará esto relacionado con lo de la juventud?, ¿jugará el Papa mucho?

El Triunfo de La Libertad es una calle del Distrito Federal de México cuyo nombre oyeron de pasada cuando iban en taxi, y ahí quedó como título… ¿por qué no?, ¿no suena bien? Lo importante en todo caso no es si suena bien o no, sino que si le pones a una obra ese título te la juegas. Y de eso se trata, de jugar y jugársela. Así que vaya el título por delante, el título y un año de trabajo para acabar presentando, en el estreno en agosto en Ginebra, 35 minutos de texto corrido pasando por unas pantallas LED. Cuatro tubos colgados del techo, dos en inglés, dos en francés (aunque los idiomas pueden variar), todo oscuro o casi oscuro, con una tenue iluminación que viene y va, y para dulcificar algunos momentos, como decía María, dos audios de música clásica. Si te digo la verdad, la música, que son sólo dos trozos, va por un lado, los textos por otro, la iluminación por otro, y además dentro del texto cada hilo va también por su lado… cómo no va a ir el público también por el suyo. De esto se trata, de que el público vaya también por su lado. ¿Comprendes lo del milagro? Cierto que el estreno les pilló un poco por sorpresa, luego la obra se alarga a una hora, durante la cual el público (el que decide no abandonar la sala una vez comprobado de qué va el juego), debe estar atento para poder leer los textos, que pasan con rapidez, en mitad de una oscuridad que no es totalmente oscura, pero es bastante negra; de esto se encargaba un tal Eric Wurtz, un tipo majo. Al cabo de un rato leyendo letreros suspendidos en mitad de la oscuridad, uno empieza a creer que algo se está moviendo por ahí abajo, es como un poco fantasmal, pero no queda claro si es por la concentración o por las ganas de que pase algo. Porque todo es un poco extraño. Pero abajo no pasa nada, o casi nada, aparte de los textos.

A la gente importante y al público en general, algunos de los cuales se desplazaron desde lejos para ver la nueva creación de estos tres nombres tan conocidos, parece que no les gustó el juego. Algunos si se quedaron hasta el final fue para verles la cara a los artistas en las ocasiones en las que tuvieron que estar después explicando el asunto, algo en lo que los encargados parece que insisten mucho, como si hubiera algo que explicar. Hubo reacciones violentas, no ya de un espectador o dos, sino en masa, con lo difícil que es generar esto hoy en día. ¡Qué bonito! Pero a medida que se corrió la voz del invento parece que estos brotes de violencia se han calmado. No creo tampoco que fuera la intención de la obra. Pobrecillos, me imagino a los tres tratando de defenderse delante de un público cabreado.

Lo que pasa con la obra lo vería hasta un ciego porque en realidad allí no hay mucho que ver, sino más bien que sentir, y a muchos lo que sintieron no les gustó. El problema es fácil de plantear: se trata de una obra escénica donde no salen los actores, ni los bailarines, ni los performers, ni nadie, pero no deja de ser una obra escénica. Este es el problema, que no sale nadie y no deja de ser teatro. Si fuera una instalación en una galería de arte, la cosa sería muy distinta. Una instalación, como cualquier otro evento al que acude un público, tiene una dimensión escénica, pero el teatro (perdón por la palabra) tiene una dimensión escénica muy particular, que es la que hace que uno se pueda llegar a cabrear o a aburrirse de una forma infinita. Ese es el peligro del teatro. Convocar a un público con la excusa de que van a ver una obra de teatro, danza, performance o lo que sea “en vivo”, sentarles a cada uno en su sitio, apagar las luces y tenerlos allí una hora leyendo, es algo que solo puede funcionar si se entiende (es decir, si se siente) que, efectivamente, están viendo algo en vivo. Pero qué es lo que había que ver allí, aparte del texto.

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Confieso que yo fui de los que pagué un billete de avión para ver eso que ya sabía que iba a ver: a Juan Domínguez, María La Ribot y Juan Loriente no estando en escena. Qué les había llevado a no salir a escena, y sobre todo, qué habían decidido poner en escena en lugar de su presencia. En la escena, siempre está uno en lugar de otro, tiene que ver con la magia y quizá con el transformismo,  que parece que fue un tema durante el proceso de construcción de la obra, lo de transformase y quizá transformar así también lo que les rodea, y qué es lo que había en lugar de su propia presencia: una relación, en el doble sentido de la palabra: un relato, por un lado, a base de ideas, citas y ocurrencias, que queda como huella de esa otra relación, por otro lado, la que ellos han mantenido a lo largo de este tiempo de trabajo; una relación que en otros momentos hubiera pasado por el intercambio de acciones, movimientos, personajes, y que esta vez, sin descartar todo eso, tuvo mucho de palabra, de charla, de discusión, de ideas. Es posible que las necesidades de la escena hayan cambiado, o haya que afrontarlas desde otro lugar, que cuando antes había que inventar un lenguaje, ahora hay que crear un lugar, un lugar frente al público, un espacio  público en el que se deje oír algo acerca de ese grupo de personas que están ahí. ¿Qué les pasa? ¿Por qué han venido?

Marx decía que el mundo no había que interpretarlo, sino cambiarlo. Esta cita no estaba en la obra, quizá podría haber estado. En todo caso parece evidente que esta obra no tiene que ver con lo primero sino con lo segundo, y que si se han llegado a algunas interpretaciones acerca del mundo, de la sociedad o la historia, no ha sido sino para determinar ese segundo polo, la necesidad de cambiar, de desplazarse, de reinventar el lugar en el que estamos, empezando por el escenario. Para eso hacemos teatro, para que las cosas, incluso la historia, pueda ser otra, incluso una historia tan conocida a estas alturas como la que envuelve a estos tres artistas. No es una tarea fácil, hace falta quizá mucha juventud, o en todo caso muchas ganas de seguir jugando. Quizá por eso decía Loriente que él lo de la muerte no lo veía tan claro. En realidad, lo curioso es que nadie terminaba de ver claro de qué va en realidad lo que han hecho. Eso es lo bueno de embarcarte en una obra que se titula El Triunfo de La Libertad, que nadie sabe de qué puede ir esa historia, que hay que hacerla sobre la marcha, sin saber muy bien a dónde se va. Pero llegar, han llegado a algún sitio, o por lo menos han salido de uno.

Como siempre, se trata de hacer, de hacer en escena, en eso no ha cambiado nada. Aunque esta vez sea más difícil. La pregunta es qué es lo que están haciendo, y como a una acción se le responde con otra acción, podemos darle la vuelta, y preguntarnos qué estamos haciendo nosotros. O por ponerlo más fácil: qué no están haciendo ellos, y qué no estamos haciendo nosotros, porque una cosa determina la otra. Su no acción tiene que ver con esa otra no acción de los que están ahí delante. Lo interesante es que esta vez ese aparente no hacer se ha convertido en una forma de hacer.

El espectáculo se ha desplazado, pluf, desaparecieron los artistas, en su lugar tenemos unos textos, signo inequívoco de un no estar, y sobre ese vacío lo único que queda es el público sintiéndose más público por defraudado, confundido, por no saber cómo seguir creyendo que eso que están viendo es en realidad una obra de teatro, que no los han engañado, tratando de sostener la imposibilidad de ser espectador de aquello que estaban esperando ver. Lógico que uno se cabree, si al final de tanto siglo XX y de tanto experimentalismo, de tanto proceso y tanta obra abierta, la obra sigue siendo la obra, y el resultado, el resultado. Y dónde están aquí los resultados.

El juego que plantea no es fácil, sobre todo para el buen espectador (de buenas obras), a los que nos tienen acostumbrados estos creadores. Aquí se trata de creer; como en el viejo teatro, o en los espectáculos de magia, es una cuestión de ilusión, de creer en algo que no estás viendo, pero que lo sientes, que casi puedes llegar a verlo. Créanselo: esto así no va bien, aquí está pasando algo raro, ¿no se dan cuenta?

Hola, buenas noches, hoy es 16 de diciembre del 2214. La temperatura exterior es de 80 grados. Exactamente la misma que el año pasado a esta hora.

La obra propone un recorrido por la oscuridad con citas de Voltaire y la Ilustración, reflexiones sobre el fracaso de la sociedad, el caos de la historia, la falta creciente de libertad en los últimos veinte años, la imposibilidad de comprender todo, el no saber qué hacer, y de regalo, a modo de columna vertebral, la historia de Paco y Águeda que vuelven al mismo hotel en el que estuvieron de luna de miel en Santo Domingo cincuenta años antes, y se encuentran en la discoteca del hotel con el mismo espectáculo del gran Nelson rompiendo nueces con la polla. Entre medias la pregunta del millón: ¿Por qué has venido hoy al teatro?

“Hoy, nada”, escribió Luis XVI un 14 de julio de 1789. 

En Madrid no sé si llegaréis a ver la obra, además con ese título, en una ciudad tan poco metafórica, en la que todo se toma tan al pie de la letra, va a estar difícil; lástima, porque además de hablar mucho de Madrid, esta obra hay que tomársela así, literalmente, al pie de la letra. Es una obra muy madrileña, solo allí se llegaría a comprender todo su misticismo, en el mejor sentido teatral de esta palabra. En una tierra tan dada a transcendentalismos teológicos no puede pasar inadvertido el misterio de la ausencia. Yo me la imaginaba representada en las iglesias durante los días de Semana Santa, cuando el sagrario, donde suele estar el cuerpo de Cristo, queda abierto y vacío, y los feligreses entran y salen de los templos, confundidos, porque no hay misa, a la espera de la resurrección y la vuelta a la normalidad de sus misas y sus coreografías. Yo me imaginaba estos tubos LED con los textos en latín colgados de los ábsides de todas esas iglesias de Madrid, y la gente de teatro yendo a las iglesias, y los creyentes yendo a los teatros. Todo tan viejo, tan vetusto. Una ciudad con tantos teatros y tantas iglesias, y nadie sabe quién los llena. ¿Pero de dónde sale esa gente? Son como los votantes del PP, que tiene mayoría absoluta y luego nadie los vota. Los misterios de la fe. Menos mal que siempre os quedarán esas bellezas en tacos y lentejuelas, transformistas de la noche que con su magia y sus nueces seguirán haciendo posible lo imposible. ¿No era esa una definición de teatro que te daban en la Escuela? Ay, el gran Nelson y sus nueces, tú sí que sabes hacer teatro. Una amiga me decía que había que ser muy puta para aguantar lo de Madrid, pero no te preocupes, que puta hay que ser en todos los sitios, lo importante es hacerlo con gracia, y allí tenéis mucha.

Nada pasa por casualidad.

Nelson Candela, 

correspondencia con Óscar Cornago.

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4 thoughts on “El Triunfo de La Libertad

  1. Nelson mientras leía me has echo preguntarme que hago yo mirando el móvil en un restaurante vegetariano de Figueras. Quizás es eso no?

  2. ¿justificar lo injustificable?, espero entonces que el texto (contesto yo, que Nelson no mira mucho los blogs) no lo haya conseguido. Porque llegar a justificar una obra es cargártela. Es por esto que, como dices, una gran parte de la escritura sobre el arte pueda entenderse como el juego de justificar algo que no solo tiene ese punto de injustificable, sino que encima está hecho desde ahí, y no para llamar la atención, o jugar a la provocación, sino para seguir estando vivo. Después de leer el texto de Nelson varias veces (os podéis imaginar), la verdad que no me queda claro ni siquiera si le gustó o no le gustó, pero creo que tampoco se trataba de eso (de gustar o no gustar… estamos tan acostumbrados a hablar del arte en estos términos tan cutres), pero sí de hacer visible eso que dices de lo injustificable, no tanto para llegar a justificarlo, sino tan solo para pensar en voz alta ese espacio que se abre cuando alguien hace algo y no sabemos bien por qué lo ha hecho. Como dices, Sofía, quizá se trate de eso, de preguntarnos qué hacemos mirando un móvil en un vegetariano en Figueras… tener que justificar lo que hacemos es algo que nos viene del espacio social en el que nos movemos y nos miramos, el arte existe para darnos la posibilidad de ser sociales sin tener que justificarnos. Supongo que la única justificación de hacer algo “creativo” es que nos hace sentirnos más vivos, ¿es suficiente? Los problemas empiezan cuando alguien decide hacer público su “obra” en un contexto en el que “lo creativo” pasa a ocupar una parte mínima al lado de las buenas razones y las malas causas. Esa es la contradicción en la que vive el arte, y en la que vivimos nosotros como animales capaces de jugar, de reírnos y hacer el tonto sin saber por qué, y no solo de niños.

    Pero volviendo a lo de las justificaciones, creo que lo que a Nelson se le olvidó es el capítulo de los números. ¿Cuánto costó el hacer o no hacer de La Ribot, Juan Domínguez y Juan Loriente? Esto no lo escribo evidentemente solo por esta obra (aunque la discusión de esta obra en particular parece que en algún momento hiciera necesario pasar por ahí), sino porque no entiendo que lo de las pelas, o los euros, siga siendo el secreto mejor guardado del arte moderno, y menos en estos ámbitos en los que nos movemos. No entiendo por qué entre todos los datos medio de compromiso que se dan en los créditos de las obras no aparezca lo que ha puesto cada uno. ¿Queda feo? ¿No está bonito hablar de pelas? ¿A quién le beneficia que eso no trascienda?, ¿a los pequeños artistas, a los grandes artistas, al público en general, a las administraciones? La cultura se mueve entre grandes eventos y nombres sobre los que se acepta que tienen que costar una pasta, y por los que hay que pagar una pasta también para verlos, y los pequeños eventos, que parece que tienen que ser gratuitos o casi gratuitos, porque si no además está mal, y encima tiene que haberse producido con nada o casi nada. ¿A quién le beneficia que esas cifras casi ridículas para lo que se maneja en otros ámbitos no se hagan públicas? ¿Nos da vergüenza la miseria con la que se financia una gran parte de la producción cultural de la que formamos parte? ¿A quién le beneficia que el público en general no tenga ni idea de cómo funciona económicamente el tinglao de la cultura moderna, de la gran cultura y de la pequeña cultura, que a nivel local es finalmente la única que puede llamarse realmente cultura? Que un artista que gane un pastón, y que además cuenta con una superproducción, no quiera sacar eso a la luz, a lo mejor podría entenderse, pero que un evento cultural que se hace con mínimos y que en muchos casos hasta haya que poner pelas del bolsillo, no haga pública sus cuentas es como aquello que se decía antes, ser obrero y de derechas.