El Triunfo de La Libertad

El triunfo de la Libertad

Hola Óscar, he visto por los blogs de tu tierra que se vuelve con lo de la juventud. Recuerdo que cuando la Tristura también se hablaba de eso. La juventud es una edad muy bonita. Yo me acuerdo siempre (lo siento), de aquella misa que dio el Papá en Madrid a los jóvenes, en la Plaza de Colón, creo, y de estos gritándole: tú eres el más joven, y así durante no sé cuánto tiempo, no paraban, y oías los gritos y veías al Papa… lo de la juventud tiene muchas caras. Me pregunto desde dónde se enuncia ese discurso, si son los propios jóvenes los que lo construyen, o los que han dejado de serlo.

En todo caso no te quería hablar de esto, o quizá sí, sino de El Triunfo de La Lbertad, lo que han hecho María La Ribot, Juan Domínguez y Juan Loriente, que por el título, la verdad, bien podría pasar como una obra de juventud. En fin, quitando algunos detalles, quién puede decir que no son jóvenes, no tanto como el Papá, pero jóvenes también. Hacía tiempo que no hacían nada juntos, y dicen que han trabajado un montón. Estoy seguro. Si algo se sentía en la obra es lo de las ganas, las ganas con las que han estado currando. Las ganas son el principio de la acción. Supongo que de ahí el título: no han querido dejar de aprovechar la oportunidad (llevaban ya tiempo con la idea de hacer algo de nuevo los tres) y para ponerse el listón bien alto qué mejor que este título. Una obra que se llama El Triunfo de La Libertad o es un musical o es un fracaso o es un milagro. Ellos han optado por lo tercero, pero se han quedado en lo segundo, o al revés, no sé: en todo caso por ahí anda la obra, a mitad de camino entre el fracaso y el milagro. Han apuntado alto, eso sí, si no, cómo entender lo del título.

Es bonito volver a reencontrarse, hay tanta energía ahí detrás; tanta energía y tanta experiencia, un pasado común, una historia compartida y distintos lugares desde los que seguir pensando cómo sigue esto, esto del teatro, de la danza, de la cultura, de la ciudad de la que salieron, de España, de Europa. Los tres trabajaron en Madrid y los tres salieron de Madrid, como tantos otros; de ahí se sale pero no se vuelve, ya me lo decías tú una vez. Uno podría pensar que lo del título va de broma, pero no, va en serio, lo de El Triunfo de La Libertad es un juego muy serio. Eso sí, lo del juego que no falte, si le quitamos al arte (o a la vida) lo que tiene de juego con qué nos quedamos… También esta obra parece que habla de la muerte, eso decía un señor del público, muy emocionado, cuando acabó. Tendrá que ver con la muerte, seguramente, y con el paso del tiempo y con las ganas de seguir estando ahí, en escena, aunque no sepamos bien cómo, pero lo del juego, el humor y las risas que no falten… ¿estará esto relacionado con lo de la juventud?, ¿jugará el Papa mucho?

El Triunfo de La Libertad es una calle del Distrito Federal de México cuyo nombre oyeron de pasada cuando iban en taxi, y ahí quedó como título… ¿por qué no?, ¿no suena bien? Lo importante en todo caso no es si suena bien o no, sino que si le pones a una obra ese título te la juegas. Y de eso se trata, de jugar y jugársela. Así que vaya el título por delante, el título y un año de trabajo para acabar presentando, en el estreno en agosto en Ginebra, 35 minutos de texto corrido pasando por unas pantallas LED. Cuatro tubos colgados del techo, dos en inglés, dos en francés (aunque los idiomas pueden variar), todo oscuro o casi oscuro, con una tenue iluminación que viene y va, y para dulcificar algunos momentos, como decía María, dos audios de música clásica. Si te digo la verdad, la música, que son sólo dos trozos, va por un lado, los textos por otro, la iluminación por otro, y además dentro del texto cada hilo va también por su lado… cómo no va a ir el público también por el suyo. De esto se trata, de que el público vaya también por su lado. ¿Comprendes lo del milagro? Cierto que el estreno les pilló un poco por sorpresa, luego la obra se alarga a una hora, durante la cual el público (el que decide no abandonar la sala una vez comprobado de qué va el juego), debe estar atento para poder leer los textos, que pasan con rapidez, en mitad de una oscuridad que no es totalmente oscura, pero es bastante negra; de esto se encargaba un tal Eric Wurtz, un tipo majo. Al cabo de un rato leyendo letreros suspendidos en mitad de la oscuridad, uno empieza a creer que algo se está moviendo por ahí abajo, es como un poco fantasmal, pero no queda claro si es por la concentración o por las ganas de que pase algo. Porque todo es un poco extraño. Pero abajo no pasa nada, o casi nada, aparte de los textos.

A la gente importante y al público en general, algunos de los cuales se desplazaron desde lejos para ver la nueva creación de estos tres nombres tan conocidos, parece que no les gustó el juego. Algunos si se quedaron hasta el final fue para verles la cara a los artistas en las ocasiones en las que tuvieron que estar después explicando el asunto, algo en lo que los encargados parece que insisten mucho, como si hubiera algo que explicar. Hubo reacciones violentas, no ya de un espectador o dos, sino en masa, con lo difícil que es generar esto hoy en día. ¡Qué bonito! Pero a medida que se corrió la voz del invento parece que estos brotes de violencia se han calmado. No creo tampoco que fuera la intención de la obra. Pobrecillos, me imagino a los tres tratando de defenderse delante de un público cabreado.

Lo que pasa con la obra lo vería hasta un ciego porque en realidad allí no hay mucho que ver, sino más bien que sentir, y a muchos lo que sintieron no les gustó. El problema es fácil de plantear: se trata de una obra escénica donde no salen los actores, ni los bailarines, ni los performers, ni nadie, pero no deja de ser una obra escénica. Este es el problema, que no sale nadie y no deja de ser teatro. Si fuera una instalación en una galería de arte, la cosa sería muy distinta. Una instalación, como cualquier otro evento al que acude un público, tiene una dimensión escénica, pero el teatro (perdón por la palabra) tiene una dimensión escénica muy particular, que es la que hace que uno se pueda llegar a cabrear o a aburrirse de una forma infinita. Ese es el peligro del teatro. Convocar a un público con la excusa de que van a ver una obra de teatro, danza, performance o lo que sea “en vivo”, sentarles a cada uno en su sitio, apagar las luces y tenerlos allí una hora leyendo, es algo que solo puede funcionar si se entiende (es decir, si se siente) que, efectivamente, están viendo algo en vivo. Pero qué es lo que había que ver allí, aparte del texto.

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Confieso que yo fui de los que pagué un billete de avión para ver eso que ya sabía que iba a ver: a Juan Domínguez, María La Ribot y Juan Loriente no estando en escena. Qué les había llevado a no salir a escena, y sobre todo, qué habían decidido poner en escena en lugar de su presencia. En la escena, siempre está uno en lugar de otro, tiene que ver con la magia y quizá con el transformismo,  que parece que fue un tema durante el proceso de construcción de la obra, lo de transformase y quizá transformar así también lo que les rodea, y qué es lo que había en lugar de su propia presencia: una relación, en el doble sentido de la palabra: un relato, por un lado, a base de ideas, citas y ocurrencias, que queda como huella de esa otra relación, por otro lado, la que ellos han mantenido a lo largo de este tiempo de trabajo; una relación que en otros momentos hubiera pasado por el intercambio de acciones, movimientos, personajes, y que esta vez, sin descartar todo eso, tuvo mucho de palabra, de charla, de discusión, de ideas. Es posible que las necesidades de la escena hayan cambiado, o haya que afrontarlas desde otro lugar, que cuando antes había que inventar un lenguaje, ahora hay que crear un lugar, un lugar frente al público, un espacio  público en el que se deje oír algo acerca de ese grupo de personas que están ahí. ¿Qué les pasa? ¿Por qué han venido?

Marx decía que el mundo no había que interpretarlo, sino cambiarlo. Esta cita no estaba en la obra, quizá podría haber estado. En todo caso parece evidente que esta obra no tiene que ver con lo primero sino con lo segundo, y que si se han llegado a algunas interpretaciones acerca del mundo, de la sociedad o la historia, no ha sido sino para determinar ese segundo polo, la necesidad de cambiar, de desplazarse, de reinventar el lugar en el que estamos, empezando por el escenario. Para eso hacemos teatro, para que las cosas, incluso la historia, pueda ser otra, incluso una historia tan conocida a estas alturas como la que envuelve a estos tres artistas. No es una tarea fácil, hace falta quizá mucha juventud, o en todo caso muchas ganas de seguir jugando. Quizá por eso decía Loriente que él lo de la muerte no lo veía tan claro. En realidad, lo curioso es que nadie terminaba de ver claro de qué va en realidad lo que han hecho. Eso es lo bueno de embarcarte en una obra que se titula El Triunfo de La Libertad, que nadie sabe de qué puede ir esa historia, que hay que hacerla sobre la marcha, sin saber muy bien a dónde se va. Pero llegar, han llegado a algún sitio, o por lo menos han salido de uno.

Como siempre, se trata de hacer, de hacer en escena, en eso no ha cambiado nada. Aunque esta vez sea más difícil. La pregunta es qué es lo que están haciendo, y como a una acción se le responde con otra acción, podemos darle la vuelta, y preguntarnos qué estamos haciendo nosotros. O por ponerlo más fácil: qué no están haciendo ellos, y qué no estamos haciendo nosotros, porque una cosa determina la otra. Su no acción tiene que ver con esa otra no acción de los que están ahí delante. Lo interesante es que esta vez ese aparente no hacer se ha convertido en una forma de hacer.

El espectáculo se ha desplazado, pluf, desaparecieron los artistas, en su lugar tenemos unos textos, signo inequívoco de un no estar, y sobre ese vacío lo único que queda es el público sintiéndose más público por defraudado, confundido, por no saber cómo seguir creyendo que eso que están viendo es en realidad una obra de teatro, que no los han engañado, tratando de sostener la imposibilidad de ser espectador de aquello que estaban esperando ver. Lógico que uno se cabree, si al final de tanto siglo XX y de tanto experimentalismo, de tanto proceso y tanta obra abierta, la obra sigue siendo la obra, y el resultado, el resultado. Y dónde están aquí los resultados.

El juego que plantea no es fácil, sobre todo para el buen espectador (de buenas obras), a los que nos tienen acostumbrados estos creadores. Aquí se trata de creer; como en el viejo teatro, o en los espectáculos de magia, es una cuestión de ilusión, de creer en algo que no estás viendo, pero que lo sientes, que casi puedes llegar a verlo. Créanselo: esto así no va bien, aquí está pasando algo raro, ¿no se dan cuenta?

Hola, buenas noches, hoy es 16 de diciembre del 2214. La temperatura exterior es de 80 grados. Exactamente la misma que el año pasado a esta hora.

La obra propone un recorrido por la oscuridad con citas de Voltaire y la Ilustración, reflexiones sobre el fracaso de la sociedad, el caos de la historia, la falta creciente de libertad en los últimos veinte años, la imposibilidad de comprender todo, el no saber qué hacer, y de regalo, a modo de columna vertebral, la historia de Paco y Águeda que vuelven al mismo hotel en el que estuvieron de luna de miel en Santo Domingo cincuenta años antes, y se encuentran en la discoteca del hotel con el mismo espectáculo del gran Nelson rompiendo nueces con la polla. Entre medias la pregunta del millón: ¿Por qué has venido hoy al teatro?

“Hoy, nada”, escribió Luis XVI un 14 de julio de 1789. 

En Madrid no sé si llegaréis a ver la obra, además con ese título, en una ciudad tan poco metafórica, en la que todo se toma tan al pie de la letra, va a estar difícil; lástima, porque además de hablar mucho de Madrid, esta obra hay que tomársela así, literalmente, al pie de la letra. Es una obra muy madrileña, solo allí se llegaría a comprender todo su misticismo, en el mejor sentido teatral de esta palabra. En una tierra tan dada a transcendentalismos teológicos no puede pasar inadvertido el misterio de la ausencia. Yo me la imaginaba representada en las iglesias durante los días de Semana Santa, cuando el sagrario, donde suele estar el cuerpo de Cristo, queda abierto y vacío, y los feligreses entran y salen de los templos, confundidos, porque no hay misa, a la espera de la resurrección y la vuelta a la normalidad de sus misas y sus coreografías. Yo me imaginaba estos tubos LED con los textos en latín colgados de los ábsides de todas esas iglesias de Madrid, y la gente de teatro yendo a las iglesias, y los creyentes yendo a los teatros. Todo tan viejo, tan vetusto. Una ciudad con tantos teatros y tantas iglesias, y nadie sabe quién los llena. ¿Pero de dónde sale esa gente? Son como los votantes del PP, que tiene mayoría absoluta y luego nadie los vota. Los misterios de la fe. Menos mal que siempre os quedarán esas bellezas en tacos y lentejuelas, transformistas de la noche que con su magia y sus nueces seguirán haciendo posible lo imposible. ¿No era esa una definición de teatro que te daban en la Escuela? Ay, el gran Nelson y sus nueces, tú sí que sabes hacer teatro. Una amiga me decía que había que ser muy puta para aguantar lo de Madrid, pero no te preocupes, que puta hay que ser en todos los sitios, lo importante es hacerlo con gracia, y allí tenéis mucha.

Nada pasa por casualidad.

Nelson Candela, 

correspondencia con Óscar Cornago.

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Clean Room | Temporada 1. Episodios 5 y 6.

Advertencia: Quien quiera ver la primera temporada de la serie alguna vez, que no siga leyendo. Quien quiera disfrutar de la experiencia y mantener intactas sus expectativas, que se quedé aquí. No queremos spoilear.

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Domingo 9 de noviembre a las 12 h. en La Casa Encendida

Capítulo 5. Abre A: La noche ha dado paso al día. Aquí estamos de nuevo, este grupo variopinto, en el patio central de La Casa Encendida. Son las doce del mediodía y el sol lo ilumina todo. Caras de sueño, caras de resaca. ¡Que me aspen si no hay peña que viene de empalme! ¿Llevarán de pedo desde el viernes? Os juro que vi a un tío intentando ligar con la modelo, pobre. Hay tan sólo, al fondo, una mesa con copas llenas de champagne. La Voz hecha cuerpo toma la palabra y micrófono en mano nos invita a acercarnos y propone ese brindis que quedó pendiente (en el capítulo 3 se nos sugirió, pero nadie dio el paso: vamos de guays pero luego, que si nos da corte… Algunos aprovecharon para hacer chin chin en el capítulo 4, pero en petit comité). Es un brindis colectivo, exhaustivo, trompicado, incompleto, poético, evocador, provocador, condemor, que se extiende por veinticinco minutos. Y brindamos por nosotros y por todos nuestros compañeros, por la capacidad que tenemos de sorprendernos, de buscar aventuras, de plantearnos retos, de meternos en líos, de no conformarnos. Brindamos por la vida, por lo que nos hace únicos, por lo que nos hace mágicos, bravo por la música, por lo que nos diferencia y también por lo que nos asemeja, por lo que nos conecta. Brindamos por el mundo, por lo bello de este planeta, por lo singular, por lo que nos incomoda, por lo que nos reconforta… ¡Por Grace Jones! ¡Salud!

Capítulo 6. Salimos a la calle de paseo, es domingo por la mañana, el Rastro en ebullición, las calles abarrotadas. Nos mezclamos con las gentes, participamos de la vida de la ciudad. Vamos charlando despreocupadamente, “A ver si puedo ir a lo tuyo en Pradillo…”; “Buah, voy pillado de tiempo, tengo que presentar los papeles en la SGAE antes de…”; “¿En Estocolmo? De puta madre. ¿A caché?”… Cosas de la endogamia. En derredor puestos llenos de cachivaches, tráfico, familias con niños y perros, coleccionistas, despistados, carteristas. Somos parte de todo eso, es el mundo en que vivimos. Acabamos de brindar por todo esto. Un autocar se detiene a nuestro lado y, perplejos, subimos. Se inicia un recorrido por zonas emblemáticas de la ciudad, de Madrid. Embajadores, Bailén, La Almudena, las Vistillas, el Viaducto, Ferraz. A mí me han pasado cosas en estos lugares, llevo tres días removiendo el pasado y me asaltan recuerdos de aquel rollo cerdete justo en ese portal, de una vez que me di de hostias con uno en ese garito (bueno, un par de galletas)… Veo el viaducto y veo gente saltando. Hay cola para entrar en la catedral, ¡frikis! Contemplo las calles, miro a las personas a través de los cristales, deberían ser una barrera que me aleja de todo, como mirar una pantalla de televisión, pero estoy ahí abajo. La vida de todos es también nuestra propia vida. Ser tan sólo espectadores es una presunción intolerable. Creo que de eso va Clean Room. El bus se detiene en el Teleférico de Madrid y nos montamos. No veníamos desde niños. Somos ahora unos niños excitados en las cabinas de cristal. Decimos tonterías, hacemos bromas. Y a nuestros pies la ciudad. Nuestra ciudad a vista de pájaro… Ya en el mirador de la Casa de Campo se cierra la Temporada. Clean Room se despide por ahora. María Jerez, sobre un barril, la Libertad guiando al pueblo, nos dedica unas últimas palabras cariñosas. Falta la foto de familia, de esa extraña familia disfuncional pero bien avenida que se ha creado tras estas tres sesiones, cada uno con el regalo personal recibido en el capítulo 4. Y punto y aparte. Hasta pronto. Ojalá alguien se atreva a programar en Madrid la siguiente temporada. Nos invitan a unas cervezas vacilonas (por si no os habéis percatado, esto es una super producción, no se repara en gastos para agasajar a los participantes, que no espectadores). Seguimos de charleta y el grupo se va disgregando en la tarde madrileña.

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Y ahora me vais a permitir. A ver. Yo soy un espectador sin más, un tío que va bastante a ver teatro. Me gusta lo que me gusta, como a todo dios. Pero independientemente de lo que me parezca lo que veo, de lo cerca o lejos que puedan quedar mis gustos, aprecio sobre todas las cosas que se me trate con respeto, que no se me tome por idiota. Sé reconocer cuándo hay un trabajo serio detrás, cuándo se miman los detalles, cuándo se considera al tipo de la butaca (o el cojín, o el puff, o el escalón) como a un igual, con su cerebro pensante y toda la pesca. Pondero que me desafíen, que me busquen las cosquillas. No quiero ver cosas hechas para salir del paso. Me sulfura ver al emperador en pelotas y tener que callarme la puta boca. Pues bien, lo de Juan Domínguez y su Clean Room Temporada 1 reúne uno por uno todos esos requisitos indispensables, y muchos más, que hacen que yo siga jugando, que siga queriendo pagar por asistir a un espectáculo (por mucho que esos cerdos pongan el IVA al ochenta por ciento).

Me lo he pasado de putísima madre y ha sido un privilegio formar parte estos tres días de la troupe del Domínguez.

Tengan cuidado ahí fuera…

Guri Petre

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Clean Room | Temporada 1. Episodios 3 y 4.

Advertencia: Quien quiera ver la primera temporada de la serie alguna vez, que no siga leyendo. Quien quiera disfrutar de la experiencia y mantener intactas sus expectativas, que se quedé aquí. No queremos spoilear.

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Viernes 7 de noviembre a las 22 h. en La Casa Encendida

Episodio 3. Día dos. Número de bajas insignificante. Las diez en punto y se nos reúne en la misma antesala en la que se desarrolló el primer episodio. Un papel: “Clean Room: En capítulos anteriores…” nos sitúa. Quince minutos de espera, pero no estamos ensimismados, no somos gente haciendo cola ante la puerta de un espectáculo. Nos conocemos un poco ya . De vista. Ya habíamos cruzado algunas palabras el miércoles. Así que charlamos, este con aquel, esa con aquella. No sabemos qué va a pasar pero nadie parece preocupado al respecto. Estamos entre bambalinas y quizás pronto el regidor aparezca llamando al ejecutante del siguiente número… Pero surge Juan Domínguez y nos indica el camino hacia lo que será propiamente el comienzo del espectáculo. Una sala muy iluminada. “There is a light that never goes out” de nuevo. Y sillas enfrentadas dos a dos que dibujan una gran serpiente ocupando todo el espacio. Nos sentamos al tun tun. Ahora surge La Voz. La misma voz. Pero suena diferente. Nos hace pregunta directas a cada uno de nosotros, sobre lo que sentimos, sobre lo que somos. Nos obliga a un ejercicio de introspección. Pero nos resistimos, hay algo violento en ello. Tanta luz. Miramos y somos mirados. Somos conscientes de no estar a solas. La voz, esa voz, no es hipnótica hoy. Es intimidante. Es el juez invisible al que se enfrenta Josef K. La voz de nuestra conciencia poniéndonos a prueba. Hay preguntas que no quiero responder, que no deseo contestarme. Surgen risas pero no me suenan naturales. No veo dónde está la gracia. ¿Nervios? No lo sé. Y cambia el sujeto sobre el que se nos interpela, abruptamente, ya no somos nosotros mismos. Debemos fijarnos en la persona sentada enfrente. Debemos fabular sobre sus orígenes, sus intenciones, su modo de vida. De lo superfluo a lo más profundo. Y nos miramos a los ojos y nos sentimos incómodos, se nos fuerza a crear una intimidad con un desconocido, es todo muy embarazoso y a la vez revelador. Nos hemos mirado y ahora miramos afuera y en todo ello hay una conexión inexplicable. ¡No nos hablamos! Nadie dijo que no se pudiera pero no nos decimos ni una palabra los unos a los otros. Visitamos los lugares propios y exclusivos del ser humano pero se deja de lado la expresión oral. Tan sólo está la voz de María Jeréz. Cambiamos de posición y enfrentamos a una persona distinta, mas lo que había, esa magia improbable, se desvanece. Fin del episodio.

Episodio 4. Noche cerrada. Volvemos al patio central, que se ha convertido en un salón elegante. Luz tenue. Una veintena de mesas de cuatro con manteles blancos, velas, copas y vino tinto -El Pícaro, bodegas Matsu-. Nos sentamos al azar, elegimos o no a nuestros compañeros de velada. Nos servimos, brindamos, bebemos. ¿Qué es lo que está a punto de pasar? Pues se trata de una invitación a combinar intelectualidad y sensaciones. Mientras se va sirviendo un menú degustación en miniatura continúan llegando preguntas apelando a lo más profundo de cada cual. Pero algo ha cambiado. La Voz ha enmudecido y ahora la voz está en nosotros. Se nos devuelve el habla. Y no nos contestamos en silencio a nosotros mismos; contestamos en comunidad, respondemos para los otros, escuchamos sus respuestas, nos decimos, conversamos, algo se ablanda, bajamos la guardia, se abren grietas en los caparazones… La cosa se desarrolla más o menos así: Unos camareros sigilosos traen unos vasitos con un extraño ajoblanco negro. Vista. Paladar. Y llega una tarjeta con una pregunta escrita. Hablamos sobre ello o tal vez pasamos. Una cucharada de ensalada caprese y otra pregunta. ¿Estamos en lo que nos proponen o somos colegas bebiendo vino y charlando? Un mini steak tartar y varias preguntas más, de golpe, ya sí hacemos que nuestra conversación la determinen estas tarjetas, y llegan más, el ritmo se incrementa y queremos hablar de ello. Arbitramos un sistema, como un trivial, leer por orden contestar por orden. A mí me interesa lo que cuentan el resto de comensales. Lo que creo que van a contar. Seguimos bebiendo y decimos cosas íntimas, nos lo tomamos en serio, no tengo ni idea de por qué. Tensión cero. ¿El resto de mesas? Ni puta idea. Un mini gin tonic verde cierra la ronda gastronómica y vemos que se nos acaba el tiempo aunque nadie lo dice y queremos contestar a cada una de las preguntas… Y la música brota sin que nos percatemos y ya está fumando la peña y algunos bailan y antes de acabar nos intercambiamos los regalos que se nos instó a traer de casa y eso sucede de a dos y a mí me mola.

Ha sido cojonudo.

(Me fastidia ser tan entusiasta, parezco Marcos Ordóñez, copón.)

Por cierto, ¿a qué género cinematográfico pertenece tu vida?

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Guri Petre

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Clean Room | Temporada 1. Episodios 1 y 2.

Advertencia: Quien quiera ver la primera temporada de la serie alguna vez, que no siga leyendo. Quien quiera disfrutar de la experiencia y mantener intactas sus expectativas, que se quedé aquí. No queremos spoilear.

clean_room_thMiércoles 5 de noviembre a las 22 h. en La Casa Encendida.

Episodio 1. La Casa Encendida. Hall de entrada. Al calorcito. Unas ochenta almas. Todo el mundo conoce a todo el mundo. Besos. Comadreo. Dan las 22. Casi sesión golfa. Se nos indica que podemos ir hacia la sala y allá que vamos. Pero somos retenidos en el descansillo, en las escaleras de bajada. Beatriz Navas, responsable de Artes Escénicas y Cine del garito desde hace unos meses, bloquea, micrófono en mano, la puerta de entrada. Y nos obsequia con una presentación surrealista de las funciones que conlleva su cargo. Sin palabras. Casi nadie protesta. La mayoría son artistas, beben de su teta, pretenden hacerlo los años venideros. ¿No la conocen? ¿Está aprovechando para presentarse en sociedad? Nos deja atónitos al afirmar que ella no es responsable de programar a Juan Domínguez. Lo es su antecesora, Maral Kekejian, a la que cede la palabra. Ésta empieza una explicación absolutamente prescindible acerca de Clean Room, de su recorrido, de sus intenciones. Pero, ¿no vamos a verla? ¿Qué coño nos estás contando? Bea vuelve al ataque, pero ahora desvaría, libros de autoayuda, el baño no funciona, problemas con internet… ¡Que todo esto era ya el episodio primero! ¡Me la han colado hasta el fondo! ¡Bravo! La peña se despolla. Yo me descojono. Toma la palabra Emilio Tomé, artista residente, y cuenta su proyecto “Home Experience”, del que no daré detalles. Capta el interés de la basca. No es de risa. Luego pilla micro una chica. Habla de cámaras que nos graban. Otro chaval diserta sobre los cambios en la ciudad. Tertulia. Cháchara. Una mujer polemiza. Interpela a otra que resulta ser cantante lírica. Y canta “L´amour est un oiseau rebelle” de la Carmen de Bizet. Divertidísimo. De verdad. La misma mujer nos dice más cosas sobre nosotros y luego llega el segurata que es fan de Michael Jackson y se marca un número de imitación hilarante. Otra chica diserta sobre el Kit Kat y sale Juan Domínguez en persona a dar por concluido el episodio uno y nos hace pasar ahora ya sí a la sala.

Todo así, pim pam, a toda hostia, arriba y abajo, es pura televisión, ritmo ritmo, prime time, tertulia, variedades, talk show, El Semáforo, Esta noche cruzamos el Misisipi. Puro teatro. Nunca he podido saber quién de los que me rodeaban acapararía el foco al instante siguiente. ¿Esa top model que quita el hipo? ¿La pareja de enanos latinos? ¿Piensan otros que yo soy un posible candidato? Buenísimo. De puta madre. Teatro del bueno. Por qué no puede durar un rato más…

Episodio 2. Sala rectangular. Paredes negras. Techo negro. Cojines negros por el suelo. Luz tenue. “There is a light that never goes out” sonando. Buen comienzo. Y la voz de María Jerez que surge, hipnótica, como el Max von Sydow de “Europa”, para llevarnos de viaje, un viaje onírico, sensorial, la voz que evoca lugares, que invoca colores, texturas, aromas. La voz, su voz, y el resto está en nosotros, desparramados, tumbados. Es un juego de rol, María el master invisible, estamos jugando, elige tu propia aventura, jugamos todos a la vez pero es un juego individual. Reconozco que viví la experiencia en el Living Room Festival de hace dos años y os aseguro que no por ello es hoy menos intensa. Aunque no elijo bien y mi viaje es entrecortado como el sueño de una siesta de fabada veraniega. Supongo que si indagáis os encontraréis con ochenta versiones distintas. Pues perfecto. La burbuja hipnótica la pincha una música hardcore que proviene del exterior. Salimos. Hamelín. Un trío le da caña al mono en las escaleras de entrada. Cambio de tercio. De un pedo a otro pedo. De putísima madre. Me lo he pasado pirata. Hacía tiempo, que vaya racha. Ni el bueno de Peter Brook…

Que llegue el viernes ya, joder.

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Guri Petre

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#1 Canarias | Perros tirados al sol

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Quién mejor que un perro para dar un buen repaso a la escena contemporánea en las Canarias. Tierra de canes, ya se sabe. De perros de gran tamaño. Ni buenos ni listos ni fieles ni bellos. Grandes y muchos. Y, como nuestras amigas las lagartijas, tirados al sol.

Islas afortunadas. Tierra de paso. Vendida, comprada y vuelta a vender a lo largo de los siglos por piratas, reyes, mercaderes y estados hasta nuestros días. Puerto franco exento de IVA, tesoro invernal para nórdicos, teutones y jubilados del Imserso, paridora de mangos y plátanos, viaje en el tiempo a paisajes prehistóricos (naturales y antropológicos), a la cabeza en tasa de paro en España y a la cola de los informes PISA. Territorio ultraperiférico naturalmente ligado a la fábula, a inventar historias. Y a inventar su historia.

¿Qué está pasando en Canarias? Preguntan en Barcelona. ¿Masu está por allí? ¿Y Carmelo? ¿Volvió de Méjico? ¿Qué pasó con A ras de suelo? ¿Y lo de La Laguna? ¿Quién está programando allí al Conde, Gisèle Vienne, Claudia, Juan Domínguez, la Córdoba, a David Espinosa, a Ernesto y Bárbara, Doctor Alonso, Amalia Fernández,… a (casi) todos? ¡Hasta la Liddell y su cuento chino! Y Dani Abreu… ¿este también era chicharrero…?

Muchas preguntas sin responder, misterios distorsionados por la distancia y por la lupa brumosa del Atlántico que vuelven a hacer de Canarias un territorio (parafraseando a Amalita) maravilloso, maravilloso… Tratemos de alzarnos unos metros sobre la tierra volcánica y de hacer un mapeado subjetivo, sesgado y perruno de lo que hay (si es que hay algo) y, sobre todo, de cómo se mueve.

Canarias

Si echamos la vista (un poco) atrás contemplamos un territorio cultural en muchos sentidos adelantado a su tiempo que supo saltar a Europa sin pisar la península cuando allí los grises repartían como reparten ahora los nacionales. La vanguardia y el surrealismo calaron profundamente entre artistas e instituciones encontrando un perfil a medida para este carácter entre suramericano y andaluz (lo de africano lo dejamos para la fábula). De esta inercia aparecieron en los 70-80-90’s artistas de la escena y de las artes de la acción (fundamentalmente en la performance y en la danza) que pasearon su canariedad por espacios de creación, festivales y compañías… ¡Siempre te encontrabas a un bailarín/a canario en Berlín, Barcelona o Bruselas!

Y sí, la danza es de las pocas disciplinas que en las islas han ido sobreviviendo a la debacle cultural y al embrutecimiento programado del país. Todo lo demás directamente ha desaparecido. Otras formas de expresión performativa han quedado relegadas en los últimos años a fugaces experimentos académicos o, en el mejor de los casos, a pequeños ciclos vinculados al Museo y al empecinamiento de los gestores de alguna caja blanca en Gran Canaria y Tenerife. Como es muy corto empezaremos por aquí.

a-ras-de-sueloGran Canaria ha sido siempre el foco y el termómetro cultural para las escénicas contemporáneas en las islas. El Hueco sacó adelante durante años un A ras de suelo dinámico y esperanzador que cayó con la misma facilidad con la que en su día la escena contemporánea saltaba a las islas convencida de estar realizando la buena acción del día en un contexto de amistad y playa (el espíritu evangelizador del artista europeo no tiene límites). Era como ir al pueblo con la farándula, como un Pontós de los artistas/para los artistas pero con la diferencia de que Las Palmas es una capital de provincia con más de 350.000 habitantes entre los que se encuentran unos cientos de curiosos. Carmelo se dejó la energía en bregar con las obtusas administraciones canarionas pero sucedió y fue grande. Grande en todos los sentidos porque sembró, básicamente, dos semillas muy importantes que hoy agonizan. Una, la de la referencia y el impulso a las nuevas generaciones locales que compartieron mesa con esa escena contemporánea peninsular. Y otra, la de ejercer de testigo de la herencia performativa para la institución cultural canaria (oxímoron). Un testigo que a día de hoy sólo recogen -muy modestamente- el Centro de Arte La Regenta y el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) en Gran Canaria impulsados básicamente por artistas como Gregorio Viera, Pedro Déniz y Raquel Ponce. Más esporádica y raquíticamente, las ocurrencias puntuales del Tenerife Espacio de las Artes (TEA) en Tenerife y los “pinitos” y buenas intenciones del Organismo de Cultura de Santa Cruz a través del Ciclo sobre Cuerpo y Performatividad organizado a finales del año pasado por Masu.

Lo del TEA, evidentemente, requiere mención especial por lo nada especial que supone ser en este país poco más que un continente de nadas varias bajo la dirección de nadie (es decir, otro instrumento más al servicio directo de la política insular). Más allá de estas iniciativas en Las Palmas nos queda el discreto e importante trabajo del colectivo Fluxart y los coletazos folclórico queers de nuestra muy querida Mauri/Celeste. ¿Ya está? Pues sí.

La-artista-grancanaria-Raquel-PonceRaquel Ponce en el CAAM

Pero… ¿y los espacios escénicos? ¿Y los teatros?

Los teatros, como en Madrid, con la risa tonta. Pero más.

Hace unas semanas unos artistas en residencia en el Laboratorio de Artes en Vivo del Teatro Leal de La Laguna (volveremos luego a este no-se-sabe-aún-si-oasis-o-espejismo) contactaron con un artista local para ofrecerle una colaboración para el diseño del espacio sonoro de su pieza en proceso. Más allá de la incapacidad del artista invitado para integrar sin juicios la propuesta de los residentes llamó la atención su referencia a la gran cantidad de artistas que había en las islas en comparación (siempre según su visión) con otros lugares de España. Muchos y muy grandes (como los canes). A lo que los artistas residentes respondieron: ¿y dónde están que las salas están vacías? Como señala una buena amiga, “el aislamiento hace creer a los artistas locales que son la polla, nada más y nada menos”. Un ejemplo significativo: el artista canario por lo general no se informa de lo que va a ver (si es que va a ver algo).

Lo de las salas vacías eran conjeturas que habían llegado a los oídos de estos residentes que tenían que ver con la existencia de las mismas, otra de las típicas fábulas canarias. Porque, como en otros puntos del territorio, o no hay o no se ven.

Empecemos de nuevo por Las Palmas (y disculpen si no hago referencia a otras islas pero, para qué…). El Teatro Cuyás, el Teatro Guiniguada, el Pérez Gadós… se mueven bajo los mandos de gerentes infantiles que diseñan programaciones espectaculares sin el más mínimo interés por los nuevos lenguajes escénicos, apartando de sus carteles cualquier atisbo de expresión contemporánea bajo la excusa del público: es que Mi teatro Aún no tiene público para estas propuestas. Lo más interesante es el AÚN. Integran en sus razonamientos que algún día llegará ese público que hoy no existe y que, si existiera, no es suficientemente relevante como para tenerlo en cuenta.

En la isla de Tenerife sucede exactamente lo mismo pero con un par de excepciones que la convierten, con un mínimo de méritos, en el triste referente de la escena contemporánea en Canarias (da pena hasta escribirlo).

Por un lado Roberto Torres y un Teatro Victoria que tras quince años de dura sobrevivencia y una programación estable (en el tiempo) se encuentra ante los contagiosos y mórbidos síntomas del Síndrome de la Red de Teatros Alternativos (del que otros perros han dado buena cuenta-aquí y aquí-). Siendo el espacio natural para la creación contemporánea (de los 90-00) en Santa Cruz de Tenerife, la casa a la que todos los artistas recurren y el único espacio privado orientado a las prácticas (fundamentalmente) de la danza, se encuentra hoy en un difícil equilibrio entre el centro académico/de ocio y un espacio de creación/exhibición sin una línea programática clara (lo del síndrome…). Teniendo en cuenta que el apoyo y las políticas culturales a terceros en Canarias son prácticamente inexistentes sólo queda dejarse fagocitar por festivales impulsados por grandes estructuras (Auditorio) que diversifican propuestas, espacios y riesgos entre espacios menores y sin capacidad de decisión, y seguir invirtiendo energías en un modelo de gestión/programación muy personalista que no termina de abrirse al entorno cercano (aun teniendo el reconocimiento, el cariño y la fidelidad de una buena parte de los públicos contemporáneos de la isla). Nadie le quita el mérito a este gran desconocido de la cultura santacrucera, todo lo contrario. Pero… The Times They Are a-Changin’y necesitamos espacios con un discurso claro y contundente. Algunas señales –como la bien recibida extensión estival del Victoria en las calles de Garachico, pequeño pueblo costero del norte de Tenerife- nos dicen que se apunta hacia un cambio más allá de sus paredes, aunque es precisamente entre sus paredes donde este perro cree que debiera suceder el cambio.

Paisajes-de-la-memoriaPaisajes de la memoria (2006) de la Compañía Nómada del Teatro Victoria

El teatro principal de Santa Cruz de Tenerife (el Teatro Guimerá) tiene al frente a una persona (un profesional) sensible con ganas de introducir pequeños cambios en el malabarismo charcutero del gestor municipal. Hoy los pequeños milagros requieren pocos gestos (o los perros crédulos, en el fondo, los vemos por todas partes) y por aquí se están comenzando a dar. Aún con el enemigo en casa –una estructura administrativa plagada de funcionarios desganados, pagados de sí mismos y sin el mínimo interés por el trabajo del artista- el Guimerá está impulsando con recursos muy ajustados algunos proyectos de  investigación y creación contemporánea. Para un teatro de las dimensiones históricas del Guimerá pensamos que este es un ejercicio de responsabilidad. Sobre todo de cara a los creadores y a un público escasísimo que, en Santa Cruz de Tenerife, viene siempre canalizado por Equipo Para, otro de los pequeños oasis asociativos que generan cultura y pensamiento contemporáneo en la isla. Un inciso: este sí es de verdad un espacio para la creación y la nutrición de buenos perros en Canarias. Habría de ser el espacio natural para la experimentación escénica y quizás por eso mismo sea el lugar que, por su escasa programación, ponga de manifiesto lo marginal de estas prácticas en la isla. En cualquier caso el pulso del Teatro Guimerá es aun muy débil y sujeto a propuestas puntuales, sin ni siquiera un sentido o una dirección clara en el tiempo y, como para el Laboratorio de Artes en Vivo del Teatro Leal de La Laguna, extremadamente dependiente del político de turno.

LEAL.LAV

Laboratorio de Artes en Vivo del Teatro Leal de La Laguna (LEAL.LAV)

Y al LEAL.LAV hemos llegado. Si algo ha sucedido de importancia para la escena contemporánea en Canarias en los últimos años es este mal llamado Laboratorio de Artes en Vivo del Teatro Leal (por lo de laboratorio). Impulsado por Javier Cuevas, ex coordinador de aquel maravilloso despropósito llamado Centro Párraga (Murcia), ha conseguido convencer al ayuntamiento con mayor dotación presupuestaria  para un área de cultura en la isla de la necesidad de ofrecer desde la institución un espacio paralelo destinado a la creación escénica contemporánea. Y por ahora funciona. Por la sala de cámara del Teatro Leal han pasado de forma regular y desde septiembre de 2012 la mayor parte de las propuestas y artistas fundamentales de la escena española de los últimos años en una programación discreta, definida y variada, quizás demasiado buenista y heredera de los contactos de la época Párraga, combinando formación, exhibición, mediación, residencias y cesión de espacios. Como en el caso del Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife, demasiado endeble y en dependencia del impulso y el deseo de Una Sola Persona y del concejal/a de cultura y del partido político al que representa (casualmente ambas concejalías en manos de partidos en minoría en sus respectivos ayuntamientos). Quizás lo más loable de este proyecto sea –además del hecho de poder ofrecer una programación estable en la isla desde lo público y con la ventaja, por ende, de no tener que rentabilizar económicamente desde la taquilla- el esfuerzo por conectar a los artistas  programados con los artistas y estudiantes locales a través de encuentros en la propia sala y fuera de ella (facultad de Bellas Artes, TEA, Escuela Canaria de Creación Literaria, Escuela de Actores…).

En este punto el can apunta a la patética influencia que ejerce la mayor parte del profesorado de la Escuela de Actores de Canarias sobre un alumnado básicamente orientado a la repetición de textos clásicos y al monólogo estúpido y televisivo. Un profesorado que, en general, no pisa un teatro (y menos si la propuesta se sale del canon, de la representación y de la convención) y un alumnado que se ve superado en curiosidad y sensibilidad hacia los nuevos lenguajes escénicos y el uso del cuerpo por profesores y alumnos de la Facultad de Bellas Artes.

Aitana-Cordero-Quim-Bigas-LEALTO-GET-HER(E) de Aitana Cordero y Quim Bigas en el LEAL.LAV/Foto: Javier Pino

¿Qué mas vemos desde lo alto?

Desde lo alto lo primero que se ve es el Auditorio de Tenerife. Un edificio espectacular en sus dimensiones, en su forma y en su contenido que ha venido canalizando en los últimos años el soporte económico de las propuestas en danza contemporánea de creadores isleños y la formación de profesionales a través de su programa Tenerife Danza Lab (otro laboratorio que no lo es). El Auditorio –como el TEA- responde a los intereses de la política cultural del Cabildo de Tenerife: ofrecer cartel (musicales, ópera, figuras del pop,…) y gestionar como continente la inversión en esta otra nueva joya de la herencia Calatrava. A cambio el equipo de dirección -mas ocupado en la política cultural que en la cultura misma- aporta su dosis de contemporaneidad y compromiso social (¿?) con este Laboratorio que, sin ser una compañía estable ni un espacio real de investigación, mantiene a cuatro ya no tan jóvenes bailarines en una dinámica de trabajo funcionarial, en una eterna formación/entrenamiento hacia ningún lugar en flaco favor hacia los propios integrantes del TDL. Es un ejemplo claro de cómo una buena dirección pedagógica y artistas con talento pueden sucumbir por pasiva a los intereses de la política cultural  desactivando los conflictos, las reacciones, las tensiones y las relaciones entre la estructura, la creación, los artistas… Desactivando desde dentro el objetivo mismo de la expresión contemporánea.

A este panorama -posiblemente muy parecido al de otros lugares de este país- hay que sumarle la desconfianza y la desconexión que en la gran mayoría de las ocasiones se da entre las personas y los proyectos fruto, posiblemente, de este “encerrarse sobre uno mismo” como estrategia de sobrevivencia y de la propia insularidad (aislamiento) como forma de ser y como forma de operar.

¿Qué relaciones reales hay entre la Escuela de Actores de Canarias y el Teatro Victoria? ¿Y entre el Festival DanzAtac y el LEAL.LAV? ¿Y entre el TDL y el Centro Atlántico de Arte Moderno? ¿O entre la Asociación Réplica de Empresas de Artes Escénicas de Canarias y cualquier forma de creación escénica contemporánea? ¿Qué conexiones hay entre artistas y espacios canarios con artistas y espacios peninsulares, europeos…? ¿Y entre los propios artistas? Mas allá de combinaciones efímeras entre unos y otros (más sujetas a intercambios en el plano de lo logístico y de lo mercantil) la realidad relacional no pasa de una tolerancia a secas donde unos simplemente soportan la presencia de otros. Por supuesto sin llegar a comprender en ningún caso qué mueve a mi vecino, en qué consiste su búsqueda, qué materiales utiliza, qué necesita mañana, hacia a dónde se dirige o qué tiene que ver conmigo.

En el plano de la creación sucede algo muy parecido. La ausencia de espacios comunes limita el contacto entre artistas dejando un catálogo de prácticas muy desconectadas entre sí (generalmente más conectadas con espacios y artistas peninsulares), desarrolladas desde la intuición, con pocas referencias y con escasos feedbacks que terminan generando confusión y debilitando la naturaleza de la propia creación contemporánea (más allá de tendencias, escuelas, líneas de práctica y pensamiento,…).

Desconexión y ausencia de comunidad que deja en el aire la viabilidad y la supervivencia de los proyectos, el crecimiento de los artistas, la memoria de lo que sucede y el compromiso y la curiosidad de los públicos. Perros quedan, no muchos, no muy grandes. Pero hace falta jauría para mantener viva la llama y llama para construir jauría. Porque es fácil en estas latitudes, tan soleadas, tan apacibles, tan planas, caer en la desidia, dejarse estar y -con las mejores intenciones- volver a descubrir América.

Sigan viniendo. Por favor. ¡Tienen un público maravillosamente virgen con el que retozar! Sigan queriendo venir. Nos ayuda y nos recuerda que hasta a dos mil kilómetros podemos madurar y autónomamente ser parte de algo.

Can Chanchán

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