Lo normal no es nada, nada es normal


TorreznosVengo a España un ratejo y me cambian los teatros. Fuimos a ver a Los Torreznos a lo que fue la Sala Triángulo, ahora llamada Teatro del Barrio (ojocuidado que de Teatro del Barrio a Cine de Barrio hay un paso). Me cuentan que medio regentado por San Juan, medio regentado por el barrio, o el colectivo –cooperativa-, no me quedó claro, la programación que vi colgada era un poco de allí un poco de aquí, un batiburrillo extraño que supongo que es lo que empieza a primar en las salas, nada de una línea artística, más lo “que tenga buena pinta” entra (o buena pinta de llenar la sala). En fin, entre el batiburrillo entran Los Torreznos y eso mola porque Los Torreznos molan lo hagan bien o lo hagan mal, y uno que vive el exilio capitalista extraña hasta a los performers españoles.

Energía española normal, Los Torreznos en el Teatro del Barrio

fFotografía de Juan Carlos Lucas

Energía española normal. Sigo pensando que habría que hacer un MAX a títulos de piezas teatrales, éste estaría nominado, pero ganaría La Zaranda con El régimen del pienso. La pieza es de las más antiguas, o las primeras, de Los Torreznos; depende desde dónde mire usted. En la línea de Los Torreznos encontramos varias de sus constantes: el trabajo con la palabra, la repetición vocal, la sencillez, la acumulación. Los Torreznos recorren una lista (escrita en chino) que van representando a veces de forma más cercana, otras más distanciada, otras más absurda y surrealista. En ella visitan tópicos españoles. El primero: “En España todavía se va la luz”. Son campechanos (en el sentido menos Real de la palabra), son sencillos, y a la vez esa sencillez va abriendo mella en el público, como si trabajasen la piedra -¡con el humor, oh maravilla!- y con el cincel abriesen una brecha en la que adentrarse. Mientras recorren la lista van sacando botellas de vino, aceitunas, puros, juegan, trabajan un estado de presencia muy olvidado en el teatro español, una forma de estar, aquí y ahora, en la que nadie puede escapar, ni ellos ni nosotros. Evidentemente después de beberse una botella de vino cada uno no hay forma de no estar, de escape. Poco a poco esa fiesta en la que ellos están y nosotros no -se encargan de recordarnos- va transformándose en una pelea de púgiles absurdos, un cuadrilátero en el que Mortadelo y Filemón (insignes representantes de la españolidad) se pelean de forma extraña. A lo largo de la obra, en tres ocasiones, se nos pregunta, ¿qué es lo normal? Y ahí radica el asunto, la pregunta de la pieza, ¿qué es lo normal? La última vez que lo preguntan lo hacen para cerrar la obra, ¿qué es lo normal? Preguntan, y abren la respuesta al público. Sólo un niño se atreve a responder: lo normal no es nada, nada es normal. Bien. Les gusta esa respuesta, siguen preguntando y se deciden, por fin, a darnos (su) una respuesta: lo normal es la política. Y ahí me quedé preguntándome si era necesario haber dado esa respuesta, si no estaba ya la respuesta dentro de la pregunta, si podían haberse quedado así, sin más, dejando la pregunta en el aire

Lo pasamos bien con Los Torreznos en el Teatro del Barrio y nos dio para luego echar unas cañas y hablar mucho sobre teatro contemporáneo, performance, humor, Faemino y Cansado, clown, España y demás. Y yo me voy de España mejor, creo, gracias a ellos.

11Fotografía de Juan Carlos Lucas

BREVE NOTA PARA POETAS: Antes del espectáculo de Los Torreznos, pasó por el escenario Peru Saizprez para recitar sus poemas. Me surgieron algunas preguntas: ¿Ponerse un traje llamativo y colocar un libro en un rollo de colores justifica un montaje escénico? ¿Qué diferencia hay entre eso y sentarse a leer del libro sin más? ¿Un poema se sostiene al decirlo simplemente por ser poema? ¿Deberían los poetas leer sus propios textos, o deberían leerlos otros, actores quizás? ¿La mona aunque se vista de seda, mona se queda? ¿Es lo mismo una librería, un café y un teatro? ¿Si un poeta recita en un teatro y nadie lo oye, es un poeta? En fin, muchas preguntas, a lo mejor demasiadas.

Perro Checo

En Perro Paco hemos hablado de Los Torreznos antes, aquí.
Perro Checo ya escribió aquí y aquí.

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Macroteatro por la patilla

  No sé cómo me las compongo, que pásase mi vida en un continuo discreto, sin interpolar una mierda. Si hacía casi un mes andaba yo por las viejas calles de la Nueva España buscando donde hincharme a chilaquiles, ahora gasto dieta de nectarinas y paraguayas. Si el año pasado todo solo a mis estrechas morando en una madriguera de mala muerte, de esas de menos de treinta metros cuadrados, ahora danzando por estos mis corredores, de lo que se me antoja inmenso palacio. Y así con todo, que ya puede andar buscando Paco Lobatón a ese el hombre aristotélico, el del término medio, que llamaba el hombre prudente. Porque me paso mañanas y tardes entre modelos, buscando una variedad que minimice la suma de los cuadrados de las distancias a la muestra de todos los datos, y me doy con un canto en los dientes sí hay algún maldito puto punto que esté contenido en ella. Vamos, dicho vagamente, que eso del “promedio” es purita abstracción.  Pero bueno, mea culpa, será que soy hombre de excesos.

  Hacía justo una semana que había ido al teatro, a la Sala Triángulo, donde representaban una obra llamada “La realidad”, y aunque eso de que la oscuridad es luz detenida no me lo acabé de comer, porque un fotón o cualquier otra partícula nunca puede estar en reposo, sino que es sólo su ausencia (la luz se absorbe, se refracta o se refleja), salí muy satisfecho, por ser cosa entendible y currada, lo que es más que suficiente para un hombre lego en el arte del retablo. Así que me andaba con suma cautela por las calles de esta ociosa ciudad, temeroso de que alguna morralla me asaltase a la vuelta de cualquier esquina. Fue en la que traza “Loreto y Chicote” con “Corredera Baja de San Pablo”. Me habían invitado compañeros del curro, y como, a pesar de ser espíritu solitario, uno no puede dar largas eternamente, y menos tratándose de buena gente, había aceptado. Hice mis cálculos, me di una ducha bien larga y salí de Atocha para Malasaña. Trotaba sumido en prejuicios, lata en mano, blasfemias mascando. Luego habría de ratificarlos. ¡Válgame! -me decía- ¿Microteatro por dinero? A estos bien pronto les planto yo un macroteatro por la patilla en el local aledaño. Ya sabéis, por eso de la competencia desleal. Pero bueno, Primum vivere, deinde philosophari… ¡Si, la verdad, comer es lo primero! Pero nótese la clara distinción que hace el Estagirita: por un lado comer, y por otro filosofar ¡Bienaventurados los que puedan hacer de su pasión jornal!

  Llegué como siempre impuntual: demasiado temprano. En la calle se estaba debuti, que dicen los autóctonos. Soplaba ligerísima brisa otoñal, y yo escrutaba el ambiente en busca de alguna exótica mientras apuraba mi birra. Había algo de agitación y me preguntaba la causa. La gente parloteaba a la puerta sin cesar. Una a mi vera, verita, verita mía, ya se había clavado un par de impertérritos en dos frases, y yo me decía: ¡Aquí está la crema! Pronto di con la causa del revuelo: Pilar Bardem estaba a la puerta con su hijo. La verdad es que Pilar Bardem sólo me la pone dura en sus fotos de juventud, y su hijo nunca. Pero tenían pinta de buena gente, y como decía mi padre, eso es lo más importante. Llegaron los colegas y nos entramos al local. El ambigú cojonudo: mesitas en la entrada, barra bien larga y, rebasada la pantalla, pasillo hasta el fondo y baño abajo. La pantalla es cosa de carnicería, de yo a mi número y cuando me llamen, con la diferencia de que el solomillo es proteína de la güena, y lo que estamos a punto de ver inanición del alma.