IV Festival inTACTO. Larga vida.

En Vitoria, el viernes, llovía. Llegué empapado pero tenía el tiempo suficiente para pasear por la Calle Cuchillería para tomar unos zuritos, unos pintxos, un café y algún pacharán.

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Este fin de semana fui a Vitoria para asistir a la IV edición del Festival inTACTO, promovido por Factoría de Fuegos, en el Artium (Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo).

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Fundación Collado-Van Hoestenberghe

Después de la inauguración: la presentación del Festival, los colaboradores, la programación…; nos invitaron a un vino de Navarra y entramos a ver la primera pieza De milagros y maravillas -Conferencia optimista- de la Fundación Collado-Van Hoestenberghe. Por el título, antes de saber nada y de haber visto nada, la cosa me recordaba a esto, esto y esto. Tenía que ver, pero no tenía nada que ver. Una pieza juguetona, con humor, con tiempos medidos y coqueteo con el público, con unas plantas que iban ocupando el escenario sin saber muy bien porqué, con una estructura de conferencia algo deslavazada, pero que funcionaba de maravilla. O de manera milagrosa. Con música y canciones en directo de la mano de Barbara Van Hoestenberghe. La enseñanza de la obra: “el que no se divierte es porque no quiere”. Sabiduría antigua. Aquí un vídeo.

Después fui a ver el work-in-progress Estaba muerta, de Parasite Kolektiboa, interpretado por Garazi Lopez y dirigido por Hannah Frances. Una pieza de danza, con acotaciones proyectadas -que acabe por no leer- basada en la relación de la bailarina con su abuela Salomé. Patrones de movimiento, elipsis temporales, un hospital, un ataúd, el cáncer.

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Etiquette, de Rotozaza

El sábado seguía lloviendo y había cosas a las que ir. Por la mañana Etiquette de Rotozaza, auto-teatro; pieza que ya vi en el Museo Reina Sofía. Experiencia para dos espectadores que se convierten en personajes al seguir las instrucciones que salen de unos auriculares. Y And the birds fell from the sky, de Il pixel rosso (Italia/Reino Unido), una experiencia para los sentidos, también de dos en dos, en la que participar en un amago de historia de unos payasos punkys. ¿Teatro invasivo? Unas gafas de realidad virtual y unos auriculares de los que salen otras instrucciones. Te montan en un coche y te pasean en una silla de ruedas. Vas al campo y te da la brisa en la cara. Te escupen en la cara. Algo a medio camino entre el videojuego y el teatro de los sentidos.

Por la tarde, platos fuertes. La propuesta de danza Gag, del Colectivo Qualquer, interpretada por la brasileña, que vive en el País Vasco, Luciana Chieregati. Una pieza sencilla, un cuerpo y un altavoz. Un génesis y una deconstrucción del sujeto, en busca de las raíces del significado y los significantes, ¿quién somos y cómo nos construyen?, que no dejó al público indiferente. 30 minutos densos, de movimiento incansable, de arcada, que no baja nunca la guardia. Me acordé de Patricia Caballero y de algún espectáculo que he visto de butoh.

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El Pollo Campero

Después, El Pollo Campero. Comidas para llevar, que estuvo en el Fringe14 este verano. Sekvantaro. Piezas codependientes de duración relativa en las que las actrices intentarán no hacer teatro; es lo que su nombre indica y lo que explican las actrices en el espectáculo. Una propuesta plagada de humor, autoreferencial, que acaba con un fondo triste. Juega con el público y destapa algunos de los convencionalismos del teatro y del teatro contemporáneo y también de los “ruegos y preguntas”: un convencionalismo más. Cristina Celaya y Tatiana Sánchez han ideado un mecanismo que funciona y hace que el público esté con ellas, desnudándose literal y no-literal. Divertido.

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Escenas para una conversación…, de El Conde de Torrefiel

Para terminar el día, El Conde de Torrefiel, Escenas para una conversación después del visionado de una película de Michael Haneke, publicado por Teatron.tinta. Lleno hasta la bandera. Hablaron del texto, aquí. Hablaron del último trabajo de El Conde de Torrefiel en Perro Paco, aquí, aquí y aquí. Y ellos hablan de los líos que tienen entre manos, entrevistados por Rubén Ramos, aquí. E.P.U.C.D.D.V.D.U.P.D.M.H. comparte rasgos con otras de sus piezas: irónica, narrativa, intentando traducir la realidad contemporánea en escena, lúcida, más o menos fragmentaria, con un gran espacio sonoro y una buena iluminación, con un poso amargo. Sutilmente trenzada: no deja de ser una ironía que una pieza que lleva a Haneke en el título sólo se hable de Lars von Tiers; o que la obra de ARCO sea una cabeza de ciervo, con un neón verde, como el logo de Jägermeister. La obra consigue dejar una atmósfera parecida a la que dejan las películas del austriaco. Inquietante y turbadora. No es nada nuevo decir que El Conde de Torrefiel es una las compañías más interesantes del panorama nacional. Pues eso.

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Trópico #9. Tierra Quemada, de Txalo Toloza-Fernández

El domingo, para terminar el Festiva inTACTO, dejó un poco de llover. Por la tarde vi Trópico #9. Tierra Quemada, de Txalo Toloza-Fernández. Rubén Ramos habló de la pieza aquí. Pero Perro, un perro muy pero, acá. Un artefacto/instalación contunde e hipnótico, hecho de bolsas de plástico llenas de globos; con un relato duro y político, que nos invita a la rebeldía y nos da las instrucciones para quemar nuestra casa y que el fuego se expanda lo más rápido posible. A pesar del retraso y de los problemas técnicos la cosa estuvo bien, y el público, horas más tarde, aún seguíamos transitando la Tierra Quemada.

Después presentaron su proyecto Change my mind los ingleses Unfinished Business. Un trabajo que llevan gestando desde hace 18 meses y que explora la capacidad humana para el cambio positivo y su impacto en el bienestar.

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Cosas que nos gustaría…, de Los Bárbaros

Y para terminar el fin de semana, Los Bárbaros y su obra Cosas que nos gustaría ver en un escenario, un trabajo juguetón, con tintes poéticos y políticos, improvisación y humor, que consiguió tumbar al público sobre el escenario. Un espacio que se va habitando, llenando de cosas, re-creándose. El dispositivo es sencillo: una lista, proyectada en castellano, vasco e inglés; y diferentes acciones que ilustran o dan un giro de tuerca a los enunciados. Ellos hablaron de su trabajo en su blog de Teatron, aquí.

La propuesta finaliza con una fiesta, repartiendo botellas de vino al público, una verbena de pueblo -Paquito Chocolatero incluido-, que dio pie a clausura del festival en el bar Darkablar.

Un fin de semana intenso. Un Festival que acerca la escena contemporánea a la ciudad de Vitoria, a pesar de su ajustado presupuesto. Cuando se quiere, se puede. En el páramo en el que se están convirtiendo ciudades como Madrid o Barcelona, propuestas en las afueras de lo que tradicionalmente son los dos grandes núcleos de exhibición, Festivales como inTACTO (Vitoria), Inmediaciones (Pamplona) -leer las crónicas de Marc Caellas, aquí, aquí y aquí– o Teatracciones (Burgos) son necesarias trincheras de resistencia. Larga vida.

Perro Pulga

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#1 Canarias | Perros tirados al sol

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Quién mejor que un perro para dar un buen repaso a la escena contemporánea en las Canarias. Tierra de canes, ya se sabe. De perros de gran tamaño. Ni buenos ni listos ni fieles ni bellos. Grandes y muchos. Y, como nuestras amigas las lagartijas, tirados al sol.

Islas afortunadas. Tierra de paso. Vendida, comprada y vuelta a vender a lo largo de los siglos por piratas, reyes, mercaderes y estados hasta nuestros días. Puerto franco exento de IVA, tesoro invernal para nórdicos, teutones y jubilados del Imserso, paridora de mangos y plátanos, viaje en el tiempo a paisajes prehistóricos (naturales y antropológicos), a la cabeza en tasa de paro en España y a la cola de los informes PISA. Territorio ultraperiférico naturalmente ligado a la fábula, a inventar historias. Y a inventar su historia.

¿Qué está pasando en Canarias? Preguntan en Barcelona. ¿Masu está por allí? ¿Y Carmelo? ¿Volvió de Méjico? ¿Qué pasó con A ras de suelo? ¿Y lo de La Laguna? ¿Quién está programando allí al Conde, Gisèle Vienne, Claudia, Juan Domínguez, la Córdoba, a David Espinosa, a Ernesto y Bárbara, Doctor Alonso, Amalia Fernández,… a (casi) todos? ¡Hasta la Liddell y su cuento chino! Y Dani Abreu… ¿este también era chicharrero…?

Muchas preguntas sin responder, misterios distorsionados por la distancia y por la lupa brumosa del Atlántico que vuelven a hacer de Canarias un territorio (parafraseando a Amalita) maravilloso, maravilloso… Tratemos de alzarnos unos metros sobre la tierra volcánica y de hacer un mapeado subjetivo, sesgado y perruno de lo que hay (si es que hay algo) y, sobre todo, de cómo se mueve.

Canarias

Si echamos la vista (un poco) atrás contemplamos un territorio cultural en muchos sentidos adelantado a su tiempo que supo saltar a Europa sin pisar la península cuando allí los grises repartían como reparten ahora los nacionales. La vanguardia y el surrealismo calaron profundamente entre artistas e instituciones encontrando un perfil a medida para este carácter entre suramericano y andaluz (lo de africano lo dejamos para la fábula). De esta inercia aparecieron en los 70-80-90’s artistas de la escena y de las artes de la acción (fundamentalmente en la performance y en la danza) que pasearon su canariedad por espacios de creación, festivales y compañías… ¡Siempre te encontrabas a un bailarín/a canario en Berlín, Barcelona o Bruselas!

Y sí, la danza es de las pocas disciplinas que en las islas han ido sobreviviendo a la debacle cultural y al embrutecimiento programado del país. Todo lo demás directamente ha desaparecido. Otras formas de expresión performativa han quedado relegadas en los últimos años a fugaces experimentos académicos o, en el mejor de los casos, a pequeños ciclos vinculados al Museo y al empecinamiento de los gestores de alguna caja blanca en Gran Canaria y Tenerife. Como es muy corto empezaremos por aquí.

a-ras-de-sueloGran Canaria ha sido siempre el foco y el termómetro cultural para las escénicas contemporáneas en las islas. El Hueco sacó adelante durante años un A ras de suelo dinámico y esperanzador que cayó con la misma facilidad con la que en su día la escena contemporánea saltaba a las islas convencida de estar realizando la buena acción del día en un contexto de amistad y playa (el espíritu evangelizador del artista europeo no tiene límites). Era como ir al pueblo con la farándula, como un Pontós de los artistas/para los artistas pero con la diferencia de que Las Palmas es una capital de provincia con más de 350.000 habitantes entre los que se encuentran unos cientos de curiosos. Carmelo se dejó la energía en bregar con las obtusas administraciones canarionas pero sucedió y fue grande. Grande en todos los sentidos porque sembró, básicamente, dos semillas muy importantes que hoy agonizan. Una, la de la referencia y el impulso a las nuevas generaciones locales que compartieron mesa con esa escena contemporánea peninsular. Y otra, la de ejercer de testigo de la herencia performativa para la institución cultural canaria (oxímoron). Un testigo que a día de hoy sólo recogen -muy modestamente- el Centro de Arte La Regenta y el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) en Gran Canaria impulsados básicamente por artistas como Gregorio Viera, Pedro Déniz y Raquel Ponce. Más esporádica y raquíticamente, las ocurrencias puntuales del Tenerife Espacio de las Artes (TEA) en Tenerife y los “pinitos” y buenas intenciones del Organismo de Cultura de Santa Cruz a través del Ciclo sobre Cuerpo y Performatividad organizado a finales del año pasado por Masu.

Lo del TEA, evidentemente, requiere mención especial por lo nada especial que supone ser en este país poco más que un continente de nadas varias bajo la dirección de nadie (es decir, otro instrumento más al servicio directo de la política insular). Más allá de estas iniciativas en Las Palmas nos queda el discreto e importante trabajo del colectivo Fluxart y los coletazos folclórico queers de nuestra muy querida Mauri/Celeste. ¿Ya está? Pues sí.

La-artista-grancanaria-Raquel-PonceRaquel Ponce en el CAAM

Pero… ¿y los espacios escénicos? ¿Y los teatros?

Los teatros, como en Madrid, con la risa tonta. Pero más.

Hace unas semanas unos artistas en residencia en el Laboratorio de Artes en Vivo del Teatro Leal de La Laguna (volveremos luego a este no-se-sabe-aún-si-oasis-o-espejismo) contactaron con un artista local para ofrecerle una colaboración para el diseño del espacio sonoro de su pieza en proceso. Más allá de la incapacidad del artista invitado para integrar sin juicios la propuesta de los residentes llamó la atención su referencia a la gran cantidad de artistas que había en las islas en comparación (siempre según su visión) con otros lugares de España. Muchos y muy grandes (como los canes). A lo que los artistas residentes respondieron: ¿y dónde están que las salas están vacías? Como señala una buena amiga, “el aislamiento hace creer a los artistas locales que son la polla, nada más y nada menos”. Un ejemplo significativo: el artista canario por lo general no se informa de lo que va a ver (si es que va a ver algo).

Lo de las salas vacías eran conjeturas que habían llegado a los oídos de estos residentes que tenían que ver con la existencia de las mismas, otra de las típicas fábulas canarias. Porque, como en otros puntos del territorio, o no hay o no se ven.

Empecemos de nuevo por Las Palmas (y disculpen si no hago referencia a otras islas pero, para qué…). El Teatro Cuyás, el Teatro Guiniguada, el Pérez Gadós… se mueven bajo los mandos de gerentes infantiles que diseñan programaciones espectaculares sin el más mínimo interés por los nuevos lenguajes escénicos, apartando de sus carteles cualquier atisbo de expresión contemporánea bajo la excusa del público: es que Mi teatro Aún no tiene público para estas propuestas. Lo más interesante es el AÚN. Integran en sus razonamientos que algún día llegará ese público que hoy no existe y que, si existiera, no es suficientemente relevante como para tenerlo en cuenta.

En la isla de Tenerife sucede exactamente lo mismo pero con un par de excepciones que la convierten, con un mínimo de méritos, en el triste referente de la escena contemporánea en Canarias (da pena hasta escribirlo).

Por un lado Roberto Torres y un Teatro Victoria que tras quince años de dura sobrevivencia y una programación estable (en el tiempo) se encuentra ante los contagiosos y mórbidos síntomas del Síndrome de la Red de Teatros Alternativos (del que otros perros han dado buena cuenta-aquí y aquí-). Siendo el espacio natural para la creación contemporánea (de los 90-00) en Santa Cruz de Tenerife, la casa a la que todos los artistas recurren y el único espacio privado orientado a las prácticas (fundamentalmente) de la danza, se encuentra hoy en un difícil equilibrio entre el centro académico/de ocio y un espacio de creación/exhibición sin una línea programática clara (lo del síndrome…). Teniendo en cuenta que el apoyo y las políticas culturales a terceros en Canarias son prácticamente inexistentes sólo queda dejarse fagocitar por festivales impulsados por grandes estructuras (Auditorio) que diversifican propuestas, espacios y riesgos entre espacios menores y sin capacidad de decisión, y seguir invirtiendo energías en un modelo de gestión/programación muy personalista que no termina de abrirse al entorno cercano (aun teniendo el reconocimiento, el cariño y la fidelidad de una buena parte de los públicos contemporáneos de la isla). Nadie le quita el mérito a este gran desconocido de la cultura santacrucera, todo lo contrario. Pero… The Times They Are a-Changin’y necesitamos espacios con un discurso claro y contundente. Algunas señales –como la bien recibida extensión estival del Victoria en las calles de Garachico, pequeño pueblo costero del norte de Tenerife- nos dicen que se apunta hacia un cambio más allá de sus paredes, aunque es precisamente entre sus paredes donde este perro cree que debiera suceder el cambio.

Paisajes-de-la-memoriaPaisajes de la memoria (2006) de la Compañía Nómada del Teatro Victoria

El teatro principal de Santa Cruz de Tenerife (el Teatro Guimerá) tiene al frente a una persona (un profesional) sensible con ganas de introducir pequeños cambios en el malabarismo charcutero del gestor municipal. Hoy los pequeños milagros requieren pocos gestos (o los perros crédulos, en el fondo, los vemos por todas partes) y por aquí se están comenzando a dar. Aún con el enemigo en casa –una estructura administrativa plagada de funcionarios desganados, pagados de sí mismos y sin el mínimo interés por el trabajo del artista- el Guimerá está impulsando con recursos muy ajustados algunos proyectos de  investigación y creación contemporánea. Para un teatro de las dimensiones históricas del Guimerá pensamos que este es un ejercicio de responsabilidad. Sobre todo de cara a los creadores y a un público escasísimo que, en Santa Cruz de Tenerife, viene siempre canalizado por Equipo Para, otro de los pequeños oasis asociativos que generan cultura y pensamiento contemporáneo en la isla. Un inciso: este sí es de verdad un espacio para la creación y la nutrición de buenos perros en Canarias. Habría de ser el espacio natural para la experimentación escénica y quizás por eso mismo sea el lugar que, por su escasa programación, ponga de manifiesto lo marginal de estas prácticas en la isla. En cualquier caso el pulso del Teatro Guimerá es aun muy débil y sujeto a propuestas puntuales, sin ni siquiera un sentido o una dirección clara en el tiempo y, como para el Laboratorio de Artes en Vivo del Teatro Leal de La Laguna, extremadamente dependiente del político de turno.

LEAL.LAV

Laboratorio de Artes en Vivo del Teatro Leal de La Laguna (LEAL.LAV)

Y al LEAL.LAV hemos llegado. Si algo ha sucedido de importancia para la escena contemporánea en Canarias en los últimos años es este mal llamado Laboratorio de Artes en Vivo del Teatro Leal (por lo de laboratorio). Impulsado por Javier Cuevas, ex coordinador de aquel maravilloso despropósito llamado Centro Párraga (Murcia), ha conseguido convencer al ayuntamiento con mayor dotación presupuestaria  para un área de cultura en la isla de la necesidad de ofrecer desde la institución un espacio paralelo destinado a la creación escénica contemporánea. Y por ahora funciona. Por la sala de cámara del Teatro Leal han pasado de forma regular y desde septiembre de 2012 la mayor parte de las propuestas y artistas fundamentales de la escena española de los últimos años en una programación discreta, definida y variada, quizás demasiado buenista y heredera de los contactos de la época Párraga, combinando formación, exhibición, mediación, residencias y cesión de espacios. Como en el caso del Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife, demasiado endeble y en dependencia del impulso y el deseo de Una Sola Persona y del concejal/a de cultura y del partido político al que representa (casualmente ambas concejalías en manos de partidos en minoría en sus respectivos ayuntamientos). Quizás lo más loable de este proyecto sea –además del hecho de poder ofrecer una programación estable en la isla desde lo público y con la ventaja, por ende, de no tener que rentabilizar económicamente desde la taquilla- el esfuerzo por conectar a los artistas  programados con los artistas y estudiantes locales a través de encuentros en la propia sala y fuera de ella (facultad de Bellas Artes, TEA, Escuela Canaria de Creación Literaria, Escuela de Actores…).

En este punto el can apunta a la patética influencia que ejerce la mayor parte del profesorado de la Escuela de Actores de Canarias sobre un alumnado básicamente orientado a la repetición de textos clásicos y al monólogo estúpido y televisivo. Un profesorado que, en general, no pisa un teatro (y menos si la propuesta se sale del canon, de la representación y de la convención) y un alumnado que se ve superado en curiosidad y sensibilidad hacia los nuevos lenguajes escénicos y el uso del cuerpo por profesores y alumnos de la Facultad de Bellas Artes.

Aitana-Cordero-Quim-Bigas-LEALTO-GET-HER(E) de Aitana Cordero y Quim Bigas en el LEAL.LAV/Foto: Javier Pino

¿Qué mas vemos desde lo alto?

Desde lo alto lo primero que se ve es el Auditorio de Tenerife. Un edificio espectacular en sus dimensiones, en su forma y en su contenido que ha venido canalizando en los últimos años el soporte económico de las propuestas en danza contemporánea de creadores isleños y la formación de profesionales a través de su programa Tenerife Danza Lab (otro laboratorio que no lo es). El Auditorio –como el TEA- responde a los intereses de la política cultural del Cabildo de Tenerife: ofrecer cartel (musicales, ópera, figuras del pop,…) y gestionar como continente la inversión en esta otra nueva joya de la herencia Calatrava. A cambio el equipo de dirección -mas ocupado en la política cultural que en la cultura misma- aporta su dosis de contemporaneidad y compromiso social (¿?) con este Laboratorio que, sin ser una compañía estable ni un espacio real de investigación, mantiene a cuatro ya no tan jóvenes bailarines en una dinámica de trabajo funcionarial, en una eterna formación/entrenamiento hacia ningún lugar en flaco favor hacia los propios integrantes del TDL. Es un ejemplo claro de cómo una buena dirección pedagógica y artistas con talento pueden sucumbir por pasiva a los intereses de la política cultural  desactivando los conflictos, las reacciones, las tensiones y las relaciones entre la estructura, la creación, los artistas… Desactivando desde dentro el objetivo mismo de la expresión contemporánea.

A este panorama -posiblemente muy parecido al de otros lugares de este país- hay que sumarle la desconfianza y la desconexión que en la gran mayoría de las ocasiones se da entre las personas y los proyectos fruto, posiblemente, de este “encerrarse sobre uno mismo” como estrategia de sobrevivencia y de la propia insularidad (aislamiento) como forma de ser y como forma de operar.

¿Qué relaciones reales hay entre la Escuela de Actores de Canarias y el Teatro Victoria? ¿Y entre el Festival DanzAtac y el LEAL.LAV? ¿Y entre el TDL y el Centro Atlántico de Arte Moderno? ¿O entre la Asociación Réplica de Empresas de Artes Escénicas de Canarias y cualquier forma de creación escénica contemporánea? ¿Qué conexiones hay entre artistas y espacios canarios con artistas y espacios peninsulares, europeos…? ¿Y entre los propios artistas? Mas allá de combinaciones efímeras entre unos y otros (más sujetas a intercambios en el plano de lo logístico y de lo mercantil) la realidad relacional no pasa de una tolerancia a secas donde unos simplemente soportan la presencia de otros. Por supuesto sin llegar a comprender en ningún caso qué mueve a mi vecino, en qué consiste su búsqueda, qué materiales utiliza, qué necesita mañana, hacia a dónde se dirige o qué tiene que ver conmigo.

En el plano de la creación sucede algo muy parecido. La ausencia de espacios comunes limita el contacto entre artistas dejando un catálogo de prácticas muy desconectadas entre sí (generalmente más conectadas con espacios y artistas peninsulares), desarrolladas desde la intuición, con pocas referencias y con escasos feedbacks que terminan generando confusión y debilitando la naturaleza de la propia creación contemporánea (más allá de tendencias, escuelas, líneas de práctica y pensamiento,…).

Desconexión y ausencia de comunidad que deja en el aire la viabilidad y la supervivencia de los proyectos, el crecimiento de los artistas, la memoria de lo que sucede y el compromiso y la curiosidad de los públicos. Perros quedan, no muchos, no muy grandes. Pero hace falta jauría para mantener viva la llama y llama para construir jauría. Porque es fácil en estas latitudes, tan soleadas, tan apacibles, tan planas, caer en la desidia, dejarse estar y -con las mejores intenciones- volver a descubrir América.

Sigan viniendo. Por favor. ¡Tienen un público maravillosamente virgen con el que retozar! Sigan queriendo venir. Nos ayuda y nos recuerda que hasta a dos mil kilómetros podemos madurar y autónomamente ser parte de algo.

Can Chanchán

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Esto no es una crítica

Si fuese una crítica se titularía “Cagar el siglo XX”, o algo así. Pero esto no es una crítica, es una declaración de amor Lo que me sirve para reivindicar la dimensión relacional y afectiva de la crítica escénica 2.0, desmontar el mito de su objetividad, y así avisar a los que nos leéis que no asistís a una presentación científica en un teatro anatómico forense. Porque esto no es una crítica, es una declaración de amor. Mucho más difícil de escribir que una crítica. Pero antes lo de siempre. Contexto, contexto y contexto.

Espero que mientras escribo esto no cambien el nombre del Festival de Otoño a Primavera y lo llamen Festival de Primavera a Otoño y decidan para el siguiente programar todo en verano, cuando la gente está en Montemor-o-Velho, en Benidorm, en Aviñón o de Interrail. Seguro que vuelven a sorprendernos. Llegará el momento en que nos arremanguemos y tengamos una buena agarrada sobre este festival. Después de la decepción, y también lo digo con amor, de Todo el cielo sobre la tierra y Las palabras, llevaba semanas tachando los días en el calendario que faltaban para el estreno de La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento.

Al margen de las estadísticas, uno de los males de nuestro tiempo, no sé si los programadores serán conscientes del acierto que han cometido al confiar en quien les haya propuesto La chica como obra programable en el Festival de Otoño a Primavera. ¡Señores programadores, este el camino, este es el tipo de propuestas escénicas que gran parte del público reclamamos! Seguiremos recordándolo, por si acaso.

Y ahora es cuando hay que levantarse y aplaudir el empeño de Teatro Pradillo para que dicho universo pueda formar parte de nuestro presente escénico. Ya lo demostraron la temporada pasada al acoger Escenas para una conversación después del visionado de una película de Michael Haneke, y este año lo han vuelto a hacer. A diferencia de la mayoría de salas españolas, en las que este tipo de obras sólo podrían verse un fin de semana o los domingos o miércoles durante un mes, las dos últimas obras de El Conde han podido crecer durante dos semanas en Pradillo. Un gesto cuya importancia es vital, ¡vital!, ya que permite mejorar las obras, que mucha más gente pueda ir a verlas, y que algunos podamos repetir. Una apuesta por la creación contemporánea que recuerda a la que hace años, en su anterior etapa, Teatro Pradillo realizó con Rodrigo García, Angélica Lidell y muchos otros, y de la que todos tenemos que estar profundamente agradecidos. Se hace público al programar. Ya me siento.

Otra cosa, señores programadores, es necesario que en su festival, que también es de todos y todas, montajes como La chica o Las palabras se hagan en salas periféricas al poder. Si todo se representase en los Teatros del Canal, por ejemplo, por muy grandes y vistosos que sean sus espacios, y sólo en el dilatado festival ves un puñado de buenas obras es cuando se escuchan cosas como “el Festival de Otoño es de lo poco que nos queda en Madrid”, y te callas y no respondes, por pena y por mala hostia. Y nadie queremos eso, ¿verdad? Si se intercala el festival con programaciones de salas como Cuarta Pared o Teatro Pradillo no chirría tanto. Seguiremos recordándolo, por si acaso.

Si esto fuese una crítica, empezaría diciendo que no estoy de acuerdo con lo que escucho y leo por ahí de La chica y El Conde. Aunque haya leído poco o nada en los grandes think tanks. ¡Señores críticos, Pablo Caruana no puede hacerlo todo solo! Me refiero particularmente a que no estoy de acuerdo con respecto al encasillamiento de El Conde como teatro posdramático. Qué manía con querer tenerlo todo organizado en categorías. Es decir, controlado. Si cualquiera coge una manual de psiquiatría tipo DSM-IV se asustaría comprobando que cumple muchas de las características de casi todos los trastornos mentales. Creo que no se debería haber traducido al español el Teatro posdramático de Hans-Thies Lehman. No casi quince años después. Porque se vuelve a introducir un término en nuestro vocabulario que aparte de estar malgastado, no sirve para designar muchas de las fórmulas de nuestros días, no permite emerger nuevas energías escénicas y condiciona tanto la compresión de las obras por parte del público como la conciencia que los creadores tienen de su trabajo. Nada nuevo en un país que ha empezado a leer a los psicópatas neoliberales hace poco. No creo que el teatro de El Conde sea posdramático. Por lo menos no sólo posdramático. La chica por ejemplo toma una estructura narrativa clásica, la del viaje, con unas protagonistas a las que les ocurren cosas. Por seguir lanzando piedras a mi tejado, la obra tiene hasta coro, vaya. Pero vayamos poco a poco, que ya alguno empezará que si no hay personajes y todo eso. Tan sólo quiero decir que hay que dejar más libertad a quienes basan su trabajo en el riesgo y se mueven en territorios liminares en una disciplina que lleva dos milenios y medio de tradición a sus espaldas. Tan sólo quiero decir que no hagamos como esos padres que dicen a su hijo desde niño que tiene que ser abogado o técnico superior en dietética y nutrición. Y además lo digo porque me parece que va en coherencia con lo que nos propone La chica. Que miremos por el retrovisor para saber dónde estamos, pero que de una puta vez ya digiramos el pasado, lo caguemos, y sigamos el viaje ligeros de equipaje.

Si esto fuese una crítica, diría que ése es el tema central de la obra, y que es un tema con el que Europa no se ha enfrentado todavía, o no se ha enfrentado bien. Europa tiene que digerir y cagar el siglo XX, y asumir que la mierda resultante no es bonita. Europa tiene que reflexionar una y otra vez sobre las palabras que Lars Von Trier dijo en unos de sus chous publicitarios hace un par de años: “Comprendo a Hitler”, y no mirar para otro lado. Europa tiene que mirar una y otra vez la foto en la que Stefan Zweig y su mujer están abrazados después de suicidarse porque supieron que no podrían digerir el siglo XX. Europa tiene que dejar de tropezarse una y vez con la misma piedra, comprenderla, y pegarle una patada, aunque duela. Y España más de lo mismo. El problema de España es que la piedra puede caer en cualquier cuneta llena de cadáveres, y despertar a un fantasma que vuelva a dejar la piedra donde estaba. El problema de España es que no colgó a Franco por los huevos en una plaza y que lo vio morir plácidamente intubado. Etcétera. La chica nos obliga a enfrentarnos al pasado de Europa, de España y de alguna forma al de cada uno. A la salida deberíamos pagar a El Conde como quien va al psiquíatra y se va casa aliviada por exponerse a un trauma que no le permitía tirar pa´lante. El problema para El Conde es que el peso de este tema desactiva por momentos en La chica una de sus potencias, su particular visión de la realidad más inmediata, más trash, más de jugar al basket o de pasear al perro. A mí como espectador me compensa, y asumo la pérdida. Porque me interesa, porque lo necesito, porque me duele, porque me río, porque me pone, porque me entretiene, y porque creo que La chica les servirá para mirar aquella realidad inmediata con más intensidad en su siguiente obra, y yo quiero estar allí cuando pase.

Si esto fuese una crítica, diría que La chica es una obra de texto. Un texto escrito por Pablo Gisbert “junto con las intérpretes”. Un pedazo de texto. Un textazo. Odio la palabra madurez, porque las personas maduras son las que se hacen pasar por los reyes magos. Así que no la utilizaré. A mí me molan tanto los textos de Gisbert guarreados unas horas antes de la función, como los que nacen de dar vueltas en la rueda de los hámsters. A quien le guste más los primeros le habrá gustado menos el texto de La chica y al revés. Nos cuenta la historia de dos amigas que se van a pasar el fin de semana a la playa. El ladrón de bicicletas nos cuenta la historia de un tipo que tiene que robar una bicicleta. El texto nos habla del proletariado, del pueblo, del triunfo de lo artificial, de la negación de la naturaleza, de la inteligencia y la maldad, de la simetría de los psicópatas, de los austriacos, de la dependencia en las relaciones de pareja, de la discoteca móvil en que se ha convertido España, del olor a coño, de un poema de Sharon Olds, de la gente que hace footing, de las prácticas sexuales modernas… Cuando escucho o leo textos de Gisbert me viene la imagen de un micrófono que pasa por las manos de una generación, y cómo él lo coge con decisión e hiperactividad. La chica es un texto que te habla pegado a la cara. No puedes mirar para otro lado. Te obliga a tomar partido. A jugar a su juego. Y su mayor virtud es, igual que los textos anteriores, que consigue una brutal identificación por parte del público con lo que dice que ya quisieran muchos. Ya sea en largos pasajes a lo García o en frases cortas a lo Heráclito. Y luego están los dispositivos de enunciación que El Conde utiliza para los textos de Gisbert. Voz en off, texto proyectado, texto dicho por micrófono… En La chica usan los dos últimos.

Tanya Beyeler y Cris Celada lo bordan. Hacer teatro es tomar decisiones. En La chica, cuando el texto no se proyecta, se enuncia a través de un micrófono por una de ellas mientras la otra lo recibe atentamente con media sonrisa. Una habla con el cuerpo relajado y la voz neutra mientras la otra escucha. Decisión acertada por el trabajo de Tanya y Cris, y que supongo responderá a la importancia que han querido dar al texto. Aún así, es una decisión que me parece que a veces aísla demasiado el discurso, el cual podría ser potenciado escénicamente y completar imágenes como las de las distintas escenas de Haneke que tanto nos fliparon. Cuando Tanya y Cris se suben al pedestal haciendo la escultura mientras escuchamos el sonido de la noche, casi me da un Stendhal. Como si con el vaivén de sus cuerpos desnudos nos hubieran hipnotizado, afirmando para nuestro inconsciente la naturaleza aniquilada. No sé, tengo que dejar de tomar la cerveza de antes de entrar al teatro. El sonido, como en todo lo que hace Pablo Gisbert, es una de las bases de la obra. A veces más en primer plano, otras más alejado, siempre en consonancia con los demás elementos, en La chica el sonido es constante. Ya sea en forma de pieza clásica para piano, de cumbia, de partido de ¿squash? o de bakalao de la ruta. Muy guay el coro de clase de Taichí, de heavies y de bakalas y sus coreografías. Marcos Morau Premio Nacional de Danza 2013. Ahora seguro que Escena Contemporánea lo programaría más de un día. Lo de los heavies no lo pillo. Me recuerda a Fäustino, pero me parece que en podrían haber elegido cualquier otra tribu urbana y que no importaría demasiado. Después de un rato de ver culos empecé a ver en ellos las caras de los heavies que no había visto antes porque estaban tapadas por las pelucas. Me gusta cuando al hablar de alguno de ellos se les humaniza individualizándolos, porque somos gregarios pero no del todo. Las luces de Octavio Mas brutales. Partitura de colores. Experiencia plástica que remite a la instalación Los Monumentos que El Conde hizo en Azala en 2012.

El espacio es aséptico, como el mundo “civilizado”. El escenario lleno de restos de una fiesta iluminado por el parpadeo de los fluorescentes, bien podría ser la imagen con la que representar el fin de los tiempos, o el fin de nuestro tiempo. Me hubiera gustado ver un desfase mayor en la fiesta final, incluso algo más. Pero ya se sabe, lo de la muerte y el sexo en escena es una movida. Si hoy volviera a hundirse el Titanic, en la cubierta no estaría tocando un cuarteto de cuerda, habría una rave de la que nadie saldría vivo.

El día del estreno de La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento dormí como hacía mucho tiempo que no dormía. No había que preocuparse por el teatro. Y me vino esta canción a la cabeza.

Un Perro Paco

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En boca cerrada no entran pollas: el consejo que nadie ha pedido

Noé, su mujer y sus hijas, si Dios les hubiese otorgado el don de la higiene, podían tirar toda la mierda de la barcaza por la borda organizándose con unas rutinas de limpieza estrictas. Poco más tenían que hacer en el santo día más que barrer cagarrutas y fregar las tablas con agua de lluvia. El Conde de Torrefiel nos dice lo contrario. Piensa que estarían de caca hasta las cejas. En fin. Cada uno a la suyo. La Biblia no nos saca de dudas a este respecto. Pero claro, esto tiene que ver con regenerar, con curar el cáncer -no con una tirita- sino desde la puta raíz. Esto tiene que ver con lo bien que nos vendría un diluvio universal (lo mismo pensaron los futuristas de la guerra).

Conclusión: hay que profundizar. Los textos no dicen lo que dicen, muestran lo que late por debajo. Punto uno de la dramaturgia de El Conde: no es oro lo que reluce. No es diamante lo que brilla. Piensa un poco, público. No rías por reír. Los textos de El Conde son bisturís en la mesa de operaciones de la sociedad. De acuerdo. Bravo. Comprado.

Los textos del Conde de Torrefiel son irónicos, políticos, rebosantes de humor cabrón, frescos como una lechuga, ensayísticos -propios de un manual de sociología contemporánea-. Narrativos. Líquidos. Concretos y cotidianos. Flirtean con el arte del relato. Jugosones y juguetones. Canallas. Jugadores del tópico. Con un ritmo musical que se pierde en la monotonía de la escena. Ambiguos y desmontables: como debe ocurrir en casi cualquier cosa que vaya dirigida a una audiencia. Hablar con una audiencia es promover el debate y el libre pensamiento (si acaso esto existe). Publicitarios: con tirón de eslogan. Tuiteables. Fragmentados. Algunos con la capacidad de meter el dedo en la llaga. Costumbristas. Contradictorios. ¡Qué preciosa la contradicción!

Lo peor que tienen los textos del Conde de Torrefiel es que se pierden en la escena porque no han sabido desembarcar para hacer bailar y conquistar al público. Son demasiado ajenos al público. El público no les importa a los textos de El Conde, y en las artes escénicas habrá pocas cosas sagradas, pero si solo hubiese una cosa sagrada esa cosa sería el público. Sagrado para quitarle la sacralidad si hace falta. No hay que confundir la monotonía con la neutralidad; la monotonía es un runrún que acaba convertido en palabras despojadas de significado. El público podrá entrar en trance, pero no se habrá enterado de tu discurso. Y no sé por qué pienso que lo del discurso en El Conde de Torrefiel es importante. Es importante porque de verdad es importante. Lo que dicen es importante y necesario. Puede que quieras que el público no ría con el desastre de la sociedad contemporánea, pero habrá que dejarle digerir un mínimo para que no se pierda. Si encadenas dos párrafos, con dos ideas diferentes, sin ni siquiera un punto y seguido: estás jodido -valga la rima como chiste-.

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Los tiempos están bien metidos. Un tiempo pausado. Algo chicloso. El espacio sonoro, con risas enlatas y partidos de cestapunta, está logrado: te lleva -esto sí-, te suben la música cuando toca, te la bajan cuando toca; es un puzle que encajaba chachi. Las luces están muy bien: geométricas, fauvistas, algo bauhaus: mucho recorte y filtro de color. Pero la propuesta de imágenes escénicas es escasa, las acciones son escasas, cuando el espectador pierde el hilo del texto si no puede engancharse en una imagen, le has perdido. Y un espectador perdido es un espectador que difícilmente puedes recuperar. Las imágenes del espectáculo son: una clase de tai-chi (quizá la más interesante), dos fiestas: una de heavies y su lenguaje de pelucas y otra de electrochonis revolcándose y desnudándose unos a otros, un micrófono con dos actrices -imagen que se repite en su contrario, es decir, una vez el micrófono de espaldas al público, otra de frente-, el baile de los culos, ¿el libro 2666 de Bolaño?, ¿una planta?, un heavi con el brazo en alto y la cabeza gacha, una composición de dos chicas desnudas…

Sin título

Otra cosa sería una propuesta de pieza hablada con gran protagonismo del texto (con la acción en el texto), solo texto. Aquí el texto tiene una gran protagonismo; pero se ve arrebatado de él no sé sabe muy bien por qué. El texto es el texto. Y el texto es El Conde de Torrefiel o una gran parte de él. Una de las que más se recuerda, al menos. Al texto lo único que pueden hacerle los labios es acariciarlo, el texto va marcando una sonoridad, Si la sonoridad es arrebatada, el texto dicho (oral) muere. Los hombres somos seres musicales a nuestro pesar. No vayan a creerse ahora que el verso o las misas cantadas eran cosas que se le ocurrió a un buen hombre sin ton ni son. El relato debe contonearse, conquistar, envolver.

Creo que el mayor problema -por sacar punto al lapicero- que encuentro en el montaje es no saber bailar lo suficiente con las palabras y sé que está apreciación personal puede ser rebatida con fiereza, es solo una opinión argumentada. Lo siento hijos míos. Supongo que aún se encuentran en proceso de investigar cómo dar vida a las palabras sin que resulte un tostón. Que, por cierto, no resulta un tostón. Hay algo punqui en los textos que no se acaba de trasladar a la escena y tampoco se juega a lo contrario, a lo aséptico, pues las acciones planteadas no están lo suficientemente limpias para jugar a ese juego. Un ejemplo que no tiene nada que ver, a ver si consigo explicarme algo mejor: Loriente poniendo en escena la neutralidad de los textos de Rodrigo sabe conquistar al público, se detiene, enfatiza, se repite; baila, acompaña la sonoridad de las palabras, hace guiños, se mueve. Rodrigo ha encontrado la manera de dar vida a sus palabras en un escenario y que recorran niveles variados.

El montaje comienza y acaba con ese titileo de los fluorescentes a las mil maravillas. No tanto las transiciones, dichosas transiciones, entre cuadros del espectáculo; funcionan, pero son algo planas. Entrar y salir. Entrar y salir. Entrar y salir. Por la derecha o por la izquierda.

No creáis que no me gustó. El jueves vuelvo a ir. Pasa que pienso, sin conocer ni hablar con nadie, que este espectáculo supone para El Conde de Torrefiel un espectáculo de transición. Obra en el Festival de Otoño, gran acogida de crítica y público en apenas tres años. Obra al canto cada año. Festivales, viajes. Etc.

Y pienso (con una aire paternalista odioso -crucificadme-) que según cómo se tomen las alabanzas, que sé que recibirán -merecidas-, podrán evolucionar y convertirse en una compañía de referencia o se deshinchará la burbuja que se les ha creado a su alrededor. Por eso quiero meter un dedo en la llaga del montaje. Para continuar con la misma fuerza necesitan repensarse y seguir indagando en su próxima creación, comenzar algún nuevo sendero para no agotarse sin dar todo lo que pueden dar. Lo sé.

Digresión. A La Tristura le pasó. Después de Actos de juventud (su mejor montaje), regresan con Materia Prima (un montaje que no deja de ser el mismo con un aire nuevo y profundiza y ofrece otros significados: bien); pero al no saber repensarse en condiciones -o eso imagina el menda- años después regresan con la hecatombe del El Sur de Europa: un espectáculo desafinado en todos los sentidos del que creo tardarán en recuperarse, por lo menos tardarán en recuperar mi confianza, yo que era fan… Una lástima. Aún no he tirado la toalla. Fin de la digresión.

fuOtro Perro Paco en anteriores montajes de La Tristura

El Conde de Torrefiel puede que lo tenga todo para convertirse en una compañía de referencia. De esas de las que no abundan en esta España nuestra. Tan necesarias. Tan buen oxígeno. Depende de cómo se tomen sus éxitos y sus fracasos. Yo confío. Aunque hoy en día esté tan de moda la desconfianza.

dracula_christopher_leeOtro Conde

Otro Perro Paco

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Algo supuestamente pop que nunca volveré a hacer. Fiesta #2

 

FIESTA #2:
Algo supuestamente pop que nunca volveré a hacer.

fu

El Conde de Torrefiel aterriza en Madrid en la sala Pradillo justo un año después de presentar su “Haneke”. El cartel de la obra invade las marquesinas madrileñas con otro título kilométrico de herencia carnicera: “La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento.

Y El Conde nos regala otro chute de ese teatro descompuesto, de ese combate de texto contra imagen que vienen desarrollando. Textos dichos en escena y textos proyectados pelean contra imágenes construidas con cuerpos. En esta ocasión: Una clase de yoga, un grupo de heavys melenudos, unos culos-humanoides que gesticulan, una escultura humana y una fiesta que deriva en orgía de cuerpos sudados y húmedos, ocupan esa pecera blanca, esa urna enmarcada en la que desarrollan su trabajo. Herederos del teatro irónico y macarra de García, pero situados en el cubo blanco de los conceptuales. Linóleo blanco en la caja negra. Distancia y objetualización de los cuerpos. A esta gente deberían enseñarla en las escuelas de teatro, joder. Teatro desmontado: palabras, luz, espacio, sonidos, cuerpos. Teatro minimal y descuartizado.

El Conde de Torrefiel es verborrea inteligente, verbo afilado, lucidez encendida, ironía dolorosa, batidora postmoderna y multirreferencial, acidez amigable. El Conde de Torrefiel es leerte los blogs más inteligentes que conoces del tirón, metiéndote rayas durante toda la noche para aguantar. Es un empacho de palabras. Es las ganas de vomitar y es la vomitona. Es volver a pensar todo lo que sientes sobre tu puta mierda de vida en sesenta minutos. El Conde de Torrefiel es mirarte al espejo y decirte a la cara que ni yéndote un fin de semana a desconectar, tu vida va a mejorar en nada. El Conde de Torrefiel es también estar hasta los cojones de tu propia lucidez. Es la pobreza de nuestra vida disfrazada de riqueza. Y, qué coño, es lo que dicen los jóvenes y es lo que dice Rebecca Praga. El Conde de Torrefiel es inteligente y es, por tanto, malvado. El Conde de Torrefiel es, definitivamente, pop.

Si Michel Houllebecq tuviera una compañía de teatro se llamaría el Conde de Torrefiel y bebería en los ensayos hasta reventar. Si David Foster Wallace hubiera soñado con hacer teatro, habría conocido a Rebecca Praga y tal vez hubiera pospuesto lo inevitable a base de enseñar el culo en escena por medio mundo. Si Harmony Korine quiere dejar el cine y ponerse elegante, debería conocer al Conde de Torrefiel.

Hay obras escénicas que hablan de ideas, otras hablan de sí mismas y otras hablan de las demás. Y yo, el otro día me encontré con Rebecca Praga y me dijo que ya no la ponían en los créditos y que prefería que fuera así. Que está hasta el coño de que la pregunten por Pablo Gisbert y por Tanya Beyeler y ha decidido volverse un poco más invisible, desaparecer un poco para seguir escribiendo con vertiginosa ruptura. En esta nueva entrega, Rebecca nos regala un texto roto y brillante, construido como un modelo para armar, en el que cada frase corresponde a un grupo neuronal distinto, ciento veinte pensamientos por minuto, atropellado y certero, cortando y pegando, aquí y allá, pensamientos, imágenes y recuerdos inventados. Digámoslo ya: lo mejor de este nuevo artefacto escénico es el texto, desgranado en escena con irónica tranquilidad por Tanya y Cris Celada. El cuchillo en el ojo, la sonrisa cómplice, el martillo en la sonrisa. Se hablan la una a la otra. Se animan, se comprenden, se gustan. Nosotros escuchamos porque pasábamos por allí. Es curioso, pero el Conde nunca te habla de frente, ya sea mediante textos proyectados en sus blancas paredes, o a través de audios pregrabados, o diciendo los textos de espaldas al público, o con boli escribiendo en una libreta en una misa por streaming, o, como en este caso, hablando entre las actrices, El Conde nunca te habla a tí. Y así construye una cuarta pared, una pantalla, un ventanal. En esta disposición del decir construyen esa distancia que necesita su trabajo. Una distancia que hace sentirse al espectador a salvo, como mirando la televisión o un canal de youtube. Una distancia desde la que hablarte sin parar, jugando al despiste con voz tranquila y suave ironía. Se nos murió el Amor y la Política, dice. Estamos en el siglo del Sexo y el Dinero, dice. Dice también que se usa al pueblo sin conocer al pueblo. Que se habla del proletariado sin conocer al proletariado. Y que el protelariado llena las iglesias y el ejército y los campos de fútbol y los puticlubs y los centros comerciales. Y que nada bueno se puede esperar del proletariado si uno conoce al proletariado. Eso dice.

El Conde de Torrefiel utiliza la acumulación y la digresión para multiplicar su discurso y dejar clara su posición. Una posición de observador, de cronista en directo de su (nuestra) puta realidad. Y su crítica sin fin nos ahoga. Y la suavidad de su decir en escena se nos antoja amarga. Y su ironía se transforma en cinismo. Y entonces duelen las palabras. Y duele la escena. Y nos sentimos tan cansados de toda esa rabia disfrazada de sonrisa, de todo ese dolor camuflado en la voz que cuenta un cuento infantil, como para tener ganas de matar o violar a alguien desconocido. El Conde de Torrefiel nos habla a veces como si fuéramos los niños imbéciles que en realidad somos. Es el puto narrador de una película de Von Trier. El Conde de Torrefiel es un tocacojones profesional. Es mierda de la buena. Y sería una mierda igual de buena y más bonita, si en medio de esa radiografía implacable de la, como ellos dicen, “realidad contemporánea”, fueran capaces de regalarnos algún puto agujero por dónde respirar.

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Pero lo que yo me pregunto es (y ahora tenéis que poner voz de Homer Simpson pensando): ¿Dónde coño está el ciervo?

Hace un año esta perra no había aprendido a ladrar, y se quedó con ganas de comentar algunas cosas: Cuando vimos y escuchamos y olisqueamos “Haneke”, ladramos de gusto y nos sorprendió la capacidad de proponer un lenguaje desconocido y hacerlo legible a nuestras mentes perrunas. Conglomerado de sugerencia, presencia y abstracción, delirante en su opacidad y cargado de potencias que estallaban en el momento inesperado. Imágenes extrañadas, limpias, precisas y carentes de un significado conocido o reconocible, el Conde conseguía ensimismar las imágenes, que se mostraban vacías. Vacías, es decir, por rellenar. Y ese recipiente hipnótico se semantizaba en directo en lucha con las palabras, sin un vencedor claro, solo los puños de Ali y la mandíbula de Foreman confundidos, influyéndose mutuamente, enriqueciéndose. La potencia de la propuesta del Conde residía en esa lucha en la que no había claros vencedores. Los movimientos espasmódicos y sin significado, como si dijéramos, en un estado de pre-codificación, eran codificados y llenados de sentido en directo por nuestras mentes receptivas a múltiples estímulos (sonoros, textuales, lumínicos, sensitivos). Esta creación de un lenguaje por hacer, por construir en escena, provoca la apertura a un nuevo teatro libre de tantas cargas. Un vendaval de aire fresco frente a las imágenes repetidas, conocidas y autorreferenciales.

La lucha entre el texto y la escena viva no era la acumulación de palabras brillantes que desafiaban a una imagen sostenida y legible. En “La chica” las imágenes se aplanan rotundas en su obviedad. Conocidas a la primera, sin misterio por conocer. Con un desarrollo escénico inexistente o muy leve, apenas un crescendo repetido. Los heavys bailan más. Los fiesteros aligeran su ropa y se frotan piel con piel ocultando sus cabezas, los culos saludan y hacen aspavientos de manera más frenética. Pero nada cambia en la escena.Y cualquier escena encerraba la posibilidad de oscurecer las imágenes, de sabotear su literalidad, su inmediata comprensión. La escena de los culos es una obra por hacer. La escena de los fiesteros orgiásticos es el apunte de la película por hacer. Y yo la llamaría Spring Breakers, bitch!, digo, ¡perra! El trabajo de composición y elaboración les llevaría más lejos. Qué coño, no lo imagina esta Perra, lo ha visto. Echamos de menos la complejidad y capacidad de sorpresa de una polla que crece en medio de una danza rítmica y absurda o el delirio sevillano de una semana santa que se va de las manos. La extraña comunidad de seres perdidos que “Haneke” presentaba es sustituida por un grupo de actores invitados a ejecutar una serie de imágenes sin desarrollo. Y no da igual. Y no es lo mismo. ¿Dónde esta la cabeza de ciervo? ¿Dónde el culo untado de rosa? ¿Dónde todas esas cosas que no significan nada hasta entrar en contacto con el linóleo blanco y pelear?

En su nueva propuesta el Conde parece confundir sus potencias y, si bien leemos y escuchamos unos textos más elaborados, seguramente mas lúcidos e intelectualmente operativos, pensamos que las imágenes han perdido autonomía o fuerza para luchar contra las palabras. Equilibrarlas y redirigirlas. Las imágenes se han supeditado y sometido a la incontinencia del discurso y la obra se ha hecho más García, más publicitaria, más directa, más conocida. Y, joder, es más fácil olvidar las palabras y desecharlas que las putas imágenes que se clavan como puñales en el cortex cerebral.

Y lo diré una vez más: ese descuido de la escena despotencia la obra. Y despotencia, también, el propio texto.

La clase de yoga del comienzo o la escultura de los cuerpos desnudos parecen concentrar la mirada de manera diferente. Los ojos y los cerebros observan con atención. Espectadores espectantes. Un camino dual entre el hiperrealismo y la forma pura que definen muy bien el trabajo del Conde. Y que desde aquí aplaudimos como groupies en celo.

Tampoco queríamos dejar de destacar el trabajo con las luces y colores, filtros, recortes, gobos y horteradas varias, que en manos del Conde y sus aliados se convierten en delicadas piezas lumínicas de psicotrópica belleza. Así como el cuidado espacio sonoro que articula y modula los ritmos emocionales de la obra.

Esta “Chica” nos hace esperar con ansia la nueva obra del Conde. La que lleve más lejos todo lo que está construyendo. Yo creo que va a ser la hostia. La putada es que Rebecca Praga me ha soplado ya el título. Se va a llamar SPOILER: “Escenas para una conversación después del visionado de una película de Michael Haneke”. O como los perros decimos: “Haneke”.

Pero, Perra, no te pongas tan estupenda, que esto tan serio del teatro, en el fondo, da- mu-cha-pu-ta-ri-sa, joder. ¡Guau!

fu*Aquí la Fiesta #1

TU PERRA

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