#2 La cosa balenciana | Valencia es bonita

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(Un crítico de teatro de la capital de España al acabar una función se encuentra con ellos en la puerta de sala.)

CRÍTICO: ¿De donde habéis salido vosotros?

(Ellos dudan, no saben qué responder, no saben si pasarle el curriculum al crítico, si darle la web…)

Pérez&Disla:

… de Valencia.

Dos paisajes se nos pasan por la mente si tenemos que hablar de cómo van las cosas por Valencia: el bosque mediterráneo y la huerta valenciana. El bosque mediterráneo, a menudo arrasado se regenera cada cierto tiempo. A simple vista todo parece bosque bajo pero, si te acercas un poco, descubres la diversidad que lo compone y el bosque que podría llegar a ser. La huerta se compone de pequeñas parcelas donde el labrador cultiva sus verduras con mucho amor y trabajo pero queda aislado del resto de cultivos sin entrar en lo que cultiva su vecino más próximo. Eso es, un poco, Valencia en artes escénicas.

Ecosistemas compuestos por especies diferentes que habitan un mismo territorio. Cada cual luchando por su subsistencia y buscando los recursos que le ayuden a crecer en un paisaje local, marcado por la falta de referentes externos, lo que provoca (hay que decirlo) cierta frustración. Por otro lado, en una comunidad donde todos nos conocemos, es habitual que se confunda tu persona con tu labor profesional. Esto va desde “los contenidos que abordas y tu linea de trabajo me parece interesante pero me tú me caes de culo” hasta “eres muy majo aunque no me interesa lo que haces”.

En esta idea de que cada uno va a la suya, no hay corrientes que nos enmarquen (o nos integren) y teniendo en cuenta que somos muchos (y cada uno con sus propios referentes) es complicado definir un nosotros. No tener una identidad definida hace que seamos difíciles de reconocer (incluso por nosotros mismos) y ocasiona algunos problemas de visibilidad (tanto en Valencia como fuera de ella).

En uno de esos foros donde ocasionalmente coincidimos, alguien preguntó si había algún rasgo distintivo de la escena valenciana que pudiera funcionar a modo de “marca”. Renegamos de ese parámetro, pero sí que estábamos de acuerdo en que a todos nos unía la precariedad. La profesionalización, la continuidad y desarrollo de nuestra actividad cada vez se hace más difícil. Vivimos momentos de mucha incertidumbre y la situación no tiene visos de cambiar. Compañías, creadores y colectivos nos esforzamos en encontrar otras formas de habitar nuestro trabajo, de producir y colaborar.

Poco podemos aportar para describir la realidad social, política y económica de nuestro entorno. Los currículums de nuestros gestores responsables, de los que organizan los dineros públicos, de los que deciden qué es lo importante y que no, son muy extensos y de sobra conocidos. El olor a mierda seguro que se siente ya hasta en Portugal. La sociedad a la que pertenecemos y a la que nos dirigimos condiciona nuestras creaciones y discursos, nuestra trayectoria artística y profesional. Vivimos en un territorio que se sitúa a la cabeza del choricismo en España y esto nos afecta mucho. Mucho.

De repente, en los últimos años la administración valenciana, a la deriva después del naufragio, decidió que a quien se tenía que apoyar era a los “emergentes”. Lo hizo sin definir qué quería decir emergente, quien se consideraba emergente ni cual sería la mejor manera de apoyarlos. Finalmente entendimos que identificaban “emergente” con “precario”  y que pensaban que “eso” resultaría más barato. Por supuesto la cosa se quedó en un bluf y no pasó de un par de pseudo-iniciativas que no llevaron a ningún lado. Este tipo de incoherencias, falta de rigor y criterio es característica de nuestra administración. Así, la responsabilidad de lo público lleva desierta muchos años obligándonos a los creadores a tratar de compensar ese vacío. Todo proyecto escénico, toda creación, toda iniciativa depende del esfuerzo de sus integrantes, de las ganas y las horas que puedan dedicarle. Esto genera numerosas iniciativas pero pocas llegan a consolidarse.

Una de las más interesantes es la aparición del Comité Escèniques que aglutina a unas treinta y cinco compañías y creadores del ámbito del teatro, la danza, el circo, la performance o de todo junto y a la vez. Compañías y creadores con trayectorias diferentes, por los años, por las piezas creadas, por los intereses artísticos pero con el denominador común de entender las artes escénicas de otra manera. No es que todos sus componentes las entiendan de la misma manera. Es que las entienden de otra manera diferente a como se ha entendido hasta ahora en Valencia.

Normalmente se llega a los otros a través del resultado y no del proceso. El resto de creadores valencianos descubren nuestra obra ya acabada, no se comparten las herramientas. No existe discusión estética y el diálogo se da en encuentros puntuales. En este sentido nombramos el intento por establecer nexos que ha lanzado Espacio Inestable con lo que ha llamado graneros de creación en los que las compañías y creadores invitados compartirán algo más que la pura exhibición de la pieza.

También han aparecido, hace relativamente poco, festivales urbanos alrededor de un núcleo: el barrio. Nació Russafa Escènica y nació Cabanyal Íntim, pero sigue faltando un festival de artes escénicas contemporáneas con una programación coherente, que sirva de referente y estímulo. Mientras, las llamadas “salas alternativas”, acogen a los de aquí y a los de fuera, convirtiéndose así en la única posibilidad de hacer y ver algo diferente en esta ciudad.

El público aparece, desaparece y reaparece. En una área metropolitana de un millón y medio de personas hay un público latente a la espera de propuestas que le interesen. Seguro que hay cincuenta personas dispuestas a acudir a una pequeña sala para ver que se está haciendo. Y que esto pase cada día. Y seguro que puede pasar en varias salas de la ciudad a la vez. Más allá de si las artes escénicas valencianas tienen o no un público especializado de lo que sí estamos seguros es de que tienen un público potencial. Nosotros, con cada nuevo proyecto, tenemos que convocarlo.

  Pérez&Disla

 

 

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#2 La cosa balenciana | La ciudad de las flores, de la luz y del amor

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Ay, Valencia… Podríamos empezar a hablar de nuestra ciudad tomando prestada la letra de una canción de John Lennon y Paul Mc Cartney titulada I want you. La letra dice así:

I want you
I want you so bad
I want you
I want you so bad
It’s driving me mad
It’s driving me mad

Y es que Valencia tiene una luz especial, un clima inmejorable, una medida casi perfecta. Nada está realmente lejos y todo queda relativamente cerca. Generalmente la gente está de bastante buen humor. Quizás por el clima o porque casi nunca hay grandes atascos… Excepto, por supuesto,  la semana de fallas (y las dos semanas anteriores, claro), en las que si uno tiene que hacer cosas por la ciudad es mejor que se arme de paciencia o que posponga esos quehaceres. Y si uno ya tuvo su dosis de fallas años anteriores o sencillamente no tiene el cuerpo para excesos (de ruido, de gente, de alcohol…), pues que aproveche esos días para huir literalmente de esta ciudad tomada por falleros, turistas y curiosos que forman una masa que se mezcla con ese olor a aceite y a pólvora que impregna la ciudad.

Valencia es desmesurada. Es una ciudad mediana con un delirio de grandeza absolutamente patológico. Valencia, o, mejor dicho sus políticos, han sentido siempre un deseo irrefrenable de meter donde no cabe y de sacar de donde no hay: un circuito de Fórmula 1 entre nuestras calles, una Copa América en nuestro puerto, una ciudad de las artes y las ciencias del omnipresente Calatrava en nuestro antiguo cauce del Turia, un centro de investigación científico con dotaciones y salas que nunca se estrenarán…

Y después… y durante, llegó la crisis, y, como en toda casa donde no hubo una buena gestión de los recursos, las consecuencias se acentúan en muchos casos y se sobredimensionan en otros como la excusa perfecta para seguir sacando de donde no hay y seguir restando dinero a muchos sectores, entre ellos, las artes escénicas.

Desde que empezamos como compañía, en el 2002 hemos visto bastantes cosas, la verdad. Quizás suene a abuelos batallitas, pero es que parece que en estos 12 años ha habido de todo. Estrenamos nuestro primer espectáculo en el Teatro de los Manantiales que dirigía Ximo Flores. Durante varios años, hasta el 2009 concretamente, tuvimos la suerte de poder disfrutar de este espacio y de los numerosos trabajos de la escena contemporánea que venían de diferentes ciudades del territorio español. Manantiales, al igual que el Espai Moma años antes, cerró sus puertas alegando falta de apoyo institucional. Y es que ser alternativo siempre fue sinónimo de precariedad. Quizás por eso se ha pervertido esta palabra, o quizás es que nunca fue la palabra idónea para definir una tendencia que se salía de lo convencional o de lo tradicional. (Afortunadamente hubo otros espacios, como la Carme Teatre, que, pese a recibir cantidades ridículas de dinero público han continuado su actividad.)

Pero eso no ha sido todo. Durante estos doce años se ha desmantelado literalmente un circuito teatral compuesto por más de 50 salas de diversos municipios de la Comunidad, hemos asistido al nacimiento y la muerte siete años después del VEO, el único festival internacional  de artes escénicas que ha tenido esta ciudad; hemos asistido al cierre y a la privatización de salas de teatro públicas y a un ERE en Culruratrts o lo que fue no hace mucho Teatres de la Generalitat Valenciana.

Hemos asistido a estas y muchísimas más atrocidades como el cierre de RTVV,  fruto de una política cultural nefasta, ignorante, incompetente y castrante. Y, sin embargo… Aquí seguimos…

Seguimos, al fin y al cabo, porque somos de aquí, porque, seguimos amando a la nostra terra, a nuestra cultura, a pesar de que algunos intenten acabar con ella. Porque, quizás lo de las flores no es tanto como dice la canción, pero la luz… Valencia tiene mucha luz. Y no nos referimos a ese tipo de luz que deslumbra, que no deja ver lo que hay detrás. Hablamos de un tipo de luz que da sentido…

Porque pese a esta voraz precariedad, el número de compañías de teatro contemporáneo en Valencia ha ido aumentando, auspiciado por festivales como Cabanyal Íntim, Russafa Escènica o Llavoreta Viva (que sobreviven por el intenso trabajo de sus organizadores, colaboradores, mecenas…) y por salas como la citada Carme Teatre, Inestable, Ultramar… y por supuesto por el trabajo creativo mal o inexistentemente retribuido de los creadores. De ahí la reciente aparición de Comité Escèniques, un colectivo de unas 50 compañías de la escena valenciana contemporánea que nos hemos unido para intercambiar experiencias, ganar visibilidad, y tener voz de cara a la administración. Porque Valencia necesita unas condiciones de trabajo, necesita referentes (con la desaparición del VEO y de salas como Manantiales, L’Altre Espai, etc… y las políticas privatizadoras de los teatros públicos, hace ya mucho tiempo que no llegan a Valencia trabajos que estimulen y retroalimenten a los creadores/as, y los pocos que llegan lo hacen con escasa difusión y en condiciones indignas), necesita salas con recursos, espacios para la creación… Las residencias son casi inexistentes. Las Naves (o lo que queda de la fundación VEO) solo prestan el espacio… Salas como Inestable buscan nuevas fórmulas para ofrecer residencias en mejores condiciones y nutren su programación con estos artistas… pero hace falta un cambio sustancial que valore el trabajo que tantas compañías están haciendo, las que acaban de nacer y las que ya hace unos cuantos o muchos años que nadan en este mar de incertidumbres…

El panorama escénico valenciano está cambiando estos últimos años. El desinterés por la cultura del que son paradigma nuestros gobernantes, la bajada de público, la falta de apoyo al valenciano, la privatización de la cultura, etc., han hecho que compañías como Pluja Teatre (con 40 años de trayectoria) cierren su actividad; industrias paralelas como el audiovisual, doblaje, etc, se han perdido de la noche a la mañana, y las compañías “consagradas” han disminuido el elenco de intérpretes. Paralelamente a este desmantelamiento (expertos como pocos en quemar lo construido) de la pequeña industria cultural valenciana, la escena “off” y de pequeño formato está creciendo. Se habla de una “argentinización” de Valencia: hay una gran oferta escénica independiente, de pequeño formato y presupuesto casi inexistente, sostenida por el esfuerzo altruista e incesante de sus integrantes. Es un momento importante: este interesante germen creativo puede ser muy potente si se cuida mínimamente, con más apoyo institucional y mejorando las condiciones económicas, las infraestructuras, y creando los mecanismos para que se renueve también creativamente la escena, o puede ser como tantas cosas por aquí, mucho ruido que acaba rápido, y acabar en una amateurización de las compañías y creadores/as, repitiendo esquemas y sin poder avanzar creativamente.

Valencia tiene mucha luz, sí, mucha energía y mucha actividad. Y vive un momento teatral que puede ser muy deprimente o muy interesante, dependiendo si se deja que el arroz se empastre o se cuidan todos los ingredientes y se deja reposar un poco antes de servirlo calentito. Porque como decimos aquí: Açò gelat no val res!

El Pont Flotant

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#2 La cosa balenciana | La ciudad ignífuga

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LEVANTE – 14/04/2014

El ayuntamiento mantiene prolongar Blasco Ibáñez en el plan del Cabanyal

(…) Los vecinos han pedido un proceso de participación ciudadana para la mejora del barrio, pero el concejal del PP ha respondido con “un no rotundo”. Además, según los dos colectivos, Grau ha anunciado que se ha presentado “una propuesta concreta de modificación del plan, manteniendo la prolongación de la avenida Blasco Ibáñez y que queda a la espera de una respuesta del Ministerio de Cultura”.

Esto lo hago yo. Vamos que si lo hago. Por mis ovarios que lo hago. Y que se atrevan. Lo hago. Monto el paseo. Y punto. Lo hago y punto. Que dije que lo haría y lo hago. Y que rechisten. Que se atrevan. Lo hago. Lo monto en un pis pas. Antes de que se den cuenta está puesto. Y luego que quieran tirarlo. ¡Ja! Una vez montado, imposible. Por mis ovarios que lo hago… ¡ya!

(Adviértase que la alcaldesa habla en perfecto castellano y no en valenciano, idioma oficial de la Comunidad Valenciana.)

No creo que pueda entenderse el hecho teatral en Valencia si no es estrechamente ligado al tipo de sociedad que lo sustenta. Una sociedad conservadora, puritana, llena de chulería y cabezonería, provinciana, fanfarrona e inculta.

Y que conste que esto lo digo desde la más profunda sensación de culpabilidad por formar parte de este modelo. Lo digo desde la reflexión, desde la autocrítica por colaborar en construirlo. Lo digo antes de que nadie me salte al cuello. Esto también lo tenemos los valencianos, nos cagamos en todo pero cuando nos sentimos insultados saltamos como fieras rabiosas en defensa de “lo nostre” y somos capaces de linchar a aquel que ha mancillado “lo nostre” aunque minutos antes estuviéramos compartiendo su crítica. Y esto aunque, en realidad, “lo nuestro” nos importe bien poco (véase como muestra, entre muchas otras, el contradictorio ejemplo de unas fiestas locales habladas casi íntegramente en castellano).

En esta ciudad la gente hace colas kilométricas para entrar en la catedral y besarle el pie a un santo (o tocarle el manto a la Virgen…no sé muy bien cuál es el ritual) pero se cierran museos y centros culturales y los teatros están prácticamente vacíos salvo raras ocasiones. Estas raras ocasiones aparecen cuando el resto de profesionales nos dedicamos a llenar estas salas viendo los trabajos de otros profesionales.

En esta ciudad los espacios alternativos sucumben mientras el teatro Olympia se llena con la presencia de Bertín Osborne y Arévalo.

Ciudad de señoras con pelo-nido y señores con el pin de la Geperudeta en la solapa.

Ciudad de grandes fastos y de pequeñas iniciativas.

Ciudad en la que todo aquello que se construye nace para tener los días contados, para arder bajo un fuego no precisamente purificador.

Ciudad al límite de la implosión. Llegará un día en que tanta corrupción, tanta inmoralidad, tanto mirar hacia otro lado y, sobre todo, tanto mirar hacia el propio ombligo olvidando el ombligo del compañero, creará un movimiento energético centrípeto que nos absorberá y, hala… ¡a tomar todos por el ojete! Qué alivio. Las grandes arquitecturas absorbidas por ellas mismas hacia un gran agujero negro.

Ante este escenario social disparatado, el teatro, la cultura en general, está viviendo un fenómeno que, a pesar de todo, creo tiene algo muy positivo: una especie de… no sé muy bien cómo llamarlo… proacción. Pro-acción. Parece que todo aquel que se dedica a la cultura en esta ciudad ha entrado en un estado de “no parar de hacer” que provoca que haya muchísimas propuestas culturales continuas. Una especie de performance en bucle titulada “No nos detendrán”.

Más allá de los tejemanejes de poder inherentes a esta profesión… o a todas las profesiones… o al propio ser humano; más allá de los enfrentamientos de “quítate tú pa ponerme yo” o “voy a negociar con la administración pa ver si a mí me da más que a ti… que me lo merezco más”; más allá de los enfrentamientos entre salas y compañías, entre compañías y compañías, entre compañías e institución pública, etc., etc… parece que va construyéndose un movimiento de creación artística basado en la colaboración y en el propósito de seguir creando aunque la situación sea cada vez más adversa.

Es difícil enumerar la cantidad de compañías teatrales que existen en este momento en Valencia. Es un número increíblemente grande teniendo en cuenta que es una ciudad pequeña en la que el trato que se da a lo cultural es de continuo desprecio y desinterés.

Han surgido además iniciativas que pretenden activar esta pro-acción de la que hablo de una manera concreta y efectiva. Iniciativas que proponen la colaboración y la unión de fuerzas para tener una presencia activa ante la administración pública. Un buen ejemplo es el Comité Escèniques que se ha creado para aglutinar a las pequeñas compañías y cuyo objetivo es fomentar la colaboración artística y construir una presencia solida de estas compañías, con una estructura menor, ante el resto de estamentos y en los espacios de decisión referidos a las artes escénicas valencianas.

Existe la opinión compartida de que lo único bueno de las situaciones de crisis es que revelan lo mejor y lo peor de cada uno. En el caso de esta ciudad llueve sobre mojado, es decir, revela de manera aún más incisiva toda la mierda que llevamos acumulando durante tanto tiempo. En el caso de la profesión cultural, aun estando inmersa en el sinsentido sobre el que se asienta la ciudad, la crisis está revelando una manera de actuar solidaria, comprometida, combativa y que no cede ante el peor de los contextos.

No creo necesario hablar de la situación general de la cultura en España; de cómo el 21% de IVA está acabando con las ya maltrechas estructuras culturales; de cómo han ideado nuestra aniquilación de manera paulatina, efectiva e irreversible.

Así que ante este panorama ya desolador creo que está muy bien este movimiento teatral non stop. Aunque opino que también conlleva un riesgo que quizá los creadores y creadoras valencianos no estamos valorando. Porque nosotros somos muy de no valorar, de hacer las cosas así, arreu (seguro alguien me acusará de hablar desde los prejuicios y las generalidades… Razón tendrá).

Entrar en esta dinámica de hacer cultura de cualquier manera, en cualquier condición y, la mayoría de veces, sin cobrar o cobrando muy poco, puede llevar a una situación que termine revirtiéndose, girándose en nuestra contra, como de alguna forma ya lo está haciendo.

Estamos dándoles la razón a todos los que piensan que no servimos para nada, a todos esos dirigentes (y no dirigentes) que con este comportamiento nuestro se reafirman en su perversidad al considerar que es absurdo e infantil defender que la cultura necesita de protección.

¿Ves? Si ellos no necesitan ayudas… Se apañan solos… Total, como tampoco necesitan mucho para vivir… Se ponen, lo hacen, pasan la gorrita y ¡yastá! Y encima les queda mono… ¿Ves que no necesitan subvenciones? ¿Ves con qué poquito se apañan?

Cuidado.

Cuidado.

Cuidado.

Y ahora voy a quemar todo esto que he escrito, para que sólo queden cenizas.

Apartarse… que enciendo…

Eva Zapico

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