Romper el molde: poco pan y pésimo circo

hogueras

Para repensar es necesario -en un principio- haber pensado y aquí hace mucho tiempo que no se piensa nada, simplemente se repiten moldes. Se asumen situaciones sin cuestionarlas o sin tener el suficiente poder para ponerlas en cuarentena. Muchas de las acciones que se llevan a cabo son sencillamente -y por desgracia- inocuas. El sistema las deglute y las vuelve invisibles: las tacha de raras, de rebotadas, en definitiva, de minoritarias. En esta democracia póstuma y esquelética en la que vivimos las minorías no importan; la mayoría se convierte en un arma arrojadiza para silenciar todo lo demás, los márgenes. Y sin margen no hay centro. La mayoría silenciosa tiene el poder de acallar. Pero, ¿qué diantres es la mayoría silenciosa?, ¿el que calla otorga o nos obligan, para poder disfrutar de algunas migajas, a permanecer callados? ¿Se alimentan con nuestro miedo?

Brecht hablaba de tomar posición. La mayoría silenciosa es el paradigma de la no toma de posición, del conformismo, del ande yo caliente. Nos han robado la capacidad de mirar el mundo con perspectiva. Han achatado nuestra mirada, y por lo tanto, nuestro modo de pensar, de re-pensar y re-inventarse. La fórmula: si tú no quieres el trabajo, no pasa nada, tengo a mil personas esperando en el pasillo que serían capaces de hacerlo; es una soga que se mece por encima de nuestras cabezas.

No será posible un cambio profundo hasta que no se rompan los moldes. Tenemos que ser capaces de adaptar la sociedad a nuestros deseos, no a los deseos de otros que jamás tendrán en cuenta los nuestros. El trabajo debería ser simbiosis: por ti y por mí. No todo por ti y nada por mí. Y vuelvo, perdonen ustedes, al ejemplo de los empresarios teatrales y la multiprogramación, pues me parece clarificador.

Parece ser que el único que es empresario es aquel que posee una sala, por eso hay gente que piensa que es lícito que hagan todo lo posible para obtener beneficios (cuantos más mejor). Liz Perales recogía el guante de nuestro artículo anterior, éste, y nos respondía sin citarnos: acá. Para que un empresario sobreviva puede llevarse por delante a todas las compañías: que también son empresas, que también dan trabajo (más que la mayoría de salas de pequeño formato), que ponen sus ahorros en sus producciones, que tienen gastos y se las ven canutas para recuperarlos. En definitiva, son la fuerza motriz de trabajo. Las compañías (actores, dramaturgos, directores, técnicos, etc.) son los cimientos básicos del teatro. El multiprogramador se aprovecha vilmente, con un sistema de porcentajes calculado por él para que casi nunca le devenga un resultado negativo, del trabajo de los demás. Ni siquiera tiene que encargarse de la difusión: las cuentas les cuadran simplemente con que vengan los contactos y familiares de las compañías. Por eso solo programan durante dos o tres días. Si va mal, ellos no pierden. Si va bien, si la compañía tiene su público (el público de la compañía, no el público de la sala: pues a la sala se la suda generar público y por eso no define, en la mayoría de las casos, una línea de programación), te dan otros dos días. Y así sucesivamente. La compañía nunca estará, con este sistema, en igualdad de condiciones. El empresario piensa que tiene miles de compañías esperando a las puertas de su despacho para ocupar el lugar que otros no quieren. Es la pescadilla que se muerde la cola. Es necesario reclamar y fundar un sistema de comercio justo en el mundo del teatro. Es más importante el campesino que siembra el café que la multinacional que lo pone en el supermercado. Deben convivir, al menos, en igualdad de condiciones. Tomar posición. Tener nuevas perspectivas. Nuevos puntos de fuga. Los porcentajes de taquilla son, en la mayor parte de los casos, inaceptables. Esclavistas, incluso. Proxenetas. Repito enlace, leer esto.

Nota: García May dedica su última columna a las multisalas, aquí.

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Fotografía de Angelo Piero Di Lioni

Pongamos otro ejemplo. Las instituciones públicas. Para llegar al mando de determinadas instituciones hay que pasar por unos aros (los mismos desde hace tiempo, viejunos, sometidos al poder reinante) que imposibilitan un nueva reestructuración. Alguien con 30 años que quiera ser director del CDN a los 50 años sabe lo que tiene que hacer para posibilitar su deseo: tiene que repetir el modelo que le precede y deber favores que le atan de pies y manos. He escuchado que determinados directores de estas instituciones ya tenían claro que lo que ansiaban en su vida era ocupar estos puestos desde que estaban estudiando en la escuela y para eso, claro está, tienes que encaminar tu vida hacia tu objetivo. No pueden sacar demasiado los pies del tiesto. Y cuando llegan, aunque su intención sea buena, el margen de maniobra es mínimo pues han ido firmando, de forma metafórica, demasiados contratos.

Y esto tiene lugar bajo la mirada de unos medios de comunicación (no todos) cómplices y complacientes. Hay que recuperar el pensamiento, romper el bucle (pese a la inercia), sacar los pies del tiesto. Crean cauces de visibilidad, acercar las propuestas al público (a pesar de todo), hablar, hablar mucho, no callar, fundar escuelas del espectador, organizarse de nuevo, dotar de herramientas al público para que no se le dirija la mirada. Para que la dirija él. Aunque vuelva al principio. Pero volverá él mismo, no dirigido (entre comillas). Que las escuelas teatrales no obvien lo que ha ocurrido en los escenarios desde hace 40 años (aunque esté todo inventado, aunque todo se repita). Formas de mirar y formas de hacer más críticas. Desliar la madeja. El sistema se oculta para que nuestras balas no encuentren la diana. Crean dianas secundarias. Hay que encontrar el centro. Nosotros también somos parte de esas dianas. Quizá haya que apuntar también hacia nosotros mismos. Fundir el molde y crear, con la misma materia, un molde nuevo.

Otro Perro Paco

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¿Quién recibe a quién?

Aviso para el lector: estas líneas son una pedrada a nosotros. Que cada cual analice la cantidad de golpe que le corresponde.

pedrada

Ahora que empezamos a enterarnos de las programaciones para la próxima temporada, la del CDN (analizada por Pablo Caruana en su blog de TEATRON) o la de los Teatros del Canal. Y ahora que sabemos que Pérez de la Fuente será el nuevo director del Teatro Español de Madrid (aquí su proyecto de dirección), y que se tiene que tragar la programación de Natalio, el amigo de Vargas Llosa, hasta enero, me viene a la cabeza una pregunta: ¿quién recibe a quién?, y como consecuencia, ¿quién elige a quién?

El título de esto, que bien podría dar para una serie de artículos, se centra en su primera -y posiblemente única- entrega, en qué puertas están abiertas o cuales están cerradas, cómo se cierran y para quién se abren, qué esperan y qué esperanza pueden tener los que quieren meter en el teatro su hocico. Un amigo mío, tan bromista como borracho, solía decir: para hablar conmigo hay que pedir audiencia; y en el teatro, si pedimos audiencia para hablar con alguien, ¿se nos concede?

Quizá todos aquellos que comienzan y depositan su ilusión en el mundo de las artes escénicas deban depositar más empeño en hacer nuevas amistades, bien conectadas, con su parcelita con vistas y piscina de poder, que en realizar un trabajo riguroso, digno, necesario o como ustedes lo quieran llamar. Véase la ironía. ¿Qué es lo más importante? ¿Quién lee (los) dossieres?, ¿qué programador va a ver espectáculos sin conocer, sin tener ni idea, de sus creadores?, ¿de qué vale las direcciones abiertas del CDN, por ejemplo (y pregunto porque en verdad no sé si cumplen alguna función)?, ¿hasta qué punto nos dejamos sorprender con alguien a quién no conocemos?, ¿hasta qué punto le damos un voto de confianza y por qué no damos votos de confianza a nadie? Hay gente que se deja el pescuezo intentando hacer su trabajo y, a pesar de tener propuestas que no desmerecen de algunas que son cabeza de cartel, no lo consiguen. ¿Por qué?

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Hay creadores que utilizan para hacer teatro los codos más que la cabeza. Teatro: nido de víboras. Cuando hay poco pan y muchas manos, las manos, en vez de preocuparse por el pan, se preocupan por guerrear con otras manos. Una guerra sucia, falsamente cordial, con las cartas sin levantar. El pan, al final, enmohece. La guerra de los que hablan de la paz es peor que el sopapo limpio. Seamos políticamente incorrectos: mostremos nuestras cartas. Se nos hincha el pecho con palabras como comunidad y somos muy poco comunitarios.

La frase hecha cría fama y échate a dormir, unida a la de los amigos de mis amigos son mis amigos, son los pilares básicos a la hora de hacer programaciones en los diferentes espacios escénicos, ya sean públicos, ya sean privados, ya reciban subvenciones, ya no las reciban. Y sé que esto es una generalidad. Yo mismo me he topado con gente que hace su trabajo como se tiene que hacer su trabajo: con amor a este oficio, con empeño, con las cosas claras. De ahí la aclaración al principio de estas líneas.

Esa otra frase: quien no tiene padrino no se confirma, es una sentencia que no siempre habla de buena salud y buenas prácticas. Podríamos hacer una guía de las malas prácticas en las artes escénicas (se aceptan sugerencias). Por ejemplo, es curiosa la cantidad de estirpes teatrales que pululan por España donde los hijos se convierten en peleles puestos a dedo por sus padres sin ni siquiera saber hacer la O con un canuto. Por suerte no todos los árboles genealógicos teatreros son así.

Hace algún mes leía una noticia/experimento que se llevó a cabo en el mundo editorial y que bien nos puede servir para ilustrar esto de lo que estamos hablando. Alguien cogió un libro de gran éxito editorial, le cambio simplemente el título y lo envío a agentes literarios y editoriales para que estudiasen su posible publicación. Entre las editoriales a las que se envió el manuscrito se incluía la editorial que lo había publicado. Pues bien, de las cientos de editoriales y agentes a las que se envió el libro (un éxito de ventas, crítica y público), tan sólo un agente se interesó en él, un agente que luego desestimó la idea de representar dicho manuscrito. Ni siquiera la editorial que había publicado el libro con gran éxito reconoció el manuscrito. Bien es verdad que para leer todas las propuestas que se reciben hace falta gente y para esto hace falta dinero: pescadilla que se muerde la cola; pero lo poco que hay ¿se reparte como debería ser repartido? Quienes tienen ese trabajo, ¿lo hacen bien? ¿Qué nos estamos perdiendo? Pedimos códigos de buenas prácticas a la instituciones, pero ¿existen códigos de buenas prácticas en nuestro día a día? Y esto no quiere decir que todo el mundo que tenga una propuesta/ocurrencia sea digna de llegar al escenario. ¡Acabáramos! No todo el mundo vale para Ministro, que decía otro amigo.

El caso: no es que las puertas sean pesadas y cuesten de abrir, sino que a veces son muros impenetrables que habrá que romper a martillazos. Leía hace algunos días una columna de Ignacio García May en El Cultural, que terminaba con la siguiente frase de Denise Scott Brown y Robert Venturi (la frase es del mundo de la arquitectura aplicada al mundo del teatro): “¿Por qué siguen creyendo los arquitectos que, cuando ‘las masas ‘se ‘eduquen’, querrán lo mismo que ellos?” La frase encierra dentro de sí una verdad y pone su punto de mira en el snobismo de unos cuantos teatreros. Pero tampoco hay que obviar que no todos tienen las mismas oportunidades, que el espectador no puede elegir platos que estén fuera de la carta y que quién diseña el menú tiene una responsabilidad que no es baladí; y que en muchas ocasiones se pasa por el forro de los huevos. Habría que diseñar algo así como una ética del programador/gestor que esté por encima de enchufismos (y sé que hablo, en cierto sentido, de una utopía) y, en el caso del teatro financiado con dinero público, de ciertos valores económicos. Siempre teniendo en cuenta la importancia que tiene la economía en un sector como el del teatro. La culpa no siempre está en el Ministerio de Cultura (que también): hay compañías, revistas, gestores (ni mucho menos todos)… que han cometido verdaderas tropelías con el dinero de las subvenciones recibidas. No nos engañemos. En todos los sitios cuecen habas. Para regenerarnos (es época de regeneración: se necesita aire nuevo para acabar con tanto anquilosamiento) regeneremos el sector desde dentro, en primer lugar. Una parte del enemigo del teatro está dentro del teatro. El gusano está también dentro de la manzana. No demos balonazos al aire. Démonos balonazos a nosotros mismos y afinemos bien la puntería para lo demás.

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Basta ya de que se nos llene la boca de palabras como compromiso, responsabilidad, buenas prácticas, etc. y luego seamos los lobos que están desangrando al teatro. Los caníbales. No se puede estar en misa y repicando. Tal vez esto sea por eso de las máscaras y tal y cual.

Ya decía mi madre aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga, y también decía: un día te irás a echar mano a una oreja y no te llegarás a la otra. Pues eso. Tal vez necesitamos un FíltralaRecogiendo la frase citada por García May, y para terminar (aunque me deje muchas cosas) quizás los primeros que deban educarse sean los teatreros, profesión acostumbrada a todo de tipo de chanchullos más que cuestionables (como otras, es cierto); seguro que luego haría menos falta eso de educar a los demás.

Otro Perro Paco

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Pedro y el lobo

 

A mí me gustan los clásicos. Un clásico es un clásico porque habla directamente a la sociedad actual. Perdonen el tópico, pero…

Dejando a un lado la broma, frases así han sido dichas tantas veces que casi forman parte de nuestro ADN. ¿Qué es lo que significan? La mayoría nos las tragamos sin masticar igual que se traga una culebra su tentempié. Pensemos: un clásico habla a sus coetáneos y es espejo de una sociedad que muchas veces poco o nada tiene que ver con la de hoy en día. La burocracia, los códigos, la cosa del honor… son simplemente otros. Me cuesta mucho pensar en un Lope de Vega, pluma de ganso en mano, imaginando en cómo el hombre del futuro leería sus textos 500 años después, dirigiéndose a él, estableciendo con él un ten con ten directo y desdeñando al parroquiano de a pie. Boberías. El hombre del futuro es uno de esos conceptos vacíos a los que nos hemos acostumbrado demasiado. Estaría mejor decir: un clásico puede hablar a la sociedad actual -al hombre presente- dependiendo de cómo se le trate. Si se le trata mal, un clásico es una soberana estupidez.

Es cierto que el objeto de análisis de una buena obra de teatro -un clásico- es el hombre y éste ha cambiado más bien poco en taytantos años. Los temas universales: el amor, la muerte, la mentida, la verdad… son eso, temas universales y apenas sufren variaciones (aunque sí cambia el prisma desde dónde se abordan -si no, ¡menudo coñazo!-)

(He intentado encontrar el fragmento donde Michi dice: “en esta vida se puede ser de todo menos un coñazo”, pero ha sido imposible)

Ha cambiado, al menos, el envoltorio, lo que rodea al ser humano. Las circunstancias, que diría alguno. Yo soy yo y…

Por lo tanto, ¿para qué sirven los clásicos? No seré yo el que dé una respuesta clara. No la tengo. El tema es complejo. Dejando a un lado la calidad literario-dramática que se supone a un clásico igual que el valor a un torero y la valía histórico-antropológica; de un clásico se pueden extraer diversas enseñanzas -perdonen el paternalismo- para no volver a tropezar con la misma piedra (tarea titánica). Un clásico también es patrimonio: si cuidamos nuestras ruinas, también debemos cuidar nuestro teatro, ¿no?

Con un clásico se debe poder hacer algo más que guillotinar versos y versos para que el espectáculo encaje en los tiempos de representación habituales hoy en día. En esto creo que la versión de Ignacio García May es clara, ágil, bien. Lo que hay que hacer con los clásicos es intentar que hablen al hombre del presente de forma directa (aquel hombre del futuro de antaño hecho cuerpo). Por supuesto que esto, con un buen tratamiento escénico, puede hacerlo uno de los textos más importantes del barroco: La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón.

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Bueno, a lo que vamos.

A mi parecer la directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Helena Pimenta, se ha quedado corta. Le ha salido un clásico un tanto avinagrado. La verdad sospechosa de J. R. de Alarcón es el cuento de Pedro y el lobo. Al final hay una visión moralista que puede molestar a propios y a extraños, a mí no me importa.

El caso es que la directora se ha empeñado en dar al montaje un toque de contemporaneidad que no deja de ser ornamento. Hay que viajar más allá de los manidos tópicos. El montaje se queda en envoltorio vacío, en chimpún. Una gran escenografía practicable, unas cuantas proyecciones, unos letreros de COMPRO ORO y poca cosa más. Comparto la buena decisión de cantar algunos versos y del pianista, pero si me pones un pianista no me metas luego violines grabados ni hagas salir a un actor 30 segundos para que haga como que toca la flauta. Estás tirando piedras a tu propio tejado. La mayoría de las veces: menos es más (toma consejo del abuelo).

Ni que decir tiene que las luces de Cornejo son un espectáculo en sí mismo. Bravas.

Luego está el problema del verso del siglo de Oro, de cómo decir el verso. Mucha gente cree que no entiende el verso porque no han visto a buenos actores decir bien el verso. El verso dicho por un buen actor se entiende a la primera todo todito. Sin hacer esfuerzo alguno. El verso es la prueba del algodón para un actor. Los dos protagonistas de la obra tampoco están del todo finos en esto. Sí lo están algunos de los secundarios. Comparando a unos y a otros rápidamente nos damos cuenta de la diferencia entre  decir bien el verso y decirlo mal. Uno se entiende, el otro no.

En el montaje sobran algunos minutos, pero más o menos se deja ver. Aunque esto no es, ni debería ser nunca, suficiente. Los montajes de textos clásicos son montajes actuales -ante todo- y es un retroceso que se alaben estas puestas en escena solo por tener el valor de: puestas en escena de un texto clásico. Cosa que es obviedad y no habla en ningún caso de su calidad.

En algún momento alguien recomendará que se vaya a ver el montaje de un clásico con fervor porque de verdad nos habla a nosotros (los hombres del presente) y nos pasará lo mismo que pasa en Pedro y el lobo.

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Otro Perro Paco

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Carta a un joven imbécil #1 Pablo Caruana. Día 1: contra la endogamia gustativa

Me ofrecen inaugurar esta sección epistolar con título de cierta mala leche pero inspirada en uno de los libros donde el consejo llega a su forma ética más restricta y depurada. Difícil estos perros que se mueven tan bien en las aguas de la contradicción. No les he preguntado más, esta es la propuesta: una carta a un joven imbécil. Dije que sí rápido, como debe hacerse, luego se me complicó, pretendí primero hacer una contraposición entre dos textos que aunque se unen en lo esencial llevan caminos absolutamente disímiles: Contra los poetas de Gombrowicz  y un texto de Adorno. Y al comenzar a pensar me di cuenta: dar un consejo es imposible, hacer chistes quizá, pero posicionarte en un lugar y desde ahí sentirte capaz de… Vaya, complicado. Sobre todo, porque no podría sostener ese mismo consejo, posiblemente, más de un día. Soy hombre de opiniones, no de creencias, con toda la limitación que esto supone. Por eso, he decidido ir haciendo un consejo diario esta semana. Un consejo válido para un día. Para masticar y escupir en 24 horas. Soy periodista, es lo que hacemos.

cartas a un joven imbecil 

DÍA 1: Lunes, 30 de septiembre 2013.

Contra la endogamia gustativa: Hay que ir a ver todo tipo de teatro, hay que formarse, hay que eliminar o despreciar pero desde el conocimiento. Este primer consejo es arriesgado, alguna mente púber puede no sobrevivir al intento. Pero de eso se trata, de dejar de estar como espectador en un lugar que poco a poco vamos haciendo cómodo, es decir, endogámico para nuestras mismas papilas gustativas. Vayan a ver teatro que odian a priori, teatro que según sus parámetros imberbes se encuentran lejos de sus gustos. Ahí es donde se mal formarán, hay que mal formarse, deformarse con permeabilidad inteligente y obsesiva.

Así pues, cojan la cartelera, y antes de que acabe el año, vayan a ver, por ejemplo (aquí escribo desde la capital, cada uno que haga de su capa un sayo provinciano) “La verdad sospechosa” de Ruiz de Alarcón en versión de García May dirección de la Pimenta; vayan al estreno de “Atlas de geografía humana” de Almudena Grandes en el CDN que comienza en octubre; vayan al musical sobre Raquel Meyer del Arlequín que ha hecho la Sala Tribueñe; vayan a ver por lo menos dos obras del ciclo “Una mirada al mundo” del CDN; vayan el año que viene a ver la obra sobre Don Juan de  Boadella; vayan a ver a la compañía nacional de danza en la Zarzuela en noviembre con trabajo de Kylián, Galili y Naharin… Vayan, si pueden y tienen dinero al 21%, y cierren los ojos cuando estén en platea, justo antes de comenzar, ciérrenlos, frótenlos un tanto y cuando los abran sientan que han limpiado la mirada y busquen, busquen qué les gusta, que no les gusta, porqué, cuál es el significado de la escena y que tienen ustedes que ver con todo ello. No se mal formen, lectores imberbes de Perro Paco, con montajes pseudo-independientes tan solo, mal fórmense pero con amplitud de miras. ¡Vayan al teatro!… Suena viejo y carcomido el consejo, y así es la vida, una puta vieja carcomida y que carcome.

  Pablo Caruana
pablo_caruana@yahoo.es

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