Báilala otra vez, Cláudia

Claudia-DiasImagen: Margadira Ribeiro

“Mirar adelante en dirección al pasado y mirar hacia atrás en dirección al futuro”

 João Fiadeiro

Había visto One woman show (2003) hace no mucho en vídeo, y creo que llegué a Vontade de ter vontade todavía con la boca abierta. Un solo día de representación. Así de chulos son en Madrid. O la ves el 6 de marzo a las 20 h., o no la ves, tronco. Nota para programadores incrédulos cortoplacistas: los más de cuatrocientos espectadores que petamos el auditorio del monstruo de Nouvel llenaríamos cualquier sala para ver obras como ésta durante por lo menos (¡por lo menos!) un fin de semana largo. El público existe. Hagan la prueba. Ya basta de programaciones interruptus. También, creo que todos los que presenciamos a Cláudia Días llevamos semanas bailando a escondidas ritmos poscoloniales, y preguntándonos qué es la técnica de Composición en Tiempo Real (CTR) de João Fiadeiro, padre del RE.AL, de la que Cláudia es su mejor embajadora y practicante.

Últimamente algunos han tenido la suerte en este país o lo que sea de recibir por parte de Cláudia Días el evangelio de la CTR de Fiadeiro. En 2012, en una de esas iniciativas tan necesarias como escasas, Días pasó por Azala, Muelle 3 y La Fundición. Mientas escribo han anunciado la vuelta de Cláudia a estos tres espacios. Corred y apuntaos. Este marzo, a priori sobre la misma temática, el Máster en Práctica Escénica y Cultura Visual (Artea) ha organizado un taller en el Museo Reina Sofía. Pero si hay una institución aquí que se ha volcado con Cláudia, João y compañía, ésta fue sin duda la tristemente desaparecida La Porta. Allí, por ejemplo, acogieron y promovieron el ciclo Duplo Sentido (2008) y consiguieron programar obras como I am here de Fiadeiro.

Si las artes vivas pudieran enunciarse en una ecuación, una posibilidad sería hacerlo como hace poco nos proponía David Espinosa: “actor/cuerpo + espacio + tiempo + espectador= x”. El tiempo es una variable no sólo determinante en la creación y en la recepción de cualquier obra escénica, sino que además nos sirve para distinguir esta disciplina de otras, si es que esto es factible. (Casi) Lo contrario podría ser aquel tiburón en formol o La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo de Damien Hirst. El tiempo en este caso es sólo el tiempo del espectador, el tiburón estará en su movida comiéndose una y otra vez a Roy Scheider, por ejemplo, como en cualquier pintura de la crucifixión Cristo las vuelve a pasar putas cada vez que alguien mira. No es un tiempo “entre” dos, es decir, compartido entre un sujeto y, en el caso de la danza contemporánea, un objeto-sujeto. Dualidad que Fiadeiro defiende con acierto al usar la danza contemporánea el cuerpo como materia prima. Como sabemos esto es rebatible, pero sin duda es un inmejorable punto de partida ya que afloja la pajarita al espectador y, lo más importante, libera al mismo tiempo que responsabiliza al creador. Tiburón-HirstPero, ¿qué es la CTR? Al principio uno se revuelve pensando si no es lo que se hace en los teatros desde que los griegos se drogaban con el sol de cara para que les pegara más fuerte. Es decir, aunque las fórmulas sean casi infinitas, algo pasa en escena que los espectadores componemos en vivo, en aquel tiempo compartido que, si no vas muy colocado, suele ser real. ¿No? Vamos, principios básicos de fenomenología escénica. Pues no. La CTR va más allá. Y no sólo es una técnica que enunciada resulta atractiva, si no que consigue materializarse en escena.

Volvemos, ¿qué es la CTR? o, yendo al grano, ¿qué es el tiempo real? En palabras de Fiadeiro, es el “intervalo de tiempo en nuestra mente que media el surgimiento de una imagen-acontecimiento (resultado de un “accidente” exterior o interior), su identificación (es esto o es aquello), la formulación de hipótesis de reacción (puedo reaccionar de esta o de aquella manera) y, finalmente, la respuesta que efectivamente se escoge dar (que puede ser, incluso, escoger no responder)”. Un quehacer que tiene como objetivo escénico “la preservación de un estado constante de tensión entre el pasado y el futuro, y entre el “yo” y el otro”, pero sobre todo “la activación y “musculación” del bien más precioso que poseemos: la intuición”. Todo esto se lleva a cabo mediante gestos “extraños y probables” que suceden en “la periferia de lo adquirido, en el margen del conocimiento”. Así conseguiríamos “mirar la misma realidad de siempre, aquella que vivimos y con la que nos confrontamos en el día a día, pero a partir de una nueva perspectiva”. Toma ya.

Después de la retahíla, cabe preguntarse: ¿consigue Cláudia Días poner en práctica escénica estas elucubraciones? ¿consigue que las pongamos en práctica escénica los espectadores? Pues sí. El único problema es que hay que enterarse de lo que es la CTR para comprender la dimensión de su trabajo. Si no, uno se queda con la sensación de haber visto una obra escénicamente impoluta, con un discurso político facilón y un pedazo de baile de la Cláudia al son de Seu Jorge.

Vontade de ter vontade, Voluntad de tener voluntad, al contrario del carácter alemán que parece indicar su título, es una obra que recoge los problemas y las sensibilidades de los PIIGS. Ingenioso acrónimo nacido de la inventiva de aquellos protegidos por la autoridad moral que otorga especular con índices macroeconómicos. No es menester discutir aquí quién es más cerdo o más caníbal. Este continente desde hace tiempo se ha convertido, en palabras de Sloterdijk, en “la colonia de su propia utopía”, y cada territorio en la suya particular. La paradoja del colono. Aún así, bien es cierto que quienes empezamos a levantar el brazo y señalar con el dedo índice a culturas que habrían de santiguarse y masacrarse bajo la bendición urbi et orbi, fuimos los españoles y los portugueses. El plus ultra de las fragatas de Carlos V todavía nos acompaña como un tatuaje vergonzoso que no podemos borrar. Precisamente esa manía deíctica europea, representada en la estatua de colón, es el gesto que Cláudia Días rescata de nuestras pesadillas colectivas, y a partir del cual construye Vontade de ter vontade.

Vontade-de-ter-vontadeImagen: Margadira Ribeiro

La obra nos plantea un recorrido. El espacio es un gran rectángulo de arena que Cláudia transita mientras transcurre el tiempo (real) de la representación y los tiempos (reales) en los que Días se proyecta. La arena está dividida en distintas partes cuidadósamente iluminadas que marcan las fases de un proceso escénico que deviene circular. En cada una de ellas Cláudia acaba erigiéndose en una estatua que señala como Colón en sus plazas. A lo largo de su recorrido la estatua se transforma. Cláudia empieza vestida “de calle”, y poco a poco, musculando nuestra intuición, se desnuda hasta acabar finalmente enterrada.

Cláudia señala, y al hacerlo nos relata los territorios que recorrería si “siguiera por allí”. Hasta nos cuenta una posible y nada interesante conversación con Dios cuando señala al “cielo”. Asimismo, nos informa de la edad que tendría en distintos años cristianos venideros. También se cuela alguna referencia política nacida, según dice el programa de mano, de la lectura de Tony Judt y Boaventura de Sousa Santos. Sirva de ejemplo el primero como uno de esos pensadores cuyos libros plagan las mesillas de noche de los lectores de Babelia, a los cuales estaría bien echar un chorro de tabasco. A los libros, digo.

Todo ello Cláudia lo enuncia mientras los subtítulos proyectan sus palabras. Desde que leemos la primera palabra proyectada nos preguntamos, ¿está todo controlado? Es decir, ¿no se deja nada a la construcción en tiempo real? A priori puede parecer que no, que Cláudia y quien pasa los títulos lo tienen todo claro, pero después de pelearte con tus primeros impulsos o prejuicios, descubres que en esta obra Cláudia ha llevado la CTR a una dimensión abstracta. Ya no es un trabajo apoyado por objetos, como ella y más practicantes del RE.AL han hecho en otras ocasiones, si no que Cláudia, instalada en el estado de tensión y alerta al que alienta Fiadeiro, lo que está haciendo es formular hipótesis sobre ella misma cuya decisión nos concierne a nosotros. El espectador en One woman show se preguntaba quién le encendería el pitillo a Cláudia, al espectador en Vontade de ter vontade Cláudia lo invita a preguntarse junto con ella cómo se encontraría si “sigo por allí”, y cómo será en los próximos años. Aquí está la ética de la que habla Fiadeiro. Aquí está la política. Así es como el espectador y el creador alcanzan aquella liberación que predispone a la responsabilidad.

Para toda esta alquimia, parece que el único elemento imprescindible es el cuerpo. El cuerpo de Cláudia es en Vontade de ter vontade el cuerpo de una tragedia. Es decir, un cuerpo que sufre el pathos consecuencia de la hybris de muchos que durante siglos han tomado por ella decisiones equivocadas. Es el cuerpo solitario del agón que no encuentra respuesta. Pero también es el cuerpo que no puede llegar a fin de mes, el cuerpo al que no le queda otra que creer que le es posible descolonizarse para volver a empezar, aunque sea un imposible. Es el cuerpo que se pregunta, que nos pregunta, ¿qué puede un cuerpo?

Pero Cláudia no sólo sufre en Vontade de ter vontade. A pesar de la ironía trágica, el baile que se marca en mitad del recorrido de la canción América do Norte nos muestra que sólo nos podrán “quitar lo bailao” si dejamos de bailar. Si no dejamos de bailar no podrán quitárnoslo. En este caso, pura pragmática del lenguaje. Por eso, báilala otra vez, Cláudia.

La obra termina con Cláudia desandando lo andado, borrando sus huellas como Viernes en la playa, lo cual, según Lacan significa “la marca del sujeto como tal”. Escénicamente redondea la obra ya que nos permite, de nuevo, volver a empezar, esto es, volver a disfrutar de la posibilidad de decidir si echar una y otra vez un último baile.

 

Un Perro Paco

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#1 Canarias | Perros tirados al sol

Martin-Parr-cruz

Quién mejor que un perro para dar un buen repaso a la escena contemporánea en las Canarias. Tierra de canes, ya se sabe. De perros de gran tamaño. Ni buenos ni listos ni fieles ni bellos. Grandes y muchos. Y, como nuestras amigas las lagartijas, tirados al sol.

Islas afortunadas. Tierra de paso. Vendida, comprada y vuelta a vender a lo largo de los siglos por piratas, reyes, mercaderes y estados hasta nuestros días. Puerto franco exento de IVA, tesoro invernal para nórdicos, teutones y jubilados del Imserso, paridora de mangos y plátanos, viaje en el tiempo a paisajes prehistóricos (naturales y antropológicos), a la cabeza en tasa de paro en España y a la cola de los informes PISA. Territorio ultraperiférico naturalmente ligado a la fábula, a inventar historias. Y a inventar su historia.

¿Qué está pasando en Canarias? Preguntan en Barcelona. ¿Masu está por allí? ¿Y Carmelo? ¿Volvió de Méjico? ¿Qué pasó con A ras de suelo? ¿Y lo de La Laguna? ¿Quién está programando allí al Conde, Gisèle Vienne, Claudia, Juan Domínguez, la Córdoba, a David Espinosa, a Ernesto y Bárbara, Doctor Alonso, Amalia Fernández,… a (casi) todos? ¡Hasta la Liddell y su cuento chino! Y Dani Abreu… ¿este también era chicharrero…?

Muchas preguntas sin responder, misterios distorsionados por la distancia y por la lupa brumosa del Atlántico que vuelven a hacer de Canarias un territorio (parafraseando a Amalita) maravilloso, maravilloso… Tratemos de alzarnos unos metros sobre la tierra volcánica y de hacer un mapeado subjetivo, sesgado y perruno de lo que hay (si es que hay algo) y, sobre todo, de cómo se mueve.

Canarias

Si echamos la vista (un poco) atrás contemplamos un territorio cultural en muchos sentidos adelantado a su tiempo que supo saltar a Europa sin pisar la península cuando allí los grises repartían como reparten ahora los nacionales. La vanguardia y el surrealismo calaron profundamente entre artistas e instituciones encontrando un perfil a medida para este carácter entre suramericano y andaluz (lo de africano lo dejamos para la fábula). De esta inercia aparecieron en los 70-80-90’s artistas de la escena y de las artes de la acción (fundamentalmente en la performance y en la danza) que pasearon su canariedad por espacios de creación, festivales y compañías… ¡Siempre te encontrabas a un bailarín/a canario en Berlín, Barcelona o Bruselas!

Y sí, la danza es de las pocas disciplinas que en las islas han ido sobreviviendo a la debacle cultural y al embrutecimiento programado del país. Todo lo demás directamente ha desaparecido. Otras formas de expresión performativa han quedado relegadas en los últimos años a fugaces experimentos académicos o, en el mejor de los casos, a pequeños ciclos vinculados al Museo y al empecinamiento de los gestores de alguna caja blanca en Gran Canaria y Tenerife. Como es muy corto empezaremos por aquí.

a-ras-de-sueloGran Canaria ha sido siempre el foco y el termómetro cultural para las escénicas contemporáneas en las islas. El Hueco sacó adelante durante años un A ras de suelo dinámico y esperanzador que cayó con la misma facilidad con la que en su día la escena contemporánea saltaba a las islas convencida de estar realizando la buena acción del día en un contexto de amistad y playa (el espíritu evangelizador del artista europeo no tiene límites). Era como ir al pueblo con la farándula, como un Pontós de los artistas/para los artistas pero con la diferencia de que Las Palmas es una capital de provincia con más de 350.000 habitantes entre los que se encuentran unos cientos de curiosos. Carmelo se dejó la energía en bregar con las obtusas administraciones canarionas pero sucedió y fue grande. Grande en todos los sentidos porque sembró, básicamente, dos semillas muy importantes que hoy agonizan. Una, la de la referencia y el impulso a las nuevas generaciones locales que compartieron mesa con esa escena contemporánea peninsular. Y otra, la de ejercer de testigo de la herencia performativa para la institución cultural canaria (oxímoron). Un testigo que a día de hoy sólo recogen -muy modestamente- el Centro de Arte La Regenta y el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) en Gran Canaria impulsados básicamente por artistas como Gregorio Viera, Pedro Déniz y Raquel Ponce. Más esporádica y raquíticamente, las ocurrencias puntuales del Tenerife Espacio de las Artes (TEA) en Tenerife y los “pinitos” y buenas intenciones del Organismo de Cultura de Santa Cruz a través del Ciclo sobre Cuerpo y Performatividad organizado a finales del año pasado por Masu.

Lo del TEA, evidentemente, requiere mención especial por lo nada especial que supone ser en este país poco más que un continente de nadas varias bajo la dirección de nadie (es decir, otro instrumento más al servicio directo de la política insular). Más allá de estas iniciativas en Las Palmas nos queda el discreto e importante trabajo del colectivo Fluxart y los coletazos folclórico queers de nuestra muy querida Mauri/Celeste. ¿Ya está? Pues sí.

La-artista-grancanaria-Raquel-PonceRaquel Ponce en el CAAM

Pero… ¿y los espacios escénicos? ¿Y los teatros?

Los teatros, como en Madrid, con la risa tonta. Pero más.

Hace unas semanas unos artistas en residencia en el Laboratorio de Artes en Vivo del Teatro Leal de La Laguna (volveremos luego a este no-se-sabe-aún-si-oasis-o-espejismo) contactaron con un artista local para ofrecerle una colaboración para el diseño del espacio sonoro de su pieza en proceso. Más allá de la incapacidad del artista invitado para integrar sin juicios la propuesta de los residentes llamó la atención su referencia a la gran cantidad de artistas que había en las islas en comparación (siempre según su visión) con otros lugares de España. Muchos y muy grandes (como los canes). A lo que los artistas residentes respondieron: ¿y dónde están que las salas están vacías? Como señala una buena amiga, “el aislamiento hace creer a los artistas locales que son la polla, nada más y nada menos”. Un ejemplo significativo: el artista canario por lo general no se informa de lo que va a ver (si es que va a ver algo).

Lo de las salas vacías eran conjeturas que habían llegado a los oídos de estos residentes que tenían que ver con la existencia de las mismas, otra de las típicas fábulas canarias. Porque, como en otros puntos del territorio, o no hay o no se ven.

Empecemos de nuevo por Las Palmas (y disculpen si no hago referencia a otras islas pero, para qué…). El Teatro Cuyás, el Teatro Guiniguada, el Pérez Gadós… se mueven bajo los mandos de gerentes infantiles que diseñan programaciones espectaculares sin el más mínimo interés por los nuevos lenguajes escénicos, apartando de sus carteles cualquier atisbo de expresión contemporánea bajo la excusa del público: es que Mi teatro Aún no tiene público para estas propuestas. Lo más interesante es el AÚN. Integran en sus razonamientos que algún día llegará ese público que hoy no existe y que, si existiera, no es suficientemente relevante como para tenerlo en cuenta.

En la isla de Tenerife sucede exactamente lo mismo pero con un par de excepciones que la convierten, con un mínimo de méritos, en el triste referente de la escena contemporánea en Canarias (da pena hasta escribirlo).

Por un lado Roberto Torres y un Teatro Victoria que tras quince años de dura sobrevivencia y una programación estable (en el tiempo) se encuentra ante los contagiosos y mórbidos síntomas del Síndrome de la Red de Teatros Alternativos (del que otros perros han dado buena cuenta-aquí y aquí-). Siendo el espacio natural para la creación contemporánea (de los 90-00) en Santa Cruz de Tenerife, la casa a la que todos los artistas recurren y el único espacio privado orientado a las prácticas (fundamentalmente) de la danza, se encuentra hoy en un difícil equilibrio entre el centro académico/de ocio y un espacio de creación/exhibición sin una línea programática clara (lo del síndrome…). Teniendo en cuenta que el apoyo y las políticas culturales a terceros en Canarias son prácticamente inexistentes sólo queda dejarse fagocitar por festivales impulsados por grandes estructuras (Auditorio) que diversifican propuestas, espacios y riesgos entre espacios menores y sin capacidad de decisión, y seguir invirtiendo energías en un modelo de gestión/programación muy personalista que no termina de abrirse al entorno cercano (aun teniendo el reconocimiento, el cariño y la fidelidad de una buena parte de los públicos contemporáneos de la isla). Nadie le quita el mérito a este gran desconocido de la cultura santacrucera, todo lo contrario. Pero… The Times They Are a-Changin’y necesitamos espacios con un discurso claro y contundente. Algunas señales –como la bien recibida extensión estival del Victoria en las calles de Garachico, pequeño pueblo costero del norte de Tenerife- nos dicen que se apunta hacia un cambio más allá de sus paredes, aunque es precisamente entre sus paredes donde este perro cree que debiera suceder el cambio.

Paisajes-de-la-memoriaPaisajes de la memoria (2006) de la Compañía Nómada del Teatro Victoria

El teatro principal de Santa Cruz de Tenerife (el Teatro Guimerá) tiene al frente a una persona (un profesional) sensible con ganas de introducir pequeños cambios en el malabarismo charcutero del gestor municipal. Hoy los pequeños milagros requieren pocos gestos (o los perros crédulos, en el fondo, los vemos por todas partes) y por aquí se están comenzando a dar. Aún con el enemigo en casa –una estructura administrativa plagada de funcionarios desganados, pagados de sí mismos y sin el mínimo interés por el trabajo del artista- el Guimerá está impulsando con recursos muy ajustados algunos proyectos de  investigación y creación contemporánea. Para un teatro de las dimensiones históricas del Guimerá pensamos que este es un ejercicio de responsabilidad. Sobre todo de cara a los creadores y a un público escasísimo que, en Santa Cruz de Tenerife, viene siempre canalizado por Equipo Para, otro de los pequeños oasis asociativos que generan cultura y pensamiento contemporáneo en la isla. Un inciso: este sí es de verdad un espacio para la creación y la nutrición de buenos perros en Canarias. Habría de ser el espacio natural para la experimentación escénica y quizás por eso mismo sea el lugar que, por su escasa programación, ponga de manifiesto lo marginal de estas prácticas en la isla. En cualquier caso el pulso del Teatro Guimerá es aun muy débil y sujeto a propuestas puntuales, sin ni siquiera un sentido o una dirección clara en el tiempo y, como para el Laboratorio de Artes en Vivo del Teatro Leal de La Laguna, extremadamente dependiente del político de turno.

LEAL.LAV

Laboratorio de Artes en Vivo del Teatro Leal de La Laguna (LEAL.LAV)

Y al LEAL.LAV hemos llegado. Si algo ha sucedido de importancia para la escena contemporánea en Canarias en los últimos años es este mal llamado Laboratorio de Artes en Vivo del Teatro Leal (por lo de laboratorio). Impulsado por Javier Cuevas, ex coordinador de aquel maravilloso despropósito llamado Centro Párraga (Murcia), ha conseguido convencer al ayuntamiento con mayor dotación presupuestaria  para un área de cultura en la isla de la necesidad de ofrecer desde la institución un espacio paralelo destinado a la creación escénica contemporánea. Y por ahora funciona. Por la sala de cámara del Teatro Leal han pasado de forma regular y desde septiembre de 2012 la mayor parte de las propuestas y artistas fundamentales de la escena española de los últimos años en una programación discreta, definida y variada, quizás demasiado buenista y heredera de los contactos de la época Párraga, combinando formación, exhibición, mediación, residencias y cesión de espacios. Como en el caso del Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife, demasiado endeble y en dependencia del impulso y el deseo de Una Sola Persona y del concejal/a de cultura y del partido político al que representa (casualmente ambas concejalías en manos de partidos en minoría en sus respectivos ayuntamientos). Quizás lo más loable de este proyecto sea –además del hecho de poder ofrecer una programación estable en la isla desde lo público y con la ventaja, por ende, de no tener que rentabilizar económicamente desde la taquilla- el esfuerzo por conectar a los artistas  programados con los artistas y estudiantes locales a través de encuentros en la propia sala y fuera de ella (facultad de Bellas Artes, TEA, Escuela Canaria de Creación Literaria, Escuela de Actores…).

En este punto el can apunta a la patética influencia que ejerce la mayor parte del profesorado de la Escuela de Actores de Canarias sobre un alumnado básicamente orientado a la repetición de textos clásicos y al monólogo estúpido y televisivo. Un profesorado que, en general, no pisa un teatro (y menos si la propuesta se sale del canon, de la representación y de la convención) y un alumnado que se ve superado en curiosidad y sensibilidad hacia los nuevos lenguajes escénicos y el uso del cuerpo por profesores y alumnos de la Facultad de Bellas Artes.

Aitana-Cordero-Quim-Bigas-LEALTO-GET-HER(E) de Aitana Cordero y Quim Bigas en el LEAL.LAV/Foto: Javier Pino

¿Qué mas vemos desde lo alto?

Desde lo alto lo primero que se ve es el Auditorio de Tenerife. Un edificio espectacular en sus dimensiones, en su forma y en su contenido que ha venido canalizando en los últimos años el soporte económico de las propuestas en danza contemporánea de creadores isleños y la formación de profesionales a través de su programa Tenerife Danza Lab (otro laboratorio que no lo es). El Auditorio –como el TEA- responde a los intereses de la política cultural del Cabildo de Tenerife: ofrecer cartel (musicales, ópera, figuras del pop,…) y gestionar como continente la inversión en esta otra nueva joya de la herencia Calatrava. A cambio el equipo de dirección -mas ocupado en la política cultural que en la cultura misma- aporta su dosis de contemporaneidad y compromiso social (¿?) con este Laboratorio que, sin ser una compañía estable ni un espacio real de investigación, mantiene a cuatro ya no tan jóvenes bailarines en una dinámica de trabajo funcionarial, en una eterna formación/entrenamiento hacia ningún lugar en flaco favor hacia los propios integrantes del TDL. Es un ejemplo claro de cómo una buena dirección pedagógica y artistas con talento pueden sucumbir por pasiva a los intereses de la política cultural  desactivando los conflictos, las reacciones, las tensiones y las relaciones entre la estructura, la creación, los artistas… Desactivando desde dentro el objetivo mismo de la expresión contemporánea.

A este panorama -posiblemente muy parecido al de otros lugares de este país- hay que sumarle la desconfianza y la desconexión que en la gran mayoría de las ocasiones se da entre las personas y los proyectos fruto, posiblemente, de este “encerrarse sobre uno mismo” como estrategia de sobrevivencia y de la propia insularidad (aislamiento) como forma de ser y como forma de operar.

¿Qué relaciones reales hay entre la Escuela de Actores de Canarias y el Teatro Victoria? ¿Y entre el Festival DanzAtac y el LEAL.LAV? ¿Y entre el TDL y el Centro Atlántico de Arte Moderno? ¿O entre la Asociación Réplica de Empresas de Artes Escénicas de Canarias y cualquier forma de creación escénica contemporánea? ¿Qué conexiones hay entre artistas y espacios canarios con artistas y espacios peninsulares, europeos…? ¿Y entre los propios artistas? Mas allá de combinaciones efímeras entre unos y otros (más sujetas a intercambios en el plano de lo logístico y de lo mercantil) la realidad relacional no pasa de una tolerancia a secas donde unos simplemente soportan la presencia de otros. Por supuesto sin llegar a comprender en ningún caso qué mueve a mi vecino, en qué consiste su búsqueda, qué materiales utiliza, qué necesita mañana, hacia a dónde se dirige o qué tiene que ver conmigo.

En el plano de la creación sucede algo muy parecido. La ausencia de espacios comunes limita el contacto entre artistas dejando un catálogo de prácticas muy desconectadas entre sí (generalmente más conectadas con espacios y artistas peninsulares), desarrolladas desde la intuición, con pocas referencias y con escasos feedbacks que terminan generando confusión y debilitando la naturaleza de la propia creación contemporánea (más allá de tendencias, escuelas, líneas de práctica y pensamiento,…).

Desconexión y ausencia de comunidad que deja en el aire la viabilidad y la supervivencia de los proyectos, el crecimiento de los artistas, la memoria de lo que sucede y el compromiso y la curiosidad de los públicos. Perros quedan, no muchos, no muy grandes. Pero hace falta jauría para mantener viva la llama y llama para construir jauría. Porque es fácil en estas latitudes, tan soleadas, tan apacibles, tan planas, caer en la desidia, dejarse estar y -con las mejores intenciones- volver a descubrir América.

Sigan viniendo. Por favor. ¡Tienen un público maravillosamente virgen con el que retozar! Sigan queriendo venir. Nos ayuda y nos recuerda que hasta a dos mil kilómetros podemos madurar y autónomamente ser parte de algo.

Can Chanchán

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