Clean Room | Temporada 1. Episodios 5 y 6.

Advertencia: Quien quiera ver la primera temporada de la serie alguna vez, que no siga leyendo. Quien quiera disfrutar de la experiencia y mantener intactas sus expectativas, que se quedé aquí. No queremos spoilear.

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Domingo 9 de noviembre a las 12 h. en La Casa Encendida

Capítulo 5. Abre A: La noche ha dado paso al día. Aquí estamos de nuevo, este grupo variopinto, en el patio central de La Casa Encendida. Son las doce del mediodía y el sol lo ilumina todo. Caras de sueño, caras de resaca. ¡Que me aspen si no hay peña que viene de empalme! ¿Llevarán de pedo desde el viernes? Os juro que vi a un tío intentando ligar con la modelo, pobre. Hay tan sólo, al fondo, una mesa con copas llenas de champagne. La Voz hecha cuerpo toma la palabra y micrófono en mano nos invita a acercarnos y propone ese brindis que quedó pendiente (en el capítulo 3 se nos sugirió, pero nadie dio el paso: vamos de guays pero luego, que si nos da corte… Algunos aprovecharon para hacer chin chin en el capítulo 4, pero en petit comité). Es un brindis colectivo, exhaustivo, trompicado, incompleto, poético, evocador, provocador, condemor, que se extiende por veinticinco minutos. Y brindamos por nosotros y por todos nuestros compañeros, por la capacidad que tenemos de sorprendernos, de buscar aventuras, de plantearnos retos, de meternos en líos, de no conformarnos. Brindamos por la vida, por lo que nos hace únicos, por lo que nos hace mágicos, bravo por la música, por lo que nos diferencia y también por lo que nos asemeja, por lo que nos conecta. Brindamos por el mundo, por lo bello de este planeta, por lo singular, por lo que nos incomoda, por lo que nos reconforta… ¡Por Grace Jones! ¡Salud!

Capítulo 6. Salimos a la calle de paseo, es domingo por la mañana, el Rastro en ebullición, las calles abarrotadas. Nos mezclamos con las gentes, participamos de la vida de la ciudad. Vamos charlando despreocupadamente, “A ver si puedo ir a lo tuyo en Pradillo…”; “Buah, voy pillado de tiempo, tengo que presentar los papeles en la SGAE antes de…”; “¿En Estocolmo? De puta madre. ¿A caché?”… Cosas de la endogamia. En derredor puestos llenos de cachivaches, tráfico, familias con niños y perros, coleccionistas, despistados, carteristas. Somos parte de todo eso, es el mundo en que vivimos. Acabamos de brindar por todo esto. Un autocar se detiene a nuestro lado y, perplejos, subimos. Se inicia un recorrido por zonas emblemáticas de la ciudad, de Madrid. Embajadores, Bailén, La Almudena, las Vistillas, el Viaducto, Ferraz. A mí me han pasado cosas en estos lugares, llevo tres días removiendo el pasado y me asaltan recuerdos de aquel rollo cerdete justo en ese portal, de una vez que me di de hostias con uno en ese garito (bueno, un par de galletas)… Veo el viaducto y veo gente saltando. Hay cola para entrar en la catedral, ¡frikis! Contemplo las calles, miro a las personas a través de los cristales, deberían ser una barrera que me aleja de todo, como mirar una pantalla de televisión, pero estoy ahí abajo. La vida de todos es también nuestra propia vida. Ser tan sólo espectadores es una presunción intolerable. Creo que de eso va Clean Room. El bus se detiene en el Teleférico de Madrid y nos montamos. No veníamos desde niños. Somos ahora unos niños excitados en las cabinas de cristal. Decimos tonterías, hacemos bromas. Y a nuestros pies la ciudad. Nuestra ciudad a vista de pájaro… Ya en el mirador de la Casa de Campo se cierra la Temporada. Clean Room se despide por ahora. María Jerez, sobre un barril, la Libertad guiando al pueblo, nos dedica unas últimas palabras cariñosas. Falta la foto de familia, de esa extraña familia disfuncional pero bien avenida que se ha creado tras estas tres sesiones, cada uno con el regalo personal recibido en el capítulo 4. Y punto y aparte. Hasta pronto. Ojalá alguien se atreva a programar en Madrid la siguiente temporada. Nos invitan a unas cervezas vacilonas (por si no os habéis percatado, esto es una super producción, no se repara en gastos para agasajar a los participantes, que no espectadores). Seguimos de charleta y el grupo se va disgregando en la tarde madrileña.

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Y ahora me vais a permitir. A ver. Yo soy un espectador sin más, un tío que va bastante a ver teatro. Me gusta lo que me gusta, como a todo dios. Pero independientemente de lo que me parezca lo que veo, de lo cerca o lejos que puedan quedar mis gustos, aprecio sobre todas las cosas que se me trate con respeto, que no se me tome por idiota. Sé reconocer cuándo hay un trabajo serio detrás, cuándo se miman los detalles, cuándo se considera al tipo de la butaca (o el cojín, o el puff, o el escalón) como a un igual, con su cerebro pensante y toda la pesca. Pondero que me desafíen, que me busquen las cosquillas. No quiero ver cosas hechas para salir del paso. Me sulfura ver al emperador en pelotas y tener que callarme la puta boca. Pues bien, lo de Juan Domínguez y su Clean Room Temporada 1 reúne uno por uno todos esos requisitos indispensables, y muchos más, que hacen que yo siga jugando, que siga queriendo pagar por asistir a un espectáculo (por mucho que esos cerdos pongan el IVA al ochenta por ciento).

Me lo he pasado de putísima madre y ha sido un privilegio formar parte estos tres días de la troupe del Domínguez.

Tengan cuidado ahí fuera…

Guri Petre

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Clean Room | Temporada 1. Episodios 3 y 4.

Advertencia: Quien quiera ver la primera temporada de la serie alguna vez, que no siga leyendo. Quien quiera disfrutar de la experiencia y mantener intactas sus expectativas, que se quedé aquí. No queremos spoilear.

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Viernes 7 de noviembre a las 22 h. en La Casa Encendida

Episodio 3. Día dos. Número de bajas insignificante. Las diez en punto y se nos reúne en la misma antesala en la que se desarrolló el primer episodio. Un papel: “Clean Room: En capítulos anteriores…” nos sitúa. Quince minutos de espera, pero no estamos ensimismados, no somos gente haciendo cola ante la puerta de un espectáculo. Nos conocemos un poco ya . De vista. Ya habíamos cruzado algunas palabras el miércoles. Así que charlamos, este con aquel, esa con aquella. No sabemos qué va a pasar pero nadie parece preocupado al respecto. Estamos entre bambalinas y quizás pronto el regidor aparezca llamando al ejecutante del siguiente número… Pero surge Juan Domínguez y nos indica el camino hacia lo que será propiamente el comienzo del espectáculo. Una sala muy iluminada. “There is a light that never goes out” de nuevo. Y sillas enfrentadas dos a dos que dibujan una gran serpiente ocupando todo el espacio. Nos sentamos al tun tun. Ahora surge La Voz. La misma voz. Pero suena diferente. Nos hace pregunta directas a cada uno de nosotros, sobre lo que sentimos, sobre lo que somos. Nos obliga a un ejercicio de introspección. Pero nos resistimos, hay algo violento en ello. Tanta luz. Miramos y somos mirados. Somos conscientes de no estar a solas. La voz, esa voz, no es hipnótica hoy. Es intimidante. Es el juez invisible al que se enfrenta Josef K. La voz de nuestra conciencia poniéndonos a prueba. Hay preguntas que no quiero responder, que no deseo contestarme. Surgen risas pero no me suenan naturales. No veo dónde está la gracia. ¿Nervios? No lo sé. Y cambia el sujeto sobre el que se nos interpela, abruptamente, ya no somos nosotros mismos. Debemos fijarnos en la persona sentada enfrente. Debemos fabular sobre sus orígenes, sus intenciones, su modo de vida. De lo superfluo a lo más profundo. Y nos miramos a los ojos y nos sentimos incómodos, se nos fuerza a crear una intimidad con un desconocido, es todo muy embarazoso y a la vez revelador. Nos hemos mirado y ahora miramos afuera y en todo ello hay una conexión inexplicable. ¡No nos hablamos! Nadie dijo que no se pudiera pero no nos decimos ni una palabra los unos a los otros. Visitamos los lugares propios y exclusivos del ser humano pero se deja de lado la expresión oral. Tan sólo está la voz de María Jeréz. Cambiamos de posición y enfrentamos a una persona distinta, mas lo que había, esa magia improbable, se desvanece. Fin del episodio.

Episodio 4. Noche cerrada. Volvemos al patio central, que se ha convertido en un salón elegante. Luz tenue. Una veintena de mesas de cuatro con manteles blancos, velas, copas y vino tinto -El Pícaro, bodegas Matsu-. Nos sentamos al azar, elegimos o no a nuestros compañeros de velada. Nos servimos, brindamos, bebemos. ¿Qué es lo que está a punto de pasar? Pues se trata de una invitación a combinar intelectualidad y sensaciones. Mientras se va sirviendo un menú degustación en miniatura continúan llegando preguntas apelando a lo más profundo de cada cual. Pero algo ha cambiado. La Voz ha enmudecido y ahora la voz está en nosotros. Se nos devuelve el habla. Y no nos contestamos en silencio a nosotros mismos; contestamos en comunidad, respondemos para los otros, escuchamos sus respuestas, nos decimos, conversamos, algo se ablanda, bajamos la guardia, se abren grietas en los caparazones… La cosa se desarrolla más o menos así: Unos camareros sigilosos traen unos vasitos con un extraño ajoblanco negro. Vista. Paladar. Y llega una tarjeta con una pregunta escrita. Hablamos sobre ello o tal vez pasamos. Una cucharada de ensalada caprese y otra pregunta. ¿Estamos en lo que nos proponen o somos colegas bebiendo vino y charlando? Un mini steak tartar y varias preguntas más, de golpe, ya sí hacemos que nuestra conversación la determinen estas tarjetas, y llegan más, el ritmo se incrementa y queremos hablar de ello. Arbitramos un sistema, como un trivial, leer por orden contestar por orden. A mí me interesa lo que cuentan el resto de comensales. Lo que creo que van a contar. Seguimos bebiendo y decimos cosas íntimas, nos lo tomamos en serio, no tengo ni idea de por qué. Tensión cero. ¿El resto de mesas? Ni puta idea. Un mini gin tonic verde cierra la ronda gastronómica y vemos que se nos acaba el tiempo aunque nadie lo dice y queremos contestar a cada una de las preguntas… Y la música brota sin que nos percatemos y ya está fumando la peña y algunos bailan y antes de acabar nos intercambiamos los regalos que se nos instó a traer de casa y eso sucede de a dos y a mí me mola.

Ha sido cojonudo.

(Me fastidia ser tan entusiasta, parezco Marcos Ordóñez, copón.)

Por cierto, ¿a qué género cinematográfico pertenece tu vida?

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Guri Petre

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Clean Room | Temporada 1. Episodios 1 y 2.

Advertencia: Quien quiera ver la primera temporada de la serie alguna vez, que no siga leyendo. Quien quiera disfrutar de la experiencia y mantener intactas sus expectativas, que se quedé aquí. No queremos spoilear.

clean_room_thMiércoles 5 de noviembre a las 22 h. en La Casa Encendida.

Episodio 1. La Casa Encendida. Hall de entrada. Al calorcito. Unas ochenta almas. Todo el mundo conoce a todo el mundo. Besos. Comadreo. Dan las 22. Casi sesión golfa. Se nos indica que podemos ir hacia la sala y allá que vamos. Pero somos retenidos en el descansillo, en las escaleras de bajada. Beatriz Navas, responsable de Artes Escénicas y Cine del garito desde hace unos meses, bloquea, micrófono en mano, la puerta de entrada. Y nos obsequia con una presentación surrealista de las funciones que conlleva su cargo. Sin palabras. Casi nadie protesta. La mayoría son artistas, beben de su teta, pretenden hacerlo los años venideros. ¿No la conocen? ¿Está aprovechando para presentarse en sociedad? Nos deja atónitos al afirmar que ella no es responsable de programar a Juan Domínguez. Lo es su antecesora, Maral Kekejian, a la que cede la palabra. Ésta empieza una explicación absolutamente prescindible acerca de Clean Room, de su recorrido, de sus intenciones. Pero, ¿no vamos a verla? ¿Qué coño nos estás contando? Bea vuelve al ataque, pero ahora desvaría, libros de autoayuda, el baño no funciona, problemas con internet… ¡Que todo esto era ya el episodio primero! ¡Me la han colado hasta el fondo! ¡Bravo! La peña se despolla. Yo me descojono. Toma la palabra Emilio Tomé, artista residente, y cuenta su proyecto “Home Experience”, del que no daré detalles. Capta el interés de la basca. No es de risa. Luego pilla micro una chica. Habla de cámaras que nos graban. Otro chaval diserta sobre los cambios en la ciudad. Tertulia. Cháchara. Una mujer polemiza. Interpela a otra que resulta ser cantante lírica. Y canta “L´amour est un oiseau rebelle” de la Carmen de Bizet. Divertidísimo. De verdad. La misma mujer nos dice más cosas sobre nosotros y luego llega el segurata que es fan de Michael Jackson y se marca un número de imitación hilarante. Otra chica diserta sobre el Kit Kat y sale Juan Domínguez en persona a dar por concluido el episodio uno y nos hace pasar ahora ya sí a la sala.

Todo así, pim pam, a toda hostia, arriba y abajo, es pura televisión, ritmo ritmo, prime time, tertulia, variedades, talk show, El Semáforo, Esta noche cruzamos el Misisipi. Puro teatro. Nunca he podido saber quién de los que me rodeaban acapararía el foco al instante siguiente. ¿Esa top model que quita el hipo? ¿La pareja de enanos latinos? ¿Piensan otros que yo soy un posible candidato? Buenísimo. De puta madre. Teatro del bueno. Por qué no puede durar un rato más…

Episodio 2. Sala rectangular. Paredes negras. Techo negro. Cojines negros por el suelo. Luz tenue. “There is a light that never goes out” sonando. Buen comienzo. Y la voz de María Jerez que surge, hipnótica, como el Max von Sydow de “Europa”, para llevarnos de viaje, un viaje onírico, sensorial, la voz que evoca lugares, que invoca colores, texturas, aromas. La voz, su voz, y el resto está en nosotros, desparramados, tumbados. Es un juego de rol, María el master invisible, estamos jugando, elige tu propia aventura, jugamos todos a la vez pero es un juego individual. Reconozco que viví la experiencia en el Living Room Festival de hace dos años y os aseguro que no por ello es hoy menos intensa. Aunque no elijo bien y mi viaje es entrecortado como el sueño de una siesta de fabada veraniega. Supongo que si indagáis os encontraréis con ochenta versiones distintas. Pues perfecto. La burbuja hipnótica la pincha una música hardcore que proviene del exterior. Salimos. Hamelín. Un trío le da caña al mono en las escaleras de entrada. Cambio de tercio. De un pedo a otro pedo. De putísima madre. Me lo he pasado pirata. Hacía tiempo, que vaya racha. Ni el bueno de Peter Brook…

Que llegue el viernes ya, joder.

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Guri Petre

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