«Nottthing is important», DD Dorvillier, STUK Kunstencentrum, Leuven, 2/1/2008

«Nottthing is important» es una pieza en tres partes de la coreógrafa estadounidense DD Dorvillier donde cada fragmento dura alrededor de veinte minutos. En el primer acto nueve bailarines en un reducido espacio de color blanco cambian de postura al unísono y luego permanecen quietos unos instantes. En algunos casos se arremangan el pantalón o la camisa, se desprenden de un calcetín, y forman paisajes humanos donde se alterna la ropa y la piel en medio de una gran diversidad de posturas. La superficie lisa y brillante de la carne que palpita a veces levemente siempre resulta más llamativa que el tejido. En estas evoluciones se repiten a veces pequeños gestos que corren de uno a otro intérprete según el momento, pero este juego no adquiere gran importancia. Progresivamente, los bailarines terminan por adoptar posturas idénticas que mantienen durante largas pausas. A veces algunos intérpretes van a contracorriente y permanecen quietos cuando los demás se mueven, o bien anticipan con su gesto el movimiento que los demás bailarines desarrollarán a continuación. Es decir, se pasa de puntillas por temas como la frase coreográfica, el tiempo, el contraste entre movimiento y la falta del mismo; pero no se profundiza en ninguno de ellos. El movimiento sincronizado en grupo resulta de una seca contundencia. Es sin duda un pasaje árido donde no se prima la experiencia del espectador.

El vídeo que constituye la segunda parte es de una dificultad similar. Un papá noel arrasa con su martillo las sillas vacías de una platea (y nos sentimos vagamente interpelados como espectadores que ocupamos esta posición en la realidad) y a continuación un leñador pasa una y otra vez a lo lejos en un bosque sin que podamos ver bien su rostro. De tanto en tanto hay troncos que se parten en dos bajo la fuerza del hacha o bien se pasan fragmentos en sentido contrario donde los leños partidos se recomponen mágicamente. El vaivén de las copas y las ramas de los árboles, la superposición de planos que crean los troncos, o bien las motas de polvo que oscilan en el aire se convierten en algunos de los elementos más claramente coreográficos.

La tercera parte de la pieza se desarrolla en una sala adjunta sumida en la oscuridad. Los bailarines atraviesan el espacio libre entre dos filas de espectadores y el sonido se convierte en el elemento central. Este fragmento supone en cierta medida un giro absurdo e irónico, puesto que la parte plástica de la danza, que se supone central, desaparece en su totalidad. Sin embargo por momentos una muy tenue iluminación nos deja adivinar de forma intermitente los cuerpos de los bailarines que se desplazan como pálidos fantasmas con miembros desdibujados. A veces esta iluminación crece levemente y apreciamos bastante bien el movimiento. Otras la luz desaparece por completo y la intensidad del sonido es lo que único que nos permite conjeturar un movimiento brusco a nuestro alrededor o bien un desplazamiento sinuoso y lento. De nuevo la experiencia es ardua, hay cierta desorientación espacial y sensorial, e incluso una ligera angustia debido a la imposibilidad de moverse y la falta de referentes a tu alrededor.

Es obvio que a través de esta pieza la coreógrafa no pretende satisfacer ninguna expectativa por parte del espectador. No se trata de eso. No es el tiempo del espectador el que se toma como referente (la pieza sería un fiasco absoluto en ese sentido), sino el tiempo de la exposición. Se trata del desarrollo de una serie de planteamientos que renuncian de forma consecutiva a muchos juegos escénicos que se citan sin embargo de forma fugaz. ¿He ahí el origen del título de la obra? ¿De ahí emanan los martillazos que el papá noel/coreógrafa asesta metafóricamente a la platea?

A menudo durante la representación tuve la sensación de que esta pieza correspondía más a un museo que a un teatro. ¿Por qué? Porque la densidad de la reflexión que implicaba es algo que suelo ver en los museos más que en los teatros. Nadie va a los museos a «entretenerse», sino a empaparse en un discurso. Esto me hizo entender que en lo más hondo de mí aún espero una cierta dosis de entretenimiento, un mínimo reconocimiento de mi figura como espectador y mi experiencia temporal cuando asisto a una representación. Aquí esta figura se me negaba en gran medida y sin embargo la pieza no dejaba de ser un trabajo muy bien planteado dentro de su aridez y su falta total de condescendencia. A pesar de su falta de conexión absoluta en el fondo y también en la forma, estos tres fragmentos tenían sin embargo un planteamiento común, sútil, en efecto, pero allí estaba. ¿Arte conceptual? Sí, sin duda, de una precisión y severidad extremas. Si por un lado la pieza me produce cierto abatimiento por este rigor, esta concentración la distingue sin embargo al mismo tiempo de las vaporosas fruslerías que transitan a menudo por nuestros escenarios sin dejar huella alguna. No querría que todo el arte fuese así, pero a pesar de la dificultad, o precisamente a causa de la misma, me parece importante que haya trabajos como éste.

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