«Dar patadas para no desaparecer», Colectivo 96º, Espai Lliure, 9/5/2009

 

Texto de Patty Vallès:

Els beneficis del dubte

A l’entrar a l’espectacle –projecte, segons ells– “Dar patadas para no desparecer” es demana al públic de NO apagar els seus telèfons mòbils i donar –voluntàriament– el seu número de telèfon als intèrprets perquè el facin servir durant l’obra. El títol de l’obra està construit mitjançant dos termes semi-antagònics –almenys de registre–: una expressió col·loquial i un concepte amb connotacions filosòfiques. Alta i baixa cultura. Barrija-barreja. Post-modernisme. Ecos dels títols d’obres de Rodrigo Garcia, la General Elèctrica, Carmelo Salazar, Marta Galán. Una frase que crida l’atenció i els agermana amb aquestes companyies. I aquí s’acaba el serialisme –la repetició– perquè la resta és veu pròpia.

En Robert Walser era un senyor suís que escrivia texts inintel·ligibles en llibretetes mentre passejava tot el dia amunt i avall. Va perdre els dos germans durant la primera guerra mundial: un en un hospital mental, l’altre es va suïcidar. Desolat, desesperat, en Robert va començar a sentir veus cap a l’any 1929. A ell també li havia de tocar? D’on ve, la bogeria? Quin paper juga la família en la construcció de l’individu? I les circumstàncies? Tenia 50 anys. Es va passar els següents 26 internat en un frenopàtic, on va morir d’un atac de cor. L’escriptura i la vida d’en Walser obsessionen a molta gent, entre ells, a l’Enric Vila-Matas, escriptor barceloní, i a una senyora que es fa dir Vera Walser en honor al seu ídol. L’any passat la Lídia González Zoilo i en David Franch –exmembres de la desapareguda i collonuda companyia Amaranto– se’n van anar a buscar-la a Marsella, on resideix, per entrevistar-la i que els ajudés a crear una peça sobre la construcció de la identitat. La Vera va estar encantada i els va anar proposant una sèrie de proves/accions/deures que havien de fer utilitzant tota les seves capacitats. Els commina a fer-se autorretrats, a explorar la seva pròpia descomposició, a gratar i escarbotar dintre seu, aviam què hi troben. Els deures deriven en texts o imatges performàtiques, texts autobiogràfics o quasi teòrics sobre el propi cos o la família i accions d’un gran impacte retinal com una Lídia transmutada en verge sagnant o un David nu recobert de la pell de paper dels seus mites. Una noia, la Mónica Perez, fa d’una mena d’alter ego de la Vera Walser i ens explica en escena tota aquesta història de recerques i anonimats –la Vera no se’ns mostra mai i no sabem si és una mera excusa narrativa–. Sona un telèfon mòbil. L’escenari està fosc i se senten murmuris. Un dels tres intèrprets s’ha posat en contacte amb algú del públic i li demana que l’escolti, que li dirà un secret, i que, adquirida la informació sobre la seva persona, li adjudiqui, siusplau, un adjectiu. L’operació es repeteix fins a ser coral, a tres/sis veus, i es configura un mapa de valoracions de l’individu a través del mòbil. El secrets són autobiogràfics, material personal dels propis intèrprets, res inventat –o almenys res més inventat que el que expliquem tots cada dia sobre nosaltres mateixos– i la intervenció externa atorga un punt de voyeurisme, brutalitat i senzillesa sobre aquest material tan sensible. Hi ha més coses: vídeos i cançó francesa enganxosa, gags hil·larants i llanternes dirigides impunement al públic. Tot això ajuda a construir un espectacle en forma de preguntes: de què estem fets? Ens fa mal preguntar-nos-ho? Ens fem mal, al preguntar-nos-ho? És possible determinar-nos o som tot invenció, distorsió, ficció? És possible saber alguna cosa del cert? Bernard-Marie Koltès deia que li encantava el teatre perquè és l’únic lloc on tot és mentida i es diu i no passa res, no es castiga. Més aviat és un alleujament no haver d’estar sempre buscant la veritat. Potser nosaltres també hauríem de renunciar a una troballa definitiva, pel que fa a les nostres identitats, als nostres perquès. La Lídia, en acabar l’espectacle, li comenta a algú: ¿Pero has dudado en algun momento, durante la obra? ¿O estabas en todo momento convencido que todo era verdad, o todo mentira? «Dar patadas para no desaparecer» crea una atmosfera d’interrogació i de dubte i és aquest, sens dubte –valgui la redundància i l’oximoron– l’espai perfecte per a la reflexió. Si a més a més, mentre penses, t’ho passes bé, llavors hem ensopegat amb un espectacle reeixit.

Texto de Juan Marea (Els mullats):

DAR PATADAS PARA NO DARLAS

 

  Lidia, David y Mónica nos niegan la posibilidad de interpretar nuestros papeles habituales cuando asistimos como espectadores a un espectáculo teatral.Primero, porque lo suyo es una exposición del desarrollo de un proyecto y de cómo ha ido influyendo en ellos como artistas presuntamente creadores.Después, porque centran su punto de atención en el análisis de lo que su «mentora», la misteriosa Vera Waltser, llama el «no artista» o aquél que se caracteriza porque no llega a crear ninguna obra.Y, además, porque intentan trasladar esa relativización de su concepto de espectáculo a la platea, invitándonos a asumir el rol, cada uno de nosotros, de la conspicua Vera.

Yo, como espectador «radical», estoy dispuesto a entrar en el juego. Incluso me muero de ganas de escapar de mi butaca para sentirme una pieza fundamental más de ese escenario inacabable que propone el Colectivo 96º pero no me llegan a convencer los anfitriones porque ni ellos se creen lo que están «investigando».

Partiendo de una interpretación cuya principal baza es la presunta espontaneidad que supone el explicar a una audiencia cómo se avanza en el proyecto de negación de identidad «waltseriano», los actores exponen, informan, demuestran lo que han ido estudiando de una forma cronológica y sin ningún aspaviento dramático porque, dicen, están «preparando» un espectáculo. Pero yo no detecto en ellos asomo de pasión, entrega o entusiasmo por el objeto de su «estudio». Al revés, consiguen que los rechace porque su actitud de estar de vuelta, de que lo que hacen es conocido por todos, y de que «han cobrado por adelantado» me niega la posibilidad de caer en su trampa: ¿cómo voy a tomarme en serio las premisas de Vera?. Si a eso añadimos la pretenciosidad de querer explicar cómo el ser humano no es más que el recipiente de su contexto, de lo que los demás proyectan en él y, consiguientemente, no es en sí ni por sí más que lo que los demás queramos, concluyo que Lidia, David y Mónica podrían ser hasta unos genios pero en este caso soy yo quien evalúa y no, señores: no les permito que me abran las puertas a este planteamiento tan prometedor para cerrármelas ante mis narices acto seguido. En este sentido, me parecen fallidos la «performance» de David siendo empapelado si no le acompaña un recitado por Mónica contundente. Su tono, dulce, medio susurrante, monótono no me transmite la angustia que espero. Tampoco los monólogos de David me impresionan lo más mínimo: parece que le hayan obligado a defender lo que, en vano, intenta argumentar: ¿dónde está la duda, el desconcierto?  Totalmente fuera de lugar el falso encuentro con Vera encarnada en una sorprendida espectadora, que discurre por los vericuetos del recurso facilón de obligarle a contestar apresuradamente las preguntas más pedantes. Se me antoja que hubiese sido fascinante no dejarle proferir palabra e ir cambiando de Vera, que «saltara» de un espectador a otro. Yo también quería ser Vera. O Vero. Y salí corriendo. Ahora me voy al otro lado, al de los aspectos positivos, que también los distinguí: la alternancia de «explicaciones» con interacción directa entre actor y espectador consigue que esté pendiente de su propuesta hasta el último instante. Un espectáculo debe mantenerme entretenido hasta el final, aunque sea a base de trampas, y ellos «triunfaron» en este último aspecto: las conversaciones finales mediante el teléfono móvil provocaron la hilaridad y la «construcción» de su propia identidad como artistas a partir de cómo sus «espectadores-víctimas» los definieron me parecieron recursos resultones. Efectistas. Pero resultones.

Eso sí, a Colectivo 96º debo mis ganas reforzadas de seguir dando patadas por el difícil camino de la experimentación artística.

Texto de Aimé Pansera:

Es la primera vez que veo un espectáculo de Lidia Gonzalez y David Franch, y con gusto puedo decir que Dar patadas para no desaparecer me encantó. Es una sensación poco habitual para mí, la de salir de un teatro contenta, animada por lo que acabo de ver, y segura de esta sensación. En general, y porque las propuestas a la que asisto tienen muchas veces ese objetivo o juegan con eso, salgo con dudas, con sentimientos contradictorios, y haciéndome muchas preguntas. Es otra manera de hacer y de ver teatro, la de abrir, no desde la alegría sino desde zonas más oscuras, un espacio de interrogación, y es una manera que aprecio igualmente, sino más todavía.

Pero el salir del teatro con una sonrisa de oreja a oreja, habiendo presenciado una obra que también plantea interrogaciones, abre cuestiones y espacios de discusión, de manera clara, calma, sincera y alegre, es un GUSTAZO.    

Son muchos los elementos que aprecio en este espectáculo, desde la tranquilidad de los intérpretes, hasta la elección del formato para tratar el tema escogido, pasando por la fragmentación que hace que se sucedan cuadros de una infinita belleza, como el de David desnudo en el suelo siendo tapado por hojas de diario y fotos húmedas, hasta que desaparece, o su monólogo sobre el cuerpo, como el baile flamenco de Lidia o cualquiera de las conversaciones telefónicas de Mónica. Me gusta mucho también la sensación que se genera en la sala, desde el comienzo del espectáculo, como consecuencia de esta serenidad e informalidad planteadas por los actores. La hora y veinte que dura el espectáculo es poco solemne y el espectador está profundamente integrado en las preocupaciones, tanto temáticas como estilísticas, que plantea la pieza. Creo que esta es una reflexión muy bella sobre la identidad, sobre su significado social e íntimo y sobre nuestra propia percepción del otro y de nosotros mismos.     

Texto de Quim Pujol:

Todos sabemos que el debate entre teatro convencional vs. teatro contemporáneo es un falso debate. Por supuesto no podemos evitar que las formas que corresponden a nuestra época tengan una cierta preferencia respecto a formatos más acartonados, pero aún así también hay mucho teatro contemporáneo muy flojo. Y en ese caso mejor una buena obra convencional que una mala pieza contemporánea.

Por suerte, no era éste el caso. Además de la exploración a fondo de un tema (el autorretrato) que puede llevar a concienzudas reflexiones filosóficas (cómo veo yo mismo/cómo me ven los demás/cómo se construyen los devenires identitarios/la inevitable ficcionalidad dentro de estas narrativas), yo destacaría sobre todo el saber estar en escena.

A menudo parece cómo si la dimensión ritual del hecho escénico impidiese replantear algunas de sus características. Últimamente, desde las sombras de la platea percibo rasgos de actuación/ficcionalidad/representación que me parecen pura inercia. Como si la costumbre fuese más fuerte que la lógica.

Por eso era un gustazo ver a David, Mónica y Lidia tranquilos en escena, sin «actuar» como «actores», con las luces del público casi siempre encendidas (sí, estamos juntos en esto, no hay porque esconderlo), sin pretender «provocar», ni «aleccionar», ni «teatralizar» o ni siquiera «gustar». Y precisamente por eso me gustaron tanto. Más que una actuación fue casi una presentación, la exposición de unos hechos.

Ya sé que no son los primeros que trabajan así, pero había una cualidad muy específica y muy difícil de lograr que disipaba cualquier duda de apoltronamiento. Y eso para mí es como ir al campo y notar cómo de repente se te ensanchan los pulmones. Qué bien, un poco de aire fresco.

Hubo también un par de textos que destilaban demasiada transcendencia y poesía (en el sentido más tópico) para mi gusto, pero aún así no me importó mucho. Debido al extremo rigor tanto en la forma como en el fondo, «Dar patadas para no desaparecer» convence irremediablemente. Y me hace suspirar por unas artes escénicas que siempre mantendrían este nivel de personalidad, de investigación, de inconformismo.

Como siempre invito a todo el mundo a expresar su propia opinión y rebatir, apoyar, contradecir o ampliar todo lo que afirmo con sus propios argumentos. ¡Muchas gracias!

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3 Respuestas a «Dar patadas para no desaparecer», Colectivo 96º, Espai Lliure, 9/5/2009

  1. quimpujol dijo:

    Y hablando de autorretratos, cómo nos retratan las críticas, ¿verdad? Para bien y para mal…

  2. car dijo:

    si retratan pero bueno como cualquier acto no? lo que es bueno y esta bueno es el lujo que representa tener cuatro comentarios de una obra, entra de lleno en lo relativo de cada opinión y da una lectura abierta de la obra por el conjunto – se escapa del juicio, ya no importa tanto si la obra es bueno mala, sino la aproximación particular.
    Aunque suene estuppido un marco asi es completamente nuevo por el grado de implicación de los que escribis, por el grado de complicidad… imaginad el contraste que esto dará a los creadores de esta pieza y pensemos en lo que ha ocurrido hasta ahora, en cuantas veces has hecho un trabajo y lo has comentado contigo mismo y ya, bueno a lo mejor con algun colega pero ¿con que nivel de profundidad?
    gracias

  3. a. dijo:

    si sobre todo dificil de comentar con aquellos que nunca van.

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