El libro en cuestión

Francisco Umbral

Querido Rubén,

Escribo este texto como respuesta a tu post donde me pedías que publicase algunos de los comentarios que os hice en una comida en La Porta donde el tema de discusión era Internet.

Han pasado algunos días y apenas recuerdo tu post. No lo releeré tampoco para contestarte punto por punto. Prefiero empezar de cero.

Tras la comida –donde no había obligación alguna de debatir nada, pero donde la invitación al debate era la excusa para reunirnos- sentí la urgencia de que se dijese algo. Sin tener una lista de temas preparada de antemano, empecé a hablar con la voluntad de cuestionar muchas cosas. En diez minutos abrí una docena de frentes en temas suficientemente complejos como para escribir otros tantos ensayos al respecto. Los debates a los que hice alusión me parecen relevantes, pero quizás lo más importante en mis palabras no era mi posición en tal o cual asunto ni determinados argumentos. Si mi discurso transpiraba cierto apremio no se debía a ningún aspecto específico en ningún tema particular sino a una cierta valoración de nuestro microcontexto (las artes escénicas contemporáneas en Cataluña y en el Estado español). Mi voluntad de cuestionar tantas cosas a la vez y en tan diversos ámbitos provenía precisamente de la sensación de que se cuestionan muy pocas cosas. Y no me refiero a esos dinosaurios institucionales que dormitan a nuestro alrededor programando sin ton ni son. Hablo de nosotros, las personas que en teoría representamos una alternativa a esa inercia. Cuando mencioné una cierta “autocomplacencia” no me refería únicamente a los usuarios de Teatron (entre los que me incluyo), sino a nuestro contexto general (en el que me incluyo de nuevo). Cuando se vive en una ciudad donde lo escénico resulta tan rancio –a pesar de que aún así está por encima del nivel medio del Estado-, es fácil sentirse en la cresta de la ola. Por poco que alteremos el formato escénico tradicional con toda probabilidad ya produciremos algo más interesante que lo que generan creadores absolutamente anquilosados. Pero el despropósito de lo que nos rodea no debe servir de excusa para que nosotros no seamos rigurosos y ambiciosos en nuestros planteamientos. Este último año por circunstancias personales he tenido la suerte de viajar bastante, de visitar festivales interesantes y de entablar relación con personas muy cultivadas. Mi conclusión es clara: sabemos poco, pensamos poco, investigamos poco,  colaboramos poco, cuestionamos poco, leemos poco, discutimos poco y tenemos poco discurso. Creo que nosotros también participamos de pleno en ciertas inercias y que no están las cosas para echar cohetes. No basta con haberte alejado de algo que ya no tiene sentido en cierto momento, sino que en todo momento debes preguntarte acerca de la pertinencia del siguiente paso.

El cuestionamiento constante también debe darse en lo que concierne Internet. Me alegro mucho de que con este LP haya habido más gente que se haya animado a escribir sobre lo que ocurre. Espero que prosigan una vez termine el exfestival. Yo dejé de escribir textos cortos tras ver las piezas: dejó de interesarme y uno se debe ante todo a sus propios intereses. Ahora hago otras cosas. Aun así, ¿cuál es el propósito de estos textos? ¿Qué forma deben tener? ¿Qué extensión? ¿En qué medida deben aportar una reflexión que vaya más allá de la descripción? ¿En qué tono deben hablar? ¿Qué más elementos aparte del texto se deben incluir? Si los blogs son “la forma absoluta de representación de subjetividades” (María Llopis dixit), ¿se pueden emplear estrategias para eludir –en la medida de lo posible- una subjetividad extrema? ¿Sería conveniente en algunos casos dejar aquello que pertenece al ámbito de la relación interpersonal para centrarnos en el trabajo? ¿Cómo hablar de aquello con lo que no estamos de acuerdo? ¿Cómo vivir en el desacuerdo sin entrar en conflicto? Como dijo Cristina Blanco en la comida, no tiene sentido imponer una sola visión de lo que deben ser las cosas. Cada uno debe hacerse estas preguntas (y muchas más), llegar a sus propias conclusiones y, en consecuencia, producir aquello que se corresponda con su propio razonamiento.

Pero como dije en la comida no creo que los documentos que aparecen en Teatron hayan llegado muy lejos (ni a través de la práctica ni a través del razonamiento) en el camino hacia un posicionamiento claro donde cada uno haya logrado respuestas individuales a estas cuestiones. Me parece sintomático que las herramientas que ofrece Internet (vídeos, imágenes, animaciones, links) no se exploren mucho de maneras diversas y que no haya apenas voces críticas. A pesar de una cierta variedad en la forma creo detectar una cierta uniformidad en el tono.

Por supuesto, el razonamiento va de la mano de la práctica y hacer es una forma de pensar. El hecho de que se trate de una práctica naciente justifica probablemente que detrás de ella haya un discurso que aún está por desarrollar. De hecho, en tan sólo tres semanas me parece ver ya una pequeña evolución en los últimos posts respecto a otros anteriores de los mismos autores. Quizás es sólo una cuestión de tiempo.

Pero sin duda, al igual que debemos preguntarnos si sigue teniendo sentido lo escénico hoy en día y cuál es el factor diferencial que justifica el uso de este lenguaje, de la misma manera debemos preguntarnos qué posibilidades tiene Internet como lenguaje y para qué, cómo y en qué medida resulta útil emplearlo.

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