«El otro teatro»: nueva crítica de Javier Villán sobre «Bufones»

Vuelvo a la Sala Pradillo al conjuro de dos nombres: Antonio Fernández Lera, un poeta de la palabra, y Carlos Maquerie, un poeta de la luz. Y de la sombra. Palabra, imagen, cierto tenebrismo en ocasiones, silencios, penumbra y unos cañones de luz intensa, reconcentrada, que en su momento iluminan los objetos que van poblando la escena. Espacio vacío que puede ser una amenaza o una revelación. Fernández Lera y Carlos Marqueríe, el otro teatro, como todo el que se viene haciendo en Pradillo; desde los tiempos de La Carnicería, de Rodrigo García que empezó aquí.
En la oscuridad inicial las voces de Carmen Menager y Jorge Rúa: «Escóndete. Vienen a por ti. No queda tiempo para el remordimiento ni para la queja». Y «quiénes hablan, qué dicen, no se entiende nada». Quizá no sea esta una cita exacta, quizá sean otras las palabras; pero da igual, a mí me gustan estos versos que quizá se digan en otro momento de la función. Como me gusta un verso en portugués, Não me queiras, abismo, de Miguel Torga, que se convierte en recurrente. Seguros de palabra y gesto Carmen Menager y Jorge Rúa. Nada sobra y nada falta en esta ceremonia, en este rito. Ni siquiera sobran las proyecciones que, en otras circunstancias, me suelen parecer rupturas del lenguaje escénico; aquí, bajo la mano de Fernández Lera, sugieren otros mundos, una prolongación del gran espacio vacío. Y acaso una complicidad con la iluminación.
Fernández Lera es un poeta del dolor y del inconformismo, una sutil denuncia social que no quiebra el ritmo y la transparencia de la palabra; belleza atormentada, una poética dramática sin retóricas vacuas. Intensidad. Y la escena como espacio mágico donde es posible la revelación, donde las palabras flotan para ser apresadas por el espectador. Y los silencios creadores. Unas y otros se quedan en el alma sin posibilidad de retorno.
La cartelera de Madrid está superpoblada, cientos de representaciones de todo tipo y condición. Conviene fijarse en éste: el otro teatro, el bello, pobre y austero.
Javier Villán, El Mundo, 18 de diciembre de 2015