Me gusta el teatro y al teatro le gusto yo: Episodio 08, de Silbatriz Pons y Rolando San Martín

Acció_de_Joseph_BeuysbajaEste título tan incómodo viene porque ayer, mientras asistía a Episodio 08, en la sala Kubik Fabrik, recordé varias veces a Joseph Beuys con el coyote. Aquella vez en que Beuys, la primera vez que pisaba Estados Unidos, fue conducido directamente desde el aeropuerto hasta una galería de arte, donde permaneció siete días junto a un coyote. La pieza se llamó I like America and America likes me. La palabra gustar ha caído bajo sospecha, sobre todo, últimamente, gracias a su aplicación en redes sociales. Me atrevo a usarla aquí imaginándome que si Beuys la escogió, después de siete días allí encerrado, no fue sólo con distancia, o con sarcasmo, aunque también. Hablamos, pues, de gustar como atraer, intrigar; y ahí caben la violencia, el rechazo, la impaciencia y el placer.

A Silbatriz Pons y a Rolando les gusta el teatro. ¿Quién es el coyote aquí? Silbatriz Pons es una criatura extraña, a la que he ido conociendo en los últimos dos años. Silbatriz Pons silba desde pequeña. Sus padres la mandaban callar porque silbaba todo el día, como el típico canario henchido de energía que se pasa un poco con sus trinos. Resulta que Silbatriz Pons tiene un instrumento poderoso en su caja torácica. Hasta ahora, claro, su habilidad había lucido mucho: invitada a colaborar con performers, con músicos, participando en inauguraciones de galerías, donde paseaba y silbaba cinco minutos y la gente se asombraba: Qué bien silbas. Eso fastidia un poco, porque claro que silba bien. Es su lengua, convertida a veces en lenguaje. También había salido en algún cabaret. Siempre mucho entusiasmo hacia su rara cualidad. Bien. Pero Silbatriz Pons quería hacer una pieza larga, y estar mucho más tiempo en escena; compartir el silbido más allá de la sorpresa y el exotismo. Un rato más.

Silbatriz se puso a trabajar con Rolando San Martín hace unos meses, para que dirigiera o codirigiera esa posible pieza larga. Habían estado en el ACT de Bilbao, donde, sorprendidos, ganaron el primer premio.  Habían mostrado un fragmento aquí y allí. Ayer, en la Kubik, estrenaron sus primeros cincuenta minutos. La duración era importante; quizá es eso lo que llamamos teatro. Silbatriz Pons ha ido asomándose al teatro poco a poco; ella viene de las artes plásticas, allí se formó y se movió. Su mirada hacia el teatro está liberada de presuposiciones, de rencillas y de datos. Se sorprende cuando observa comportamientos repetidos en los ambientillos teatrales; todavía está intentando identificar qué es eso de los teatreros. Por eso de nuevo recuerdo a Joseph Beuys, “Quería concentrarme sólo en el coyote. Quería incomunicarme, aislarme, no ver de Estados Unidos más que el coyote e intercambiar roles con él”. Yo creo que Silbatriz y Rolando querían incomunicarnos, aislarnos, y no ver del teatro más que a nosotros, sentados en la grada. Comportándonos ante el silbido como el coyote ante Beuys: escépticos, resignados a convivir durante un rato con alguien de idioma distinto y por lo tanto a no entender demasiado. Pero claro, igual que el coyote acabó compartiendo la manta con Beuys, meándose en ella y mordiéndola para jugar, en seguida nosotros aceptamos que la habitación era la misma para Rolando y Silbatriz que para nosotros. Nuestra posición era la clásica para el público de teatro: en la grada, a oscuras. Sin embargo pudieron más las paredes que la luz, quizá porque el silbido rebotaba entre ellas, y por lo tanto redibujaban el espacio, igualándonos en él. Silbatriz bailó, cantó, nosotros hablamos con ella, pedimos canciones. Hubo un número de circo de verdad de la buena, un reto de equilibrio peligroso en el que las manitas de algunos espectadores se agitaban pidiéndole que no lo hiciera, que no merecía la pena, que lo habíamos pillado. Pero Silbatriz nos miró y lo hizo, temblorosa y a punto de.

Yo había tenido un día horrible y amargo, y al sentarme en la grada me pregunté qué tal lo pasaríamos. Ahora, claro, me pregunto cuál es la experiencia del que no conoce a Silbatriz o a Rolando y se sienta a ver la pieza. Inevitablemente pasará por esa apreciación del don exótico del silbido; ¿y luego,qué? ¿Se le “hará largo”? ¿Se imaginará una historia? Por lo menos así fue en el caso de Paloma, una amiga de mi madre que nos explicó su divertida interpretación de los hechos, en forma de fábula: “Va de un pajarito que sale del cascarón y luego tiene problemas con el alcohol y luego se transforma en mujer y se va con su cuerno, que por algo lo llevará”.

Yo, que venía dispuesta a ser muy cariñosa y amable fuera cual fuera el resultado, salí mucho más serena que toda mi predisposición. Me pareció una escucha sincera, una duración sincera, un número de circo sincero.

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El Misterio en Pradillo

(ésta es la casa que aparece en Mírame Mirón)

El 24 de junio, San Juan, nos juntamos en Pradillo para compartir tres piezas. Tres trabajos a los que me había asomado en los últimos meses y que tenían algo en común. Pradillo se convirtió en un cine antiguo, y en la entrada pusimos bandejas de sandwiches que había preparado Marisa Pons.

Vimos la película The Oval Portrait. Film in 12 tableaux, de Michela Depetris, la conferencia/slideshow Elefantes en Madrid. Una arqueología de los que bailan en la ciudad de Ana Folguera, y la película Mírame Mirón, de Claudia Claremi y Yimit Ramírez. Sobre la película de Michela: “12 planos secuencia que registran el revelado de 12 fotografías polaroid. Fuera del marco de la foto, la realidad prosigue con sus sonidos e imágenes. La artista sostiene la polaroid con sus dedos, observando cómo se crean, todas dedicadas a una persona”. Sobre los elefantes de Ana: “Madrid aparentemente no baila pero, aunque nos cueste creerlo, está poblada de elefantes; seres que, estéticos o no, dejan huella de sus huesos, su movimiento y su coreografía. Blanca Calvo, Lola Flores y Agustín Lara, Mónica Valenciano en Las Ventas, Goya en la pradera, Antonio Gades y sus caracoles”. Para Ana, “Los elefantes representan la gravedad sobre la tierra, el ritmo, el volumen de lo que no se puede evitar y de lo que se desea; las ganas de trabajar con lo que hay”. Sobre Mírame Mirón: en una casa abandonada frente al mar en La Habana, cámara en mano, Claudia y Yimit recorren las paredes repletas de  dibujados: las fantasías sexuales, vivencias y confesiones de un “tirador” o pajillero anónimo.La voz en off que acompaña es una entrevista a 47 parejas de diferente edad, ideología y origen.

Me pareció que a las tres piezas les unía la necesidad de establecer contacto con un personaje ausente, o mudo, distante, de otro planeta o tiempo. Este contacto se intenta a través de las huellas y del azar.

Los tres hablan de huellas, de cómo asomarnos a las huellas. Este abordaje está determinado por un tiempo, diferente en cada una de las propuestas. En The Oval Portrait, Michela registra la formación de una huella en el mismo momento en que se realiza, se endurece, cristaliza para ser encontrada más tarde, confrontándola con los acontecimientos que continúan impertérritos.En Mírame Mirón, las huellas ya han sido encontradas y ahora están sometidas a una lectura tan múltiple e infinita como las voces que pueden llegar a encontrarlas (de hecho, estas voces son a su vez huellas de un pasado puesto que también están grabadas). En Elefantes en Madrid, una colección de huellas nos permite crear un relato, abierto y en permanente crecimiento, del marco que acoge el palimpsesto: Ana nos propone que lo llamemos ciudad de Madrid, esta vez.

El azar

Continuamente, sin interrupción, cada cosa me llevaba a otra cosa, tras cada objeto se ocultaba otro objeto, tras la mano de Lena estaba la mano de Ludwik, tras las taza había un vaso, tras una raya en el techo se veía una isla, el mundo era en realidad una especie de biombo y no se presentaba de otra manera sino enviándome cada vez más lejos. Los objetos jugaban conmigo como si yo fuese una pelota.

E. H Gombrowicz, Cosmos.

En The Oval Portrait, Michela señala con su cámara un instante. Ella intenta construir un sentido en medio de lo que ¿es? azar. En el tiempo del revelado se consigue el milagro de que la realidad que no para y el marco que no lo capta todo convivan y sean verdaderos a la vez. Así sucede también con el azar del pensamiento que discurre en Mírame Mirón; cada imagen mostrada y grabada arremolina frases, risas, discusiones, que a su vez se enredan con nuestra impresión. La arqueología de Elefantes en Madrid es azarosa, por supuesto: arqueología es la ciencia del hallazgo fortuito que se inserta en un relato y que pone en conexión los fragmentos encontrados. Un trocito de ánfora, un hueso de adolescente postrado en la tierra, o, como en el caso de Elefantes en Madrid, un vídeo, una foto, un recorte.

(éste es el personaje al que Michela ronda con sus polaroid)

El Misterio

El misterio, que acabó en título de esta velada, reside en por qué ciertos momentos son señalados para conservarse, o al menos para durar un poco más que los otros. En The Oval Portrait Michela se comporta como una antena, que capta las señales y las traduce a una polaroid: sin embargo, ¿por qué ha captado precisamente ese instante? ¿Por qué ése ha sido escogido para detenerse en algún lugar, un frágil marco que tiembla en la mano de Michela? Y, en el mapa arqueológico que ofrece Elefantes en Madrid, ¿por qué algunos fragmentos se colocan estratégicamente para ser encontrados? De igual manera, el tirador/pajillero de Mírame Mirón parecía estar esperando que llegaran Claudia y Yimit.

Esa incertidumbre rodea la palabra azar. Cómo se distribuye en ella el peso misterioso, que deja una huella, tras su aparición.

Tras el visionado, leí este texto que  acabo de transcribir (no he hecho corta/pega, lo juro, lo he transcrito palabra a palabra porque no encuentro el documento original). Hablamos con los creadores. Se me olvida decir que en la conferencia de Ana participaron como lectores voluntarios Óscar Cornago, Juan Menchero, Marisa Pons y Ziad Chakaroun. Luego nos fuimos al bar de al lado, a refrescarnos.

The Oval Portrait. Film in 12 tableaux. Michela Depetris. Torino, 2013. 38 minutos. micheladepetris.com

Elefantes en Madrid. Una arqueología de los que bailan en la ciudad. Ana Folguera. Madrid, 2014. 30 minutos

Mírame Mirón. Claudia Claremi y Yimit Ramírez. La Habana, 2013. 20 minutos. claremi.net, domestika.org/yimit

 

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Patricia Caballero en Pradillo

Patricia Caballero baila para nosotros, en Pradillo. Ha colocado los focos en círculo, describiendo un corro de luces bajas, casi a modo de candilejas. Ella se presenta, La Pardilla en Pradillo, nos saluda y, con el pudor y la delicadeza de quien ama su historia y sus personajes, empieza a contarnos este cuento, una función de títeres, un romance de ciego. Un baile en la esquina del mercado. Patricia suda, saca ojeras, deja que le crezca el pelo. A lo largo de la pieza, de las piezas que irá desgranando para nosotros como preciados objetos del cajón heredado de una madre, la vemos fluctuar, resplandecer y parpadear como una luz sumergida. Ella es de Chiclana, y a riesgo de ponerme cursi diré que me ha recordado a una imagen que sólo he visto en Cádiz, cerca de su pueblo: peces destellantes, cruzando como el rayo la pared vertical de una ola inmensa y verde. Sí, Patricia nos ha llevado de un sitio a otro, como una ola, y dentro de la ola se ha movido en zigzag, rápida, lista, acostumbrada al vértigo de su imaginario, el que ella misma se ha construido y por el que se mueve sin miedo a caer, a quedarse fuera de la pared vertical.

Ha educado a su cuerpo para conciliar las dos aguas que ama: la música y la palabra. Mientras baila, caen sobre nosotros sus historias: la de su admirada Loie Fuller y sus amigos que murieron de cáncer, los derviches que le enseñaron a girar y mantener el vestido flotando, el imperdible escondido de su vestido para no arrastrarlo por el polvo de la Feria de Chiclana. El homenaje a Loie Fuller es hermoso porque a través de él se duplican, sin dividir el núcleo de la imagen, los cuerpos que bailan: el de ella y el del vestido, esa marea de volantes rojos y oleadas que aparecen y retuercen la luz. Patricia baila como una vieja, como una jorobada, como una mujer maliciosa. Me ha hecho pensar en los anuncios de mujeres sifilíticas de Ramón Casas.

Las canciones que comparte con nosotros son unas coplas de un hombre que emigró a Argentina y dejó a su mujer e hijos, una canción de un mulero, otra de los gallegos que arrastraban piedras enormes y se daban fuerza unos a otros para ir tirando. Patricia titila como una luz antigua, de una vela, y se mueve con el aliento de las voces que cantan estas canciones, voces fatigadas y calientes. Mientras tanto ha ido picando los focos como si fueran piedras, desordenándolos y amontonándolos. Ella baila frenéticamente, como Loie Fuller, pero ha roto la luz, y se ha roto a sí misma, es el aliento del cansancio, de la insistencia. Como la bruja de Blancanieves, la de los Hermanos Grimm, se ha puesto unos zapatos de hierro candente y se ha ido bailando por el camino.

Cuando por fin se detiene, nos anuncia “El final menos original de la historia”. Coloca los focos boca abajo, encendidos pero con las palas cerradas, como bocas besando el suelo. Se quita el vestido y lleva esas bragas y sujetador con los que ya no es un pez, sino una chica de veintipocos , que se ha bañado en el río. Nos canta una canción que le enseñaron en Rumanía, y “no sé lo que significa”. Tiene el pelo suelto. Patricia recupera el aliento, como las piedras, como los peces, como Loie Fuller. Todavía sigue ardiendo en nuestra imaginación.

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Ir entendiendo

“Creo ir entendiendo, junto con este proceso, que en el centro no solo está en marcha la búsqueda y la investigación de un lenguaje. También está la maduración de los integrantes más constantes dentro del colectivo, en relación a lo que están explorando. Es un proceso vital porque visibiliza en el mismo lugar de la pieza el cambio de ciclo vital, como si se tratara de un rito de paso. Estamos presenciando un cambio de piel y lo seguiremos viendo durante la residencia que realizarán en Pradillo.”

Yo también lo creo… gracias, Paulina.

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Del uso de las imágenes

Puede que en Las Hilanderas esté la clave: cómo contar cuatro historias a la vez, permitiendo que quien no quiera llegar hasta el fondo también disfrute, también vea.

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La tarde en que cuidamos el fuego. Pradillo, 29 de abril 2012

“¡Déjame ensayar! ¡Déjame ensayar!” Raquel está muy descentrada.

“Entonces, ¿cuándo reparto los papelitos?”

“No porque repartas los papelitos la gente se va a enterar de qué va esto”

“La sombra NO es el tema”

“Bailar, en cambio, sí”

Fotos: Lucía Olalla

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Es ésta una pieza que padece un eterno regreso sobre sí misma

 


Notas de Virginia Lázaro Villa, invitada a seguir la residencia en Pradillo.

EL AMOR Y EL TRABAJO

PRIMERAS NOTAS PARA PENSAR UNA CONVOCATORIA

Sobre un espectáculo que se repiensa de manera incesante a través/a partir de su audiencia, o del control de la misma.

Es claro el punto de partida: ¿puede una puesta en escena o una performance, da igual, repensarse en el tiempo a través de su audiencia? Y si es así, ¿de qué manera, que efectos trae consigo?. Convocar una audiencia determinada implica dirigirse a un grupo (o grupos) cultural concreto, por lo tanto y esto es evidente, la puesta en escena no tiene porque ser necesariamente extrapolable a otros;  De hecho, eso es algo casi impracticable. Ejercer este recorte obliga a tener en cuenta el contexto y demás características del grupo elegido, además de su significación especifica como condicionante directo de la puesta en escena. El por qué de la elección de dicho colectivo funcionará, inevitablemente, como significante último de la pieza. Por otro lado, si es a un grupo, el que sea, al que nos estamos dirigiendo es inevitablemente a una cuestión de identidad a la que nos estamos refiriendo: es con el encuentro entre la realidad de este colectivo y la pieza con lo que estamos trabajando.

No cabe duda de que es el espectador quien pone en marcha la acción. El que nos ocupa no es un proceso en el que el cuerpo del espectador quede fuera, colocándole delante de los ojos el objeto artístico (bien sea una performance, una película, una escultura…). Aquí la escena se entiende como un “espacio público” podríamos decir, de propiedad simbólica del asistente. Es por ello que la identidad del colectivo “público” toma importancia como agente integrante de la acción, donde su cuerpo y su mirada administra tanto espacio como los demás cuerpos, de igual manera que lo hacen los cuerpos de los actores. De hecho, es la identidad de los convocados quien gestiona el espacio que se encuentra entre el espectador y la puesta en escena no permitiendo, en cualquier caso, que los cuerpos de los actores afirmen su presencia por sí mismos si no solo al ser mirados por esos cuerpos determinados de los asistentes.

Como decía, se hace complicado que la acción pueda funcionar para sucesivas audiencias sin sufrir ninguna alteración. Además, aparece aquí la pregunta ¿cual es la relación que han de tener entre sí las sucesivas audiencias en beneficio de la puesta en escena?. Hablamos de procesos, de un repensarse constantemente, de retroalimentación. Esta pieza no se limita a evento si no que suma las experiencias recibidas a su propia memoria. Es un constante re-interpretarse más que en un trabajo de re-presentarse. Quizás desde aquí podamos pensar una función del espectador como generador de performatividad misma para el actor.

La pieza como una memoria en el tiempo

“Articular históricamente el pasado no significa reconocerlo ‘como realmente fue’. […] Significa apoderarse de un recuerdo cuando se ilumina en un momento de peligro”.

Walter Benjamin

Entender la pieza como proceso más que como evento aleja el trabajo del creador de lo histórico. Permite entenderse como artista de una manera diferente a la que tradicionalmente se ha venido interpretando: un artista histórico cuya obra se presenta de manera hegemónica. La obra, y el artista, son algo que hemos comprendido como inconmensurable en el tiempo. De la misma manera se nos ha presentado la historia y la manera de hacerla, y por lo tanto la memoria. Ninguna historia nos viene dada, todas pueden son reconstruidas.

Es esta una pieza que padece un eterno regreso sobre sí misma. Es decir, posee una memoria propia que se va creando (y reinterpretando) por medio de la interacción con los diferentes agentes, bien sean públicos, actores, accidentes o su propia documentación. Partiendo de la idea de Benjamin, de este apoderarse de un recuerdo, ejerciendo un desplazamiento del revisador y de lo revisado, podemos analizar la pieza como un “generador de documentación”. Como un evento que se ha de poner en relación con sus sucesivos, estructuralmente similares y necesariamente conectados. El evento pasado se convierte en un constructo retórico que ha de entrar en dialogo con sus sucesivos y donde, además, se esta construyendo a partir del olvido. Sin duda, se esta transfiriendo el valor al documento –aunque este sea un retazo de memoria– que queda adherido a la pieza, en vez de al acto mismo. La reactivación se realiza a través de fragmentos íntimos y no de lo histórico.

Me preguntaba al comenzar a escribir como podría ser transmitida esta memoria, si las audiencias toman parte como agente, como generar una vinculación entre imágenes, historias, experiencias y recuerdos a través del tiempo entre las diferentes funciones, como crear ese feedback. Ahora creo que quizás no sea necesario. Como proceso en el tiempo que es, este es un ejercicio sincero que va construyéndose en el tiempo y que practica la memoria desvelando su método y mostrando que es lo que hace con ella.

Virginia Lázaro Villa

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Just to dance with you

Before this dance is through I think I\’ll love you too \’cause I\’m happy just to dance with you

Bailar contigo

Perder el nombre

Como si todo lo hubiéramos hecho

Para bailar una canción

Cerrar los ojos

Y tocarnos

Tocarnos como si cada hueso estuviera a punto de girarse para revelar el misterio que hay detrás

 CODA:

(en Pradillo, estas semanas vamos a bailar hasta encontrar un nombre)

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Movimiento

Dices que “el erotismo es un movimiento hacia el Otro”. Lo apunto: página 571, el erotismo es un movimiento hacia el Otro.

Dices que Colette dice que “El placer físico ocupa en el desierto ilimitado del amor un lugar ardiente y muy pequeño, tan encendido que al principio es lo único que se ve. Alrededor de este foco inconstante, está lo desconocido, el peligro. Cuando nos hayamos despertado de un corto abrazo, o incluso de una larga noche, tendremos que empezar a vivir  uno cerca del otro, uno para el otro”.

No conoces de nada a Ana Matey, yo tampoco, pero vi su vídeo Azúcar y Vino en las jornadas de performance en Sevilla.

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Amores

El que no quiera hacerse un vago, ¡que ame!

                                                                       Ovidio, Amores 1:9

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