De la Purissima: Caminadora

Ayer De la Purissima asaltó el Teatro de la Zarzuela. Julia de Castro y la banda (Miguel Rodrigáñez, Gonzalo Maestre, Jorge Vera) presentaban temas nuevos, entre la electrónica y el jazz, pero también invitaron a escena a los mexicanos Orkesta Mendoza y al Cuarteto (de cámara) Quiroga, cumbias y boleros, letras de Julia puestas a prueba durante un fructífero viaje a Arizona. Rafael R. Villalobos dirigió la velada.

Tuve la fortuna de acompañar a Julia en la dramaturgia del espectáculo.

Y ahora quiero decirle algo a Julia y a todos. Se lo digo a Julia, y se lo digo a Miguel Rodrigáñez, y a Gonzalo Maestre, y a Villalobos, y no me esmero en especificar cuándo y cuánto de cada uno hay en un tú.

Eh, tú, has hecho una ópera punk. Has asaltado el templo de la zarzuela para dar el concierto más importante de tu vida. He pensado en Ocaña cuando nos has hablado de la ermita de San Antonio y de cómo sumerges tu mano en la pila llena de alfileres para ver cuántos se adhieren a tu mano, cuántos hombres te cortejarán este año. Trece, dices. Demasiados, dices.

El texto, los textos, los he escrito para ti. La que lleva años obsesionada con San Antonio eres tú. Cristiana extraña, comparto contigo la delicia de repasar una y otra vez los iconos que resbalan historias por sus cuerpos de madera, pintura, yeso: amamos a esos fantasmas. Por eso hemos escrito Hagiografía para la escena, por eso has prendido tus canciones en ese rosario llamado Hagiografía. “del latín tardío: hagios, santo; grafos, yo escribo”. Por supuesto, la frase no es mía, es del gran Joan Coromines y su Diccionario Etimológico, el libro que está junto a mi cama, el libro que abro en los días en que no deseo abrir ningún libro.

Vuelvo a Ocaña: pienso que el espectáculo de ayer le habría complacido. Julia extrae su intimidad para la fiesta, la descorcha como un líquido agitado. Aquí no se habla de sexo o de dolor en general, aquí se habla del día en que Julia descubrió una verdad dolorosa, del día en que Julia se llevó a una alemana al baño de un bar, del día en que Julia se quedó a desayunar. En tres temas Julia menciona su edad: veintisiete años, veintinueve, treinta. Eso es porque cada una de esas letras las escribió desde ahí, y no piensa adaptarlo. El relato, lo que sucedió, es inherente a la edad de su protagonista: sucedió así porque ella tenía veintinueve. Igual que cuando vi el documental “Amy, la chica detrás del nombre” y comprendí que cada verso de Amy Winehouse era la transcripción directa de un acontecimiento en su vida, vulgar y abismal. Aquí no se busca la provocación: sencillamente Julia no sabe no decirlo. Pienso en Ocaña en las Ramblas, gritando “Señora, mi chulo me pega”. Un teatro de lo íntimo en lo espectacular.
Salvador Durán, de la Orkesta Mendoza, salió a escena y bailasteis una especie de jota transida. Es como el Bill de David Carradine: os conocisteis en el desierto de Sonora y te habla como un padre que no lo es pero que se resigna a serlo para ti. Te explicó lo que es una aplanadora, y lo que es una caminadora: “un sarmiento, una biznaga, como tú, una mujer que se vuelve callejera”. Pensé que es verdad, tú eres una caminadora. Pensé también en mi hija, que también lo es. Le gusta echar a andar hacia los márgenes de mi visión, salir de ella. Le gusta aventurarse. Como a ti. ¿Y yo? Soy una madre, soy una niña, estoy decidida como Uma Thurman delante de Bill. Y ahora hablo de mí porque en los textos que he escrito para ti, y que ayer sonaron como Dios en el teatro -el patio de butacas convertido en escenario, el suelo de espejo, vosotros sobre el espejo- he clamado con vosotros por una nueva religión, yo también, yo desesperada como Julia de Castro:

Esta vida de un orden nuevo donde ya no reconocemos la familia el amor el hogar el éxito la muerte el deseo

Ya no es lo mismo

Y nuestros antepasados no pueden guiarnos

Tampoco los antiguos santos

Necesitamos una religión nueva

Quizá somos nosotros los fundadores de una nueva religión

Los primeros padres del desierto

Protomártires del siglo XXI

¿Estáis preparados para ser reliquias?

Os harán cachitos

Y vuestros dientes

Las falanges de vuestros dedos,

Bésalas, dirán las madres a sus hijos,

Bésalas para estar en gracia con el nuevo siglo.

Os besarán,

Protomártires.

¿Queréis conocer a la primera de todos nosotros?

 

 

 

 

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Contadas obras II

 

Hace dos años, Javier Pérez Iglesias, Christian Fernández-Mirón y Selina Blasco inventaron Contadas Obras. Se trataba de juntar a un grupo de personas y encerrarnos en la biblioteca de la facultad de Bellas Artes de la Complutense. Durante unas horas cada uno de nosotros compartiría un recuerdo: obras de arte que traemos en la memoria. Un cuento, una película, un cuadro, una escultura. Una intervención. Un incidente. La sala era pequeña; una réplica del cuadro La familia del anarquista el día de su ejecución estaba justo delante de mi silla. Lo miré mucho a la luz de las velas, la decena de velitas pequeñas que flotaban en una fuente llena de agua. Las velas consumieron el oxígeno poco a poco, y cada vez se acentuaba más una sensación: estábamos en una catacumba, nos habíamos encerrado para rendir un culto secreto y difícil de compartir en medio del ruido cotidiano. Qué sé yo de catacumbas: solo conozco el tono kitsch de las películas religiosas de Hollywood, tipo Quo Vadis, un cristianismo colorido, inocente y morboso como un juego. Seguí con la fantasía, una nueva: nos habíamos refugiado de una epidemia de peste, y conscientes de la brevedad de la vida, nos entregábamos al consuelo estético. Creo que eso hacen los personajes del Decamerón. Es que no lo he leído, pero siempre me ha gustado esa posibilidad: ante el fin del mundo, aislarte con un grupo de amigos y dedicarte a comer y cantar y repasar los momentos bellos que a pesar de todo prevalecen.

De lo que se dijo allí, conservo retazos: Javier Noguerol explicó el día en que casi sube al monte Cervino, y cómo se comió un toblerone, que lleva el dibujo del Cervino en el envoltorio. Julia de Castro se deshacía en lágrimas ante la imagen de una Virgen y un Niño que pisan la cabeza de una serpiente (¿Caravaggio?). Javi Cruz puso un vinilo que giró en el tiempo que duró su relato. Fátima Cué estaba embarazada y había intentado habitar una pequeña biblioteca vacía del Retiro. Estaba Ana Folguera. Yo hablé de la Eneida, del momento aquel que me dejó temblando cuando lo leí, la muerte de Príamo a manos del hijo de Aquiles, arrastrar a un anciano que se resbala en el charco de sangre de sus hijos, Príamo que le dice a Neoptolemo “Tu padre no habría hecho esto, tu padre se apiadó de mí cuando fui a pedirle el cadáver de Héctor”, y entonces, ahí sí que cité la frase de memoria: “Pues reúnete con mi padre y dile que Neoptolemo ha degenerado, pero ahora, ¡muere!”.

Este domingo vuelve Contadas Obras. Contarán María Salgado, Wences Lamas, María Jerez, Álvaro Guijarro, Sabina Urraca y Antonio Ferreira. No sabemos dónde, sabemos que hay que inscribirse y que recibiremos instrucciones. Es un juego, y sabemos que alrededor sigue la epidemia de peste.

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En Tàrrega: Silere y Quim Bigas

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He estado en Fira Tàrrega. Aquí dos recuerdos:

SILERE: Terra condere

Terra condere es una adivinanza sembrada en un campo: ¿qué pudo haber habido en este lugar? Un páramo a la orilla de la carretera, donde trafican los camiones y los coches entre Tàrrega y Lleida. En un rincón del paseo, almendros, el fruto desvestido de su abrigo de terciopelo, la corteza dura y marcada por agujeritos, el tronco estriado, las hojas delgadas y temblorosas.

Me pongo bucólica, pero la propuesta de Silere no quiere dejarme en ese estado. Al subir al autobús, que nos ha recogido frente al cementerio de Tàrrega -un claustro espacioso con explanada de hierba en el centro, casi a la manera de los cementerios anglosajones; allí he visto el retrato de un matrimonio maduro el día de su boda tardía, muy contentos los dos-, nos han dado unas instrucciones muy claras, y nos han avisado de que debíamos dejar nuestras pertenencias. Al bajar, y sin mediar palabra, ni miradas, nos han agrupado, y nos han dado unos monos rojos para vestirnos. Nos habían indicado que siguiéramos las flechas, que guardáramos silencio, y también que atravesaríamos más de ochocientas paredes invisibles.

En el camino hemos encontrado intervenciones sobre el terreno, pistas para esa adivinanza -yo no sabía que aquello era una adivinanza y me preguntaba de qué me estaban hablando-: montículos con un hoyo pequeño para cada uno, y un audio escondido: “¿Qué tiempo hace hoy? Si el día estás despejado, podrás ver los Pirineos a lo lejos. Imagínate vivir en un lugar en el que la niebla te rodea todos los días”. O, después, un almendro partido, de cuyo tronco pende una regadera, que gotea exhausta. O un cuadrado de cemento con un NO FUTURE grabado, o un mensaje tensado entre los árboles que se duele de una herida infligida, que robará cuatro años de la vida del culpable. O cifras apuntadas en maderos que van saliendo al paso, 2014, 2006, algunos millones de euros, símbolos que no logro descifrar.

Cuando los seis grupos nos encontramos al final, en un claro entre los almendros, un megáfono nos ha dado la solución a la adivinanza. Qué proyecto estaba previsto para aquel terreno a las afueras de Tàrrega, y cómo los trámites se han ralentizado hasta detenerse por falta de presupuesto, y qué reclamaciones están pendientes por parte del Ministerio de Justicia, y qué relación guarda este espacio con un edificio de Barcelona donde se hacinan más de mil personas.

Con otro gesto nos conducen hacia el lugar donde nos quitamos los monos rojos, y después caminamos hacia el autobús, que parpadea al fondo. El sendero de regreso bordea un desnivel desde el que se ve la comarca, con sus gasolineras y su tierra baldía, hasta los Pirineos. Junto al camino corre un cable tendido, enredado en plantas con espinas.

MOLAR, de Quim Bigas

Molar como las tijeritas que hace John Travolta en el twist de Pulp Fiction. Molar como Elvis en “A little less conversation, a little more action”. Molar como Lauryn Hill en Sister Act 2. Quim Bigas reúne las baratijas cuyo fulgor nos ha estremecido en las últimas décadas y las lanza por los aires. El goce puro de un baile desenfrenado en la plaza del Ajuntament de Tàrrega, a los treinta y pico grados de la estepa leridana. Nosotros, los espectadores, al principio le rodeamos desconcertados: ¿adónde quiere llegar a parar este chico que suda la camiseta a las doce del mediodía entre niños y programadores acreditados?

Al día siguiente me encontré con Quim Bigas y me dijo algo así como que la pieza no le pertenecía, y tampoco su control.

El audio desgrana un rosario de títulos de libros de autoayuda para encontrar la felicidad. Quim contraataca y acabamos  comprendiendo que no vamos a ningún sitio. Se trata de estar aquí, y saber cuánto nos importa molar. Los niños saltan y estiran los brazos, extáticos. A diferencia de casi todos los demás, este espectáculo no da un rodeo para molar. Aquí se queda, hasta que deje de molar.

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Algunas curiosidades sobre negras o blancas

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Billie Holiday, nieta de un hombre blanco, tuvo que pintarse la cara porque no parecía lo suficientemente negra y era un escándalo verla cantar con músicos negros.

Zoe Saldana, en opinión de la familia de Nina Simone, no es lo suficientemente negra para interpretar a Nina.

¿Cuántas veces has visto a Beyoncé con su pelo natural?

La escritora bell hooks considera que alisarse el pelo es perpetuar la hegemonía cultural blanca.

Rachel Dolezal es una activista por los derechos civiles que tuvo que renunciar a su cargo cuando se descubrió que en realidad no era negra.

Miles de emigrantes chinos se hicieron pasar por mexicanos para entrar en Estados Unidos a finales del siglo XIX.

No basta con ser española para interpretar a una española.

Este domingo estrenamos La Blanca en Las Naves del Español, Festival Frinje. Se trata de pasar un rato con Anahí Beholi, actriz nacida en Ibiza, residente en Madrid, de abuelos catalanes, alemanes y guineanos (la de la foto es Charo, su madre). Cuando hablamos de actores americanos, es muy habitual empezar un reportaje mencionando el cruce de continentes que trazaron sus abuelos. Rita Hayworth, hija de español y polaca. Cameron Diaz, nieta de alemanes, escoceses y cubanos. Robert De Niro, italo-irlandés. Y así con todos y cada uno. “El padre es polaco y la madre es sueca”, que decían en West Side Story, “pero con nacer aquí ya basta para ser americano”.

En España no estamos tan acostumbrados a ver el cruce a la primera, aunque por supuesto todos somos hijos o nietos de emigrantes. De eso precisamente vamos a hablar con Anahí: de su presencia, a la que a menudo se le reclama una clasificación difícil de resolver. Los intentos enciclopedistas del siglo XVIII de ordenar y etiquetar todas las razas posibles del espectro humano partieron de la ciencia e implosionaron en forma de racismo delirante. En La Blanca también repasamos, como si fueran cromos, las pinturas de castas de las Indias españolas -series de cuadros que explican cómo llamar a cada niño según el color de piel de sus progenitores-. El repaso suena a cómico y naïf, pero en seguida recordamos que esta clasificación es además una codificación inmediata que aspira a sentencia. En algún ensayo nos han entrado ganas de ir al Museo de América y prender fuego a las pinturas de castas, liberar por fin las almas de todos esos niños zambaiguos, albinos, tentetiesos, castizos, moriscos y noteentiendos. Pero quizá baste con volver a decirlo en voz alta para que se deshaga un poquito más, y un poquito más, bolo a bolo, hasta que ya no suene a nada.

La Blanca se estrena en Las Naves del Español el domingo 3 y el martes 5 de julio. 

 

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Los primeros días de Pompeya en Barcelona

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Barcelona no se considera tierra volcánica, pero seguramente el Montjuïc es un volcán. Tiene toda la pinta. Además, en su ladera está la Real Societat de Tenis Pompeia, de la que fue conserje Josep Pla. También hubo un grupo de música, Pompeia, que se extinguió misteriosamente.

En el Barrio Gótico de Barcelona estaba el monte Taber, sobre el que los romanos edificaron Barcino. Lo mejor del Gótico se encuentra al entrar en el Centro Excursionista de Cataluña: en el patio, encajadas dentro de la manzana de casas, tres columnas del templo de Augusto. ¡Tachán! Es como si la manzana de casas se hubiera comido al templo y todavía tuviera el esqueleto en la barriga.

Si trazas una línea entre el club de tenis Pompeia, el lugar en el que el grupo Pompeia ensayó por última vez y el templo de Augusto, te queda, en el centro del triángulo, la librería Calders.

Allí presentaremos Los primeros días de Pompeya. Me acompañan Marc Caellas como maestro de ceremonias, y Rubén Ramos, miembro de Pompeia, con una propuesta creada a partir de su lectura de la novela. La breve pieza de piano y proyecciones se llamará Pompeia Soler.

Los primeros días de Pompeya es una novela dedicada a Madrid. Quería hablar de fantasmas y ciudades casino y prostitución y catástrofes inminentes. Pompeya funcionaba como fantasma; intento decir metáfora pero creo que no se trata de eso; era más bien que Pompeya era el hueco que había dejado el cadáver en la ceniza petrificada y Madrid era la estatua que se formaba después de inyectar escayola en el hueco.

Alberto Olmos, que ha editado el libro en Caballo de Troya, dice que siempre le sorprende cómo nos gusta a los escritores madrileños caminar nuestra ciudad una y otra vez, cantar sus paradas de metro, pasear del centro a la periferia y vuelta, no salir de aquí. Sin embargo, a mí me gustaría completar una trilogía, y dedicar un nuevo volumen a Barcelona y otro a Valencia. Si en Los primeros días de Pompeya hay una tal Presidenta muy parecida a Esperanza Aguirre, una supervillana carismática e irresistible, en la novela ambientada en Valencia tendríamos, por supuesto, a Rita Barberá. Me fascina su virilidad clásica con bolso de Louis Vuitton. En el volumen de Barcelona no tengo tan claro quién sería la supervillana, porque Marta Ferrusola me interesa como icono pero no es tan divertida, y tampoco equivale por posición a Esperanza Aguirre y Rita Barberá. Quizá, esta vez, no habría bruja del Este ni del Oeste, sino bruja del Norte, que es buena, y sería (H)Ada Colau. Pero Barcelona se merece estar en esta trilogía porque peleó a muerte con Madrid por Eurovegas: Sheldon Adelson pidió que cambiaran de sitio el aeropuerto de El Prat para poder instalar allí el macrocasino con sus altas torres sin que los aviones le molestaran. De todas formas, a Adelson no le convencía Barcelona, porque le parecía que la playa era una fuerte competidora para las máquinas tragaperras. Así que finalmente se decantó por Madrid, que tiene toda su agua subterránea, con lo cual no hay distracciones para los visitantes más allá de la obligatoria visita al Bernabeu.

En la imagen podéis ver a Eulalia, joven romana, en un cuadro de John William Waterhouse. El otro día pasé por la plaza del Raval donde la tradición dice que le llovieron piedras (pero no era piedra pómez arrojada por el Vesubio, sino por los romanos malos que tenían mucha prisa en dar mártires al cristianismo). Está junto a una iglesia tapiada, la Capella de Sant Llàtzer, la capilla de los leprosos, de los lázaros. Igual que en Los primeros días de Pompeya excavo los espíritus madrileños, hay que recuperar ese lazareto perdido del Raval.

Mientras tanto, nos ponemos a refugio en La Calders. El miércoles 29 a las siete y media.

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El huevo cómo baila

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En Barcelona, por  la fiesta del Corpus (es difícil entender esta festividad; parece que tiene algo que ver con la Eucaristía, pero vaya usted a saber; he mirado en wikipedia y ha sido casi peor, por lo visto se celebra siempre “el jueves que sigue al noveno domingo después de la primera luna llena de primavera del hemisferio”, mejor lo dejamos ahí ) se celebra L’ou com balla. Consiste en lo siguiente: se engalana una fuente y se coloca un huevo en el chorro del surtidor. El huevo se queda allí arriba, gira que te gira, durante varios días. I prou . Por fin he conseguido ver L’ou com balla en directo, después de tantos años de vídeos robados en youtube.

La cosa parece que viene de la Edad Media: un juego, una conmemoración de la llegada de la primavera y el renacer de las criaturas. El huevo baila y sube y baja, y dan ganas de encender un radiocassette y que suene rumba, Caramelos Caramelos Caramelos de Los Amaya.

En su libro Carcelona, necesaria revisión a la política y cultura barcelonesas de las últimas décadas, Marc Caellas acusa al Ou de ser “una tontería”, un “ceremonial absurdo” y un “falso huevo”. Marc dice que el Ou es la perfecta metáfora de la espectacularidad naïf y vacua que se ha apoderado de la ciudad. Pero él habla desde la comodidad, desde una ciudad que ya tiene un huevo que baila. Si viviera en una ciudad que no tiene un huevo que baila, se regocijaría como yo ante las volteretas del huevo.

Da igual el “truco”; no por conocer el motivo por el cual el huevo flota (está vaciado y sellado) deja de tener gracia. El huevo es enigmático y filosofal, eso lo sabemos todos. Humpty Dumpty, ese huevo del cancionero inglés, se sienta en lo alto de un muro: ya sabemos que caerá, es la mayor síntesis de la fragilidad que puede darse. Ningún caballo del rey y ningún hombre del rey pudo volver a unir los trozos de Humpty Dumpty, concluye la canción. Cuando Lewis Carroll pone a Humpty Dumpty a discutir de lógica con Alicia sabe perfectamente que nos vamos a volver locos. Para empezar, Humpty no sabe si lo que lleva es un cinturón o una pajarita. Humpty debería estar satisfecho con su redondez, conformarse con su naturaleza que es arquitectónicamente perfecta, pero algo lo lleva a sentarse en lo alto de un muro. Filosofía para la palma de la mano, sí; pero esa inocencia del huevo es incontestable. Y, de hecho, que cada año, en el patio de la catedral de Barcelona, un sacerdote coloque ceremoniosamente un huevo en lo alto de un surtidor me parece de lo más carrolliano que puede ocurrir en nuestro planeta.

 

 

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Narrativa, escena, acción: Notas para no decantarme

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Hannah Wilke

A menudo recuerdo que la escritura de narrativa y la escritura de teatro son incompatibles. Lo dice la Historia de la Literatura.

“Le pido una y otra vez a Bill Kennedy que me diga un solo americano capaz de escribir novelas y además buenos textos teatrales. Uno solo. Ni él ni yo podemos mencionar un americano. Hasta a Henry James se le dio mal. Lo intentó hasta tres veces y cada intento era peor que el anterior. Pero creo que yo tengo algo a mi favor: escribo buenos diálogos, son dinámicos, no se quedan estancados”.

Toni Morrison se mostraba optimista sobre la posibilidad de escribir narrativa y teatro de manera simultánea, o por lo menos alternada. Pero poco después de estrenar su primer texto teatral, Dreaming Emmett (1986), requisó todas las grabaciones del espectáculo y todas las copias del texto y las destruyó. Una vez más, un escritor sentía que fracasaba en el intento de habitar los dos territorios.

Al igual que Toni Morrison cuando le preguntaron por qué se atrevía con los dos géneros, yo también intento tranquilizarme a mí misma, y me digo que tengo claves para no verme obligada a desprenderme de uno de los dos. Soy incapaz de enumerarlas porque suenan muy poco convincentes, y no quiero que nada me distraiga en mi afán de tropezar de nuevo con la misma piedra -qué buena canción de Julio Iglesias-. Pero sí quiero apuntar tres cosas que me hacen pensar que la palabra escrita para escena y la palabra escrita para lectura pueden ordenarse y compartir espacio en una mesa.

1)    Creo que el punto de partida es similar. Alain Badiou, en Elogio del teatro, dice:

“El texto de teatro, sea cual sea su procedencia, está destinado, dirigido a un público. Ahora bien, esta situación es totalmente opuesta a la de la lectura, que es la confrontación silenciosa entre un sujeto y un texto, un tipo de captación íntima. El texto de teatro tiene en común con el del orador, político, jurídico o sagrado, que quiere captar el interés de un auditorio quizá rebelde o dividido. Diría gustosamente que así como la potencia del texto literario es insinuante, ligada a una temporalidad extendida y secreta, la del texto teatral es frontal, ligada a la presencia inmediata de aquel que lo profiere. A fin de cuentas, la oposición entre el silencio de signos negros sobre la página blanca y la música de la voz que resuena en una sala es esencial”. (Elogio del teatro, Continta Me Tienes, p.76)

Sí y no. Badiou habla de la soledad de la escritura y de la soledad del lector. Pero siempre que se escribe se alza la voz para alcanzar a los demás, y se siente el pavor a perder el interés de los convocados. El papel lo aguanta todo, pero al corregir y revisar se experimenta el malestar eléctrico de la sala de ensayo, los días antes del estreno. Más prisa, más eficacia, más excelencia: es el reclamo que nos hacemos y que nos sabemos incapaces de cumplir.

Una vez vi Un artista del hambre, de Kafka, encarnado a la manera de un monólogo teatral, en el cuerpo y voz de Juan Ceacero, dirigido por Luis d´Ors, en la sala Mirto, un recóndito espacio entre las calles imprevisibles del barrio de Tetuán. Juan y Luis no habían tocado una coma del texto de Kafka. Sin embargo cada palabra suplicaba nuestra atención tal y como hace un actor que se presenta ante el público. El autor no quiere estar solo, aunque se recluya para comenzar a dibujar la aventura sobre el papel o en la pantalla. Se aleja para poder explicar mejor, al igual que el actor necesita tomar perspectiva para poder ser observado, y así comprobar si la sala lo acompaña en el viaje que propone.

Ayer encontré esto en El buen soldado, de Ford Madox Ford:

“Soy consciente de haber contado esta historia con muy poco orden, de manera que tal vez resulte difícil encontrar el camino por lo que quizá no sea más que una especie de laberinto. No está en mi mano evitarlo. Me he atenido a la idea de que me encuentro en una casa de campo con un silencioso oyente que, entre las ráfagas de viento y los ruidos del lejano mar, va escuchando la historia a medida que brota de mis labios”. (El buen soldado, Bruguera, p. 205).

2)    A veces, en algunas novelas en las que narrador y escritor se identifican de forma explícita, y que indagan territorio biográfico, sucede que en el texto se nos ofrece también el relato de una acción llevada a cabo a raíz del proceso de escritura; un rito necesario para avanzar en la narración. Esta performatividad aplicada me fascina, porque de golpe y sin previo aviso hemos sido invitados a una nueva forma artística que no sospechábamos cuando abrimos el libro: somos espectadores, aunque sea “de oídas”. Y es que, de hecho, no hay performance o arte de acción sin el relato que acompaña la acción en sí; cada performance tiene vocación de mito, puesto que traza una muesca en el tiempo: por primera vez de forma premeditada alguien hizo esto, tantas veces, aquí, sin más fin que hacerlo.

En la novela Lo que a nadie le importa, de Sergio del Molino, se nos cuenta la historia de José Molina, abuelo del escritor, paradigma de la generación de nuestros abuelos: aclimatado a una mediocridad forzosa, José participó en la Batalla del Ebro sin haber escogido el bando, fue dependiente de aquel El Corte Inglés que se estratificó sobre España, y guardó las distancias con su esposa. En la página 85 de la novela, el narrador, su nieto, viaja al lugar de la batalla:

“He viajado a la Terra Alta para completar el avance que mi abuelo interrumpió al recibir un disparo. Quiero cruzar la calzada que él no llegó a atravesar. Me ha costado mucho localizar el punto aproximado donde fue herido […] Me detengo un momento en la raya discontinua y sigo avanzando hasta el arcén, hasta que rompo el frente. He atravesado la cicatriz de José Molina”.  (Lo que a nadie le importa, Literatura Random House, págs. 85-86).

Otro caso: Selva Almada, en Chicas muertas, rastrea la pista de tres jóvenes desaparecidas. Acude varias veces, sin saber muy bien por qué, a consultar a una médium para que le ofrezca su versión de lo sucedido, e incluye en la novela las sesiones con ella.

Quiero coleccionar más casos como estos, y algún día escribiré un ensayo: Una performance en una novela. Escritores en acción, o algo así.

3)Durante la corrección de Los primeros días de Pompeya, la novela con la que vuelvo al género después de catorce años de teatro –y algún relato breve-, desde la editorial me proponían poner en cursiva la palabra performance. Yo misma había dudado al utilizarla. Se ha parodiado tanto que una siente que, más allá de un reducido círculo familiarizado con el término, es imposible tomarla en serio. Pero no había más remedio que hacerlo; quería hablar de performance, de un gesto similar a un verso o a unas notas musicales. Para ello, amparada por la ficción, resucité a la performer Hannah Wilke, americana feminista de los años 70, poderosa y polémica sacerdotisa de sí misma. Hannah viene a vivir a Madrid y se instala en un piso vecino al de la narradora, una teatrera frustrada del paupérrimo Madrid de los últimos años. Me he servido de la escritura para conversar con ella. No sé si esto cuenta como performance, pero he querido mirar allí. Aferrarme a esa forma desde el lado que, la experiencia nos dice, es inútil cruzar si se quiere un buen resultado en uno de los dos lugares, narración o escena.

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Miel y leche hay bajo tu lengua

culto al cocido

Como dicen los americanos, BODY del texto: próximamente presentaremos en el Teatro de la Puerta Estrecha (Madrid) un libro y una obra que son lo mismo, La guerra según Santa Teresa. Aquí hablo de comer, de intentar entenderse con una hija, de investir la muerte de magia y de dar las gracias. En la foto, Julia de Castro y yo ante un cocido en Ávila.  

El Teatro de la Puerta Estrecha es un lugar muy extraño: un salón al que se accede desde la calle y donde el espectador, avisado o incauto, encontrará una estantería con libros, un fregadero con los platos todavía goteando o un sofá. Es una casa-teatro, y por eso mismo podemos presentar allí La guerra según Santa Teresa: siempre nos ha tocado hacerla en vestíbulos o palacios del siglo XII, todavía no ha pisado un escenario consagrado como tal. Pero La Puerta Estrecha tiene, y esto sí que es raro, dos salitas de teatro dentro, una más pequeña que otra, y un patio. Perfecto pues para iniciar La guerra como un recorrido.

Presentamos también el libro, editado por Continta Me Tienes. Incluye un texto nuevo, Los leones y el hambre y un prólogo de Maria Fernanda Moscoso. Incluye también un texto que se publicó aquí, en TEA-TRON, el pasado mes de marzo. Es por lo tanto una caja de los tesoros que he encontrado en las playas teresianas en los pasados años. Maria Fernanda Moscoso habla en su prólogo sobre la necesidad de cadáveres cuando la muerte pasa ante nosotros, lo cual ha iluminado un rincón de mi memoria al que no había accedido aún: empecé a escribir La guerra según… después del fallecimiento de mi tío Joaquín, poco después de observarlo a través del cristal, en el tanatorio, impotente ante la certidumbre de perderlo, lo peor de todo, físicamente, perder el apoyo de su hombro y la visión de sus pelitos grises bajando por la sien. Será por eso que el texto se construye sobre el asombro de la Teresa troceada en reliquias, reclamada por todos. Me acuerdo también, con riesgo de que no venga a cuento, de Príamo suplicándole a Aquiles que le devuelva los despojos de Héctor. Creo que sí, que es lo mismo.

Los leones y el hambre, el nuevo texto, es una explicación para mi hija sobre cómo hemos llegado hasta aquí: por qué las místicas, qué fue aquella obra llamada El amor y el trabajo (2011-2012) donde tanta importancia tenía una tal Catalina de Siena, y qué vino a descubrirme Teresa de Jesús. Resulta entonces que las dos obras, El amor y La guerra, pueden verse como un díptico, aunque es sólo una posibilidad, no una forma cerrada. A mi hija le hablo de la importancia de comer, y de cómo una puede llegar a morir de hambre o bien celebrar y abrazar la comida en vida a pesar de las enfermedades y las fatigas. La comida, sí, alcanza a la fantasía, se derrite en los límites más peligrosos de una percepción, sin dejar de ser el sustento cotidiano innegociable. Hablo también de otra santa, pero sólo para que mi hija se ría: Margarita María de Alacoque, famosa por comerse la diarrea de los leprosos a los que atendía. Una vez más, como estoy en mi página y puedo escribir lo que quiera, permitidme el desvío y recordemos un momento a Margarita María de Alacoque. Marc Caellas me envió un texto, El vientre de los filósofos, en el que Michel Onfray revisa las trayectorias del Marqués de Sade y de Margarita María de Alacoque y concluye que la que verdaderamente cumplía con lo prometido era la santa:

“Sade dice más de lo que hace […] en lugar de comidas compuestas por niñas asadas y excrementos helados, Sade se limita a una comida muy inocente. La comida imaginaria no conoce prohibiciones, así como el sueño ignora los límites. Al devorador de niños le gustan sobre todo las aves, los pasteles, las compotas, los malvaviscos, las golosinas […] Sade es más marginal por escrito, en sus novelas, que oralmente en su vida cotidiana. ¿Preferiremos una invitación de Margarita María o de Sade? La mencionada Alacoque es más sorprendente en la mesa – si se puede decir así- que el ciudadano marqués. En lugar de rastros de sangre de una prepúber, lo que tiene Sade en la comisura de los labios es cacao de sus postres favoritos. No se puede decir lo mismo de las marcas marrones que rodean la boca de la santa…”.

Así que con esta barriga de ocho meses intentaré poner en orden, ante mi hija, las cáscaras y frutos de mar que he encontrado en los últimos años en la estela de Teresa. Sí, cadáveres, porque partíamos de una muerte, y así nos lo iluminará Maria Fernanda en el prólogo. Pero llegaremos a las ganas de comer y las diferentes inspiraciones que nos lanzaron las aventureras desde el pasado. En el embarazo he soñado como nunca con la comida, llegando a entender al ogro de Pulgarcito que se comió a sus propias hijas a oscuras mientras dormían. Esta es una lista de mis sueños más recordados:

1-      Me sirven un cocido en un plato, mientras alguien fríe albóndigas cerca de mi mesa. Yo le pido: “Las mías con poco ajito, por favor”. Me ponen albóndigas sobre el cocido. Las aplasto con un tenedor sobre el fondo de garbanzos y caldo. Antes de probarlas, me despierto.

2-      Me sirvo huevos fritos sobre fondo de espinacas. Los aplasto con un tenedor. Antes de probarlos, me despierto.

3-      Estoy en un buffet, ante la sección de postres. Con unas pinzas, me sirvo torrijas empapadas en miel y leche. Antes de llegar a mi mesa, me despierto.

En La Puerta Estrecha, después de que os cuente todo esto, Julia de Castro pronunciará las palabras que invocan a la obra (“En las últimas semanas…”). La seguiremos y de nuevo compartiremos con ella, y con Carlos Troya y con Eva y sus pinturas, las reliquias de Teresa, la bandeja de yemas de Ávila y una preciosa canción de Augusto Algueró y Caterina Valente. Necesito este volcado de amuletos y nombres, necesito hilarlos para protegerme del caos en el que viene flotando mi hija y que yo misma he alimentado; aún me quedan más nombres: Sandra Cendal, editora de Continta Me Tienes, es quien ha construido la caja para clasificar tantos signos. Gracias a ella llegaremos al final.

El otro día estuve en el Institut Français para ver a Julia Kristeva hablar de Teresa. Dijo, ¿será verdad?, que Teresa miraba en ocasiones a Jesús como a su hijo, y alentaba a sus discípulas a hacerlo así, porque

“Ser madre es intentar pensar desde el punto de vista del otro”.

 

“La guerra según Santa Teresa (la obra y el libro)” en el Teatro de la Puerta Estrecha los días 17 y 18 de octubre de 2015.

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Las guerras en torno a Santa Teresa

Quería contaros que este fin de semana hacemos La guerra según Santa Teresa en Ávila. Junto a la muralla, ni más ni menos. No sé qué va a pasar. Os lo cuento en secreto, porque estoy un poco inquieta, porque veo que en torno a Teresa de Jesús siguen levantándose las pasiones de quienes la quieren entera para ellos, sólo de una pieza. Precisamente, en La guerra según Santa Teresa intentamos hacer el viaje desde sus fragmentos, cada uno tan distinto al otro.

Cuando Julia de Castro, actriz, De la Puríssima, compañera, abulense, me propuso que escribiera un texto sobre Teresa y que lo montáramos juntas, mi primera reacción fue de escepticismo. No sería capaz de asomarme a ella: me daban miedo sus libros, ya percibía que había demasiada tela que cortar. Pero, poco a poco, lo hice. El libro de la vida, su correspondencia, las Moradas (éste me ha costado un poco más, desde luego que, como dice ella, “no es para mujeres, ni aún para hombres, muchas cosas”), las Meditaciones sobre los Cantares (excelente texto sobre la incapacidad de entender y la prueba de amor inteligente que esto puede llegar a ser). El libro de Olvido García Valdés. La serie protagonizada por Concha Velasco, obra maestra de interpretación, de dirección, con Josefina Molina, y de guión, con Carmen Martín Gaite y Víctor García de la Concha. Un peliculón de 9 horas: confieso que la vi entera durante un fin de semana, encerrada en casa; preguntándome a mí misma por qué me estaba intrigando tanto, “¡Ahora van a fundar a Sevilla, oh dios mío!”. El cómic. La peli de Ray Loriga, con Paz Vega, que al principio me ofuscó, y que ahora, tiempo después, habiendo posado tanta información sobre este personaje, comprendo mejor: la evidencia de que si Teresa llegó donde llegó fue porque tuvo un grupo de hombres y mujeres valientes y lúcidos alrededor, confesores, amigas, aventureras que le pidieron consejo, nobles que la protegieron. Que a menudo nos contamos a las grandes figuras del imaginario hispánico así, de una pieza, como si hubieran nacido bendecidas y doctoras de la Iglesia. Teresa lo tuvo muy difícil en vida, y muchos de sus compañeros también. Las guerras entre carmelitas calzados y descalzos fueron tan perversas como cualquier intriga bélica que podáis imaginar. Hace poco me he leído el libro sobre San Juan de la Cruz de Gerald Brenan; el cómplice de Teresa fue secuestrado y torturado hasta que logró fugarse una noche y pedir asilo a unas monjas descalzas que se la jugaron por acogerlo. Cosas así.

Lo que os digo, que Julia de Castro me pidió este texto, y conseguí empezar cuando reconocí que mi herencia materialista-histórica me impedía comprender nada de lo que allí se me estaba ofreciendo. A día de hoy, basta decir Santa Teresa en una reunión más o menos distendida de amigos y parientes progres para que se diga “bah, lo que le pasaba es que tomaba alucinógenos”, o “¿qué, se follaba a San Juan de la Cruz?”, o “qué horror, una monja”. Y yo entonces digo NO, NO. Hablamos de sexo, claro, y de viajes mentales arriesgados, pero es imposible limitarnos al sexo y a las drogas según nos las explicamos a nosotros mismos, tan científicos, hoy día.

En La guerra según Santa Teresa están Julia y Carlos Troya en escena, y Eva Zaragozá Marquina, artista plástica que sigo con atención. Nuestro punto de partida es el de hijos de ateos, hijos en cuya casa no hay un dios, “ni siquiera uno que vigile el fuego”. Hemos reunido las reliquias dispersas de Teresa y queremos hacerle preguntas. Sí, Santa Teresa está repartida por Europa; éste es un detalle incómodo, porque a veces a los católicos les molesta admitir la fascinación y el morbo que transmiten algunas de sus prácticas. El culto a los trozos de los cuerpos de los santos es un asunto que personalmente no podía pasar por alto en este caso.

imagen teresa

Lo estrenamos en Madrid, con aforo pequeñito, en la Sociedad Cervantina. Acudieron amigos, conocidos, y desconocidos que al acabar se nos acercaron intrigados, queriendo saber si éramos cristianos o no. No sabían decirlo después de ver la pieza; eso es bueno. Los amigos y conocidos estaban sorprendidos por conocer algunos datos, o aburridos, o emocionados.

Si bien en nuestro entorno madrileño reinaba esa precaución hacia todo lo que llevara hábito de monja, por pereza y por sentimiento de superación histórica, en el caso de Ávila, en cambio, siento una diferencia. Allí se insiste mucho, día a día, en una imagen unívoca de la Santa: doctora, intachable, tocada por la gracia, triunfadora en todas sus vidas. Sé que vamos a pronunciar palabras complicadas, empezando por el propio título, “guerra”.

Esta mañana, El Confidencial ha publicado una entrevista a Cristina Morales, escritora y autora de la reciente Malas Palabras. La novela pone voz a la Teresa que no lo contó todo en el Libro de la Vida. Es material inflamable, como todo lo que profundiza en Teresa; a veces siento que la escritora ha querido que mane el pus o la sangre antes de tiempo, apretando demasiado. Pero aunque me parezca excesiva la atención en señalar ciertos detalles, joder, es cierto, es cierto. Por ejemplo: había leído una y otra vez sobre la muerte de Beatriz de Ahumada, madre de Teresa, por sobreparto. Pero no había caído en lo que me trae Morales: doña Beatriz hizo testamento después de la llegada del noveno hijo, moribunda; un  año después estaba pariendo al décimo hijo que terminó de matarla. Eso quiere decir, efectivamente, que Alonso, padre de Teresa, se acostó con su mujer en  estado terminal. Pequeños detalles, sí.

En la entrevista de El Confidencial se pueden ver los comentarios que han ido dejando los lectores. Han llamado “mala” a Morales, han puesto el grito en el cielo. No se dice COÑO, no se dice que Santa Teresa tenía COÑO. También he vivido experiencias sobre esto: contándole a una persona cercana que en la obra hablamos de la pasión de Teresa (60 años) por Jerónimo Gracián (27 años), la reacción inmediata fue “¿Cómo se va a enamorar con 60 años?”.

Lo dicho, que Teresa de Jesús tiene la capacidad de desnudarnos a todos a la vez.

 

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Por qué quieres saber cómo me llamo: Liberté, Egalité, Beyoncé

vision_after_sermon1333411899535 (Sobre Liberté, Egalité, Beyoncé, en Teatro Pradillo, de colectivo PLAYdramaturgia )

Quedóse así Jacob solo, y un hombre luchaba con él hasta despuntar el alba. Viendo el hombre que no le podía, le golpeó en la articulación del muslo y se descoyuntó el tendón del muslo de Jacob durante la lucha con él. “Suéltame, que raya el alba”; y Jacob respondió: “No te soltaré si antes no me bendices” […] Jacob le preguntó, “Dime, te ruego, tu nombre”. Pero él respondió “¿Por qué quieres saber cómo me llamo?” Y allí mismo le bendijo. Llamó Jacob a aquel lugar Panuel, porque dijo “He visto a Dios cara a cara y  he salvado la vida”. Salía el sol cuando pasó por Panuel e iba cojeando de la cadera. Éste es el por qué de que los israelitas aun hoy no comen el nervio ciático que está en la juntura de la cadera, pues el Ángel golpeó a Jacob en la juntura de la cadera en el nervio ciático.

Perdonad que traiga la Biblia pero es lo que hay hoy para comer. Ayer Javier Cruz y Janet Novás emprendieron una lucha como ésta, larga, extraña; empezó despacio y siguió despacio, pero allí estaban, insistiendo, una gradación ascendente de sudor y de respiración. Nosotros éramos las muchachas bretonas que en el cuadro de Gauguin, La visión después del sermón, tienen una pradera roja sólo para ellas, y en esa pradera el Ángel y Jacob. ¿Qué hacen? ¿Por qué tanto rato, toda la noche según la Biblia? Al observar a Cruz y a Novás pensé, ¿Y si lo de Jacob y el Ángel fue también un polvo? Claro, un polvo, un combate, da igual, el caso es que se empeñaron en intentar entenderse y llegar a algo juntos. El encuentro, en la Biblia, se resolvió por medio de la palabra, aunque fue una palabra dicha para ocultar. Jacob quedó marcado por siempre y lo sintió como una resurrección. Una noche de fiebre, una noche a punto de morir. ¿Todo encuentro nuestro, cuerpo a cuerpo, ha sido eso?

Los Play colocan, una detrás de otra, piezas que, insospechadamente, encajan. La primera alusión a Lázaro nos pilla desprevenidos: estábamos hablando de Schubert, de que era joven y murió después de haber compuesto cientos de obras y de arder noche tras noche. Nos dicen que Schubert dejó inacabado un Lázaro o La fiesta de la Resurrección. No sabemos que, después de esa primera aparición, habrá más, y que Lázaro acabará impregnando el aire de la sala con sus vendas desenrolladas.

Y ahora limpia el atroz perfume de la muerte
en agua clara y fresca: lava tus largas vendas
en la corriente del río
como los pobres desaguan los interminables intestinos de ganado
que guisan y comen, y luego enróllalas y guárdalas.

Sé, pues, precavido
porque nadie sabe hasta cuándo durará el terrible milagro.
Él dijo que te levantaras y no dijo más, ninguna promesa.

(Resurrección de Lázaro, José Watanabe)

“Juventud es insistencia”, dicen las voces de Play, y suena a punto final, paradójico porque es a la vez un punto que legitima todo nuevo intento de explicar la juventud en escena. Hemos visto varias obras sobre eso de ser joven, de estar a punto de, de prometer. Los chicos y chicas que se ponen delante de nosotros, durante largos minutos, a mirarnos, a mirarse, a tocarse el pelo, a encogerse de hombros. Y que no hablarán, se guardarán ese don, para que no perdamos la duda, ¿compartimos algo con ellos? ¿Acabamos de compartir algo? Más elementos: Las proyecciones. Dos cuerpos largamente enfrentados. El trance. Ya lo hemos probado antes. Sí, desde el inicio, la serenidad con la que los chicos y chicas menores de veinticinco años (nadie nos ha especificado su edad pero podemos arriesgarnos a afirmarlo, esa piel, ese pelo, así lo atestiguan) se asoman a la escena, vamos a sostener imágenes y métodos que no son nuevos. Quizá esta vez hay un mayor despojo, están aisladas, duran, y por eso digo que “los Play colocan piezas una detrás de otra”. Así nos las presentan, sin dejar que se amontonen. Hay un arqueólogo en Play Dramaturgia, un arqueólogo de verdad, y a lo mejor por eso este orden metódico y esta voluntad de considerar cada fragmento en sí mismo pero sin dudar de que tiene su correspondencia entre las demás. Esta obra es una súplica por no perder el valor, el ritmo de la sangre. Por resistir, igual que Jacob resistió empujando al Ángel.

Los Play hablan de la polla de Schubert y de la polla de Lázaro. Hace unos meses hice una videoplaylista en TEATRON sobre artistas masculinos que trabajan sobre un tipo de polla castigada por nuestro imaginario: lo que los romanos llamaban mentula, la polla en posición de descanso o de rechazo o de miedo o de pereza, da igual. Los Play van a otro lugar, a otro tipo. Esa polla sobre la que nos preguntan es la de Lázaro, resucitado a los cuatro días de morir, y la de Schubert, carcomido por la sífilis. La muerte acariciando a dos criaturas, devolviendo a una, y atrayendo a otra, pero acariciándolas ahí donde más duele.  Para los Play la juventud corre por las venas y precisamente donde más claramente podemos advertir la tarea de las venas es en la polla.

Vuelvo a la “Misteriosa lucha de Jacob”, así se titula en la edición de la Biblia que tengo, y a la escena de Javi/Jacob, Janet/Ángel. Javi nos contará, después, sudado y agotado, cómo una vez estuvo con una novia, en el sofá, mientras en la tele discurría La Pasión de Cristo de Mel Gibson. Ya sabemos a qué suena esa película. Tres horas de. Javi también nos cuenta cómo son sus cicatrices, hechas en movimiento, en escenarios, en accidentes. Después, Janet Novás. Que no toma la palabra, pero sí el sonido. Va percutiendo con un micrófono hueso a hueso, los suyos. Como si se llamara a sí misma, como tocando a la piedra que tapaba la tumba de Lázaro. Despertándose,  o quedándose para siempre ahí, en esa llamada, en esa voluntad de resucitar. Este siglo, dicen los Play, nos tiene atrapados ahí, en torno a la losa: los viejos no se terminan de morir y los niños no terminan de nacer. Sabemos cuánta tierra vamos a desalojar cuando nos zambullan en el foso, precisamente porque estamos subidos a la montaña que formaron las palas de los sepultureros. Lo conocemos todo.

Permitidme volver a la lucha de Jacob/Javi y Ángel/Janet. Ésta pasa a mi galería de la memoria de “cuerpo a cuerpo escénico”. Junto con:

-Juan Loriente y Nuria Lloansi, en Arrojad mis cenizas sobre Mickey. Él vestido con una camiseta en la que pone ROUSSEAU, sólo, y ella con una camiseta en la que pone MONTAIGNE, sólo, golpeándose mutuamente la pelvis con la cabeza del otro, pero al revés, una especie de mamada inversa. Llamar a las puertas del cerebro del otro a golpe de Eros.

– Sindo Puche y Tania Arias en Entre las brumas del cuerpo, de Marqueríe. Estábamos ahí, en la penumbra de la Real Fábrica de Tapices, y Sindo y Tania se movían y respondían suavemente en  un cuadrilátero de polvo blanco, creo que era harina. Horas y horas. Sin parar. Podías sentarte en una esquinita y adormecerte libremente contemplándolos, como una especie de sustancia química en ebullición.

– Rolando San Martín y servidora, en El amor y el trabajo III; intentaba reducirlo, sólo eso, intentar tenerlo sólo para mí y que no se moviera bajo mi cuerpo, pretensión harto frustrada.

– Siempre que en un escenario alguien quiere formar un cuerpo a cuerpo que aluda explícitamente al sexo (que no es el caso de Liberté Egalité… porque esa lucha no es sólo eso), y pone a los actores a cuatro patas y a darse pollazos, es muy desasosegante, porque no te lo crees y te da mucha vergüenza y lo pasas muy mal. A mí me pasó con MBIG, Macbeth International Group en La pensión de las pulgas, ahí encerrados en la habitación con ellos y ellos haciendo como que era un polvo real, pero de cuarenta segundos y con orgasmo de Lady Macbeth incluido; claro, el resultado era de mirar para otro lado y suplicar que acabaran ya. También recuerdo, de muchas obras, a mi pesar, mucho empotramiento de gente vestida. Noooo.

Y como no quiero terminar así, dejadme que os cite un poco de lo que nos dijeron ayer:

En el siglo XXI los viejos no acaban de morir y los niños no terminan de nacer

Los demás estamos atrapados en medio

Hartos de culpar a otros

Quemando su proyecto

 

Bailando con la energía que nos da el fracaso

 

 

Por eso vamos a insistir

 

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