cinestesia

El oído, el tacto, el olfato… nuestros sentidos clásicos son distintas manifestaciones, más o menos evidentes, de una misma realidad o dinámica, de una de las características más proteicas de nuestro comportamiento en pos del conocimiento y del desarrollo de la conciencia, me refiero a nuestra intención o capacidad de percepción. Vivir el contraste, es decir, sentir los cambios en el entorno o en nuestro interior, aquello que la ciencia define como cambios en el gradiente de cualquier propiedad -velocidad, emoción, temperatura, tono, lógica, intensidad, color, …-, “sus diferentes flujos vibratorios”, y a continuación etiquetar tales cambios y situarlos, dirigirlos conscientemente o no en una respuesta que puede ser una imagen, sonido, sabor, un escalofrío, un pensamiento, una acción, etc genera la comunicación y la construcción de eso que llamamos realidad. Sea cual sea esta y a lo que se refiera, aquí estamos tan sólo filosofando acerca de la percepción.
En realidad, creamos y percibimos nuestro mundo simultáneamente, ocurre que nuestra mente lo hace tan bien que ni sabemos lo que está pasando. Diseñamos. Subconscientemente creamos cada elemento pero a nivel consciente parece que se crean solos, como si los descubriéramos (quizá ayude a modo de imagen pensar en el movimiento que sugiere la banda de Moebius). La sinestesia nos habla del sutil y fino límite entre un tipo de percepción u otro: evocar paisajes, oler emociones, escuchar números, visualizar sonidos, somatizar ideas, etc, nos conecta con la fragilidad de lo que digo. Imaginando, asociamos y nos entrenamos, entrando en contacto con el nivel más esencial de la percepción, más allá de los sentidos clásicos. Un indeterminado muy hermoso, pleno de información por asociar creativamente. Se trata de un nivel vibratorio, cambiante, de energías, de ondas, de potencialidades. Una vibración, un movimiento deviene en música, en un brillo, imagen, olor, etc, se encarna de una u otra manera dependiendo de si se concentra o expresa en un medio físico o en otro, en un determinado rango del espectro vibracional circunscrito a su vez por el contraste que supone un flujo de movimiento en particular con otro. En esencia todo es quietud/movimiento y según su grado de vibración, según su frecuencia y longitud de onda, deviene en una idea, en luz, en un sonido, en un electrón, en materia, en distancia, en creencias y experiencias… Los diferentes niveles de vibración de la materia circunscriben su estado físico, su temperatura, movilidad, su transformación, su intención… La idea que tenemos acerca de nuestros sentidos, su funcionalidad, es una construcción cultural, un acuerdo. Definir un órgano sensorial de una manera unívoca delimita su realidad o capacidad de acción. Según cuales sean nuestras expectativas acerca de la funcionalidad de una herramienta, nos permitirán encontrar determinados usos y no otros. En el ensayo y error está el acierto, pero hay que aventurarse. Tal construcción cultural es útil para algunas cosas y una tara para otras pues. Mostrarse flexible y prestarse a sentir desde otro lado nos coloca en un espectro de la realidad diferente desde el que encontrarse de una nueva manera con nosotros mismos y con los demás. Cada vez más despiertos, con el cuerpo sensible, libre.
Coetzee escribió: “Un cuerpo dice la verdad. No siempre, ni a la primera, pero siempre es el cuerpo el que dice la verdad”. En los cuerpos se leen las mentes, alguien que piensa de una manera compleja baila de manera compleja. Los cuerpos modifican el entorno, tienen un tipo de presencia particular que imprimen movimiento al espacio que ocupan. Sentir esas corrientes de forma implica comunicarse a un nivel muy muy sutil. Podría parecer que hablo de una suerte de magnetismo o telepatía, que también, pero en realidad no es más que cinestesia.
“Las ondas de probabilidad se convierten en partículas de experiencia”.
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