APPRAISERS / Correspondencia entre Roberto Fratini y Quim Bigas

Alguna que otra observación más alrededor del protocolo Appraisers. Recuerdo que una vez, hablando de todos los objetos (digamos de todos los “cuerpos” objetivos) que componen un lugar y que son computable a partir de ese lugar, lo único que efectivamente y al pie de la letra nunca SE TIENE EN CUENTA (saboteando cualquier cómputo, cualquier aprehensión) es el polvo. Me refiero precisamente a esas partículas o corpúsculos cuyos remolinos danzantes solo se dejan apreciar cuando los atraviesa un fajo de luz y que, llenando uniformemente cualquier espacio cerrado, son infaliblemente movilizado por el movimiento más nimio (incluyendo nuestra misma respiración). Me refiero a esas partículas de impureza que tienen bien merecida su definición “corpuscular”, estando mayoritariamente compuestas por las células epiteliales que los cuerpos van incansablemente soltando. Me refiero a esas partículas en caída perene a través del espacio que inspiraron toda la teoría atómica de Demócrito en la Antigüedad y que nos llevan de vuelta a la naturaleza a-dimensional del Universo de la computación actual (que saca sus textos e imágenes de una nube de puntos electrónicos) o, si quieres, del Universo de indeterminación establecido por la física cuántica (en la que, literalmente, un mundo constituido de partículas a-dimensionales e incalculables SOLO existe gracias a la superficialidad que nos permite creer verlo y tocarlo).

Recuerdo esa hermosa fotografía del suelo del Graner, tapizado como un mapa de todos los “papeles” del proyecto. Eso fue, si quieres, el despliegue bi-dimensional, la versión llana, la cartografía de sus computaciones. Si tuviésemos que imaginar una versión, un archivo, una cartografía a-dimensional del mismo proyecto, deberíamos pensar en el “pixelaje” extremo de su polvo atmosférico (“Y deje Vd de contar. Porque se no cuenta el polvo. Y porque el polvo es la extrema disolución, o la solución paradójica, de todo cuento. La Biblia lo decía: polvo eres y en polvo volverás”).

Ese polvo es también lo que la pintura clásica se esmeró en querer ignorar (probablemente porque el polvo era la negación misma de esa posibilidad de computar el espacio por unidades que los pintores intentaron lograr, consiguiéndolo hasta cierto punto) y lo que el Impresionismo, en muchos aspectos, descubrió (no solo porque su representación del mundo se operó por licuaciones progresivas de los límites entre las cosas y del dibujo que asentaba esos límites), sino porque al pintar por “golpes de pincel” (y por ende a configurar eso que Deleuze llamaría un “diagrama”, el cuadro como conjunto de pulsaciones, de gestos mínimos, de pixels manuales) estaban convirtiendo en un tema “pulviscular” el mismísimo “modo-pintura”.

Nunca contamos, nunca computamos la suciedad (el polvo atmosférico es la madre de todas las suciedades): no tiene historia porque es lo que, por definición, “se reinicia” todo el tiempo. El mundo que los impresionistas retrataron era un mundo, en muchos aspectos, asediado por la suciedad, acosado por la perspectiva de un hundimiento de todo lo dimensional en el remix infernal de la modernidad urbana. Las novelas de Zola (el más impresionista de los escritores) hablan todas de este desfallecimiento del contorno y de la metástasis de un mundo enteramente hecho de suciedad; un mundo que se vuelve nube de vicios, soeces, taras y desechos ya inasibles. Porque las novelas de Zola hablan principalmente de la atomización de lo humano a raíz del ascenso de capitalismo. Todos sus recuentos-descripciones de categorías de objetos (las botellas en una tasca, los embutidos de una charcutería, la ropa sucia de una tintorería, etc.) son memorables. No es que sus hombres y mujeres se vayan o, simplemente, mueran: es que en un cierto sentido se diluyen, se hunden, se derriten en la confusión glutinosa, en el hollín vertiginoso de un contexto que se les ha vuelto completamente incalculable (porque otros los programan desde arriba).

Ya que hablamos del polvo, que es de la categoría de lo extremadamente ligero e inasible me preguntaba si no merecería la pena hacer el esfuerzo algo paradojal de incluir en el cómputo todo lo “infra-leve” que pueda contener (el perfume de alguien que estuvo aquí ayer, la sombra de algo que ha sido desplazado, el ruido que el intérprete escucha pero nadie del público llega a percibir, esta hormiga recorriendo un hilo en espiral), todas las dimensiones “enrolladas”, y por ende escondidas, en la evidencia fenoménica del lugar (como sabrás, las dimensiones “enrolladas” son esas 11 dimensiones que la física cuántica necesita añadir a las tres conocidas para que sea completo el cuadro de la espacialidad real en la que vibran las partículas subatómicas; dimensiones inasibles al ojo y que la geometría puede llegar a representar solo por aproximaciones simbólicas). La cuestión es, si quieres, incluso más perversa: no es que NO VEAMOS las dimensiones enrolladas. Es que (exactamente como ocurre del polvo atmosférico) NO SABEMOS ESTAR VIÉNDOLAS. Nuestros ojos las tienen sintetizadas para darnos la sensación de ver algo y para que el mundo nos parezca, justamente, un lugar humano y no un espacio inhumano.

El carácter “aprehensivo” de Appraisers depende, si quieres, precisamente de esto: la aprehensión (aprensión o aprendizaje extemporáneo) es la actitud del cazador, de la presa y del visionario: del que sabe que algo podría esconderse precisamente allí donde no se ve; y que esta porción de inasible es posiblemente la más significativa, la verdadera revelación de todo el ejercicio. Uno de los primeros appraisers conscientes de serlo fue sin duda San Ignacio de Loyola. Sus “ejercicios espirituales” (existe un extraordinario solo de Caterina Sagna inspirado en ellos) conforman una articulada metodología, una rutina ascética de aislamiento y computación interior de los objetos mentales proyectados por la letra de las Escrituras, al fin de producir, en un momento dado, la síntesis de lo inefable (visión mística, comprensión de las cosas sagradas, evidencia súbita de los misterios). “Appraisers” es también una forma de ejercicio espiritual. Cuando en mi escrito herético sobre el Salmon hablaba de “amor hacia el presente” y de “paciencia” pensaba efectivamente en una ascesis de este tipo. Dicen que la espiritualidad profunda, efectivamente, no es un acto de comprensión, ni un gesto de alabanza: es un acto de constatación.

Abrazo.

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Roberto,

Tus «más notas» suman y suman y van dando cuerpo a una red de palabras, de afectos, de ideas, de «cosas» que, según mi parecer no están solo en la palabra y en sus posibles significados sino en el propio acto de escribir. En cada espacio estas tu, recordándome que tú eres el escrito y que estas palabras te constatan.
Tus palabras me llevan a un lugar desconocido, sobre todo si hablamos de las 11 dimensiones. He hecho un poco de investigación y curiosamente, APPRAISERS ya intuyé, en su propia práctica, la idea de infinito. Un infinito que une al cuerpo con su exterior, un infinito que te lleva a una jornada particular alrededor de los objetos y aquellas cosas que lo contienen.
Últimamente, no sólo creo que el polvo es una ceguera (similar ceguera estamos empezando a tener con la publicidad en Internet). El ojo se acostumbra tanto al no-uso de ciertas potencialidades, que nos volvemos inmunes a su percepción. No vemos el polvo porque no se usa. El polvo ha sido usado; es un resto; similar a la colilla de los cigarros o similar a los restos de chicle que recuerdo me hablaste en un momento. Y en el teatro la ceguera ha llegado a unos niveles extraordinarios, permitiendo a los artistas sentir que son el centro y amos del espacio. Precisamente, lo que percibimos de la teoría de las cuerdas en física cuántica, nos dice que vemos en tres dimensiones porque hay una profundidad. (Esto me recuerda a Son Goku en Bola de Dragón, cuando llegaba al mundo de Kaito, un mundo infra-humano, y se instalaba en una habitación blanca que no tenía ningún tipo de fondo. Una especie de octava dimensión.)
Me parece interesante el tema de los puntos, los infinitos y los pliegues en referencia la teoría de las cuerdas. Curiosamente, cada formato, en el proyecto, es una ramificación y el proyecto plantea la ramificación como un lugar de potencialidades dentro de una misma idea que, en cualquier caso, es una línea entre dos puntos. Curiosamente, una acumulación de ramificaciones genera posibilidades temporales y no-temporales, así como ciertos infinitos que generan otras líneas que generan otros infinitos. Si lo pensamos, no estamos tan lejos de pensar, como decía David Lewis, en el Universo existente ya en las cosas y en que, cada cosa, es un universo de infinidades que se pone en relación a otros universos de infinidades. Es ese exactamente uno de las obsesiones del trabajo, entender lo que vemos como universos, como individualidades que se ponen en común a partir de las dimensiones de nuestra percepción, a partir de la profundidad. Es cierto que el ojo es el que ajunta los puntos y dilata el tiempo; en muchos casos, ya es sabido que no vemos en tiempo real. El ojo genera pliegues.
Entre esos puntos, entre lo que vemos, hay toda una ecología que no percibimos. Tampoco percibimos el aire (como muy bien plantea Carme Torrent en sus trabajos), ni tampoco vemos las partes traseras de los objetos. Curiosamente, los objetos se han hecho con una cara, con una dirección frontal y casi bi-direccional; de todas formas, muchos objetos tienen partes escondidas, tienen sombras… me parece un hecho muy relevante a la hora de entender como hemos producido significados, cómo hemos entrenado la mirada a buscar por un sentido de lo correcto, de buscar por funcionalidad. El polvo es el cementerio de algo que ya se ha hecho. Entender ese aspecto sobre de lo infra-leve, pertenece a ese dominio el cual permite, al que observa, entender la gravedad, el mundo, la muerte, lo temporal, lo útil, lo olvidado, los restos, etc. Y en este momento entra el personal de limpieza a borrar huellas. Curiosamente, en muchos espacios se le pide al asistente no dejar huellas; como asumiendo que la única huella que se puede dejar es física y material.
Es precisamente al decir silla cuando empezamos a nombrar lo visto y no visto, cuando empezamos a generar una relación de ignorante justicia a los lugares que habitamos. Cuando a alguien se le pide observar, se le pide que mire los detalles; cuando APPRAISERS  pide que observemos es porque todo genere unidades e individualidades, que genere pliegues e infinitos. Así pues, nombrar da espacio al no-existir y ya entramos en la historia, en la legitimidad del papel (incluso la física cuántica hace sus ejemplos a partir de papel!). Y el papel, que a menudo se ha relacionado con el espacio, legitima y da visibilidad a los aspectos a los que damos justicia y a los aspectos que están fuera de él.
Justo hoy he visto un proyecto muy interesante de J.Cardiff. Como vemos, el pasado y el presente se vuelven en esencias infra-leves; nosotros y el polvo que dejamos.
Miraré el texto en los próximos con los afectos de esta conversación y le daré un poco más de presencia; le daré lugar a este encuentro. Esto es muy bonito. Te doy las gracias por tu tiempo y por tu mirada.

Un abrazo enorme!