La gran caída, Objeto-territorio y Turboidentidad: Júlia Barbany Arimany, Dania Shihab y Alba Rihe

La semana pasada La Capella presentó su programa anual de performances, en el que durante tres días pudimos ver los trabajos de Júlia Barbany Arimany, Dania Shihab y Alba Rihe, ganadoras de la convocatoria Barcelona Producció del año pasado. Los tres proyectos contaron con el acompañamiento de Laia Estruch.

Júlia Barbany Arimany, quien esa misma semana estrenaba un nuevo trabajo de Las Huecas en el Centro Dramático Nacional, presentó el lunes La gran caiguda, una exhibición de performance blanda de gran formato, según el texto que acompañaba la performance en la web de La Capella, alrededor del ridículo, como subrayaba el texto en papel de Mircea Eliade, datado en 1934, Invitación al ridículo. En ese texto, su autor afirma que el ridículo es el elemento dinámico, creador e innovador en toda conciencia que se quiera viva y que experimente lo vivo. Y no se refiere tanto a ridículos banales como al ridículo de un Jesús, que afirmaba ser hijo de Dios con absoluta contundencia, o al ridículo de Don Quijote o de Ghandi, que pretendía oponerse a la artillería británica con el uso de la no violencia, por ejemplo. Todo acto que no sea ridículo, en mayor o menor medida, es un acto muerto, afirma Mircea Eliade, y añade: solo imitando el ridículo imitamos la vida; entraña, en efecto la absoluta y completa sinceridad de la vida, y no las ideas fijas y convenciones que son las caras de la muerte.

En el espacio de La Capella nos encontramos con tres perfomers, Vera Palomino, Mar García y Santiago Colorado, de pie, inmóviles, clavadas al suelo, ligeramente inclinadas hacia él, con una nariz de payaso aparentemente sostenida por dos gomas que parecían tirar de la nariz de cada una de ellas y que se sujetaban a la pared de piedra muchos metros detrás de cada una de las performers. Las performers, situadas una cerca de la entrada y dos al fondo de la sala, parecían bascular ligeramente hacia el suelo sin llegar a caer jamás. Cada vez que se movían un poco en su frustrada caída sonaba (era un truco, un sonido enlatado) como si las gomas vibrasen. El público estaba de pie y se movía libremente por el espacio. No sucedía mucho más, salvo que, al final, después de una media hora, las performers abandonaron sus pantalones dejando ver el truco: unos hierros inclinados, camuflados dentro de los pantalones y clavados a las plataformas sobre las que se encontraban, sostenían a las performers para que, a pesar de la inclinación de sus cuerpos, no cayesen al suelo.

El miércoles fue el turno de Objeto-territorio, de Dania Shihab, artista sonora nacida en Bagdad, criada en Tasmania y actualmente afincada en Barcelona. Dania Shihab se propuso una contracartografía sonora del barrio en el que se encuentra La Capella, el Raval, partiendo de objetos recogidos en el barrio, cargados de recuerdos y en muchos casos llegados de otros lugares: un cuenco tibetano con unas campanas del Nepalí Bazar Universal situado en el carrer Joaquim Costa, unas monedas egipcias del comercio Gifted del carrer de la Lluna, unas llaves perdidas junto a unas piezas de ajedrez encontradas en el mercado improvisado del carrer Robadors, un bote de hierbas de la cocina de Nuria en el carrer Reina Amàlia, unos pendientes, una pulsera, un imán y un cubo Rubik del Institut Miquel Tarradell del carrer dels Àngels, un delantal del restaurante Sifó del carrer d’Espalter, un libro infantil árabe de la Associació Amical d’Immigrants Marroquins a Catalunya del carrer del Carme, unas flores artificiales del restaurante Kabul de la Rambla del Raval, un diccionario madika-català del restaurante Foni del carrer de l’Est, unas cintas de cassette de Discos Edison en el carrer de la Riera Baixa o una radio comprada durante el apagón eléctrico de hace unos meses que venía del carrer Ferlandina.

Los objetos estaban colocados sobre una alfombra circular, teniendo en cuenta su lugar de recogida, como si la alfombra fuese un plano del barrio. En la alfombra había también micrófonos, sensores y cables que los unían a dispositivos de sonido electrónicos que la propia artista manipulaba sin salir de la alfombra. Seis altavoces elevados rodeaban el círculo. El público se distribuyó alrededor. Dania Shihab construyó en vivo una pieza sonora envolvente durante aproximadamente media hora a partir de la manipulación de todos esos materiales, ayudada por su maquinaria (a veces procesada digitalmente pero otras veces manipulada sencillamente de manera analógica, como cuando nos dejó escuchar los cassettes reproducidos por un viejo walkman) y también en ocasiones por su propia voz recogida por los micrófonos y utilizada a veces como disparador de efectos sonoros. Para hacerlo debía moverse por el espacio delimitado por su alfombra, entre los numerosos y variopintos objetos, golpeándolos, frotándolos, extrayendo de ellos sus esencias sonoras gracias a múltiples técnicas y traduciendo esos sonidos a otros nuevos que fueron construyendo una hipnótica sinfonía de tintes electrónicos.

El jueves Alba Rihe presentó Turboidentitat. En la entrada, el público era invitado a colocarse unos auriculares inalámbricos del estilo de las silent discos. En el espacio de La Capella unas sillas colocadas formando un círculo invitaban a sentarse en ellas. En el centro, un rectángulo blanco en el suelo, y, a pocos centímetros de una de sus esquinas, un theremin. Alba Rihe, que vestía una larguísima y colorida capa de tela, hablaba sin levantar la voz a través de un micrófono de diadema, primero sentada en una silla de las que rodeaban la escena y más tarde de pie. El público la escuchaba a través de los auriculares. El texto de presentación de su performance, publicado en la web de La Capella, señalaba que la artista iba a hacer uso de la parresia. La parresia es un concepto griego que alude a la sinceridad. Se trata de decir la verdad, con franqueza y libertad, asumiendo riesgos, caiga quien caiga. Alba Rihe utilizó esa libertad para hablar de su experiencia personal como estudiante de Bellas Artes, de sus encontronazos con la autoridad personificada en sus profesores, de los juicios de esa autoridad a la que debía someterse, de sus inseguridades, de la añoranza de la práctica del dibujo, de pasarse horas y horas pintando sin pensar en nada más, como en trance. También habló de mujeres espiritistas de otras épocas, de las libertades que se tomaban, de sus vidas. Leyó algunos textos de ellas.

Pero no solo habló: también bailó sobre ese rectángulo blanco e hizo sonar el theremin, un instrumento que se relaciona muy bien con el espiritismo, quizá porque se toca sin contacto, manipulando el campo magnético que rodea a la antena, como si hicieses magia, o quizás también porque se inventó más o menos por la misma época en la que el espiritismo estaba de moda, como otros inventos relacionados con la electricidad y las ondas electromagnéticas, que eran lo más en ese momento e invisibles como los espíritus. En otro momento el rectángulo se llenó de imágenes como por arte de magia (en realidad, gracias a un proyector cenital), imágenes de dibujos, de pinturas que suponemos que creó en su día Alba Rihe, en la época de la que nos había hablado al inicio de la performance. Finalmente, con la ayuda de un rodillo y un bote de pintura amarilla, Alba Rihe comenzó a pintar sobre el rectángulo blanco. Y con la ayuda de un pincel y más pintura (violeta) se sentó en el suelo, sobre el rectángulo, y siguió pintando un rato, muy concentrada, hasta que dio por terminada su actuación, dejando a parte del público con las ganas de ver acabado el cuadro. Aunque seguramente, pensé luego, lo importante no era acabarlo sino haber conseguido llegar al final después de tantas tentativas y tantos rodeos, y que lo que nos esperase en ese final fuese, sencillamente, contemplar a Alba Rihe pintando de nuevo, como si hubiésemos asistido a un exorcismo.

Rubén Ramos Nogueira

Fotografías de Pep Herrero

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