El amor en tiempos del coronavirus

Un sol de justicia me pega en la jeta haciendo que tenga que escribir esto con gafas de sol. Soy una privilegiada de clase z, pero privilegiada al fin y al cabo. Tengo unas vistas a través de mi ventana que me han hecho subsistir desde hace varios años de los alquileres vacacionales. No veo el mar pero si Compostela tuviera playas yo sería una espectadora con suerte. Hace un día tan bonito que no me explico que no haya nadie disfrutando de un baño de sol en la huerta de varias hectáreas que ostentan las vecinas del piso de abajo. He pensado mucho estos días en cómo acceder a ese espacio de lo privado al que solo van a cagar un par de perros mientras su dueña se lee el Hola sentada en una silla plegable. He ofrecido mi generosa ayuda a la vecina por el patio de luces, que es mayor y no está bien que ande yendo al súper. En el momento que la acepte dejaré caer, así como quien no quiere la cosa, que esa huerta está muy sola y ya va siendo hora de plantar unos tomates. Yo no quiero ir a pasear ni tirarme al sol, yo quiero que algo florezca con el mismo sol que transmitió mi ínfimo hálito de vida. Esta última frase es de una poesía mía que ganó el primer concurso de ideas medioambientales de la USC allá por el 2001, creo. He estado pensando mucho últimamente en leer mis poemas, y otras producciones literarias que tengo, en directos por el Facebook y el Instagram. Pero me da miedo que se entienda como una forma de promocionar mis habilidades, que no son pocas. No es momento de echar por fuera, es hora de recogimiento y de pensarse hacia dentro, bien adentro, penetrarnos hasta el fondo anhelando cada instante traspasar los nadires más ocultos. Está última frase es de un poema de Juan Ramón Jiménez que empieza así:

No estás en ti, belleza innúmera,
que con tu fin me tientas, infinita,
a un sinfín de deleites!
¡Estás en mí (…)

Y como dice mi querida Elena Malova agradécete a ti misma por todo lo bueno que hay en ti, por todo lo bello que realmente hay en ti y por haber hecho la práctica, de yoga. En el confinamiento el yoga es al cuerpo como a la música el resistiré para seguir viviendo. Lo que me hace entender que la vida productiva ha hecho dura mella en los gustos musicales de algunas personas haciendo que no vean más allá de los 80. El encierro es duro pero más duro sería tener que trabajar con la letalidad de la libertad de ir y venir. La gente oposita a guardia civil desde balcones y ventanas y no entienden que es un soplo la vida.

Yo digo esta es la mía, una artista como yo que ha tenido flaco acceso a teatros y salas (muy flaco para lo que yo lo valgo) no puede desaprovechar un momento histórico como este teniendo todo el tiempo del mundo para no hacer nada. Tengo pesadillas superproductivas, la más recurrente es una en la que llego tarde a una clase online mientras me aguanto el pis. ¿Qué querrá decir esto? ¿dejaré pasar otra oportunidad en mi vida de obtener el reconocimiento que me merezco? No, esta vez saldré de mi zona de confort, me obligaré a poner por escrito estas ideas lisonjeras que me atenazan las cervicales pidiendo salir mientras yo me acuesto en esa esquina de la habitación donde pega el sol hasta la una de la tarde.

Os contaré que a pesar del dolor que nos rodea, que es mucho, de la incertidumbre que desgasta, de la crítica decimonónica que sale a borbotones, que no borbones, yo desde el principio de este encierro he encontrado un lugar en el mundo. Hasta ese momento no sabía de la existencia del botón de directo del Facebook y un día por probar le di. Estaba yo en la cocina con unos temitas electrónicos y me puse a bailar. Esto que surgió de forma bastante inocente se convirtió con el paso de los días en parte de un proceso escénico que estamos proyectando tres artistas de la pista, Félix Fernández, Manuel Parra García y servidora. Antes de la cuarentena nuestra idea era hacer varias fiestas techno y venderlo como un proceso abierto y expandido donde lo escénico es la fiesta y la comunión de las almas libres en un acto hedonista de cojones. Technocracia es un proceso líquido, energía y su dirección hacia vosotras os. Las que os unís a nuestros directos no estáis viendo una pieza de danza, ni de teatro, estáis asistiendo a una videoconferencia donde las palabras dejan paso a movimientos estilizados. En un acto de resistencia bailando. Esto lo ha apuntado certeramente nuestro compañero Félix. ¿Podría ser esto video-danza? Bailamos tras una pantalla, eso no nos lo puede negar nadie, y en los varios visionados que he hecho de mis movimientos puedo decir que se nota la experiencia y el empeño que he puesto en las pistas de baile durante unos veinte años de nocturnidad y alevosía. Hay recorrido, hay años de entrenamiento, hay disfrute, hay cuerpos. Qué más se le puede pedir al amor en tiempos del coronavirus. Pero no es DANZA. Para no llevarnos a confusión lo llamaremos practicas compartidas de insistencia y estética. Porque tengo que confesar que nos gusta cuidar todos los detalles: una buena iluminación, un poco de humo a medida que evoluciona el proceso, outfits de andar por casa para no olvidar el contexto y una mala conexión wifi para que quede claro que esto no son artes vivas sino big data.

Después de cuatro días de merecido descanso e introspección, obligada por una leve lesión en los omóplatos por venirme arriba con mi pasito del walking dead, hoy volveremos a la carga sobre las 20.00hs. No pasaremos lista aun a sabiendas de que estáis ahí, tras la pantalla. Paciencia amigas, que entre nuestros muros todavía se escucha la letanía de la vida, que después del subidón viene el bajón y que estar juntas es solo una cuestión de conexión. Os mando un fuerte abrazo en código binario.

Mientras mi gata se lava las patas

No sé si habréis oído algo al respecto pero Lo que sigue está pendiente de un hilo ante la amenaza global de un virus que se propaga por el aire. Tengo un bolo en mayo en La Coru y parece que voy a tener que cancelar si la cosa sigue así. Aconsejan darse una maratón de Netflix comiendo ganchitos durante unos quince días consecutivos sin salir de casa para evitar la pandemia. Yo puedo decir que ese hábito lo llevo manteniendo unos 3 años porque ya me lo veía venir, aunque en vez de ganchitos yo tomo apio con humus de diferentes legumbres de tarro, para que me duren el semestre de encierro. Solo salgo para ir a la piscina y darme unos baños turcos cuyos vapores poseen propiedades desinfectantes poderosas. Entre el humo, de uno de mis malos hábitos, y los vapores mantengo mis pulmones oxigenados para que puedan hacer frente a los patógenos. También tuve que salir hoy a llevar el rúter de Jazztel pues por estas fechas siempre suelo cambiar de compañía al mejor postor. No he hablado con nadie, ni si quiera con los de Acnur y la cruz roja, que siempre me echo unas risas. En boquita cerrada no entran virus. Luego he mantenido una distancia prudencial con la dependienta de la tienda ojeando el nuevo Iphone XI. He cogido el recibo de papel y se me ha corrido la tinta al ponerle el gel desinfectante, que lo tienes a disposición gratis en todo negocio que se considere preparado para la pandemia. De camino a casa siempre suelo hacer muchos recados ya que me gusta aprovechar el tiempo y de paso que voy pues ya hago todo. Me acordé que me quedan tres cápsulas de probióticos y me metí en una farmacia. Un señor que también debía de estar enterado de la movida que os estoy contando se quedó a una distancia prudencial de mi persona para pedir una mascarilla. Parece ser que se han agotado las mascarillas y, como las que quedan vienen de China, nadie se fía. Porque esto, como todo, viene de China. Me dio un poco de vergüenza ajena el señor aunque me entró el canguele al saber que las farmacias no tienen recursos ante tal amenaza.

Tengo que confesar que el finde semana me fui a ver a Laurent Garnier en un evento multitudinario de La Coru, yo creo que de más de 1000 personas, así que puede que os estéis infectando ahora mismo al leer esto porque compartí mi botella de agua rellenada del grifo del baño con varias personas que tenían sed, y yo he sido siempre muy cristiana. Ya sabéis, después de usar el ratón enjabonaros las manos durante al menos 5 minutos y haceros unos baños derivativos que, por lo que llevo investigado, valen para cualquier mal al acecho. Qué son los baños derivativos, os preguntaréis. Se trata de una técnica que llevan desarrollando los gatos durante miles de años al lamerse los genitales. Es el mismo principio, sólo que aquí en vez de usar nuestra lengua, que no llegamos por culpa de las costillas, usamos un pañito y nos frotamos el pubis con agua fría de arriba abajo. Esto durante diez minutos al día durante dos o tres semanas y se os cura todo. Los hombres lo podéis hacer frotando el glande, de arriba abajo. Si no os fiais buscad más información en Google para que veáis que esto es algo serio. Soy un servicio social, qué le voy a hacer.

Lo único positivo que le veo a esto es que he dejado de recibir a coreanos en mi casa, a coreanos y a todo el mundo, por lo que puedo disfrutar de un período de intimidad en mi propio hogar al que no estaba acostumbrada desde hacía cuatro años. Me paso en pijama todo el día, experimento en la cocina con mi nueva olla de cocción lenta, sigo mis rutinas con Elena Malova, de diez a veinte minutos al día, intento echar alguna convocatoria, le rasco la panza a mi gata, miro por la ventana mientras el mundo se acaba, vamos… todo como siempre. La misma pena, el mismo desasosiego, las mismas cuitas cotidianas…Acabo de recordar que tengo un par de mascarillas de la última vez que pinté las sillas de forja de mi casa. Os las vendo baratas. Contacto por privado.