por qué corren estos tipos

 

 

Mi primer juego para Valencia y después de leer y releer durante los dos últimos meses
Un salto al vacío
CASTANEDA
considerar al mundo como un misterio infinito y lo que hace la gente como una locura sin límites
………
considerar la escena como un misterio infinito y lo que hacen sus gentes como una locura sin límites
……….
la presencia en el no hacer del hacer
la presencia en valencia sin hacer
estando
a través de FERDY ESPARZA
(compañero muchos años de gira llevando la parte técnica
y presentando ayer en Santander
TALA
donde ha creado el diseño de iluminación)
y me dijo
” a mi si me llaman voy
y lo grabo todo”.
Este es mi primer juego de propuesta.
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juego y placer (Benjamin)

hola a todos, después de los días de fiesta.

el otro día me fui al capítulo que dedica Benjamin en el Libro de los pasajes al juego

Dedica el mismo “archivo” al juego y a la prostitución, en realidad se centra en juegos de azar en el ambiente de la noche parisina

define el juego como un dejar el destino en manos del placer. Esto me hizo pensar, por un lado, que todo juego implica un ponerse en manos de unas reglas previamente acordadas, es decir, perder la seguridad que uno trata de tener en su vida cotidiana y participar de otra cosa cuyo destino es incierto. Cuando comienza el juego hay un nivel de incertidumbre, uno no sabe cuál será el desenlace, cómo se va a desarrollar, cómo le irá en el juego, qué cosas irá sintiendo.

Todo eso da placer, el ponerse en una situación que uno no controla. Incluso si es uno mismo el que fija las reglas, una vez fijadas, las reglas ya están ahí, dan lugar a una realidad aparte de la que uno decide participar (aceptar, someterse) porque eso, de algún modo, le va a dar un placer, el placer de dejar de ser uno mismo, o de dejar de pensar a partir de las reglas que asumimos como “reales”, para adoptar otras reglas, ponerse en manos de otra situación, de una situación inventada… y lo que nos lleva a ese entrar en una situación incierta, es decir, a jugar, es el placer que nos da jugar, el placer que nos da entrar en esa situación de pérdida, de no saber bien cómo te irá, cómo reaccionarás, si ganarás o no, qué vas experimentar…

cuando hayas retomado nuevamente el control, ya sea porque vas ganando, porque el juego se acabó, o porque has perdido, ahí el placer de jugar, incluso si has ganado, se acabó. El placer dura mientras no se sabe bien cómo van las cosas, mientras que todo está todavía en juego, mientras que algo está haciéndose o deshaciéndose.

proyectando estas reflexiones a la vida social, pensaba que cualquier relación implica también ponerse un poco en manos del otro o de los otros, perder tus seguridades para “jugar” con los otros, aceptar unas reglas comunes que nos van a permitir relacionarnos en un terreno común, que no es ni el tuyo ni el mío, y poner el destino, como decía Benjamin, en manos de esas reglas nuevas… y hacer esto además por placer, no por un beneficio concreto.

Ponerse en manos de los demás por placer puede ser una manera también de pensar lo que la vida (social) tiene de juego. Quizá por eso Benjamin puso la prostitución y el juego en el mismo capítulo, por lo que ambas actividades implican, al menos como alegorías, de ese ponerse en manos ajenas y hacerlo además por placer.

pensar el placer como termómetro social, es decir, en qué medida me relaciono con los demás por puras ganas de pasarlo bien, es una manera de ver lo que de juego de verdad tiene una sociedad. Utilizar el juego, o el placer que te da jugar, para resolver algún tipo de situación (eso que ya hemos hablado), una situación de crisis económica, crisis de ideas, crisis de identidad… es poner el motor del juego (el placer) al servicio de una rentabilidad x… esto parecería un poco una perversión del principio fundamental del juego? (obvio que jugando se puede aprender, la pregunta es si vienen primero las ganas de jugar, de divertirse jugando, o la necesidad de tener que aprender o resolver algo y luego, para que no resulte tan aburrido, lo hacemos mejor con un juego). Es decir, el juego, en cuanto que responde a ese principio lúdico, es algo que en cierta medida, al menos cuando las condiciones no lo impiden, no se puede ni siquiera evitar.

creo que en ese cruce entre la relación con los otros y su estímulo a través del placer  (es decir: “me relaciono con los demás porque me gusta”) es uno de los lugares (aunque quizá resulte un poco obvio) donde juego y comunidad se encuentran: juego para estar con los demás, o sea, para pasármelo bien estando con los demás, aunque ese otro demás pueda ser yo mismo… juego para divertirme conmigo mismo o jugamos para divertirnos todos juntos…, pero ese “divertirse” parece fundamental, claro (siento la obviedad)

fin de la reflexión (besos a todos, llenos de placer), Óscar

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“Communism, the Word”, by Jean-Luc Nancy

Communism, the Word
Jean-Luc Nancy
Notes for the London Conference
Birbeck College

Not the word before the notion, but the word as notion and as historical agent.

“Communism” is a word with a strange story. It is very difficult to rigorously trace its origin. Nevertheless, it is sure that the word “communist” existed already in the XIVth century, with the meaning of “people having in common a property belonging to the category of main morte – that is, not being submitted to the law of heritage”: a monastery belongs to the community of the Monks, which is, as community, independent from the individuals. It seems that at the same time and even before, from the XIIth century, the same word designated some aspects of communal law and was linked to the communal movement which expanded as the beginning of a bourgeoisie.

Later, namely in the XVIIIe century, the word appears in a text written by Victor d’Hupay de Fuveau in 1785 – four years before the French revolution. It designates the project or the dream to found a community of life – which precisely is supposed to replace that of the Monks.

Here for example a quotation of d’Hupay :

Cette union et cette communauté de régime moral économique serait praticable par pelotons, dans tous les états, sans confondre les fortunes, eu égard au juste mérite de divers talents, moyen que n’avaient point encore voulu admettre les Zélateurs de la République de Platon. Elle fortifierait l’amitié humaine dans chaque profession, en excluant toute vaine et extérieure distinction, odieuse dans une même classe de Citoyens: rivalité puérile qui confond et entraîne ensemble tous les états à leur ruine et à tous les crimes. Tel fut l’abus funeste auquel remédia par ses simples Lois Somptuaires le bon Roi Idomenée, modèle de nos deux Henris. Les Agapes des premiers Chrétiens tendaient au même but, en réunissant les Hommes dans cet esprit de simplicité le plus propre à maintenir la paix et la religion. Il appartiendrait donc à un Prince qui voudrait mieux mériter le titre de Père de la Patrie, que tous ceux encore qui ont favorisé l’établissement des Moines, devenus inutiles aujourd’hui, placent ces vrais et nouveaux Modèles de tous les états, chacun relativement à leur fonction, dans les divers Monastères qui se dépeuplant tous les jours, semblent attendre une meilleure destination.

D’Hupay was a a friend of Restif de la Bretonne’s, who is known to be the first to present, among the several kinds of government, the “communism or communauté.” In his autobiography (Monsieur Nicolas), he expounds it as one among nine types of government and writes this one is only effective for some people of South America, who “work together in the morning and play together in the afternoon” (this is not very different from what Marx says in German Ideology).

A short time later, at the time of the French Revolution, (and this is well known), Gracchus Babeuf, taking part in the first “Commune insurectionnelle de Paris”, used several times the word “communautariste” in the context of his thought about the Egaux and the phrase communauté nationale.

Beside the explicit use of the word, we have to remember how other nouns designated the same thing, for example in the doctrine of the English “Diggers” of the XVIth century, who spoke of the land as a “common treasure” and who belonged to the time of the first English Revolution, which ended with the creation of the first Republic under the name of Commonwealth which had at the time almost the meaning of res publica.

Actually, those historical data are unable to give us the origin and the meaning – or, even better, the sense – of “communism”. No history, no etymology either, can produce anything like sense.

But there is something we may understand from those data: something has been at stake with this word, with the invention of it and with the attempt or the need which was involved in it. Something – which is still in front of us, which is still to be discovered, or which is still to come.

Communism – the word, again. The word as presence, as feeling, as sense (more than meaning).

To a certain extent, it seems strange that the inquiry or commentary about this word should be so rare. As if it were always considered as self-evident… It is, in a way – but in which way, this deserves a little more reflection …

Even if history is not enough to explain what we could call the “destiny” of this word, something seems to be positive : community – koinonia, communitas – emerges at times of profound social transformations and/or trouble or even destructions of social order. This is the case at the time before the Christian era as well as at the final time of feudalism or later at the time of the first industrial revolution. The first time was that of the transformation of the whole social and cultural structure of the antique world – that is, the final achievement of what had opened his antique world itself : the deconstruction of agrarian culture and of theocracy. Such a deconstruction makes clear, or pushes to the foreground what was hidden under or inside the construction : that is, the togetherness of people (admittedly, even of people with every other being like animals, plants, even stars and stones…). Before and out of the Greek – occidental – moment, the togetherness is given first. We call that “holistic society”, supposing that such society understands itself as a holon, that is a whole. To the whole we oppose the parts – as parts taken out of their whole – or a togetherness of several wholes – that is, of individuals. In both representations the same question arises : what becomes of togetherness when a whole is not given, and perhaps even not to be given in any way ?

Thus arises koinônia or I would say the drive to it, the drive to community. It comes or it emerges, perhaps it constitutes itself because what it calls, what it names or designates is not or is no longer given.

Certainly, many important features or trends of common life – or, to be more precise, life in common – are already given with the first kind of mankind, as certainly as precisely the first kind of mankind is or has never been an individual but a group, a gathering of many. But as far as we can see, something of the togetherness is given – and is given with or through an aspect of the whole, of totality (which has nothing to do with what has been called totalitarianism).

If togetherness is given without this aspect, that is, if it is given as a society – an association instead of, say, an integration like the family, the tribe, the clan – then the association as such opens a questioning about its own possibility and its own consistency: how is it possible to associate those who seem not to want it or even to reject it. Society then is what its members – the socii – have to accept and to justify. Communitas on the contrary, or communio, is invented as the idea of what justifies by itself the presence and even the existence of its members.

Communism is togetherness – the Mitsein, the being-with – understood as the belonging to existence of the individuals, which means, in the existential meaning, to their essence. Society means an unessential – even if necessary – link between individuals who are, in the final analysis, essentially separate.

(I will not enter into the analysis of the word socialism neither in general nor in Marx’s text. As we know, for several historical reasons but as well – this is my belief – on account of the strength and depth of the meaning of the word (of the image, of the symbol), communism alone took and kept the force of more than a political choice, a political line and a party.

This, for me, is the point : communism says more and says something else than a political meaning. It says something about property. Property is not only the possession of goods. It is precisely beyond (and/or behind) any juridical assumption of a possession. It is what makes any kind of possession properly the possession of a subject, that is properly an expression of it. Property is not my possession: it is me.

But me, I, never exists alone. It exists essentially with other existing beings. The with is no external link, it is no link at all : it is togetherness – relation, sharing, exchange, mediation and immediation, meaning and feeling. The with has nothing to do with what is called collective. Collectivity means collected people : that is, people taken together from anywhere to the nowhere of the collectivity or of the collection. The co- of collective is not the same as that of communism. This is not only a matter of etymology (munire versus ligare) . This is a matter of ontology : the co- of collectivism is a mere external “side by side” which implies no relationship between the sides or between the parts of this “partes extra partes”.

The co- of a communism is another one. It is, in the terms used by Heidegger about the mit of the Mitsein, not a categorical but an existential with (mit, co-). A categorical one means, in a more or less kantian way, that it is merely formal and does nothing more than distinguish between with and without (you are here with me, but you could be here without me ; it does neither disturb the fact you are here, nor the fact that you are you as I am me). An existential with implies that neither you nor me are the same together or separate. It implies that the with belongs to the very constitution or disposition or as you may wish to call it – say : to the being of us. And there is more to it : only in this case is it allowed to speak of a “we” – or still better : only in this case is it possible that a we comes to be spoken. Or even better: if the we can only and each time be a speech act, then only a we existentially spoken may perform its significance (what is exactly this significance is another matter : for now, I note only that it implies a relationship, not a mere side-by- side).

(Another parenthesis – sorry ! It is not sure that there is, absolutely, something like “a mere side-by-side”. Side-by-side is already taken in a relationship. But we may discuss this point later.)

By putting together the various arguments I have used so far, I can say : communism is the speech act of existence as it is ontologically being-in-common. This speech act claims (for) the ontological truth of the common, that is the relation – which ultimately is nothing else than sense.

(I can come back later or elsewhere on this identity of sense and relation – as well as the identity of truth and existential co-)

Further : the truth of the common is property. Property does not mean only the possession or the belonging. In a reverse way, one should rather say that possession or belonging may only be truly understood and determined if property is first understood.

Marx wanted to open the way for a property he calls “individual property” just as distinct from “private property” as from “collective property”. Private and collective refer both only to the realm and to the category of law. The law knows only the formal and external links. Individual property means : property which is proper to the proper subject (we may call it “person” or even, as Marx does in this passage “individual”).

Subject means the capacity of what we could call “properness” : the way to enter a relationship or to engage in a link, an intercourse, a communication, which has nothing to do with possessing something (but may be possible as well with things, objects). I am proper in so far as I commit myself as well as I communicate, that is, as the word makes clear, I am in the common (which in English can be the name for the common or communal place), I am made of it, by it, to it. Freud is the best way to understand it: as he states, the I or the ego is only a small disk, almost a point, emerging at the surface of the large it which is the totality of the other being of the world. Even in solitude, I am made of the whole world as it takes with “me” or as “me” a new singular point of sensitivity.

Communism, therefore, means the common condition of all the singularities of subjects, that is of all the exceptions, all the uncommon points whose network makes a world (a possibility of sense). It does not belong to the political. It comes before any politics. It is what gives to politics an absolute requirement: the requirement to open the common space to the common itself – that is neither to the private nor to the collective, neither to separation nor to totality – but without permitting any political achievement of the common itself, any kind of making a substance of it. Communism is a principle of activation and limitation of politics.

At this point it becomes necessary to question the -ism. Any -ism implies a system of representation, and a kind of ideologization (in the marxian meaning as well as in the arendtian meaning of ideology). Cartesianism is the ideologization of Descartes’s original drive.

I do not want to go into the question of historical or so-called, so oddly called real communism. Communism is still exposed to the jeopardy of becoming an ideology and should lose its -ism. The word is commun without -ism. Not even commun – common, kommune, any thing that could be taken as something like a form, a structure, a representation – but com. The Latin preposition cum taken as the universal pre-position, the presupposition of any existence.

This is not politics, this is metaphysics or, if you prefer, this is ontology : to be is to be cum. (At the very moment I am writing this, I am surrounded by a singing crowd of futbol aficionados on a plaza in Madrid : there is there a multitude of symbols, problems, feelings about the common) But it asks politics this question : how is it to think about society, government, law, not with the aim of achieving the cum, the common, but only with the hope of letting it come and take its own chance, its own possibility of making sense – if, as I wish to suggest, any sense is necessarily common sense or, if not “common sense” in the common meaning of the word, then in the meaning that any sense is made of communication, of sharing or exchange. But of an exchange which is not an exchange of possessions, but an exchange of property : where my property becomes proper by its own commitment ; sometimes this is called “love”, “friendship”, sometimes “faithfulness”, sometimes “dignity”, sometimes “art”, sometimes “thought”, sometimes even “life” and “sense of life” – under all those names there is nothing else than a commitment to the common.

***

If the question of communism is the question of property – namely, the question of neither collective nor private property but of individual as well as common property, then it raises a double question :

1). what does it mean to be both “individual” and “common” ? How are we to understand “the individuality of commmonness” and “the community of individualness” ?

2). how are we to think of wealth and poverty in the realm of common-individual property?

To the first question I would like to answer by arguing that it has to be taken in terms of singular plural, which has other implications than “individual-common” ; I do not want to address this matter here (I have already written some pages about it) ; but to say the least here I would suggest that singular-plural avoids the jeopardy of the double substantiality which may be involved in “indidual-common”)

As far as the second question, namely the one concerning wealth and poverty, the issue is clear as it is obviously presented to us: wealth means to possess more than common life needs, poverty to have less. The first commun(ist) command is obviously that of justice : to give to the common what common life needs. This need at the same time is simple, evident (in a way, it is included in human rights – which nevertheless may be discussed from other points of view) – and it is nevertheless unclear : from the need to the desire or to the wish, there is no simple nor clear difference. It is then necessary to think differently. We shall not only take a first step of “needs” and their “satisfaction” – even if, of course, we shall absolutely consider a level of elementary or minimal satisfaction. But we shall as well consider that infinity is involved in each need and as the very essence of it. Need is to be taken as an impulse to get something (like bread, water or space) but as a drive toward what is not a thing, and maybe is nothing – but infinity.

At this point we are close – again… – to capitalism, that is to infinity taken as endless accumulation of things (which are all equivalent, as measured by the very possibility of accumulating them, whose name is money – money taken itself as the endless process of making money). Capitalism is endlessness instead of infinity, or infinity as endless production of capital itself.

This has been, so to speak, a choice of civilization. At one point (even if this point is extended through some centuries) the western civilization opted for endlessness. This point was the one where infinity as the absolute given in each existence changed into infinity as an endless process toward accumulation.

Of course it has been connected with a change about wealth.

Control, regulation of the market is not enough. The challenge is not only about managing the system of production-consumption

It is about the meaning of wealth. Wealth and poverty may have two quite different uses and meanings. One can be accumulation vs disaccumulation, if I may say so, or getting rich vs. impoverishment. Another can be what I would name glory vs humility. (”The Humble”, the name of a virtue became the name of poor people…).

Possibly glory and humility could not even be called wealth and poverty. They are related to each other not as the plus to the minus but like, let’s say, a monk in his simple frock facing a golden altar. Or myself listening to Beethoven’s quartets.

Possibly this relationship, whose proper name is adoration or worship, which names a kind of prayer as well as a form of love, never took place as such in society or was always already mixed with or transformed in the opposition between wealth and poverty. Nevertheless, as a matter of fact, the couple rich/poor as such and as a philosophical as well as moral and religious theme or topic was formed precisely at the time of pre-capitalism, that is in Antiquity, between Plato – and the critique of money making sophistes – and Christ – with his strong rejection of wealth. This age has been the first, and in a sense maybe the last, time of the critique of wealth, that is of no longer thinking of it as glory. On the contrary, thinking of it as the fake brightness par excellence.

Our civilization is a schizophrenic one that thinks its own value, its main value is fake.

The question of property is the question about the proper property, which belongs to the proper “person” : that is, of the proper “wealth” (or “glory” – or, this is the same in a way, the proper “sense”). Such a proper property may only be common. As private, it makes no sense (sense for a single one is no sense at all) ; as collective it makes the same effect for the collective is a single – mechanical – unity, not the plurality of the common.

Common is the adequate word for the properness of being, if being means ontologically being “in common”.

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¡viva la pelota-bomba!-sobre un vídeo de glue society

por si no os ha llegado a todxs, se comentó este video:

Carolina nos manda: -Aquí os envio el video-puesta en escena- publi  de Glue Society del que hablamos ( 3 minutos y medio) http://dl.dropbox.com/u/41046008/the%20glue%20society.mov

y lo acabo de ver… me pone ese juego “kamikaze”…creo que en algún momento de la agradable charla que tuvimos ya dije esa palabra: un juego que no sólo juguemos sino que “nos juegue de  vuelta” viva la desesjerarquización sujeto-objeto. Viva la pelota-BOMBA!.

voy a revisar el libro “parables of the virtual: movement, affect and sensation” de brian massumi…hay este capítulo creo que habla del futbol y de la dichosa pelota…creo que es el capítulo “politics of co-belonging” pero a lo mejor me estoy inventando el nombre del capítulo. Lo miro cuando vuelva a Madrid…y os lo mando scaneado. ok?

Besitos desde barna!
pazx

 

Hola a tod*s!

Os adjunto pdf de Juan Luis Moraza “La Risa de lo Real” del catálogo Homo Ludens, que espero os interese. A mi me ha interesado la apelación a la responsabilidad que leo entre otras cosas.

En cuanto al video, quería comentar que me parece terrorífico a mi también , que me llamó la atención que si no te vende nada más que al propio colectivo-marca que lo realiza ( por la calidad del mismo en cuanto a técnicas varias); su carácter de representación subrayada, me hace fijarme en el hecho de que “el trabajo” es representado a través de un juego, y de que las jugadoras son asiáticas ( el modelo de producción que no insiste en una mejora de calidad sino en una reducción de costes como forma de crecimiento, o sea, precarización), lo que me llevó a pensar en el tipo de relación que resulta entre las jugadoras (precarización + juego individual) y en eso que hemos estado hablando : que  jugar en las artes escénicas puede ser el objeto mismo del trabajo como producción. Todo muy básico.

Esto puede llevar a los juegos de relación y equipo (tipo futbol), el papel de la competitividad en esos mismos juegos ( lo común previo de un*s frente a lo común previo de otr*s), la identificación de qué es lo que funciona como “granada” y la pregunta por cómo sustraerse a la barbarie de matar o morir, como dice un conocido dramaturgo; las reglas; y si el juego posibilita las condiciones para esa experiencia compartida como ensayo de un juego social, o si no puede más ( ni menos) que hacer ver que en el juego social también hay unas reglas, como decíamos en la charla  que mantuvimos el jueves 22. Allí surgieron algunas preguntas , os anoto aquí algunas:

¿Jugar un juego para qué?

Juego ¿ es experiencia o no?

El juego ¿transforma?

¿ Qué tipo de comunidad genera el juego?

¿La comunidad acontece?

Creo que se abrió un debate, debate entre quienes aceptan o afirman la eficacia del vacío ( reunirse para nada, para estar, generando experiencia compartida, afectividad, sin ningún tipo de promesa ) y quienes no renuncian de diversas maneras a la idea de “proyecto” ( desde visiones que no abandonan cierta orientación hacia la utopía, a otras diferentes orientadas a lo común: no lo común previo sino lo común que se produce, accesible a tod*s por disitint*s que seamos, cuando compartimos un espacio físico y “aflojamos” lo identitario)

Hablamos de la posibilidad de practicar juegos en próximos encuentros ¿qué pensamos y qué sentimos cuando jugamos?

Claro que el tema de la “representación” también salió: “La comunidad es imposible por que eso[lo común que se produce en un espacio físico, sensible] se deja sentir pero no se puede representar” entendí que decía Óscar.

Hablamos de la www  como espacio público y espacio de representación,también se habló de la necesidad de un espacio, no sé cómo decir, ¿no público?¿no visible? ¿que evite la urgencia de representarse mediante un título, texto etc? para ir trabajando, y de generar una herramiento de trabajo colectivo adecuada; se habló de la posibilidad de abrir un blog solo para l*s implicados ahora, de momento ¿ qué os parece?

Bueno, esto son solo unos apuntes de una charla muy agradable en la que unas cosas llevaron a otras.

(si alguien está ocupad* o no quiere recibir este intercambio de mails, que lo comente, please)

Hasta pronto

Abrazos

Carolina

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los secretos de mi oficio

hola, os comento algunas ideas a ver qué os parecen…

para hacer ya en Valencia, cuando tengamos el encuentro ahí, he pensado que podíamos contactar con gente del barrio, más o menos conocida por los vecinos, tipo el vendedor de periódicos, el chino del supermercado, el indio de la frutería, el jubilado, la del perrito, el taxista o la que pone las multas del aparcamiento… y convencer a unos cuantos para que sean conferenciantes improvisados de nuestro evento (conferencias que quizás se podrían pagar), el tema de la conferencia sería “Los secretos de ser… (el oficio de cada uno, vale también jubilado o amos de casa)”, es decir, “Los secretos de ser jubilado”, “Los secretos de pasear al perrito”, “Los secretos de ser funcionario”… o sea “Los secretos de mi oficio”

Previamente, hacer carteles del “congreso” con las caras de estos cuatro o cinco conferenciantes prestados y colgarlos por el barrio para convocar a la gente. El título del congreso “¿juego o comunidad?” (creo que la “o” en lugar de la “y” da mucho más juego). Debajo del título iría la cara del conferenciante, en grande, con una sonrisa más o menos forzada, y debajo de la foto el título de la conferencia “Los secretos de ser… frutero”, y más abajo… la fecha, hora y lugar… tipo El día 13 de diciembre a las 13:00 en la antigua Calderería Mohamed García nos hablará de los secretos de ser…”

otro juego que se me ocurre (una noche de insominio da para mucho) es hacer nosotros mismos lo de “Los secretos de mi oficio” pero cambiándonos los “oficios”, es decir, yo, por ejemplo, hablo sobre los secretos de ser coreógrafa, y Paz habla sobre los secretos de ser profesor de arquitectura en la universidad, y Fernando sobre los secretos de ser investigador del CSIC y así sucesivamente, también se pueden inventar los oficios o escoger oficios más peregrinos (los secretos de ser vendedor de billetes del metro o conductor del metro o criador de poyos o administrador de fincas), y cada uno se graba diez minutitos hablando de los secretos del oficio en cuestión (que no es el suyo) y los resultados del juego, los vamos colgando también en el blog, o no, pero yo creo que sería bueno que en el blog además de todas estas referencias sesudas, vayamos poniendo los resultados de posibles juegos que podamos ir desarrollando…, bueno, no sé si los juegos dejan resultados, si no dejan resultados, lo que dejen, o ir simplemente haciendo un historial de aquello a lo que vamos jugando, es decir, buscarle una vuelta lúdica al propio blog, o quizá utilizarlo exclusivamente para esto, para jugar con nosotros mismos

vayamos proponiendo juegos y vemos lo que (nos) pasa

por cierto he estado hojeando un texto sobre Fluxus (uno que está en el libro negro que sacó el Reina cuando la exposición hace mil años) y me ha gustado tanto como entonces, es un texto bien sencillo, pero con las ideas súper claras, las tres o cuatro paginitas dedicadas a Fluxus y el humor son las responsables de este mail, se llama algo así como la piedra y el agua (ya os lo mando)

ciao, besotes

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un juego se corrompe al chocar con lo real

Hola Carolina y Oscar,

Comienzo brindando más ingredientes para la polémica.
Totalmente de acuerdo en lo dicho, como os dije, al año pasado, a vueltas con el tema del juego con alumnos de arquitectura en la Tabacalera, llegué a una serie de conclusiones que finalmente no fueron optimistas. Durante varios meses se generó efectivamente una comunidad de personas realizando propuestas para el edificio y para sus personas. Pasamos mucho tiempo allí, hablamos con mucha gente, tuvimos reuniones interminables sin motivo concreto (eso fue lo más intenso, realmente lo mejor). En las reuniones, muertos de frío en esas salas del edificio, fuimos perfilando un modo de trabajo que realmente consistía en la generación de una serie de reglas, digamos sociales, para operar, tanto entre nosotros como entre nosotros y los demás usuarios, como entre nosotros y el edificio considerado como otro ser más, como otro participante en el juego que pretendíamos montar. Lo  realmente increíble fue el comienzo, fuimos llegando una serie de personas allí, nos encontrábamos con otras personas, sin comprender lo que ellos hacían ni ellos lo que hacíamos nosotros allí dando vueltas, mirándonos extrañados. Y empezamos poco a poco a conocernos. Hicimos las intervenciones y adiós, los estudiantes consiguen su “crédito” y no aparecen nunca más. Me quedo solo barriendo el suelo de nuestra sala de reuniones, en fin, era previsible, el juego ha terminado, como al final de las fiestas. Y me quedo con la sensación, triste, de ser el Hitler del buenrollismo, más solo que la una, pero con la conciencia limpia.

El gran tema, para mí, fue algo que ya tenía rondándome en la cabeza, que pude constatar con todo esto (más un experimento social que un juego) y que, en el libro de Roger Caillos, se describe muy bien: la corrupción del juego. Un juego se corrompe al chocar con lo real. Cuando o bien sale de su campo o bien cuando lo real entra en su campo, desde fuera. Ese es el problema, el límite, que aparece porque somos incapaces de pensar de otro modo que no sea dialéctico: el juego vs el no-juego (trabajo). Actualmente la dialéctica ha sido superada (aleluya, hemos logrado el mágico holismo, la superación del dualismo cuerpo-mente, oh maldito sea Descartes, que malo era)… pero lo hemos hecho (o lo han hecho por nosotros más bien) para llegar a una situación absolutamente precaria: TODO es trabajo, sobre todo el juego en un contexto artístico. Cuando Caillois reivindica el juego y sobre todo cuando Marcuse lo propone como nueva totalidad no están sino anticipando esto mismo que estamos viviendo desde el otro lado, que en realidad es un poco el mismo.

Siento la nota negra, pero es mi experiencia, con la que he aprendido mucho mucho mucho. Seguimos, desde luego,

Un beso

fernando

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ver una película todos juntos

Hola,
a continuación de Paz ahora vengo yo,
en Valencia me gustaría hacer con vosotros dos cosas:
1- ver una película todos juntos, y hablar de ella entre quienes queramos hacerlo, no doy el título porque el factor sorpresa, si lo hay, puede ser bonito. No trata del juego ni del trabajo realmente, pero sí de algo parecido a eso que Paz llama de mala gana “sensibilidad corporal como acto político”. También trata sobre el abandono del trabajo de alguna manera. Y sobre la generación de una comunidad espontánea bastante efímera por cierto. 
2- en relación con ciertos aspectos de la película, y si hubiera tiempo y ganas, me gustaría exponer algo que algunos de vosotros ya podéis conocer porque lo he expuesto antes en dos ocasiones, en Vitoria y en Madrid, pero muchos de vosotros no lo conocéis, de trata de “arabescos de lo cotidiano” que sí trata explícitamente del juego y el trabajo en sus versiones terminológicas del arabesco-juego y el cotidiano-trabajo. En función de como vayamos de tiempo y sensibilidades sobre la marcha, lo haré o en su versión larga tipo conferencia, o en su versión corta tipo varios vídeos comentados uno detrás de otro mucho más informal para de ahí poder charlar sobre lo que suscite. 

Saludos y abrazos,
fernando
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interpeladas compartidas distribuimos…

Hola!

bueno,
contesto, pensando concreto-abierto:

mis propuestas son tres:

1. Estoy en viena (amazing tanzquartier!) con 2 cursos diferentes y blabla…preparando una “lecture” en un contexto que se llama “the training lecture”…la he llamado (y no me gusta) “¿sensibilidad corporal como acto político?” bueno, el caso es que me gustaría compartir con vosotros esa charla. toca miles lugares que se proponen en valencia.

2. desde Madrid, estamos currando un equipo de personas (en abierto) en un marco comunicado por una pregunta:¿y si dejamos de ser (artistas)?. Título ue viene de las lecturas, y en concreto del texto  ¿y si dejamos de ser ciudadanos? de Santiago López petit. Mas es espaienblanc.org.

El término artistas (entre paréntesis) supone un punto de partida, una invitación/(ex)citación,  y, por último, una práctica para pensar/nos en el centro de las actuales reglas de juego económicas, que como bien sabemos, están provocando/nos daños. Desde esas i-lógicas que nos ahogan, el experimento en abierto que proponemos se abre a cualquier sujeto de representación (artista, ciudadano, espectador…) para que (se) experimente como objeto de interpelación y experiencia común.La pregunta que (nos) hacemos es: ¿y si nos vaciamos de poder propietario, de poder de representación, de poder de saber? ¿Percibir/nos cual «secundarios»y demas figuras que podamos pensar experimentar?, es decir, ¿a-parecernos como subsidiarios de ideas que nos son impropias? Entonces: ¿Qué y cómo haríamos como escena (en paréntesis)? ¿Cuáles pueden ser las prácticas que permitan incorporar en nuestras relaciones individuales y sociales la incertidumbre y lo ambiguo? ¿Podemos pensar dispositivos escénicos y/o artísticos que (nos) llevaran a practicar sin finalidad, sin autor, a espacios en los que sostener la pregunta de: ¿qué aparece, quién se reúne, para qué…?

Nos gustaría proponer un conversación através de esta pregunta en conversación -ó como la venimos llamando, practicando- “hablada expandida”: porque no hay sujeto, o no queremos, no hay “about”. queremos un poco de,  en proximidad con lo que toca, la evidencia, su peso, que interpela en los múltiples dispositivos en los que articula mensaje, interpretación, tu marca, tu comunicación, tus afectos, tus relaciones…

Somos un equipo residente de esta ¿desafiante? pregunta.  así que para hacer esto, mejor a partir del jueves que será cuando estemos casi todos los del equipo.

3.Relacionado con lo anterior: “nos han dado” con 40.000 euros para llevar a cabo  “y si dejamos de ser (artistas)?. Problema: el dinero ES DaDO por bankia (empezamos a deconstuir:). La pregunta en juego que queremos hacer es: ¿cómo operamos con un dinero que es “dado de- y para” a diferencia de (un) dinero que habríamos de generar para llevar esto acabo ó cualquier?

así que propongo 3 sesiones en este orden please…

un abrazo!

paz

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Contra la clase creativa

11 2007
Contra la clase creativa
Alberto De Nicola / Carlo Vercellone / Giggi Roggero

Trad. de Roberto Espósito

(Extraído del eipcp. Instituto Europeo para Políticas Culturales Progresivas /transversal / creativity hypes)
Imaginad un «milenio negro» sin Chelsea Marina, una metrópolis multicultural sin conflictos radicales.[1] Imaginad una clase media creativa en expansión a la búsqueda de reconocimiento, en una sociedad que (afortunadamente, debemos añadir) reduce el trabajo de fábrica, pero que (desgraciadamente) ha expulsado la lucha de clases. En este escenario fantasociológico, a la izquierda, en los meandros de la composición técnica de clase, existen dos imágenes de «los trabajadores del conocimiento». Por un lado, hay quienes los ven como un sector de élite, inequívocamente alejado de los obreros y de los «verdaderos» precarios a quienes se identifica con los trabajadores low wage [con salarios bajos] y low skill [de baja cualificación]. Por otro lado, encontramos a quienes exaltan a esos trabajadores del conocimiento como los nuevos sujetos del cambio, punta avanzada de la innovación, a la búsqueda de un reconocimiento en la sociedad que se corresponda con su condición. Paradójicamente, ambas posiciones —aunque con juicios de valor opuestos— coinciden en su lectura de la composición técnica de clase y en que sustancialmente legitiman la estratificación del mercado de trabajo. El problema que se plantea en ambos casos es qué tipo de derechos han de ser reconocidos de acuerdo con estas diferentes perspectivas.

Ambas posiciones, por otra parte, sostienen lo que podríamos definir como una nueva visión de la «clase media», que tradicionalmente ha sido un concepto enteramente político e ideológico. Esta nueva visión consiste en la individuación de un grupo que estabiliza el sistema capitalista en un sentido progresivo.[2] Estas imágenes políticas, en fin, remarcan dos imágenes sociológicas dominantes: en primer lugar, la del knowledge worker como clase restringida que emerge en un marco de creciente polarización social; en segundo lugar, plantean la hipótesis de un proceso lineal de profesionalización, intelectualización y cualificación de la fuerza de trabajo.[3] De la primera posición —que es la de los nostálgicos de aquello que las luchas han destruido— no vale la pena ocuparse: ya lo hemos hecho suficientemente en los últimos años, y los conflictos en torno al trabajo asalariado y la fuga masiva del mismo ya se han ocupado también de darle respuesta. Vale la pena no obstante detenerse a responder la segunda visión, en la misma medida en que en ella coinciden ampliamente liberales y sectores del movimiento, sobre todo a partir de la sugerente descripción que Richard Florida hizo del ascenso de la clase creativa.[4] El problema que nos proponemos afrontar, por lo tanto, es el de cómo elaborar una crítica de la clase creativa que esté radicalmente más allá del «mal obrerismo» —arquitrabe de la cultura política de izquierda— de manos callosas y empapado de aceite y grasa.
El sustantivo «clase»… Florida define la clase como un grupo de personas que tienen intereses comunes y tienden a pensar y a comportarse de modo similar. Pero estas similitudes están determinadas principalmente por su función económica.

Las distinciones y caracterizaciones subsiguientes son consecuencia de esa función. El elemento peculiar de nuestra era, continúa Florida, es que las personas se ganan la vida poniendo a trabajar su propia creatividad. Dentro de la categoría de knowledge worker existe una estratificación. Knights, Murray y Willmott sostienen que el concepto de
knowledge work sirve sobre todo para nombrar mutaciones en la organización del trabajo, en el sentido de una mayor intensidad del conocimiento. Por lo tanto, más que para clasificar determinadas ocupaciones, el concepto es útil para analizar el nuevo papel que asume el conocimiento en todo el espectro de la actividad productiva y de las formas de producción. Al mismo tiempo, se señala a los networkers como la vanguardia en los procesos de innovación y de desarrollo de los sistemas organizativos, cada vez más basados en las tecnologías informáticas y en la capacidad de tejer red a nivel global.[5] De manera diferente, Florida propone una distinción dentro de la clase creativa entre el núcleo principal supercreativo —compuesto por científicos, ingenieros, docentes universitarios,
poetas y escritores, artistas, actores, diseñadores y arquitectos, en definitiva el grupo de aquellos que definen el leadership de pensamiento en la sociedad contemporánea, que constituyen alrededor del 12 % de la fuerza de trabajo— y el 20 % de profesionales creativos implicados en los sectores high-tech, en los servicios financieros, en
el business management, en las profesiones legales y en los sectores de la sanidad. El 43 % de la fuerza de trabajo está implicada en la service class, mientras que un cuarto se puede clasificar dentro de la declinante working class. Estos dos últimos estratos, sostiene Florida, sirven de apoyo infraestructural a la economía creativa. Muchas críticas se han planteado a las tesis de Florida. Paul Maliszewski denuncia su aspecto apologético, que oculta la precarización y la producción ideológica de la economía creativa, y contesta el olvido de los 55 millones de trabajadores de servicios que en Estados Unidos limpian la basura de la clase creativa.[6] Tales críticas, si bien captan algunos de los aspectos problemáticos de la visión liberal y progresista de Florida, tienen sin embargo una vena nostálgica por los modelos ocupacionales puestos en crisis no sólo por la reacción neoliberal, sino también por
los conflictos de clase. Más interesante resulta la tentativa de conceptualizar de otra manera la categoría de clase por parte de McKenzie Wark. El teórico australiano, en el ambicioso intento por poner al día el Manifiesto comunista de Marx y Engels en la era del «trabajo inmaterial», traza las nuevas líneas del conflicto entre clase hacker y clase vectorial.[7] La clase hacker coincide con los trabajadores inmateriales de alto nivel, motor de la innovación, obligados a vender su propia capacidad de invención y de abstracción a la clase vectorial, esto es, a quienes poseen los nuevos medios de producción y monopolizan la información y los agentes virales que la transportan, o sea los vectores. La clase hacker es un sujeto de vanguardia, separada de la clase obrera y los campesinos, pero en torno a la cual se puede dar vida a un proceso de alianzas y recomposiciones. Transforma la
política de masas en una política de la multiplicidad, dentro de la cual todas las clases pueden expresar su propia virtualidad.

El análisis de Wark —de manera no muy diferente a los estudios de Peter Drucker sobre el knowledge worker— se centra en la propiedad. Carece en cambio de un discurso sobre las formas de vida y la subjetividad, sobre la precariedad y su relación con la explotación. La composición técnica coincide, para el teórico australiano, con la composición política. Más allá de sus obvias diferencias de impostación y de perspectiva política, es en este punto
en el que coinciden los análisis de Florida y de Wark: tanto la clase creativa como la hacker son todavía «clase en sí», y deben convertirse en «clase para sí». Deben, en último término, adquirir la conciencia de clase para estar a la altura del papel histórico que el desarrollo capitalista les ha asignado. La identidad y la conciencia de quienes pertenecen a la clase creativa, sostiene Florida, ya no se fundan sobre el trabajo o sobre las instituciones tradicionales, sino sobre su propia creatividad. Los criterios clásicos de clasificación
del knowledge worker, basados en el nivel de formación y en el contenido del trabajo, en la posición ocupacional y en el encuadramiento jurídico, son sometidos a discusión por el economista estadounidense. No hay, en efecto, una correspondencia inmediata entre skills [competencias] y titulación. La autovalorización, la movilidad horizontal dentro
del mercado de trabajo y la autoformación se convierten en variables decisivas para adquirir saberes y competencias. Hace ya tiempo que el problema de cómo certificar las capacidades forma parte de la literatura sobre los trabajadores del conocimiento, y resulta de gran interés el intento de Florida de elaborar nuevos índices para medir la creatividad. Propone así un Global Creativity Index, que se basa en tres T: Tecnología, Talento y
Tolerancia. Las dos primeras se utilizan habitualmente por parte de quienes se ocupan del crecimiento económico y de la valorización capitalista. En lo que se refiere a cuál es la genealogía del presente, por otra parte, no parece que quepan dudas: en el ADN de la clase creativa están los movimientos y las contraculturas de los años sesenta.
Es justamente por esto por lo que a Florida le preocupan terriblemente las políticas liberticidas y fundamentalistas de los neocon, fundamentadas materialmente en una atenta lectura de la composición de clase: tienden a fomentar el odio a la gente alternativa, para acaparar así el consenso proletario de amplias zonas desindustrializadas del
interior de Estados Unidos. Esta política de valores, que hoy en día sigue dominando miserablemente en la izquierda italiana (aunque privada del análisis materialista que originalmente la fundamenta), corre el riesgo de poner en fuga
a la clase creativa, haciendo perder peso a Estados Unidos en la competición global por la captación de talentos.[8]
El índice de tolerancia se mide por la presencia de gente bohemia. El teórico militante estadounidense Andrew Ross localiza en la «industrialización de la bohemia» el origen de Silicon Alley, el distrito tecnológico de Nueva York, analizando así cómo se ponen a producir beneficio las formas de vida y de cooperación artísticas, alternativas y transgresoras que, en los años setenta, se concentraban en particular en el Lower East Side de Manhattan, el cual se convirtió ya en los años noventa en una cuenca de asentamiento productivo de las empresas de la net economy.[9] Justamente la recomposición de las figuras del bohemio y del burgués, o mejor dicho, la manera en que los conflictos y los movimientos edulcoran su propia radicalidad, constituye la premisa sine qua non para  el desarrollo de la creative class. Tanto es así que el modelo de organización de empresa llega a ser el del proyecto
open source, que originalmente nació para exceder los confines de la propiedad intelectual, dentro de los cuales el trabajo creativo acaba siendo reconducido. Si la creatividad, condensada en el entrelazamiento de las tres T, se basa en la relación entre el uno y lo múltiple, podríamos decir que lo que surge de las páginas de Florida es el lado
oscuro, o mejor dicho, la larga sombra capitalista de la multitud: la singularidad asume la apariencia del individualismo, la autovalorización deviene culto del hedonismo, el común se transfigura en el emprendedor de negocios. El lugar donde la ética bohemia se encuentra con la ética protestante, la contracultura —quizás hoy teñida de pink— se convierte en una cuenca donde invertir en el capital humano propio y en una manera de hacer dinero.
Incluso a la nueva forma del business de la ciudad creativa se aplican medidas de seguridad y es ahí donde se anestesia el conflicto de clase. Ésta es la lección que Florida extrae de la Bahía de San Francisco, cuna de la contracultura estadounidense y de Silicon Valley. Por lo tanto, allá donde la ética del trabajo se acaba, cuando el deseo de autonomía y la infidelidad se convierten en los nuevos rasgos comunes de la composición de clase, la creatividad asume la forma de una nueva ética del trabajo.

Los saberes y la creatividad, por lo demás, pertenecen según Florida a una dimensión ahistórica, pues caracterizan al ser humano en cuanto tal. Se oculta así su carácter históricamente determinado, su condición de producto de la actividad y de la cooperación. Faltan, en otros términos, el trabajo vivo y las relaciones sociales de producción.
Sobre esto Wark no tiene dudas: la clase vectorial puede reconducir la producción de la conciencia dentro de los límites de la propiedad sólo mediante la producción artificial de carencias allí donde hay riqueza y abundancia. Es justamente esa riqueza y abundancia, característica de la producción de saberes, lo que constituye el excedente
que el capitalismo puede intentar regular y controlar, pero del cual no puede apropiarse completamente. Pero —¡cuidado!— esto no significa la crisis lineal del sistema capitalista, tal y como André Gorz parece deducir apresuradamente.[10] Al contrario, constituye la base material de la autonomía del trabajo vivo en el posfordismo. Define, al mismo tiempo, el campo del conflicto entre la producción del común (al contrario de lo que afirma mucha
de la retórica de los movimientos, es oportuno precisar que el bien común no existe en estado de naturaleza, sino que es continuamente producido por el trabajo vivo y la cooperación social) y las tentativas de captura y apropiación por parte del capitalismo.
No hay clase sin lucha de clases La clase creativa corre así el riesgo de presentarse como la ideología de la clase media sobre cuáles son sus propios fines, problema político en el que se centran Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi en un libro reciente.[11] O mejor dicho, si la clase media se definía predominantemente en negativo, es decir, si designaba la pertenencia a un grupo que se distinguía de la clase obrera y de los capitalistas, y se encargaba de mantener el equilibrio social, la clase creativa se define en positivo, recogiendo al mismo tiempo la función política de la middle class. Lo de Florida
es una suerte de liberal-marxismo que distingue entre la estructura económica —que ya no se identifica simplemente en el trabajo, sino en la puesta a producir de la creatividad y de las formas de vida— y la superestructura de la conciencia de la clase creativa, que aún se ha de hacer emerger. Esto responde a la racionalidad de la historia: la afirmación de la clase creativa es en efecto, para el economista estadounidense, el resultado de la evolución de las
fuerzas económicas. Se propone así una nueva teoría de la sociedad dual: no aquella —nefasta— que dividía entre quienes tienen sus derechos garantizados y quienes no los tienen, sino otra que distingue la clase creativa frente a la old society.
La de Florida es una teoría de las clases basada en una nueva idea de modernización; de ahí el interés que suscita.

Las así llamadas «tres T», por otra parte, no son sino las condiciones de posibilidad para que el desarrollo, la competencia y el crecimiento económico puedan imponerse en la economía globalizada. El componente crítico de su discurso, incluida la crítica al bushismo, se centra por consiguiente en la denuncia del retraso o en la aversión de las instituciones políticas con respecto del «nuevo curso» que tiene propiedades salvíficas. El capital ha de atender al desarrollo de la clase creativa y a su pleno reconocimiento para salir de las simas de su crisis de acumulación. Justamente es éste el motivo por el que Florida puede jactarse de que en él confluyen las figuras de estudioso progresista y consultor de las grandes corporaciones. Lo explicado hasta aquí basta para delinear los contornos de un discurso innovador y coherente sobre la crisis del capitalismo y su posible cura. Pero más difícil resulta comprender por qué la idea de clase creativa —en tanto elemento político, no analítico— ha calado en distintos ámbitos del movimiento. Podemos observar cuáles son los
resultados, en muchas luchas de los precarios de la clase creativa, de la tendencia a percibirse a sí mismos y a comportarse como si fuesen lobbys, esto es, a estar más atentos a que se reconozca el valor de su propio capital creativo en las jerarquías del mercado de trabajo que a poner en discusión los mecanismos de regulación del
mismo. Podemos decirlo de otro modo: la creative class evidencia la esquizofrenia del trabajador postfordista, esto es, el hecho de ser al mismo tiempo trabajo y capital, tal y como Sergio Bologna y Andrea Fumagalli describen óptimamente mediante el paradigma del trabajador autónomo de segunda generación,[12] que exalta apologéticamente Aldo Bonomi mediante la ideología del empresario de sí, superada por Florida al fundir las figuras del bohemio y el burgués. El problema de los procesos de composición política de clase en el postfordismo no es en realidad el de cómo recomponer una figura jurídica que albergue en sí al empleador y al prestador de trabajo, sino más bien cómo escindirlos.
Las perspectivas políticas de los liberales y de algunos sectores de movimiento tienen un mínimo común denominador: ambas proponen un nuevo compromiso social por parte de la economía creativa. Un new deal global para Florida, un welfare low cost para Gaggi y Narduzzi, un keynesianismo postestatal para quienes defienden al cognitariado. Pero todos ellos excluyen de sus análisis el hecho de que el compromiso social se fundaba
anteriormente no sobre procesos de conflicto genéricos, ni mucho menos sobre la búsqueda racional de equilibrios progresivos. Era el resultado de la lucha de clases. Rehuyendo tanto la imagen elitista del knowledge worker como de la nostalgia por los dispositivos de ocupación y garantismo «fordistas», Andrew Ross identifica el nudo político
central donde se combinan las instancias subjetivas que están por encima y por debajo de la «línea» que marca la jerarquización del trabajo cognitivo. Si se carece de este tipo de perspectiva, continúa el teórico estadounidense, la parte alta se identificará con la imagen autoemprendedora, mientras que la otra se identificará con los procesos de
de-skilling [descualificación] en los empleos de subsistencia.[13] En lugar de eso, Ross apunta hacia la recomposición de los conflictos en torno a la propiedad intelectual y la distribución de la renta a caballo de un desarrollo pleno de la autonomía de la cooperación social. Es en la articulación con esta línea o en el alejamiento de ella donde se juega la posible rearticulación del concepto de clase en la era del capitalismo cognitivo,[14] justo al
contrario que la hipótesis de Florida sobre la disolución de las clases, es decir, sobre la creative class como una nueva clase media postclasista.

Las clases, en efecto, no son un fenómeno natural, ni un simple reflejo de la estratificación del mercado de trabajo. Son categorías políticas. Si, como afirma Mario Tronti, no hay clase sin lucha de clases,[15] podríamos decir que con la lucha de clases no hay clase media. En otros términos, con la lucha de clases se pone en crisis el espacio de estabilización y mediación que los grupos que forman parte de este estrato cubren políticamente. El esquema que proponen tanto Florida como Wark, en cambio, se apoya en una separación entre la clase en sí y la clase para sí, mientras que la prerrogativa de conectar la una con la otra se confía a una acción de la conciencia que no se describe con mucha más precisión. Este esquema acaba relegando a la clase a una definición por completo teórica
y a la acción política al estrecho perímetro del reconocimiento de una transformación acaecida en la división del trabajo, con la cual, no obstante y por el momento, no se corresponden nuevos derechos. Nosotros pensamos, al contrario, que el concepto de clase es un concepto político en devenir, que se da en la subjetivación inmanente al
mundo del trabajo que intenta exceder los procesos de jerarquización e individualización destinados a controlarlo y contenerlo. Al ligar de forma optimista las estratificaciones de la composición del trabajo con la definición de la clase se corre el riesgo de naturalizar los dispositivos de control y medida del trabajo vivo, transformando a aquélla en
meros agregados identitarios. La relación entre composición técnica y composición política de clase debe, en lugar de eso, situar en el centro los conflictos, las experiencias de rechazo y éxodo que ya se dan en el mercado de trabajo. Debemos comprender cómo, en la época del trabajo cognitivo, se componen estrategias de  autovalorización que resisten a los dispositivos de mando, explotación y segmentación, para constituir así un campo
de composición de fuerzas; y es en este campo, que viene definido por la producción del común, donde se puede buscar una subjetivación política de clase.

Desde este punto de vista, la misma idea de «recomposición» deja traslucir la existencia de una originaria unidad del trabajo que posteriormente se descompone por las divisiones que el capitalismo opera. Pero, al contrario, el problema político y analítico al que nos enfrentamos, fuera de toda imagen meramente teórica, totalizadora y teleológica de la clase, es pensar la conexión tendencial de las luchas, su posible generalización y potenciamiento, esto es, la codificación estratégica de las resistencias en acto. La clase, en este sentido, debe ser pensada como en efecto global y no como una estructura objetiva, sociológicamente definida y formada identitariamente. Es al mismo tiempo la puesta en juego y la condición de posibilidad de la lucha.
Trabajo cognitivo, decíamos. Es mejor aclarar: tal categoría no indica para nosotros un sector hegemónico que se remarca mediante una lectura de la composición técnica de clase. Es así como el cognitariado ha venido siendo interpretado con frecuencia. El trabajo cognitivo es, en cambio, la filigrana a través de la cual podemos leer la heterogeneidad del trabajo vivo postfordista y las nuevas relaciones de explotación. No implica, por lo demás, un proceso lineal de intelectualización de la fuerza de trabajo ni la expansión progresiva de la ocupación creativa. Las dinámicas de desclasamiento han sido, no por casualidad, uno de los terrenos de batalla de las recientes luchas de estudiantes y precarios a nivel europeo y global. Cognitivización del trabajo, por lo tanto, significa cognitivización de la explotación, cognitivización de la jerarquía de clase y de la regulación salarial, cognitivización del trabajo y de las formas de resistencia. La segmentación y jerarquización que se dan dentro de la composición de clase tienen sobre todo una función política. La imposible reductio ad unum, la irrepresentabilidad y la heterogeneidad de las nuevas figuras del trabajo vivo postfordista, su ser multitud, asumen en Florida la forma del homo oeconomicus de la era
creativa, abierto a las diferencias en la medida en que se ha cancelado la diferencia radical: la diferencia de clase.

El problema de la composición política de clase en el capitalismo cognitivo es, en cambio, cómo organizar la producción del común y al mismo tiempo las formas de resistencia. Se trata por lo tanto del problema del éxodo, aunque también del rechazo, allí donde la ética creativa se ha convertido en la nueva ética del trabajo. Porque el rechazo es la condición de posibilidad del éxodo y de la autonomía. Podemos ahora dar un nombre a la cuestión que plantea McKenzie Wark: se trata de cómo desbloquear la potencia del presente. Desligándola, eso sí, de toda lectura determinista y de cualquier síntesis dialéctica, para situarla en el campo trazado por los conflictos de clase, las relaciones de fuerza y los procesos de producción del común. En definitiva, podemos decir que los análisis sobre la creative class evidencian con claridad cómo se superponen vida y trabajo en el capitalismo cognitivo. Con ello, toda idea nostálgica por las formas de organización de clase del
pasado queda felizmente superada. Por lo tanto, no hay ninguna posibilidad de restaurar la dicotomía, finalmente difunta, entre trabajo productivo e improductivo. El problema de tales análisis es, no obstante, que nos ocultan la función totalmente política de la individuación, la territorialización, las relaciones de explotación y la lucha de clases.
Se pierde, dicho en otros términos, el concepto marxiano de trabajo productivo no en tanto elemento que se distingue del trabajo improductivo, sino como dispositivo teórico de ataque. En su capacidad no de describir, sino de hacer mal al enemigo.
¿Dónde están actualmente las oficinas Putilov del trabajo cognitivo?[16] Si las tres T, como ya hemos visto, son las condiciones de posibilidad del desarrollo capitalista, icono sagrado de la producción capitalista del común, ¿cuáles son las condiciones de posibilidad de su ruptura? Aquí, el cambio en la determinación política debe tener la fuerza de transformar incluso el signo de la investigación teórica. ¿Cómo individuar en la composición del trabajo vivo la jerarquía política de los conflictos, que lejos de ser el calco sociológico de las jerarquías y segmentaciones del mercado de trabajo, debe explicar los valores diferenciales de los procesos de subjetivación y los puntos de ataque que la hagan saltar por los aires? He ahí el nudo, irresuelto, de la composición política de clase, que se ve rechazado por la propia composición técnica, en tanto articulación de la fuerza de trabajo determinada por la
producción capitalista del común y por las relaciones de explotación. En este nudo central se sitúa la tarea del pensamiento radical hoy. Para expresarlo mejor, se trata de elaborar un punto de vista de clase que esté a la altura de la composición del trabajo vivo contemporáneo, que permita no recomponer, sino liberar una potencia fundada en
la relación entre singularidad y producción autónoma del común, allí donde ninguna simetría ni ninguna inversión dialéctica es posible.
[1] Alude a la novela de J. G. Ballard Millenium People [ed. cast.: Milenio negro, Barcelona, Minotauro, 2004], que narra la rebelión de Chelsea Marina, un barrio de clase media acomodada, integrado por profesionales liberales («clase creativa» con buenos salarios) los cuales, no obstante, están embarcados en una espiral de gastos que
hace imposible su ritmo de vida siempre al límite. [N. del T.]
[2] Véase Mariuccia Salvati, Da Berlino a New York. Crisi della classe media e futuro della democrazia nelle scienze sociali degli anni trenta, Milán, Mondadori, 2000.
[3] Véase Federico Butera, Enrico Donati y Ruggero Cesaria, I lavoratori della conoscenza. Quadri, middle manager e altre professionalità tra professione e organizzazione, Milán, Franco Angeli, 1997.
[4] Richard Florida, The Rise of the Creative Class: And How It’s Transforming Work, Leisure, and Daily Life, Nueva York, Basic Books, 2003.
[5] David Knigths, Fergus Murray y Hugh Willmott, «Networking as knowledge work: a study of strategic interorganizational development in the financial services industry», Journal of Management Studies, vol. 30, núm. 6, 1993.
[6] Paul Maliszewski, «Flexibility and Its Discontents», The Baffler, núm. 16, 2006.
[7] McKenzie Wark, Un manifiesto hacker, Barcelona, Alpha Decay, 2006.
[8] Richard Florida, The Flight of the Creative Class. The New Global Competition for Talent, Nueva York, HarperCollins, 2005.
[9] Andrew Ross, No-Collar. The Human Workplace and Its Hidden Costs, Nueva York, Basic Books, 2003.
[10] Véase André Gorz, L’immatériel, París, Galilée, 2003.
[11] Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi, La fine del ceto medio e la nascia della società low cost, Turín, Einaudi, 2006.
[12] Véase Sergio Bologna y Andrea Fumagalli (eds.), Il lavoro autonomo di seconda generazione. Scenari del postfordismo in Italia, Milán, Feltrinelli, 1997 [ed. cast.: Sergio Bologna, Crisis de la clase media y posfordismo, Madrid, Akal. Cuestiones de Antagonismo, 2006].
[13] Véase Andrew Ross, «Technology and Below-the-Line Labor in the Copyfight over Intellectual Property», American Quarterly, núm. 58, John Hopkins University Press, 2006.
[14] Véase Carlo Vercellone (ed.), Capitalismo cognitivo. Conoscenza e finanza nell’epoca postfordista, Roma, Manifestolibri, 2006.
[15] Nos referimos aquí en particular a las reflexiones sobre el concepto de clase en Marx que expuso Mario Tronti en el ciclo de seminarios Lessico marxiano [celebrado en la Libera Università Metropolitana del Atelier Occupato ESC, Roma, http://www.escatelier.net/index.php?option=com_content&task=view&id=332&Itemid=276, donde se
puede acceder al programa y al registro en audio de todas las intervenciones, incluida la de Tronti. Véase también en castellano, de Mario Tronti, Obreros y capital, Madrid, Akal. Cuestiones de Antagonismo, 2001 (N. del T.)].
[16] Evoca, obviamente, los conflictos obreros que en 1905 se iniciaron en las fábricas Putilov de Petrogrado, provocando una huelga de masas. Habiendo sido sangrientamente reprimidos, constituyeron no obstante uno de los puntos de arranque de la línea de ruptura que dio lugar a la Revolución soviética de Octubre de 1917. [N. del T.]

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