El interior de un ataúd también es danza

De nuevo por aquí con más mandanga. Este sábado fui a la Sala Negra de los Teatros del Canal y vi Another Disntinguée, un espectáculo de La Ribot (sic.). Entré por primera vez en la Sala Negra hace algún mes para ver Much Ado About Nothing de David Espinosa, no escribí nada y ya es demasiado tarde para hacerlo. Está bien así. Me atrae este espacio de los Teatros del Canal. Subir en ascensor hasta la sala tiene su punto. Son los lugares cotidianos que más se parecen a los cohetes espaciales. Si van llenos de gente a la que no conoces, -aunque tampoco es gente desconocida: no es la primera vez que os cruzáis en un teatro y os vais a pasar más de una hora encerrados en una sala oscura-, falta intimidad y también falta el tiempo para construirla, pero sobran los minutos para que el silencio no pase lento. Una vez arriba, esperamos en el pasillo para entrar. Una hora y veinte de pieza. Público de pie. La sala está en penumbra, sin butacas, y en medio una gran masa irregular cubierta con un plástico negro. Un secreto que hace que el espacio orbite a su alrededor.

Another Disntinguée es un proyecto que La Ribot comenzó hace veintitrés años y que, copio del programa de mano, “no ha dejado de desplegarse y transformarse desvelando cada vez nuevas capas y significados”. “Acciones cortas organizadas en serie” que se han presentado “en varios dispositivos, pasando del teatro a la galería de arte”. En el Canal se hacían, por este orden, las piezas número 48, 51, 50, 46, 47, 53, 52 y 49.

Más allá de las acciones, de las que podría contaros mis justificaciones narrativas o conceptuales, subjetivas y ni mucho menos importantes, o hablar sobre la teatralidad, los problemas de la identidad, de las pistas de baile o de lo sensual o lo turbio, oscuro, o de la imagen de Juan Loriente desnudo sobre el suelo, con una peluca cortada por la mitad y los testículos entre sus muslos, sobresaliendo por detrás, o de cortarse a jirones un traje de nylon o dos pantalones o trazar líneas con un rotulador rojo y con otro negro que también cortan el cuerpo o de cómo La Ribot pintó a Thami Manekehla y Juan Loriente con pintura roja, brocha en mano, para después colorearse a sí misma; más allá de estas cosas, comencé diciendo, hay algo que volvió a llamar profundamente mi atención: la danza del público.

En el programa puede leerse que “cada espectador debe hacerse cargo de su propia presencia y es libre para decidir dónde y cómo quiere estar en cada momento” y eso hice. Me explico. Llegados a un punto me separé, tomé distancia, y pensé, de manera alucinada, personal y particular, que al igual que en el “cuatrotreintaytres” de John Cage, donde se visibiliza la imposibilidad del silencio, en Another Disntinguée la danza, la música, no estaba en los intérpretes sino que estaba (y está) en el público, como masa, y en cada espectador, como sujeto autónomo, capaz o incapaz de tomar decisiones. Como uno de esos chistes que cuenta Zizek: “hay una vieja historia acerca de un trabajador sospechoso de robar en el trabajo: cada tarde, cuando abandona la fábrica, los vigilantes inspeccionan cuidadosamente la carretilla que empuja, pero nunca encuentran nada. Finalmente, se descubre el pastel: ¡lo que el trabajador está robando son las carretillas!” Ahí está el secreto de esa gran masa irregular, tapada con una lona negra, que no sabemos qué oculta ni hace falta saberlo. Oculta nuestro misterio. Como dice José Luis Rey en uno de sus versos, “desde luego el misterio no existe para ser explicado.” Y el público orbitando a su alrededor, intranquilo -como en el ascensor-, buscando un mirador desde el que poder ver a La Ribot, a Thami Manekehla, a Juan Loriente, sentándose en el suelo o poniéndose de puntillas, levantando su cabeza por encima de las demás cabezas, o tirándose al suelo para ver la escena entre el bosque de nuestras piernas, avanzando y retrocediendo, arremolinándose, cansándose de llevar una hora de pie, apoyándose en las paredes o estirando sus piernas, sus movimientos de traslación y rotación alrededor del misterio; más allá de las acciones, como en el chiste del pensador esloveno, la periferia está cargada de sentidos y la danza comparte con Dios su omnipresencia. Y esa periferia, que también es centro, porque ni lo uno ni lo otro existen, es una de las cosas más inteligentes y mejor construidas de Another Disntinguée: tenemos que aprender a deslocalizar nuestra atención, el asombro, la curiosidad, la poesía. Ahí comienza nuestro poder.

Celebro, como no podría ser de otra manera, que los Teatros del Canal hayan programado a La Ribot. Para celebrarlo me he puesto a bailar. ¿Bailas?