Todo lo que tenemos os lo damos

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El sábado, 5 de noviembre, estuve en la calle Ramírez de Prado, 3, mientras jarreaba en Madrid, en una de las actividades de la nueva edición de Acción!MAD, encuentro de Arte de Acción y Performance que lleva más de una década profundizando sobre este género de las Artes Visuales, “independiente y autónomo, gobernado por sus propias reglas espacio-temporales”, como se presenta en el programa, y que coordina la artista Nieves Correa. Hasta el 24 de noviembre se estarán desarrollando presentaciones, talleres, muestras y performances en Matadero y algún otro lugar más. Es una alegría que este festival aguante y espero que sea así durante más años.

El sábado pudimos ver, por este orden, acciones de Ana Matey, Bartolomé Ferrando y Los Torreznos. El salón de actos del Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, con sus paneles de colores y sus filas de butacas acolchadas color chocolate, tal vez sea más adecuado para la presentación de un libro o una conferencia que para una performance, aunque como el arte de acción tiene más que ver con la acción que con su puesta en escena, no es algo que vaya a reprochar; estaba lleno, no sé cuanta gente cabe, ¿ciento y unas cuantas?, el caso es que toda la gente que cabía estaba allí. Entrada libre hasta completar el aforo.

A pesar de que ya ha pasado una semana de aquello, recuerdo que comenté, junto con mis dos acompañantes, que la media de edad del público era, más o menos, la media de edad de los artistas, exceptuando algunas personas, como nosotros tres, y los hijos que iban con sus padres. Nos preguntamos si algo así podría pasar en las artes vivas dentro de cuarenta años. Si sólo seguirían interesando a los que ya nos interesa y seguimos en 2016. Aunque los contextos son bastante diferentes.

El arte de acción, que ha conseguido instalarse en la médula de otras prácticas artísticas y revitalizarlas, ha perdido hoy una parte de su potencial irreverencia. La acción por la acción, hecha tal y como se hacía sin apenas revisitar, tiene, en ocasiones, un cierto aroma añejo. En algún momento de la tarde me sentí viajar al pasado. El arte de acción que ha evolucionado lo ha hecho pegado, por ejemplo, a lo político (hasta lo inútil es político), incluso al teatro, y ha sabido transformarse, y qué bien le ha sentado, en otras cosas. El mundo gira y el arte ni se crea ni se destruye, solamente se transforma. Un último apunte: ayer le dieron el Nacional de Artes Plásticas a Juan Hidalgo, fundador de ZAJ. No puede entenderse el arte del último medio siglo en España sin ZAJ. Llega tarde. Demasiado. Pero bien.

La primera que realizó su batería de acciones fue Ana Matey. En todas, pienso, tenía importancia el sonido. Cuando entramos al salón de actos, Matey estaba sentaba tras la mesa introduciéndose en la boca canicas de cristal mientras iba contándolas, al llegar a las setenta y tener los carrillos al completo, las vació en un embudo de cristal. Luego se levantó, fue hasta un atril que había a la izquierda del escenario, se puso un inflador en la cabeza y presionándolo con la mano empezó a hinchar un condón. El sonido del aire al salir de la bomba tenía cierta música. Luego la situó en su cadera y siguió inflando el preservativo. Todo su cuerpo acompañaba el movimiento. Cuando el profiláctico tuvo un tamaño considerable vació su interior frente a un micrófono, manipulando la abertura a conveniencia. Volvió a sentarse tras la mesa, se puso una planta en la cabeza, con la tierra, y comenzó a hinchar un globo amarillento, de esos globos fuertes y grandes, en un momento, cuando el globo tenía un tamaño tres veces mayor a su cabeza, pensé que continuaría hasta que explotase y el huracán de su interior derribaría el bosque, la planta, de su cabeza, pero al llegar a cierto punto dejó de inflar y volvió, como una gaita, a dejar salir el aire a su antojo. Por último se puso tras el atril, abrió, con gesto serio, un maletín, y empezó a tirarnos pelotas negras, hechas con agua y globos, que hacía botar en el suelo.

Aún recuerdo cuando llegué a Madrid y leí El arte de la performance. Elementos de creación de Bartolomé Ferrando. En su día fue un libro que me aclaró ciertas cosas y no puedo dejar pasar la ocasión de celebrar su lectura. Bartolomé Ferrando fue el segundo de la tarde. Cogió el atril, se puso en el centro, delante de la mesa. Dijo que iba a hacer tres piezas. Para la primera necesitaba la ayuda de todos los presentes. Hizo que cada uno de nosotros cogiese un pañuelo de papel y nos animó a sonarnos las narices al unísono. Comenzó a recitar un poema fonético y, a su marca, nos sonábamos la nariz. Hubo risas y sonrisas. La segunda pieza: sacó una especie de jarrita pequeña de metal, del tamaño de un dedal, y mientras la manipulaba y caía de su interior un hilo rojo, balbuceaba y emitía sonidos acuosos que acompañaban, en cierto modo, sus movimientos. En la tercera pieza, con un mecanismo sonoro parecido, manipulaba dos vasos. Un conflicto entre vasos de cristal transparente, de forma un poco diferentes, pero que sirven para lo mismo. Los arrastraba en una pequeña mesa, los acercaba hasta su límite y acabó poniéndoselos como anteojos.

Los terceros y últimos fueron Los Torreznos. Siempre que puedo voy a ver su trabajo y siempre, en mayor o menos medida, me interesan. Me gusta lo que hacen y creo que lo hacen muy bien. Que son capaces desde el juego, el humor y la repetición de abrir grietas sugerentes y poéticas, de atacar la realidad y, en algunos de sus trabajos, por qué no, devolver una mirada política. De llevarnos más allá del lenguaje sin que nos demos ni cuenta. Mezclan, en equilibrio perfecto, la inteligencia con una imbecilidad muy pensada. Los Torreznos, vestidos con sus trajes, suben al escenario, del que ya han retirado la mesa, y dicen que van a hacer su primer película, que se llama, si la memoria no me falla, Todo en el aire. Realizan, como si se tratasen de escenas cinematográficas, diferentes acciones. Dibujan en el aire y adivinan qué es lo dibujado, empezando por una simple casa y acabando por cosas como la felicidad; repiten una y otra vez: hoy va a cambiar todo, con unas barbas postizas que van moviendo por su cara y se convierten en peluquín o pelo del pecho; “montan a caballo”, o adoptan diferentes gestos mientras repiten: desde que nací soy así, para acabar enzarzados en una pelea cuerpo a cuerpo. Se preguntan: pero, ¿esto le está interesando a alguien? y vuelven su mirada y quehacer a los espectadores, hablan de las diferencias, de la valentía, de sentarse en la primera fila o en la segunda -a los de la primera fila se les ven las rodillas-, y también que es imposible que los últimos, allá lejos, vean, entiendan, algo. Después de recorrer la platea y subirse a unas sillas puestas, en el pasillo, a la mitad, nos disparan con las pistolas, metralletas, y nos lanzan granadas de mano, de sus dedos. Para acabar, en el escenario de nuevo, nos dicen: todo lo que tenemos os lo damos. El caballo, los dibujos en el aire, las balas, las pelucas, cada uno de los sonidos y gestos; todo.

Al terminar recordé unos versos de Rafael Cadenas, poeta venezolano, que dicen, más o menos, que el arte -la poesía- sólo puede ser ofrenda o ser vanidad. Cómo son los poetas. Capaces de nombrar las cosas, sí, pero incapaces de decirme si aquella tarde había visto tanta ofrenda como vanidad. Tal vez mi intuición, esta pregunta flotando en el aire, más allá del lenguaje, sea la poesía.