¿Quién demonios está haciendo negocio con nosotros?

saluto

El viernes, durante la sobremesa, después de unos licores de café, en el momento de las confesiones, un amigo me dijo: hace tiempo decidí que no iba a sitios donde no pagasen. En la mayoría de esos sitios hay dinero, reciben ayudas de gobiernos municipales, regionales, estatales; de fundaciones y otras ayudas diversas. Si el dinero no llega a los artistas es porque alguien se lo está quedando. ¿Quién se lo está quedando? Mientras apuraba el licor, pensé si todo aquello no tendría en el mundo de las metáforas alguna conexión con el comercio justo, en este caso, del café. En la nebulosa del alcohol intuí que esa era una de las causas secretas por las que un puñado de artistas acaban convertidos en gestores y comisarios. Algunos intentando cambiar el modelo, otros intentado beneficiarse de él, otros simplemente para pagar el alquiler. Cuando el pensamiento se hizo bucle me dije que la milonga del emprendimiento era parecida a la de la visibilidad. No le sale a todo el mundo igual ni todo el mundo tiene las mismas oportunidades. Acabé por pensar que hay cosas que se tienen que hacer simple y llanamente por amor, estaba en ese momento, sí, pero qué es el amor y quién demonios está haciendo negocios con él. Parafraseando una frase de Gabriel Marcel sobre la muerte, pensé que lo contrario del amor no es el odio, sino el dinero. Me levanté, di un beso a mi amigo y di por terminado el tema por esa tarde. Necesitaba una siesta.

Pero, en vez de dormir, me fui al Teatro de La Abadía a ver las tres piezas seleccionadas de la última edición del BE Festival. Un festival de teatro que organizan unos españoles en Birmingham. Sus directores artísticos también tienen una compañía de teatro. La última edición ha tenido un presupuesto de 284.000 libras, según explican a Prado Campos en El Confidencial. Es interesante leer el artículo de El Confidencial junto al artículo que escribió Rubén Ramos, El Birmingham European Black Mirror Festival, y que se publicó este verano en MAMBO. Tal vez ahora debería enzarzarme en la escritura de un artículo sobre presupuestos y festivales y cómo se emplea el dinero. Sin ir más lejos, en Madrid, tenemos contextos públicos con presupuestos similares. El Frinje16 tenía un presupuesto de 250.000 euros, aseguraba a los artistas un mínimo de 3000€, más bolsa de viajes y alojamiento para las compañías de fuera, repartió ayudas a la producción y ofreció periodos de trabajo en residencia. Hace cinco años el Frinje aseguraba a las compañías 600€. El Surge en su última edición subió su presupuesto hasta los 400.000 euros. Nunca me quedó claro el modelo del Surge en el que se reparte dinero a salas para que lo repartan entre compañías y así, las salas con compañía, puedan salir beneficiadas por partida doble. Entre otras tantas cosas. No sé si este sistema sirve como argumento para el pensamiento etílico del artista convertido en gestor. Tal vez sí, tal vez debería enzarzarme en la escritura de este artículo… en otro momento. Ahora vamos a lo que fui.

La dirección del BE Festival escoge tres piezas de su programación y realiza una breve gira que, además de ofrecer al público trabajos que no vería de otra manera, sirve como argumentario y justificación. Esta pequeña muestra llamada BEST of BE FESTIVAL estuvo la semana pasada en Madrid y ahora continúa su viaje por el norte de España. Las mejores compañías del BE Festival en esta edición han sido la alemana Oliver Zahn y las italianas Teatro Sotterraneo y TiDA. Que además han impartido talleres gratuitos, previa inscripción, para aquellos que habían comprado entrada. El viernes la sala pequeña de La Abadía estaba llena. La Abadía es uno de los pocos teatros en Madrid con público más o menos fiel. Entre la segunda y tercera pieza hicieron un pequeño descanso y mientras apuraba un botellín de cerveza cortesía de la organización, conocí una pareja de jubilados que estaban descubriendo una manera diferente de hacer en escena y lo estaban disfrutando, mucho (sic).

Después de darnos una tarjeta con un bolígrafo para recoger nuestro feedback y que los directores salieran al escenario para darnos la bienvenida y blablablá, comenzó la primera pieza del programa. Situación con brazo en alto de Oliver Zahn. Escenario vacío. Al fondo, en alto, un pequeño rectángulo blanco donde se proyectarán los subtítulos en castellano. Entra Sara, el cuerpo, mira al público, se quita la chaqueta y los zapatos y los deja en un lateral, vuelve al centro del escenario, mira al público y levanta el brazo derecho en un ángulo de 45º. Sobre ese gesto, prohibido por dos leyes alemanas, trata la obra. Sobre ese gesto y no sobre cualquier otra de sus variaciones, como nos recuerda la voz en alemán, en off, que nos acompañará durante la obra. El gesto es el saludo nazi. Aunque sabremos que ha adoptado diferentes nombres a lo largo de la Historia. La voz realiza un recorrido histórico y cronológico sobre el saludo nazi en la Historia del Arte: la primera vez que aparece el gesto en un cuadro, la primera vez que aparece en la fotografía de una obra de teatro, en una película, cuando lo usa Gabriele D’Annuzio y cuando lo usa Mussolini, cuando es adoptado como saludo oficial en la Alemania Nazi, etcétera, hasta llegar a nuestros días, hasta la obra que estamos presenciando y los problemas que ha tenido en Alemania. El gesto, que es signo, cambia de significado. Nos hacemos conscientes de sus pliegues, de sus paradojas, de cómo todo lo que pertenece al ser humano, incluido el arte, acaba por ser político. La narración se interrumpe en alguna ocasión para hacer preguntas a Sara. Sara va ocupando diferentes posiciones en el escenario y asume en su cuerpo el gesto durante los treinta minutos que dura la pieza. Al principio es llevadero, pero al final todo el cuerpo de Sara tiembla, y resopla y aprieta los dientes y cierra los ojos, al no poder soportar el peso. Al acabar recoge su ropa y abandona el escenario.

La segunda pieza es la de Teatro Sotterraneo. Reconozco que les tengo cierta simpatía. No es la primera vez que están en Madrid. Este año trajeron Homo Ridens_Madrid a Frinje y presentaron su Dies Irae – 5 episodios sobre el fin de la especie en la última edición de Escena Contemporánea. En este trabajo, Overload, abordan la idea de interrupción. Todas las acciones que se emprenden encima del escenario quedan en suspenso o mutan en otras con sentido diferente, por ejemplo, una noche de terror en un camping se convierte en una rave dentro de una tienda de campaña o tirar tomates y pimientos a los actores es finalmente una recolecta para paliar el hambre en África. Lo que se empieza no se acaba, simplemente se transforma. Una y otra vez. Muchas veces. Lo primero que nos piden es que pongamos una cuenta atrás de veinte minutos en el teléfono, pero cuando suenan las alarmas continúan, sin prestar la más mínima atención, como quien ha olvidado lo que quería hacer. En el escenario, al fondo, una pecera que compara nuestra capacidad de atención con la de un pez naranja. La pieza se construye con humor, frescura, algo de caos y surrealismo. Algunas imágenes poderosas, como un nadador nadando entre el público, de butaca en butaca, y bastante ritmo. La forma es el contenido. El significado es la arquitectura. Lo importante no son los pequeños sketches, ni sobre lo que tratan, es la lectura del conjunto. Y el trabajo de los actores. A pesar de su apariencia bobalicona y por momentos condescendiente con el espectador, la obra termina arrojando una reflexión más profunda: nos muestra una sociedad aplastada por su propio deseo de nuevos contenidos y experiencias.

Después del breve descanso de diez minutos, después de la cerveza y la charla con el matrimonio de jubilados, volvemos a ocupar nuestros asientos para ver la última obra: Quintetto, de TiDA. Marco Chenevier sale a escena, en chándal, y nos dice que la pieza es un homenaje a Rita Levi-Montalcini, Premio Nobel de Medicina italiana y senadora vitalicia de la República, que murió a los 103 años y hasta su último día protestó contra los recortes del gobierno de Berlusconi. Descubre un retrato de Rita Levi-Montalcini en el escenario. Se va, regresa tal y como se fue y nos dice que por culpa de los recortes en arte -y a que el BE Festival paga, aunque no mucho-, los bailarines con los que hace la obra, después de prometerle que vendrían, no han venido y los técnicos, tres cuartas partes de lo mismo. La obra se empieza a construir a partir de esta broma que, como todas, tiene mucho de verdad. Pide ayuda al público: dos personas que pongan las luces, tres para que pinchen la música directamente desde sus teléfonos móviles -la que tengan, siempre que encaje en sus indicaciones-, cuatro personas de cuerpo de baile. Mientras les explica la obra para saber qué es lo que tienen que hacer y cuándo, toquetean la mesa de luces y ponen canciones que dan origen a situaciones hilarantes que Chenevier maneja con soltura. Una vez explicada la maquinaria, se viste a la manera de Levi-Monalcine y se tinta el pelo con talco. Chenevier intenta mostrarnos la obra que antes nos ha contado y su destreza como bailarín y el talco saliendo como nubes de su cabeza, contrasta con los errores de sus improvisados bailarines y técnicos. Las limitaciones y el fracaso. Tal vez esta pieza tenga algo de cruel esperanza.

Las obras habían estado bien. Había pasado por sitios diferentes. Interesantes. No había sido un mal día. Al finalizar estaba programado un encuentro con las compañías. No me quedé. La mayoría de las veces siento este tipo de charlas como una continuación de los aplausos. A veces, en esos momentos, algún iluminado dice cosas como que los protagonistas del teatro son los espectadores y que el teatro sería imposible sin el trabajo de los artistas, pero si los espectadores tienen que pagar y los artistas pierden dinero al ir, ¿quién demonios está haciendo negocio con nosotros?