Confesiones de mediatarde.
Ayer me hicieron comer mi propia mierda. No tenía apetito y se me atragantó.
Mis bailaoras estaban un poco indispuestas, una trasnochada y la otra enfrutada. Decidimos que la solución ante tal desventura era sacar al director a la palestra y en pelotas hacer un poco el payaso como de costumbre. Reconozco que me hace feliz cuando la gente ríe mis delirios. Os enseñé mi colección de pieles y demás objetos de automovilidad. Parecía una reunión de tuperware para fanáticos/cas del motor y del tunnig. Menuda descarga de adrenalina, lanzar el pesado libro sobre los airbags salvavidas enfundado con el estúpido mono rosa. Mejor reír que llorar.
Estos días ando enloquecido con mi monotema, me cargo de ansiedad y hago sufrir a los míos. Mi mujer ya no me habla ni tampoco le interesa mi obsesión.
Eva pide un break para su solo de frutas. Estaba fantástica con sus zapatos rojos de tacón y su vestido de fiesta, qué buena celebración de lo femenino. Tengo que pedirle que me baile esa danza desacelerada del accidente y que se ponga el libro del motor sobre la cabeza y baile como si éste fuera una piña.
Mery sufre mi desorden escénico y solicita limpiar la batalla de trastos. Ella se expresa con el movimiento de su cuerpo y los objetos son un estorbo. Se esconde de forma magistral debajo y con ellos. Tiene ya su lugar en el Reprise.
Reconozco que me encanta hacer sufrir a mis colaboradores/ras, los exprimo para lograr su máximo rendimiento y conseguir el clímax que deseo para cada escena. Esto incomoda y hace saltar las chispas en más de una ocasión. Acepto el reto de aprender de sus virtudes y sus debilidades aunque esto signifique maltrato. Aimé, a la salida de la presentación me anima a mimarlos un poco más, creo que se lo merecen y ante todo son personas. Hacen un buen trabajo.
En mi labor, tiendo al caos y a la destrucción, es mi gran debilidad. Construyo recorridos para ser destruidos y quedarme con un delicioso paisaje del accidente. Lo siento, pero me pone ver a la gente dándose de ostias con su coche, me seduce el rastro que deja la máquina y sus compañeros de viaje cuando se rompen en mil pedazos. Yo los cocino y los dejo bien juntitos para hacer la foto de mi vida. Diréis, todo esto para sacar unos fotos y grabar un vídeo, pues sí. En el camino quedaran conflictos y desamores, aprenderemos y desaprenderemos, nos sacaremos las máscaras y olvidaremos las metáforas para ir a por todas y con todas.
Me encanta cuando Oriol nos cuestiona y nos hace estremecer con sus delirios y lanza preguntas sin respuesta a toda velocidad, una velocidad que provoca el vértigo y la desmesura.
Estos días tengo la sensación de que nos estamos preparando para la gran ostia. Nos reímos y desdramatizamos sobre el tema y sus subtemas para sobrevivir y avanzar un poco más en cada entrenamiento.
Cada día, al regresar a mi casa paso por delante del desguace de automóviles. Le tengo cariño a ese lugar, coches y coches amontonados esperando a ser destruidos y reciclados en otros coches, inmersos en un paisaje inmejorable entre abetos y casas residenciales de la periferia.
Como muy bien dice Oriol, alias turbito, desde que su madre le daba anestésicos para dormir cuando era un bebito, él ya no es el mismo. Algo importante cambió en su vida y como yo, disfruta destruyendo lo que se le tienta. Suerte que por entonces no existía el Propofol que tanto aclamaba Jacko antes de morirse de sueño.