COMIDA Nº 2. EL OLOR Y EL DESAMPARO

El matemático: – Que sí. Que estaba muy bien. El anuncio aquel de compresas que preguntaba aquello de ¿a que huelen las nubes? Estaba muy bien. ¿Era cursi? De acuerdo, pero ahora no estamos hablando de si era cursi o no, estamos hablando de que quedó impreso en nuestra memoria. Misión cumplida. Ese anuncio dio en el clavo, cosa que no podemos decir de las posteriores películas de su ínclita directora. Por eso digo que fue un buen anuncio, más allá de si era cursi o no. Que lo era.

La puta: – No se, no se…

Menú

Cema de Calabaza con morcillas de arroz.

Fricandó.

Naranjas y plátanos.

Vino tinto y agua.

Comensales

Tony Orrico & Melinda Myers, Bea Fernández, Paz Rojo, Ana Buitrago, Oscar Dasí, Pablo Caruana, Cecilia Vallejos y Sergi Faustino.

Las comidas están siendo en el local de La Porta. Para quien no lo conozca, la oficina y la cocina están pared con pared.

Mientras cocino entra Paloma y dice: – Sergi, nos estás matando con este olor…

Mientras cocino entra Marión y dice: – Oh, qué bien huele.

Mientras cocino llega Oscar de la calle y dice: – Qué agradable, llegar y que huela a comida. Parece más una casa que un lugar de trabajo.

Hay algo que me chirría en lo de vender el dibujo -“la obra”-. Creo que no es lo importante. Y tal vez Tony también lo crea, pero al ponerle un precio tan elevado adquiere mucha importancia, prácticamente monopoliza la importancia. Y para mi lo interesante fue lo que pasó mientras lo realizaba. De hecho, me parece que el dibujo tiene valor en cuanto a rastro de lo que pasó, y no tanto como resultado. Por eso entiendo que un museo lo compre junto con la acción, pero no le veo el sentido a comprar sólo el dibujo. Pero vamos con la pregunta del millón de dólares, o mejor dicho, vamos con la pregunta de los 46.000 dólares: ¿Qué pasó mientras se realizaba el dibujo? Hubo un click. Hubo un momento en el que la persona que estaba haciendo el dibujo se convirtió en una persona embarcada en una experiencia física. ¿Cuando ocurrió ese click? No lo se decir. ¿Puedo describir ese click? No. Simplemente puedo decir que ocurrió. Es más, me podría aventurar a asegurar que todos los que estuvimos allí lo sentimos pero nadie sería capaz de describirlo. Fue como si un olor hubiera inundado el CCCB pero nadie lo hubiera sabido identificar, aunque todos estuviéramos de acuerdo en que allí olió a algo. Creo que ese click era lo intangible, aquello que no se puede aprehender -Cornago dixit-, el momento en el que aparece la fisicalidad y todo lo demás pasa a un segundo plano. Ya no hay dibujo, no hay superficie blanca, no hay grafitos. Solo un cuerpo con su fisicidad. A partir de ahí, el tiempo viene dado por la experiencia compartida que está aconteciendo, por eso me parece un tema primordial, pero me extraña quedarse sólo con eso y leer la propuesta desde ahí como hizo Tony durante la comida, al preguntarnos por nuestros trabajos en relación al tiempo.

¿Debería hablar del solo de Paz? Me parece que no. O al menos, no con una intención crítica. No me apetece entrar ahí. Me voy a quedar con un atisbo de desamparo que pude apreciar en su cara. Fue después de acabar, por la noche, en la Poderosa. Paz estaba hablando con alguien, no me acuerdo quien era y tampoco importa. La otra persona le estaba hablando de su pieza, Paz escuchaba. Y fue ahí. Ahí apareció el desamparo en la cara de Paz. Un desamparo que yo interpreto como fruto de un proceso que empezó cuando Paz se puso a trabajar la propuesta y después de probar e investigar, se dio cuenta de que se la iba a jugar; Y decide jugársela. Y se la juega. Paz expone una propuesta–en cuanto a mostrar ante un público- de algo que sólo vislumbra, que intuye, que cree –como acto de fe- que está ahí, pero sin ninguna certeza a la que agarrarse. Porqué está trabajando con esa fisicalidad inaprehensible, con ese click, ese rato, ese aroma indefinido pero que indudablemente existe. Y luego la gente del público le habla y le cuenta mil cosas, y Paz sigue ahí con esa indefinición. Por mucho que la gente diga, ella sabe que sólo puede aspirar a husmear y a seguir adentrándose a tientas en el trabajo. Y ahí aparece el desamparo.

Mientras aún se podían ver los créditos en la pantalla, el matemático dijo:

El matemático: – Ja, ja, ja, me encantan estas películas japonesas con tanta sangre y tanta violencia. ¿has visto cuando le corta la cabeza al niño? ja, ja, ja.

La puta: – ¿la sangre? pero si la sangre es lo de menos. Lo importante es toda esa gente desubicada. no hay nadie en su lugar. El malo es un yakuza de pacotilla que no puede hacer su trabajo porque, al ser masoquista, prefiere que le hagan daño a él a hacer daño a los otros; Ichi odía la violencia, es un asesino que no quiere serlo, pero no le queda más remedio; o el policía que deja el cuerpo y se mete en una banda yakuza pero tiene escrúpulos de policía y lo pasa fatal… a mi no me ha hecho nada de gracia, es una película triste sobre gente que está en el sitio equivocado…

Me siento identificado con ese desamparo que me pareció ver en la cara de Paz, y a mí me produce una cierta parálisis que no me permite hablar de mi trabajo. Porqué estoy oliendo. Estoy husmeando un campo de trabajo, un radio de acción y ahora mismo tengo una ligera certeza de que hay un aroma pero no se cual es. Además, me pregunto si debería saberlo o no. No por falta de conocimiento de los distintos olores, sino porque lo interesante es la indefinición de los mismos, esa indefinición que contiene la sugerencia, la potencialidad. Tengo la sensación de que Paz también está oliendo y de que Bea, cuando comentó en la comida que es muy caprichosa y por eso escogió el vestuario que lleva en su pieza, también se estaba refiriendo a ese hacer las cosas guiada por el olfato o por la intuición, sin tener esa certeza. Y a veces parece que si no tienes la certeza no puedes justificar tu trabajo. Y tal vez no lo puedas justificar con palabras, pero sí con hechos. Como hace Bea con sus piezas. Bea me parece una persona especialmente intuitiva. Y nos se si se da cuenta de esa intuición que tiene. Y me tiene mosca cuando dice que se considera más interprete que artista; no porqué una cosa sea mejor que la otra, sino porqué es lo mismo. Un interprete es un artista y creo que se escuda en ese definirse como uno de los dos para no aceptar esa rica intuición que tiene. Y no voy a entrar más porque me lo guardo para la comida que tendremos Bea y yo. Allí sí hablaremos largo y tendido de ella y de sus trabajos, y lo compartiremos con los que quieran a través de otra crónica como esta. Solo decir, para acabar con el tema, que Escorzo es una de mis piezas favoritas y 3 personas todos los cuerpos/restos de mis series, es un trabajo que trasciende lo que está pasando en la escena para ampliarse y mostrar toda una vida -o tres vidas- a través del cuerpo. La cual cosa es una pasada.

Me falta Ana. Todavía no ha presentado y además no la he visto nunca en escena. Y la verdad, tengo ganas ya. Unas ganas que se amplían cuando la oigo hablar de dar tiempo al espectador para que escoja como quiere acercarse al trabajo o cuando habla de la atención en el estar. Y tengo la sensación que también está oliendo. Aunque es solo eso, una sensación.

El matemático: – ¿Qué te parece si el próximo viernes vamos a la playa a hacer volar la cometa nueva que me he comprado?

La puta: – Anda, anda, págame y vuelve con tu mujer…

Cuando hice el fricandó le puse un poco más de cama-secs (Marasmius oreades) que de costumbre. Para darle un poquito más de aroma.