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Si alguna vez me preguntáis por mis artistas favoritos, estoy casi seguro que no nombraría entre ellos a Vito Acconci. Sin embargo, desde que conocí su trayectoria, y de eso ya han pasado más de diez años, su obra se me aparece cada cierto tiempo como una guía para acercarme al trabajo de otros artistas.

Sus trabajos más conocidos son los que desarrolla en el campo de la acción, y por tanto del arte conceptual, durante los 60 y 70. Algunos de sus vídeos de esta época los podemos comparar con obras de Beckett. Ya como poeta experimental siente la hoja en blanco como un espacio en donde las palabras se comportan como objetos en movimiento. Más tarde abandonará el mundo del arte por la arquitectura, según reconoce en esta entrevista, porque le interesa mucho más lo que pueda pasar en la vida cotidiana y el espacio público, que en un espacio específico como el museo o el teatro. Nunca se sintió cómodo en el mundo del arte y no se reconoce como artista: «quizá lo fui, pero ya no».

En enero de 1972 Vito Acconci presentó en la Sonnabend Gallery de Nueva York Seedbed. Que podemos traducir como semillero. La performance era más o menos así: la gente entraba en la galería y se encontraba el espacio vacío. Vito había construido un doble suelo en donde estaba escondido y, cuando pasaban por encima de él, podían oírle masturbándose y susurrando sus fantasías. Jugaba con lo obsceno, al igual que jugaban los griegos y que juega Haneke: a veces lo que ocurre fuera resulta más crudo o evocador que lo que sucede dentro. Según está recogido en sus notas, parte de lo que decía era más o menos así: estoy haciendo esto contigo ahora… estás delante de mí… te estás girando… me muevo en dirección a ti… me inclino sobre ti… bajo la rampa: me muevo de punto a punto, cubriendo el suelo… me he vuelto hacia mí mismo; me he vuelto hacia mi interior: en contacto constante con mi cuerpo (friego mi cuerpo para borrarlo, para borrar algo de este, dejo eso y sigo adelante): masturbándome: tengo que continuar todo el día: cubrir el suelo con esperma, sembrar el suelo… puedo formarme una imagen de ti, soñar contigo, trabajar en ti… puedo seguir mientras pienso en ti, puedes reforzar mi excitación, servirme de medio…

El sábado me acordé de Vito Acconci cuando estaba en La Casa de Aitana Cordero. Obra programada en el CDN dentro de El lugar sin límites. Más allá del sentido simbólico que tiene ver esta pieza en este espacio, lo primero que pensé nada más entrar fue que la Valle-Inclán parecía la Nave1 de Matadero. Un gran rectángulo, esta vez sí, blanco, -como un gran lienzo-, que se extendía hasta el fondo. Y en el fondo descansaban, apoyadas en la pared, puertas, cajones, vigas y otras maderas, además de un retrete, algún ladrillo y una rueda. Los performers activarán estos objetos colocándolos por el espacio o construyendo diferentes estructuras frágiles y efímeras -intentos de casa o refugio, más que de hogar. Incluso retornándolos a su posición inicial. También hacen más cosas. Aunque esa acción predomina durante las tres horas que dura la pieza. Se desnudan, mueven la cadera adelante y atrás con leves movimientos, lamen y restriegan sus partes pudendas por las paredes del teatro o intentan introducirse un palo por el ano. Todo esto, dicho así, a alguno le pudiera parecer soez, no es el caso; tampoco es provocativo. Simplemente es. Mediada la obra dos de los performes se masturban y se sirven de su semen para pegar dos pequeñas astillas en una pared de madera blanca, que habían anclado al suelo en otro momento. Este resumen, ni mucho menos completo, a alguno de vosotros os habrá servido para tender un puente, el puente del espacio y del deseo, con la obra de Vito Acconci.

El lenguaje, aunque sea deconstruído, onomatopéyico, tiene una presencia muy fuerte en la obra del norteamericano de los 70. El artista implica a los espectadores en sus performances a través de la palabra, consiguiendo que se conviertan en sus cómplices y que un acto tan solitario como la masturbación, sea un acto compartido. La acción existe, aunque no sea vea, y el espectador accede a ella a través del sugerente juego de la palabra. Es una de las claves de la práctica artística: los diferentes niveles de significado, lo velado, el hueso de la fruta que se intuye en cada mordisco. Ya está aquí la preocupación de Acconci por los límites entre el espacio público y privado que le llevarán a dedicarse a la arquitectura.

En La Casa de Aitana Cordero aparece una cuarta pared -otra arquitectura-, que en vez de agruparnos en la comunidad, servir como reflejo o acicate; sentí que nos alejaba. No estoy diciendo que la cuarta pared sea algo malo. Ni mucho menos. A fin de cuentas una casa es un espacio de intimidad. El espectador, en su voyeurismo, puede descodificar a su manera lo que ve encima del escenario. El juguete creado por Aitana Cordero se convierte en el lienzo en blanco donde se puede posar lo que se nos pase por la cabeza. Aitana deja al público, consciente o inconscientemente, en un segundo plano. Fuera de lo que está pasando o pueda pasar. Ella, que con claridad no ocupa el papel de los performers, sí puede atravesar esa cuarta pared, quitar las astillas de sus dedos o recoger su semen; ella sí puede salir y entrar del teatro y a ella, sentada en la primera fila, sí le pueden dar tablas para la instalación que veremos una vez salgamos de la sala. En algún momento pensé que la obra era sólo para ella y que los espectadores no éramos más que unos invitados molestos, sobre todo cuando alguno abandonaba el teatro, encendía el teléfono o murmuraba.

En Seedbed Vito Acconci pone al público en un plano diferente. Más parecido al lugar donde él se sitúa. Lo necesita, lo usa y lo imagina. En definitiva: lo incluye. «Puedo formarme una imagen de ti, soñar contigo, trabajar en ti… puedo seguir mientras pienso en ti, puedes reforzar mi excitación, servirme de medio…» No es la única manera en que lo podría haber hecho, pero sí una de las posibles. Qué más da, siempre y cuando la masturbación no sea un simple placer solitario.

Aitana Cordero tenía a su disposición todas las posibilidades.

p.d. Óscar Cornago ha escrito sobre la pieza en el blog de El lugar sin límitesaquí. También Carlos Fernández, aquí. Y Ainhoa Hernández Escudero, acá.

¿No estáis viendo detrás a los perros rojos?

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El sábado fui a ver Som faves de Ivo Dimchev. No conocía a Ivo Dimchev ni sabía nada sobre su obra, aunque su nombre me resultaba familiar; supongo que de alguna conversación ya perdida en los laberintos de la memoria. Lo primero que hice al enterarme de que iba a ser programado en El lugar sin límites fue buscarlo en Internet, leer algunas cosas y ver algunos vídeos; y rápidamente intuí que podía merecer la pena. El sábado pude comprobar que no me había equivocado. Desde el inicio de la obra me di cuenta de cómo el performer es capaz de socavar la realidad desde la superficialidad, la aparente frivolidad y la sencillez de las cosas. El prólogo de Som faves bien daría para una o dos sesiones de debate sobre la «utilidad» de las artes escénicas en cualquier escuela. Con humor, cierta ironía y cierta verdad, el prologo afirma ante el público que, debido al derroche de recursos sin aparente motivo, está a punto de presenciar una obra de arte no ecológica. Pero bien mirado, como deben mirarse las cosas: dadas la vuelta, llegamos a la conclusión que estamos ante una obra tremendamente ecológica, pues escapa a las reglas impuestas desde el sistema neoliberal. Pocas cosas hay más antisistema que dedicar el tiempo y los recursos a «nada».

Es la primera vez que Ivo Dimchev presenta su trabajo en Madrid y es gracias a que esta temporada se celebra la segunda edición de El lugar sin límites, ciclo comisariado por Carlos Maquerie y Emilio Tomé y producido por el Centro Dramático Nacional. El búlgaro también ha sido el encargado de inaugurar esta edición con un concierto en el que repasa las canciones de sus piezas. Aquí podéis leer una crónica escrita por Carlos Fernández del primer día.

Durante la etapa de Ernesto Caballero, cuyo contrato como director artístico finaliza en diciembre, el CDN ha posibilitado una serie de ciclos o marcos para acoger diferentes maneras de sentir, pensar y trabajar el escenario. El lugar sin límites no es el único, aunque sí parece el más autónomo, sobre todo por tener un cauce de comunicación autónomo como su blog y una gráfica claramente diferente al resto de la programación. Una iniciativa similar sería Una mirada diferente que podemos emparentar, por temática, con el Festival IDEM que organiza La Casa Encendida y que dará comienzo en los próximos días.

En Som faves, Ivo Dimchev retoma varias veces diferentes temas, casi a modo de chiste, para ampliarlos y cargarlos de pensamiento. En uno de esos momentos, cuando se transforma en un monstruo bicéfalo para dialogar consigo mismo, una voz repite a la otra si no ve a los perros rojos que están detrás del público. La otra voz lo niega. Al final parece que jamás hubo perros detrás del público o, tal vez, una percepción de la realidad se ha impuesto frente a otra y la ha anulado.

Ivo Dimchev construye una dramaturgia calibrada en donde se entremezclan acciones, con canciones, con movimientos. A pesar de la fragmentariedad de la pieza, debido a la saltos inconexos e ininterrumpidos entre temas, Ivo construye una obra con un fuerte sentido unitario. Al menos formalmente. Y la forma, como nos recuerda el búlgaro en su performance, crea un contenido. Estos mecanismos de forma y contenido, algo retorcidos y alejados del lenguaje ordinario, incitan en el público la atención y reflexión sobre la obra misma (Umberto Eco). Ya desde el prólogo se nos dice cómo va a finalizar la obra: alguien tiene sangre en la cara.

Es un comienzo que el CDN haya abierto parte de su programación para insertar estos breves ciclos. Pero sigue siendo una lástima que este tipo de obras sigan separadas de su programación regular. Un marco, a la vez que habilita un espacio, separa de otro. Lo que no forma parte de la programación regular -la que se lleva la mayor parte del presupuesto-, se convierte, por definición, en programación irregular. La programación irregular, por su propia irregularidad, no es algo que suceda común y ordinariamente; es, por lo tanto, algo que se hace de forma extraordinaria. Lo extraordinario es frágil. Mucho más fácilmente prescindible que lo ordinario. Pregúnteles a los trabajadores que no cobran sus horas extra. O a los funcionarios cuando vieron cómo se les suprimía sus pagas extraordinarias. Tampoco deberían convertirse estos ciclos en algo parecido a los safaris turísticos que empresarios o Fondos de Desarrollo promueven por las township de Ciudad del Cabo (leer El último tren a la zona verde, de Paul Theroux para ampliar el tema).

El presupuesto de El lugar sin límites, 65000€ para cachés y producción según la entrevista que realiza Pablo Caruana a los comisarios del ciclo, es, más o menos, una séptima parte de los que cuesta una producción del director artístico de una institución pública. Ver aquí. Nota: la noticia trata sobre los montajes de Pérez de la Fuente en su etapa al frente del Teatro Español, pero bien podemos hacernos una idea de por dónde van los tiros y gracias a los mentideros saber que no fallamos. Euro arriba. Euro abajo.

Las instituciones suelen tener en cuenta dos cosas para valorar su programación: el porcentaje de ocupación de sus salas y su repercusión en los medios de comunicación. Por suerte, hay mucha gente escribiendo sobre El lugar sin límites, aunque sea en redes sociales y medios no tradicionales.

Pablo Caruana nos cuenta que el día del estreno la sala estaba a rebosar. Coincido con su apreciación sobre el estado del linóleo blanco: sucio, toda una metáfora. El sábado, sin embargo, me sorprendió el público que había en la Francisco Nieva del Teatro Valle Inclán, teniendo en cuenta que “en Madrid va más gente a los teatros que a los estadios de fútbol”, Luis Maria Ansón dixit[1], no quiero creer que en Madrid no haya un sábado 150 personas con ganas de ir a ver un pieza capaz de hacer bailar sobre su asiento al señor que tenía a mi lado, separado por dos butacas vacías. Ivo Dimchev es un artista de recorrido internacional que se presenta por primera vez en Madrid, que solo estará durante tres días y en la sala estaban la mitad de las butacas vacías. De las 150 localidades, conté 69 personas, digamos 70 para redondear; un 46% de ocupación y la mayoría profesionales de la mandanga. Pensaba que el CDN tenía un público estable, con sus altibajos y sus fiascos, además de una maquinaria de comunicación superior a la de cualquier sala. El sábado en Madrid lucía un maravilloso sol otoñal.

¿Acaso las artes vivas solo interesan a un puñado de frikis? Leyendo este artículo de Rubén Ramos: Ahí está el público, ¿no lo veis?; no lo creo. Entonces, ¿qué está pasando? Siempre pienso en la pedagogía, pero siempre con la boca pequeña, sabiendo que tiene algo de idea paternalista y que, desde luego, no es ninguna panacea. O, al menos, nada fácil. Con la boca pequeña pienso que hay que inventar marcos más complejos que mezclen reflexión, exhibición, formación y educación, capaces de congregar a un mayor número de espectadores. Salir a buscar a la gente. Romper el ghetto. Actividades encaminadas a generar nuevos públicos, espacios dirigidos específicamente a escuelas de teatro e institutos (he participado en alguna de estas experiencias y los chavales están tan agradecidos como interesados, ¿cómo van a conocer y se van a interesar por lo que nadie les enseña?), encuentros y foros que pongan en común a diferentes sectores -familias- del teatro, etcétera. Aunque las escénicas son el arte de trabajar con el presente, la gestión cultural (comisarios, programadores, coordinadores, directores artísticos), además de solventar necesidades y generar preguntas sobre el presente, tiene también algo de adivinar, y por tanto construir, el futuro.

Sé que este peso no recae sobre los hombros de El lugar sin límites. Celebro El lugar sin límites. Es un trabajo que debe congregar a varios sectores culturales: políticos, artistas, profesores. Y un trabajo del que han desaparecido iniciativas tan valiosas como Escena Contemporánea o SISMO. Quizá Frinje lo haya intentado este año, pero aún le queda. Y sobra decir que el presupuesto que destina el CDN a la «irregularidad» es insuficiente para poner en marcha estas iniciativas.

Ivo Dimchev termina Som faves sacándose sangre y echándosela por la cara mientras canta. Se ha quitado y puesto dos pelucas rubias, nos ha enseñado un cuadro que compró por 5€ en un mercadillo de Amsterdam… Pienso que hay más humor que enfermedad y más saber hacer y técnica que locura en esta pieza de Ivo. Antes ha hablado, cantado y acariciado a su principal confidente: un gato de escayola blanca que podría haber estado sentado en cualquier de esas butacas vacías.

Hace unos años en Madrid había voces que reclamaban al CDN un espacio para otras prácticas escénicas. Ernesto Caballero, en una maniobra digna de estudio, intentando complacer a amigos y a extraños, ha solventado el problema creando cupos, eufemísticamente hablando: dramaturgia contemporánea (Escritos en la Escena), teatro de títeres (Titerescena), teatro dirigido o escrito por mujeres (firma del acuerdo con la asociación Clásicas y Modernas), teatro y discapacidad (Una mirada diferente), teatro internacional (Una mirada al mundo)…; todo demasiado equilibrado. Demasiado ecológico.

¿Es suficiente? ¿No estáis viendo detrás a los perros rojos?


[1] P.- ¿Sigue pensando que en Madrid va más gente al teatro que a los estadios de fútbol?

R.- Sin duda. Las salas de teatro reciben un millón de espectadores más al año que los estadios de fútbol de los tres equipos madrileños de primera división. Es una cifra contrastable. Y eso que, por ejemplo, en Televisión Española puede pasarse un mes sin que en sus informativos se dedique ni un solo minuto al teatro.