Atlas, el gigante y la vértebra /Elena Córdoba

El pensamiento es siempre expresión de un tipo de vida, así mismo, podríamos decir que el movimiento de un cuerpo es demostración de una manera de vivir.

Atlas, si bien no pertenece a la trilogía de Anatomía Poética, es una pieza que vuelve a aproximarse minuciosamente  al cuerpo y el alma, en este caso, a partir de la primera vértebra cervical que sostiene la cabeza. Por una parte, esta imagen, o digamos realidad física, sirve para comenzar pensando en la tarea agotadora de la fuerza y el esfuerzo al que está sometido nuestro cuerpo. Y continúa adentrándonos en un territorio metafísico siempre complejo, el de percibir nuestro principio y fin, el de la vida atada inexorablemente a la muerte, que, como dice la pieza, sabemos, intuimos, pero no comprendemos ni asumimos.

Con pocos recursos escénicos que la sostengan, Elena danza entre estas dicotomías que se funden entre en sí: el gigante y la vértebra, la mujer joven y la que envejece, la hija y el padre, la bailarina y la madre, el esfuerzo y el cansancio, la tierra y las estrellas. Digo danza y con ello quiero decir lenguaje híbrido delicadamente construido para ser comunicado con sinceridad. Para ello, nos invita a compartir un espacio y tiempo de intimidad -en el sentido en que Pardo utiliza este concepto- a un territorio de pliegues,  inestable, sobre el cual es difícil sostenerse, como Atlas equilibrando el mundo sobre sus hombros en un infinito bucle de ajustes entre fuerza y fragilidad.

Este estudio sobre fuerza y esfuerzo además de abrir la reflexión a partir del movimiento y la fábula de Atlas sobre los límites de esas potencias (sobre esas capacidades en las que nos reconocemos como hombres hechos de pura resistencia) me permiten hacer una distinción entre esos dos conceptos. El esfuerzo es algo que nos enseñan y que nosotros aprendemos porque se nos dice que no hay otra manera de hacer las cosas: es así o el mundo cae sobre ti. Es poder hacer algo mediante la práctica y el aprendizaje. Implica repetir la forma una y otra vez, hecho que se encuentra en la base de la praxis social y artística. Mientras que el esfuerzo se adquiere, los humanos disponemos de fuerza antes de ser adiestrados como sujetos sociales. La fuerza opera por sí misma y no siempre tenemos certeza de sus límites. La fuerza es formadora y por lo tanto carece de forma, a diferencia del esfuerzo que siempre tiene una meta, algo con qué medirse. En este sentido, la fuerza es pre-social y el esfuerzo social. Pertenecen a la misma historia y a los mismos cuerpos, pero una es potencia de la otra aunque sus naturalezas sean diferentes. Esa es la lección que Atlas aprende cuando liberado del peso de sostener el mundo vuelve a tomarlo al ser engañado por Hércules: el esfuerzo.

La pieza se compone de cuadros de distintas duraciones que van sucediendo uno detrás del otro. Todos poseen intensidad, aunque lo que vemos en algunos momentos apenas sea perceptible, y en otros, sea la cadencia de un baile que emociona hasta las lágrimas por su dulzura. De esta manera se desplaza hacia esa dimensión más oscura de la obra, aquella que alumbra nuestro destino efímero como un enigma que podemos ver como su reflejo en la inmensidad del cielo estrellado; el vínculo más antiguo que poseemos como la propia certeza de nuestra extinción. Si la naturaleza del ser humano sobrevive debajo de las capas de lo social, es quizás por mirar su rostro cada vez que alzamos los ojos hacia esa oscuridad, por saber que lo que define su naturaleza es estar inclinados a la muerte.

En Atlas, el gigante y la vértebra, vestida con chandal y zapatillas de escalar, Elena construye una ficción y deja ver al mismo tiempo toda su hechura. En ese gesto radica la veracidad de su historia dentro de esa otra historia del Titán, la de su fragilidad ante el momento en que la fuerza la deje de sujetar y la abandone.

Imaginar la muerte

En alguna pared del Teatro Pradillo, hoy, último día de la función de Elena Córdoba (Atlas, el gigante y la vértebra), se puede leer este texto de Ann Pelegrini:

Un regalo, cuando parece que el fuego se ha apagado: “[H]ay un ensayo concreto de Freud que he estado leyendo y releyendo. Es de 1915, escrito en los comienzos de la Primera Guerra Mundial, se titula “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte”, y una de las cosas que parece argumentar es que la tendencia hacia la negación de la muerte, nuestra incapacidad o rechazo para imaginar la muerte, para tomarla en serio, como algo que nos ocurrirá, e incluso el rechazo a tomarnos en serio el modo en que afectará a las personas que amamos, nos lleva en este rechazo a exteriorizar la inevitabilidad de la muerte contra otros, de tal manera que existe una conexión entre la negación de la muerte y nuestra capacidad y voluntad de ir a la guerra y no ver esto como una causa de muertes por las que podríamos llorar. Por tanto, obviamente es de una gran importancia y urgencia en el momento actual, y [Freud] escribe este breve pasaje en medio de esta especulación acerca de la negación de la muerte y la guerra y el hecho de hacer la guerra, que básicamente creo que es una invitación para que los estudios escénicos tomen cartas en el asunto y nos ayuden a imaginar las consecuencias de la violencia, y nos ayuden a imaginar lo que la muerte realmente significa. Lo que dice, básicamente, es que, por haber perdido esta capacidad de imaginar la muerte, dependemos todavía más de la literatura y del teatro para que nos proporcionen esas interpretaciones, ya que en estas representaciones imaginadas podemos recuperar algo del riesgo y de la importancia de la vitalidad de la vida al poner en peligro la irrevocabilidad de la muerte. Así que hay algo acerca de esa posibilidad de ser testigos en nombre de otros, que el teatro nos proporciona, especialmente en su viveza, y creo que Freud no habla del teatro ni de su viveza, pero creo que hay algo especial sobre el tiempo y el espacio compartidos en el hecho de ser testigos en el teatro, que nos da una sensación de la pluralidad de las vidas y del riesgo de vivir y de la irrevocabilidad de la muerte, que es extremadamente importante. De modo que quiero aceptar esa invitación y reflexionar sobre lo siguiente: cómo pueden los proyectos escénicos, y el proyecto intelectual de los estudios escénicos, recordarnos lo importante que es, desde el punto de vista ético, ser testigos, con el fin de anticiparse al trauma, interrumpir la recreación del trauma y la transferencia del trauma a otros”.

Ann Pellegrini

What is Performance Studies? (¿Qué son los estudios escénicos?)

(Cortesía de Antonio Fernández Lera, Elena Córdoba y Jaime Conde Salazar)