Artributos

Una vez conocí a un director de cine que me contó que si en este país deseabas hacer cine de autor, al no haber industria tenías que empezar todo de cero, construir todo desde abajo, llevarlo a cabo todo tú mismo aprendiéndolo todo si es preciso, casí incluso, aportando tú mismo el público. ¿Les suena?

Érase una vez en los tiempos del capitalismo global, nuestros gestores culturales, públicos o privados, se afanaban por programar contenidos escénicos contemporáneos para sus teatros, espacios culturales, festivales, pero no eran capaces de capitalizar la creación emergente. A algunos les asaltaban la duda, ¿cómo se llenarán los teatros en el futuro, cuando los creadores de hoy hayan muerto? Pocos se percataban entonces de la razón: ocurría que como el capitalismo ha hecho el mundo al revés, los gestores no están para que la cultura surja espontanéamente, ni siquiera para repartir los recursos equitativamente, socialmente o libremente. Están, precisamente, para lo contrario.

Un día, como en el cuento, un gestor decide capitalizar no solo los recursos, sino el talento de una época (no todo, solo un poco: lo mejorcito). Y, al igual que el director de cine, para conseguirlo se lo ha de currar todo desde abajo hasta arriba. Al fin, poco a poco y con mucho tesón, no únicamente llega a ofrecernos lo mejor de una generación, sino que es capaz de haberles aportado un marchamo común: fórmula simple y por tanto hermosa, y que rememora la frase que está escrita en las servilletas de papel, gracias por «tu trabajo».

Recetas variadas a base de verdades, como puños, que servirían para llenar, gracias por su visita, la programación anual de cualquier teatro del mundo, grande, mediano o chiquito. Las verdades que ahora plagan una publicación que acaba de editar: Artributos. Un buen catálogo de, tomen nota niñas y niños, cómo se tienen que plantear las cosas para conseguir los dos objetivos que más molan de este negocio: hacer lo que te da la gana y, en la medida de lo posible, que le guste a los demás.
Ambas verdades que para el resto de la gente, la triste realidad que nos ha tocado vivir se empeña en evitarnos día tras día.

D. 

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