Una historia real que sólo contada parece verídica

Todos tenemos historias similares, anécdotas tan raras que nadie nos cree al contarlas. La vida en su lado bizarro.
Hace unos años invité a unos colegas ha apoderarse del teatro donde curro. La propuesta era que podían hacer lo que les diera la gana, siempre que no alterasen la programación teatral normal del sitio. Dicho y hecho: campo de tiro, pintura de gotelé, acciones varias o graffitti en las paredes del hall. Bien.

Un día me dijeron que tenían pensado montar una idea que le rondaba en la cabeza: teatro sólo para perros. Se encerrarían el sala con los perros y dejarían fuera a los dueños. Yo, como no alteraban la programación teatral les dije que si.

Como os podeís imaginar los medios de comunicación, no entendieron teatro sólo para perros, sino teatro para perros.

¡Y Zas! Fue la repanocha mediática. Durante semanas (e incluso después) estuve realizando (yo, mis colegas no querían) entrevistas de todo pelaje ante la noticia del teatro perruno. A todas horas, en todo tipo de radios y programas jóvenes, seríos, de mascotas, de cachondeo…
Un día antes del acto, saliendo del metro recibí una llamada apresurada para otra entrevista en directo, era en cinco minutos. Dije que sí.
Para no tener ruido, aproveché que estaba al lado del Parque de Berlín para adentrarme a la espera de la llamada.
Al minuto, entré en el aire en directo, y empecé a responder las preguntas al otro lado de la línea. Cuando de repente, un montón de perros que andaban cerca jugando con sus dueños me rodearon. ¡Dios!, pensé: los atraigo. Incluso creo recordar que lo llegué a comentarlo en antena, para acabar por aumentar el cachondeo de los locutores.
Así fue como pasó.
D.

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