Opa hostil

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Uno de los trabajadores del Teatro Pradillo de Madrid hace un análisis en voz alta. En el contexto de cierres continuados de salas madrileñas, el teatro alternativo pierde y la cultura privada e institucional gana. Ciao. Adiós.

Su modelo personalista se basa en la autogestión de los recursos propios y las ayudas institucionales. Las salas alternativas se abrieron hace 20 años por empuje y necesidades varias, como el deseo sincero de libertad creativa y de organizar una nueva manera de relacionarse con el público. Hoy son pocas las que resisten, y a causa de una serie de procesos padecidos en la ciudad, en los últimos años, su empuje es casi invisible, a pesar de seguir siendo el motor subterráneo de gran parte de la escena pública y privada.

La producción y distribución del teatro tiene una deuda con estos espacios. Y ante la anodina realidad que nos rodea, las salas parecen representar, a pesar de sus limitaciones, los únicos centros de producción de cultura popular.

Su funcionamiento, así como el de otros espacios artísticos de pequeño formato o centros sociales, nos hace soñar con un modelo formado por cientos de salas alternativas autogestionadas en red, que permitan la creación y distribución de una producción teatral libre y alternativa.

Desde principio del año 2000 las instituciones patrocinadoras de la cultura adoptan un nuevo modelo que tiene que ver con el desarrollo de políticas de creación y gestión de grandes espacios culturales. Curiosamente independientes entre sí, se basan, en la mayoría de los casos, en aportar uso o nuevo significado a un edificio singular o, lo más común, en la reforma y construcción de uno anexo al ya existente.

Dotaciones inmensas como el Matadero o la ampliación del Reina Sofía, proyectos de espaldas al entorno circundante, verdaderas puntas de lanza y estimuladores de los procesos de gentrificación urbana, y que, como novedad, comienzan a tratar a sus usuarios como clientes.

La burbuja cultural

Este movimiento, paralelo al auge inmobiliario, ya empieza a denominarse en medios especializados “burbuja cultural”.

Todas las instituciones con actividades en Madrid han estado implicadas en ello: el Ministerio de Cultura –Reina Sofía, Centro Dramático Nacional (CDN) o Instituto Nacional de las Artes Escénicas y Musicales (INAEM)–; el Ayuntamiento (Circo Price, Matadero, Intermediae); la Comunidad de Madrid (Teatro del El Escorial); el Canal de Isabel II (Teatros del Canal); hasta la Obra Social de Caja Madrid (Casa Encendida) o la de la Fundación La Caixa (Caixa-Forum). Todas las acciones y recursos públicos se han unido para, en mayor o menor medida, colaborar con la mayoría de los anteriores procesos de especulación cultural, vía acuerdos marco, de patrocinio, subvenciones, cesión e intercambio de bienes públicos.

Una política común, al margen de la ideología partidista. Como nota alarmante, este modelo de pelotazo cultural está lejos de haber acabado, y se prevé, a pesar de ignorar completamente el movimiento cívico que se convocó alrededor del edificio de la tabacalera de Lavapiés y que lo reivindicaba como un centro social, la construcción en dicho espacio del futuro Centro Nacional de la Imagen.

Llega el momento del contenido

Arte contemporáneo, artes escénicas. Las etiquetas de la modernidad acaban por aportar su sentido al contenedor. Pero la realidad de una producción cultural escasa hace que, muy de vez en cuando (¿o no?), el teatro y la creación alternativa acabe mostrándose en estos nuevos espacios. Un acto que deja patente, no la oportunidad que representa el cambio de escenario o la capacidad de apertura de las instituciones culturales, sino la precariedad del mundo alternativo. Presupuestos millonarios contra autogestión.

David condenado al olvido y a la indiferencia por Goliath. Dos modelos cada vez más antagónicos conviven en la creación y estimulación del tejido cultural madrileño. Y no sabemos por cuánto tiempo. Esperemos que, para sorpresa de muchos que creyeron que la cultura es patrimonio de todas y todos, la labor de estos años no tenga por fruto ahondar aún más en las diferencias de este modelo de precariedad cultural, cuya financiación es, además, paradójicamente de todas y todos.

D.R.
www.tinapaterson.com en el Periódico Diagonal 5 de marzo 2009.

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