Extrañeza y soberbia

Rumio la extrañeza de estar vivo. De poder pasearme sin amor. De echar de menos las fechorías del pasado que, como desenganchado de una droga, me hace sonreir pícaro de vivir lo vivido, de añorar lo que no volverá.

O quizá si.

El año empieza feroz de proyectos. De ser mi año. Se me escurren las ideas por la frente. De ser barrera contra envidiosas y mediocres. Fuerte.

Claro veo ya, que teníamos razón, y los demás no. Tonto, necio, cobarde he sido de no habérselo dicho a la cara a todos esos imbéciles que nos impusieron su tétrica visión del mundo. Tal vez este año sea el momento de ello. Y, no creo que vaya a parar de despotricar: mediocridad hay para dar y tomar…

Más dura será la caída y volveré al suelo, a sentir pena en las escaleras del metro, por entre las rendijas de la vida, que es muy, muy triste. Llorar de nuevo, sentir un agujero de hambre de cambios en la realidad, que urge que este año cambie, mejore y nos llene de goce.

Mi mente se ensucia, cada día más. Mi perversión sólo le hace sombra a mi capacidad de llorar. La pena de lo real. Lo cutre.

Sin embargo, la lascivia será como siempre mi única bandera, mi única patria verdadera.
Lo siento, sus pequeñas pajillas, no dan la talla ante la maldad que habita en mi mente.

Me río.
D.
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