Gestionar ausencias / Bailar los muertos I. FIT de Cádiz 2020

Me invitan como corresponsal de Teatrón al FIT de Cádiz. El corresponsal es un sustituto de mí, o yo soy un sustituto del corresponsal. Da lo mismo, es una oportunidad para darle otro uso a la mascarilla. Y de paso para darme otro uso a mí mismo. Una máscara es mejor que una mascarilla. Sirve para más cosas. Si le echáramos imaginación podíamos aprovechar estos tiempos para hacer otro gran teatro del mundo en tiempo real, una obra duracional por momentos trágica, por momentos carnavalesca, otras veces simplemente anodina, triste. Nos creemos los papeles pero no confiamos en el juego. No se trata de quitarnos caretas, sino de darles todas sus posibilidades. Somos actores, somos fantasmas. La capacidad más potente para afrontar lo incierto es la imaginación, que sin embargo es lo primero que se excluye en las situaciones de emergencia.

Cuando nos vemos con el agua al cuello, no se confía en la imaginación sino en las autoridades, y se convierten los teatros, centros culturales y museos en púlpitos para convencer a los convencidos. Ponemos la cultura a precio de saldo. Hoy la autoridad es la ciencia, esto es, la ciencia utilizada para hacer política. Pero ya sabemos que la imaginación fue hace siglos desterrada a las antípodas de lo científico, del conocimiento legítimo. Se habla de conocimiento artístico y queda muy bonito, pero quién ha visto a un artista formando parte de un comité de expertos para afrontar la pandemia. Sin embargo, sería tan necesario ensayar otras formas de comunicar y gestionar lo que estamos viviendo más allá de cifras, leyes y prohibiciones. ¿A quién se le ocurrió rescatar el término «toque de queda» para referirse al confinamiento nocturno? La especie humana aparenta una gran seguridad en sí misma, a veces es un mecanismo psicológico, otras, simple arrogancia. En el fondo tiene miedo. No confía en sus propios recursos. John Dewey decía que el mayor recurso de una sociedad era su capacidad para compartir experiencias. ¿Y cómo se comparten experiencias?

 

Los muertos son la imaginación de los vivos.

 

Acepto encantado la invitación del FIT previa consulta al oráculo del Maestro Ramos en un chiringuito de playa en Barcelona. El oráculo me dijo que lo único importante era ser feliz. No me lo dijo así exactamente, creo que tenía un tono más combativo: nuestra venganza será ser felices, más o menos. Pero eso de la venganza suena cansado, así que nos quedamos con la otra parte y nos fuimos a Cádiz.

Lo primero que nos viene a la cabeza al hablar de ausencias es por el lado afectivo, lo que nos hace más vulnerables. Pero también tienen un lado político cuando estas ausencias fueron provocadas por algún tipo de violencia social -¿hay alguna violencia que no sea social?-. A estos dos ámbitos, las emociones y la política, si fuera posible separarlos, hay que sumarle ahora un tercero, la economía. Nunca pensamos que echaríamos de menos hasta a los turistas.

Resultado de todas estas ausencias, afectivas, políticas, económicas, son los huecos de los que estamos hechos, que se expresan en formas de estar sin estar, modos de presencia menos evidentes que nos confunden con los medios haciéndonos invisibles. Reducir los modos de ausencia/presencia a una única de estas posibilidades para resolverla a través de la terapia, las redes, el zoom o la vida vegana, es lo que hacemos para salir airosos de una situación que nos supera. Lo paradójico es que está bien que nos supere. Es parte del juego. Tiene que ver con lo que está vivo, sin terminar, incompleto. Podríamos identificar personas, lugares u objetos por los vacíos que convocan, no por cómo se presentan, sino por cómo dejan de presentarse. De este modo, la potencia, pero también la vulnerabilidad de lo ausente se reflejaría en la potencia, pero también la vulnerabilidad de lo presente.

 

Deberíamos preguntarnos si la fuente de tantos errores o, peor aún, la fuente de tantos embustes, tiene sus raíces en esa trinidad modernista de “legibilidad-visibilidad-inteligibilidad

H.L.

 

El virus ha colocado sobre la mesa el principal productor de vacíos y desplazamientos, la economía, puesta ahora del revés, como una tortuga o más bien un cocodrilo pateando al aire. La dificultad para mantener las cadenas de producción, por mucho internet que le pongamos, está mostrando las tripas de la economía, en el sentido literal de los modos de administrarnos. Dentro hay un vacío oscuro. Es como ese juguete que el niño destripa para ver qué hay dentro, que decían los de Teatro Ojo, de lo que hablaremos más adelante, o Baudelaire o Benjamin o vete a saber quién, lo que tenemos claro es que si la economía se para, nos caemos. Pero, ojo, no hay que confundir economía de la producción con economía de los medios; lo que necesitamos es esto último, tiene que ver con las formas de intercambio, lo que hace que a menudo se asimile con las formas de producción. Pero no son lo mismo los medios que los resultados. El virus ha hecho que la gestión de una actividad pública tenga que empezar contando con la posibilidad de no ocurrir, o de ocurrir de otros modos.  Empezar contando con la gente y las circunstancias que podrán darse, que son también las que podrían no darse, y conjugarlo todo en modo potencial: la realidad no es solo lo que pasa, sino lo que podría estar pasando. Que algo suceda empieza a parecerse a un podría haber sucedido, o podrá suceder, o sucedió, pero no nos enteramos, o el modo más frecuente: nos lo contaron pero no ocurrió nada.

Este abanico de posibilidades debió ser inevitablemente una de las premisas de la nueva dirección de esta 35 edición del Festival Internacional de Teatro Iberoamericano de Cádiz, a cargo de Isla Aguilar y Miguel Oyarzun. Todo tenía que estar pensado desde el comienzo para poder ocurrir de un modo u otro, en presencia, en las redes, en modo expandido, para poder pasar incluso sin pasar. Me decía Isla que cada día más de Festival que se consigue abrir un teatro es un milagro, como si el hecho de juntarnos fuera por sí solo el acontecimiento, lo cual además es cierto. La producción de un evento público se ha convertido en una maquinaria para gestionar ausencias. Nunca fue de otro modo, pero ahora lo tenemos más claro. Para algo debía servir el virus. Que las cosas sean inciertas no tiene que ser algo negativo, más bien al contrario, depende de los modos. Además el FIT tiene a su favor la maquinaria teatral, una máquina por definición de invocar ausencias.

Cuando empezaron los confinamientos saltó el grito de alarma por la supervivencia del teatro y las artes vivas. Hay algo de demagógico en el mito de las presencias como índice de lo real. Para que haya teatro no se necesitan solamente presencias, sino antes que eso se necesitan vacíos, faltas y huecos. Cierto que si no nos podemos encontrar, el hueco va a terminar siendo tan grande que nos va a hacer desaparecer del todo, como el agua que se precipita sumida en un remolino por el desagüe del lavabo. El éxito del término artes vivas se explica por la conciencia creciente de vivir en medio de ese remolino que lo convierte todo en un cementerio de cuerpos y pantallas, de instituciones sin vida y objetos sin pasado que tratamos de reanimar a base de teorías y discursos, pero estas no consiguen sino maquillar al muerto dejándolo aún más tieso, cuando lo que el muerto quiere es que nos dejemos de afeites y nos vayamos de fiesta.

El virus nos recuerda que para estar en un sitio no basta con acudir a un lugar, que una presencia por sí sola no garantiza nada. Eso es lo que nos dicen los muertos. Hacerse presente implica poner en riesgo la propia presencia, poner en juego las ausencias que hacen que una persona, un encuentro, un lugar o un momento sean también lugares inciertos, no para reconocernos sino más bien para desconocernos (los reconocimientos sientan mucho mejor cuando vienen después). La pandemia avisa que el mundo es más frágil de lo que creíamos y que todo en lo que no nos permitíamos creer es más cierto de lo que parecía.

A partir de ahí toca imaginar. Imaginar quiere decir dar la vuelta a las cosas, conjugar la realidad en modo potencial, no lo que es sino lo que podría estar siendo. Pensar hoy el teatro y en general lo público significa hacer funambulismo en la cuerda floja de lo que está a punto de dejar de pasar. Situarnos en ese umbral entre el ya no y el todavía no, es poner las ausencias de nuestro lado, asumir el riesgo, también el placer y el derecho, de dejar de estar, de ausentarnos para sacar a bailar a nuestros muertos, no solo a aquellos de los que conocemos sus nombres, sino también a los otros. Nuestros muertos son los que nos faltan, los vacíos que invocamos para seguir vivos, inciertos, incompletos.

El punto de encuentro del FIT estaba situado en el Espacio de Cultura Contemporánea de Cádiz (ECCO), un edificio espléndido frente al Atlántico desde el que se veían unas impresionantes puestas de sol. En el patio interior al aire libre tenían lugar los encuentros, conversaciones y debates. Como parte de esta estrategia de producción a niveles distintos, la web del Festival funciona como un archivo expandido alimentado con los registros de lo que va pasando. Además de los trabajos que integran la curaduría de Shantí Vera «Respirar el paradigma», del que forma parte Latente (de lo que hablaré en el siguiente texto), el archivo incluye la grabación de los debates sobre redes, plataformas y agentes culturales, coordinados por Isabel Ferreira y Eduardo Bonito, y las conversaciones transoceánicas, que lleva Marcelo Expósito. A esto se le suma el Epílogo, que tendrá lugar on line una vez acabado el Festival, con proyectos como Brasil secuestrado, el Festival Fiver de danza y medios o Escenas del confinamiento, donde se presentará un vídeo a partir de la obra  de Beatriz Catani Siete momentos de cualquier manera, que comienza con la siguiente cita de no se sabe quién a modo de invocación, mantra o profecía:

 

Los muertos son la imaginación de los vivos.

 

A este archivo solo le faltarían las puestas de sol. Un proyecto expandido e inmersivo que ocurría -o ocurriría- cada día a la misma hora al término de los debates según salías del edificio con la cabeza ya saturada de palabras. Además apenas tenía producción: varias sillas al otro lado de la calle junto al Parque Genovés mirando al mar y una cámara, dibujante o cronista que da fe del momento, no de la puesta de sol, sino de las miradas (del público) que sostienen un paisaje detenido, rostros teñidos de luz.

El primer debate al que asistí estaba dedicado “Prácticas inspiradoras de gestión cultural en Iberoamericana”, que tomaba el título de un proyecto de mapeo de las artes vivas en la región, financiado por el GREC, y que como luego pude comprobar incluye una amplia variedad de plataformas, compañías y centros a niveles muy distintos. El resultado está disponible on line en versión pdf, aunque el objetivo es que siga creciendo.

La impresión que tuve al escuchar esta mesa, revisar el léxico que se repartió y hojear después el documento que resultó de todo el proyecto no era nueva. Actualmente contamos ya con una especie de biblia de buenas prácticas que nos tenemos además bien aprendida, términos y discursos que se repiten con frecuencia, lo que hace que terminen funcionando como un modo de legitimación de esos lugares de los que se está hablando. Antes que una manera para crear movimiento, cuestionar y descolocar, todo este vocabulario termina siendo una forma de identificarnos y autorizarnos, que al final más que mostrar oculta. Nombrar las cosas es necesario, pero también hay qué pensar lo que se pierde por el camino, y esto está relacionado también con los modos de negociar presencias y ausencias, de poner en juego los proyectos y sus sombras. Detrás de estas presentaciones se intuyen paisajes humanos interesantes, pero esto solo se intuye. Dice Souza de Santos que la relación entre la teoría y la práctica, o entre los discursos y la experiencia es una relación fantasmal. Habría que aprovechar esta epidemia de ausencias para repensar los modos también de hablar de los proyectos. Quizá todo debería estar más atravesado por las propias prácticas  para que esta término fetén no se convierta en un simple discurso , sobre todo cuando sabemos que la inmensa minoría de los que estamos ahí ya conocemos la biblia y la invocamos con fe cada vez que tenemos que pedir una subvención o vender un proyecto, pero es que además intuimos que quienes no la conozcan, oyendo estos modos de hablar que hacen todo suene a casi lo mismo no sentirían mucha curiosidad por conocer lo que hay detrás.

Recuerdo que después del debate (y de la puesta de sol), de camino a la Tía Norica, donde iba a ser lo de los huesos (esto viene luego), Vasco Neves, del Festival Citemor en Portugal, que se habrá visto tantas veces en este tipo de encuentros de gestores, programadores, agentes culturales, etc., me confesaba que nunca había sabido cómo resolver este papel hasta el punto de terminar renunciando a participar en ellos. El asunto no es fácil, ya lo sabemos. Gestionar presencias es también gestionar ausencias, modos de decir y no decir. Al final se trata de cómo hacer uso de la condición pública.

El vínculo de las prácticas artísticas con las ausencias viene dado por su condición de medio público entre otros medios igualmente públicos. Lo que tienen en común todos ellos es que son recursos para tejer esos umbrales inciertos donde convivir con nuestras sombras. A partir de ahí podríamos revisar las formas de hacer uso de estos medios en distintas propuestas del FIT, de hacer uso de la palabra o de la calle, de la memoria, la historia o los cuerpos, discutiendo si se desestabilizan discursos ya establecidos para abrir espacio a ese umbral incierto de lo que está pasando en un momento concreto, aquí y ahora; de esto van las artes vivas, de las palabras que están sonando y resonando, como en las excavaciones de El desenterrador (Societat Doctor Alonso); de la calle por la que estamos andando en los recorridos de la mano de Robert Walser (Marc Caellas), José Martí (Abel González Melo), de la ciudad de Cádiz (Emilio Rivas) o de un libro al azar que te llevas de una biblioteca pública (Lola Arias); de la memoria recuperada de la revolución cubana que hicieron los abuelos de los intérpretes que la están recuperando (Rimini Protokoll), o de la rotura de un presa con residuos tóxicos en Brasil (Silke Huysmans), por citar solo algunos ejemplos, hasta dejar esas memorias interrumpidas, calles y lugares, palabras y relatos suspendidos sin otra autoridad que la que les da el hecho de estar ocurriendo ahí en ese momento.

 

Que el mundo sea, que cualquier cosa pueda aparecer y tener rostro, que existan la exterioridad, y el desocultamiento, como la determinación y el límite de cada cosa: esto es el bien.

G.A.

 

Biblioteca Pública de Cádiz, donde comenzaba el recorrido de Formas de caminar con un libro en la mano, de Lola Arias.

(Este texto, que habla de ausencias, está pensado y tramado con Carlota Bustos.)

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