Sobre danza y política / Elisa Arteta en el LEAL.LAV

Este blog despierta de un sueño veraniego. Debe ponerse las pilas: se avecina un aluvión de cosas. Para hacerles sitio aquí hay que sacar otras acontecidas esta temporada y que las circunstancias dejaron en la sombra. Una de ellas, la mini-residencia de Elisa Arteta en el LEAL.LAV, allá por febrero, con un trabajo denominado Danza y política.

Digo denominado porque “titulado” no me sale: un título no solo designa. Añade y oculta algo. Eso me gusta. Dramaturgias. Una peli o un disco comienzan por su título y una imagen fija. Pero “Danza y política” denomina: no añade, oculta ni adorna. Se presenta, dice lo que es. Una absoluta claridad que acaba por toca algo a lo que a veces títulos más creativos no consiguen referirse. Un algo dentro del trabajo de Elisa. Pero esta crónica será algo rara: ese algo es escurridizo, diría que innombrable, porque es perceptible solo mientras pasa. Y he querido escribir para poner en situación la presentación de Elisa. Y me di cuenta al querer contextualizar que en ese “fuera de su trabajo» reside una parte importante de su sentido. Y eso me interesa.

Al entrar a la sala las sillas forman un gran óvalo. Nada acota el espacio. Tampoco hay focos. Solo luz de trabajo. Los saludos de la entrada se prolongan. Vamos tomando asiento. Hacemos gestos al otro lado, yo tampoco te había visto, luego hablamos. Y aunque la situación es distendida, un simple círculo nos condiciona, y ponemos cara de no conozco a nadie en el ascensor.

Hay otro cuerpo en una de las sillas, camuflado como un camaleón color público. Se presenta como Elisa y la mirada cambia. La situación toma algo de estar visitando a la artista en el salón de su casa. Un salón raro y grande, pero eso. Entonces nos cuenta del proceso de trabajo. De su incapacidad para preferir una de las dos formas que ha encontrado de presentar su trabajo, ni por apetito personal ni por una especial creencia en que una sirva más al que mira que la otra. Así que las describe: En la primera “se mueve y explica a la vez lo que hace”. La segunda “va sin la explicación”. No entra la palabra. Elisa asume el primer riesgo de darnos a elegir.

Titubeamos. Se sugiere votación. Hay ambigüedad. Como si nos diera cierto corte. La cosa empieza a organizarse. Parece que elegir a mano alzada va en serio. Se asume. Hay quien rema a favor de la corriente y quien se deja llevar por ella. Empezamos a crear un ambiente juntos y en su inestabilidad pasa de todo excepto que se cuestione. Parece también que hemos centrado el foco en que luego Elisa bailará. En luego, no en ahora. Casi para no estar bajo el foco. Eso alivia la responsabilidad sobre nuestra decisión. Las manos se levantan tímidamente por la opción 1 o la 2. Hay murmullos. Una voz evidencia el absurdo: una vez votadas, ¿tenemos que asumir que la mayoría gana? ¿Que la minoría pierde?

Votar es una opción entre tantas para una toma de decisión colectiva, pero parece que olvidamos que no tiene por qué ser la primera y sobre todo, no la única. Que antes de usarla se puede argumentar y consensuar. Que una votación lleva implícito un contrato donde las partes delegan responsabilidades y asumen consecuencias. Ese olvido es lo que aparece. Y que sea así todavía, y que no resulte obvio en lo pequeño es bastante inquietante. Sobre todo cuando actuando libremente lo reproducimos. ¿Es alarmante esa falta de conciencia? ¿O es mi postura ponerse muy tremendo, y mejor votar, y que la bailarina baile y ya? A lo mejor lo que estamos haciendo al ir a ver a Elisa forma parte solo del ocio, y no hay que darle tanta vuelta. ¿O es esa laxitud una de las grietas que tan bien le vienen al sistema para colarse en nuestras acciones cotidianas y seguir autolegitimándose?

En fin… al final votamos. Resultó elegida la opción de bailar y explicar al unísono. Confieso que fue la que voté, y que la inquietud de “haber ganado” no fue nada agradable.

Me hubiera encantado que nos hubiéramos detenido, que se hubiera escuchado esa voz. Claro que el trabajo de Elisa es el suyo, que lo que a mí “me hubiera encantado” no mejora la obra de nadie, y que si quiero “lo que a mí me gusta” más me vale ponerme a hacerlo. Pero insisto porque uno no puede ignorar cuando en medio de una excavación encuentra algo de oro, o al menos su brillo. Y porque imaginé a todas aquellas personas discutiendo sobre cómo ver el trabajo que nos había reunido. Una asamblea como tantas, donde la discusión hace una política de bolsillo pero ejercida de verdad, en lo inmediato. Y me pregunto (sin ser bailarín, pero sí curioso) hasta qué punto es coreografía un debate. O si eso que a veces aparece y que llamamos consenso no tendrá que ver con que la danza o lo musical participe en él y produciendo cierto unísono haga que se pase a bailar.

En la imagen de abajo Elisa Arteta bailando en un momento especial.

De lo que sí hablaré para acabar es de dos recursos que llegaron luego. Sin detenerse, hay un oscuro. La escuchamos moverse junto a su voz. Y podemos dibujar en la oscuridad más danza. Elisa ha ido desarrollando el discurso. Ha acabado hablando del capitalismo, sí. Mientras, se produce un efecto no intencionado: El oscuro no es total, hay luces de emergencia a las que las pupilas van adaptándose. Poco a poco reaparece como una sombra clara en la oscuridad. Por último, Elisa nos regala un pedacito pequeño de magia, un fuera de campo muy cinematográfico. Y la propuesta, que ha expuesto “danza” y también “política” acaba con un acceso cotidiano de poesía: Elisa abre de par en par una de las puertas de la sala. Desde antes, se estaba refiriendo a los movimientos cotidianos, los de todo el mundo, en el día a día. Y en la oscuridad de la sala entra el sonido de la calle. Y lo escuchamos. Vaya si lo escuchamos. Nada más que eso. Y nada menos.

elisa

Aparte de tener mucho que decir, de tener una propuesta en un sitio muy frágil, interesante y comprometido, aparte también de ser una artista que concibe la danza casi como material, usándola como usa el vídeo o el sonido, como herramienta y lenguaje, aparte de todo eso, con Elisa se está muy a gustito. Es fácil tenerla cerca. Así se alargaron las conversaciones en la playa, hablando de John Cage en Pamplona. Las medusas muertas en invierno se hinchan y se vuelven azules, como los nubarrones al atardecer. Todo eso.

 

Romería telepática / Alfredo escapa y Marta Alaiz en mini-residencia 3’33 LEAL.LAV

Telepathie

He puesto esta primera foto porque hace muy presente el hueco de las cartas no compartidas pero preparadas para el público eventual que pudiera asistido a lo que Ernesto Escapa y Marta Alaiz (artísticamente ‘somospeces’) han querido llamar ‘Télépathie’. Tras una residencia corta iniciada con un verano tímido y acabada en medio de un bochorno irrespirable, a la andaluza, esta pareja llegada desde León a Tenerife abrió la puerta para compartir un trabajo hecho casi solo de amor. Sí, vale, suena muy ridículo y bastante cursi, pero… ¿y cómo lo digo, si básicamente es eso?

Por otro lado las explicaciones comparten con las excusas que las hay de todos los colores: Que si el calor. Que si la gente en la playa. Que si apetece una caña y no el teatro. Que si la gente no se ha enterado. Que si las fiestas.

Claro. Claro que sí. Siempre hay una, diez, cien explicaciones para justificar que la cosa público no esté, es decir, que las personas no asistan y no formen público. Cansa e interesa poco hablar del tema cuando las ausencias ocurren. Al hacerlo valoramos más la ausencia que las presencias. Y eso sí que no. Eso no puede ser. De hecho, los trabajos que apoya el LEAL.LAV están precísamente en lo contrario: son… no como el Facebook, sino como ver a un amigo de verdad. Como ocurre en ‘Télépathie’. Se revaloriza la presencia. De lo poco que tenemos.

Quizás por eso me sorprendí a mí mismo diciendo una frase sentenciosa al escuchar a otros lamentándose yjustificando al público. Dije algo así como: ‘No, si excusas para no venir al teatro siempre sobran. Lo que faltan son excusas para venir’. Dentro de mí vive un viejo cascarrabias. Es difícil, pero me suele caer bien.

Performers y acciones
‘Télépathie’ cuenta con unos performes de lujo que realizan una serie de acciones pautadas que previamente desconocen, de las que se les va dando instrucciones para su realización: son los asistentes. Atención, porque no he dicho el público, sino los asistentes. Las personas que acuden a la llamada de ‘Télépathie’. Ahí está el primer prejuicio que cae: que uno vaya a esta pieza no significa necesariamente que sea a verla, sino a hacerla. Y así empezamos, aprovechando la cercanía de las fiestas laguneras, dando un paseo telepático como rito de paso para despojarnos de ese algo tonto desde el que actuamos nornalmente, entrando en lo que me ha gustado llamar ‘Romería telepática’.

 

créditos y dos notas:

*IMÁGENES : Una vez más, todas las fotos son de Javier Pino y su mirada. Más en la página de Facebook del LEAL.LAV.

*NOTA 1) Hermosos contrastes: Observar la baja afluecia de público y comprobar que entre los asistentes se encuentra una pareja que es la primera vez que acude al LEAL.LAV, que al ver en el periódico ‘entrada gratuita, aforo limitado’ llega con mucha antelación. Verles flipar con el espacio. Verles implicarse en el juego y la propuesta a tope. Despedirles y ver que se llevan un par de sonrisas en las caras. Saber que estarán pendientes de la agenda, que se lo dirán a sus amigos, que volverán.

*NOTA 2) Nota especial para Marta y Alfredo, pero también para Tomás y Sofía: Como todo está conectado o como conectamos todo, me ha pasado algo hace un par de días: He descubierto la película WALKING LIFE del director Richard Linklater, me la he tragado entera y me ha dejado un resacón que aún estoy intentando digerir. No es fácil, advierto, pero es… realmente hermosa, al menos en mi escala de valores. Al margen de gustos y opiniones, si coincide que en algún momento de relax pueden verla, comprenderán por qué me hace conectar con cada trabajo (con ‘Télépathie’ y con ‘El Desenterrador’) y con cada persona que lo realiza. Gracias por eso.