El infierno

Núria, casi desnuda, sólo lleva unas bragas que son como unos calzoncillos de tío, blancos, está en cuclillas delante del portal de La Celda, como ida. Viene de visitar a su abuela, seguro. Siempre me alegro de verla pero prefiero no saludarla para no molestarla.

¡Cómo a cambiado La Celda! Ya no hay paredes ni ventanas ni pisos ni puertas. Las celdas están unas juntas con las otras, en horizontal, se sabe que estás en una u otra porque los muebles las delimitan. Al fondo, la playa, el mar. Es de noche. Entro en La Celda. Me encuentro con Tom, el camarero, con un colega. Quieren rodar algo en mi casa o hacer una sesión de fotos o algo así, no le entiendo muy bien pero me da igual porque me doy cuenta de que estoy a punto de dejarles hacer y eso no puede ser, joder, no puede ser que entren en Mi Celda por la puta cara, sin consultarme y se pongan a hacer lo que les dé la gana. Que no, hombre, que no, lo siento mucho pero vosotros os vais de aquí ahora mismo. He dicho ahora mismo. Se van, pero de mala leche y discutiendo, ¿te lo puedes creer? Malditos hijos de puta. Salgo un rato porque tengo que salir. Bueno, un rato… Salgo toda la noche. Y cuando vuelvo me encuentro toda la cama revuelta y encharcada como si algún maldito bastardo le hubiese tirado un par de cubos de agua. La madre que los parió, cabrones.

Yo ya no puedo más, tíos, es que ya no sé qué coño hacer, creo que no me queda más remedio que pirarme de aquí, esto es el puto infierno. El puto infierno, macho.

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