Grec, griegos, juegos, teatros y otras desviaciones.

Estoy a 30 minutos en coche de Barcelona (no tengo carnet) y a 1 hora y media en tren. Yo ya he estado en el teatre Grec de Barcelona antes. Cuando tenía 12 añicos fui a ver el Lago de los cisnes  * y, unos años despúes, a Silvie Guillem y Akram Khan. Ahora, ir a ver un espectáculo al Teatre Grec me da un poco de reparo; supongo que ha cambiado la forma en la que entiendo ese formato y el tipo de espectáculo que defiende así como su filosofía cultural, su capitalismo explícito y el desencanto que me comporta leer su carta de presentación. Pese a ello, a menudo, cuando no hay Grec y el sitio pertenece a los paseantes, quedo con colegas y nos sentamos allí mientras hablamos de proyectos, vida y humanismo; en una ocasión, le conté a Carme Torrent sobre mi nuevo proyecto y, en otra, me reencontré con una amiga que hacía mucho tiempo que no veía. El Teatre Grec de día y en primavera es un sitio fantástico. Te encuentras gente posando para sus fotos, gente charlando, leyendo y, sobretodo, niños jugando. Parece ser aquel sitio que nunca va a ser invadido, el sitio con pureza explícita, el sitio no ocupado por empresas de catering, por equipamiento técnico desproporcionado o por una programación engañosa o, mejor, poco actualizada. De alguna manera, fuera del grec, se convierte en El teatro del pueblo. El teatro de los paseantes. El teatro del no-público.  El teatro que, al no darme nada, me da espacio para el simple acto de estar.

Parece ser que estos niños han entendido que el teatro les estaba esperando. Estaban esperando su fútbol…

Y es que, hasta los griegos, tienen claro, que los sitios tienen que ser habitados, tienen que generar. ¿Qué mejor que utilizar un sitio histórico y turístico para dar clases de gimnasia?  ¡Cómo no! Con una acción tan tonta, el simbolismo se dispara. Lo que representan es, por ejemplo, la capacidad paralela que hay entre el turismo, el espacio histórico y protegido y la interacción… Entender la historia como un sitio que nos permite seguir jugando, ordenando, compitiendo; un espacio ciudadano desde dónde hacer uso de las estructuras y el conocimiento que genera.

Tal pensamiento, ordenado y automático, me crea un enlace a la experiencia que tuve viendo a la panda y la banda del Conde de Torrefiel en «Observen como el cansancio derrota el pensamiento» en la Pedrera. El sitio intocable, el sitio turístico, se convierte, aunque sea en una de las salas, en el sitio dónde jugar. Pese a que, para ser consecuente con la idea que tengo en la cabeza, me sobraban los elementos más escénicos (a parte de que formaba parte de una programación de artes escénicas), la propuesta me ofrecía la posibilidad de ver el juego, de observar (obvio!) el juego y presenciar el encuentro alrededor de las normas (del baloncesto) que conozco dentro de un espacio como La Pedrera.

Curiosamente, me doy cuenta que, al reconocer las normas del juego, me convierto en el  observador y, al entender esas reglas, me comprometo; en el fútbol de calle, por ejemplo, no hay fueras pero si corners, no hay faltas pero si hay teatro (mejor dicho, representación del dolor), no hay portero fijo porque todo el mundo quiere marcar un gol, no hay consciencia de que te están mirando, sólo hay un compromiso al juego, al gol, a que el tiempo transcurra y que se genere un resultado palpable que nos dará la victoria o no. Y el juego se convierte en un marco. Un contexto desde dónde entender lo que les lleva a jugar y estar todos tranquilos.

Vuelvo al juego inconsciente, a la acción inconsciente de utilizar un sitio histórico o un teatro  (al teatro la historia le a hecho mucho daño…) para estar allí «con los colegas»; volver un poco a la idea de que el sitio que da peso al producto que nos (re)presenta y ostenta podría ser el sitio más fantástico para jugar a petanca, baloncesto, fútbol o cualquier otro encuentro.  Más allá de la instrumentación del juego, de todo aquel potencial escénico, descansa e incluso duerme la idea de que el teatro es de los habitantes y que, de vez en cuando, las puertas se deberían abrir para que le dé un poco el aire y no se pudra de demagogia u otras burbujas.

 

*Este no és el Swan Lake que ví.

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