Visiones desde dentro

Fabulamundi
1 y 2 de marzo de 2014

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Tuvimos también un paseo de tigre y una jaula de pavos reales.

Pavos reales

El encuentro fue aproximadamente fortuito. Planificado, gozosamente aceptado, pero fortuito. Lo programado eran las lecturas de tres obras de tres autores en el marco del programa Fabulamundi: Primer amor, de la italiana Letizia Russo, con Miguel Ángel Altet; Micaela, la tigresa de nuestra ciudad, de la rumana Gianina Carbunariu, con Fernanda Orazi, Ziad Chakaroun y Claudia Faci, y The End, del italiano Enrico Castellani, de nuevo con Fernanda Orazi y Claudia Faci, con la intensa colaboración transversal de los músicos Nilo Gallego (voz en off en Micaela) y Óscar G. Villegas y Luciana Pereyra en Micaela y The End, con una preciosa versión final de la canción de The Doors, todo muy redundante y muy hermoso.

En la página web de Pradillo la cosa se anunciaba así: «Fabular. Fabular es hablar. El origen de fábula está en el habla. Hablemos, pues. Hablemos entre nosotros. Con los otros. Ante los otros. Desde y contra unos y otros. Hablemos y estrenemos un nuevo territorio. Sin centro, sin un centro definido, a ser posible. Escribamos conjuntamente un espacio cien por cien periférico. Conformado sólo por márgenes. Esto es Fabulamundi para Teatro Pradillo. O si no, algo parecido a esto: una escritura escénica contemporánea diversa y diferencial. Que se arriesga y se atreve. Y se maneja entre los intersticios de nuevos ámbitos aún por explorar».

Y después de esta declaración de comienzos, el grupo de personas que nos comprometimos con la realización de estas lecturas de Fabulamundi hablamos. Y hablamos y hablamos, con, antes, desde y contra, hasta crear un entorno compartido en el que poder sentirnos muy a gusto, con muy poco tiempo por delante, pero con muchas ganas de trabajar juntos y de dar una pequeña vuelta de tuerca a la manida y consabida propuesta de lectura/presentación de unos textos. Ajenos. Con el objetivo de convertir lo ajeno en propio, lo lejano en cercano, lo extraño en familiar. Tomar esos textos, mostrárnoslos, mostrarlos, ver hasta dónde nos llevaban, acompañarlos, crear el necesario entorno para que aquello cobrara un sentido especial. Y cada uno hizo lo que tenía que hacer. Incluidos los autores, que por allí anduvieron, unos más y otros menos, como suele suceder, como siempre sucede.

No queríamos una representación, sino una presentación. En el breve proceso de preparación se llegó a la propuesta de un espacio y un tiempo comunes, una propuesta de recorrido para que los espectadores pudieran experimentar la escucha de las tres obras como una mínima pero coherente y gozosa propuesta casi escénica: un triángulo de pequeños espacios dentro del espacio de Pradillo, iluminados por Cristina Libertad Bolívar; un desplazamiento de las posiciones y de las miradas de los espectadores en las tres etapas de ese viaje a través de la escucha de los textos.

dolor, imagen, palabra

Es curioso, buscando palabras para acompañar la pieza de ziad, me vinieron a la memoria imágenes, imágenes de «el amor y el éxtasis» de Isabel Muñoz y buscándolas a ellas encontré esta otra, una foto que habla de otra foto. Me atrapa la idea del observador y la dimensión que eso me produce teniéndome en cuenta como observador (espectador). Y ahora que observo la imagen me vienen palabras. Hace unos minutos cuando veía esta foto por primera vez, solo podía percibir dolor y ahora (acompañado de música sufí, como residuo del fuego encendido) descubro que el dolor estaba tan solo en idea, fruto del significado que le doy a una aguja atravesando la carne y esa idea me producía dolor, pero si prescindo de la idea o la observo solo me queda el extrañamiento, la lucha por querer entender, la emoción.

ojo, cabeza, corazón

¿Es posible representar el dolor a través de las imágenes? ¿Es posible dar cuenta/funcionar a modo de testigo de las ausencias?

Hacer del pasado presente, actualizar la pérdida. Nombrar el dolor, capturarlo, en forma de palabra, imagen, cuerpo… Encarnar al otro, traerlo al aquí y ahora sin instrumentalizarlo, solo impulsados por el deseo de sentirnos, por un instante, un poco menos solos.

Sé que tu dolor será para mí siempre algo obtuso, ralo, innaccesible. Sé, además, que la representación de tu dolor llegará siempre tarde. Sin embargo, sé también que en esa distancia y en ese retardo, acontece la responsabilidad. Es en este entre, en ese espacio insalvable que nos separa a tu cuerpo del mío, donde surge la posibilidad de una ética que es también la posibilidad de una estética.

Auschwitz, Beirut, Sao Tomé… escenarios, todos, donde hallar tu dolor. Lugares, estos, sobre los que posar ojo, cabeza, corazón.

Los olvidados son siempre los (más) importantes.

14 Visiones / Fernando Renjifo

El no ser es real y no hay otra cosa; el Ser es real y no hay nada más” (Las contemplaciones de los misterios, de Ibn Al’Arabi)

La poesía como práctica sensible, ya sea desde lo cotidiano como en el arte, ha sido un medio para enriquecer el espíritu del hombre, y en consecuencia, sustrato de una ética que puede mantener en equilibrio la relación entre lo colectivo y el individuo, entre lo privado y lo político, entre el cuerpo y lo social. Reivindicar su presencia  para potenciar la capacidad del espíritu, entendido como el componente sensible e intangible de los cuerpos, supone un acto político que resiste a su propia devaluación.

En la era de los medias, de la conectividad tecnologizada, del gran hermano, de las crisis económicas y el deterioro de la trama social ¿qué lugar ocupa la poesía? ¿Dónde se encuentra como práctica, como hecho no mediatizado por una editorial? ¿Seríamos capaces de reconocer un acto poético si lo viésemos? ¿Podríamos explicarlo? ¿Podríamos aplicarlo a nuestra cotidianeidad o se quedaría como un hecho aislado? ¿Yo puedo crear poesía, realizar un acto poético? ¿O es acaso prerrogativa de unos pocos? ¿Es mi intimidad una poética? ¿Mi dimensión pública puede ser considerad como un acto poético? ¿La poesía necesita mediadores o cada uno somos vehículo de ella? ¿La poesía se aprende? ¿Cómo? ¿Dónde comienza la poesía y dónde termina?

Es bien conocido el enunciado de Adorno “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Entre otras cosas,  quiere decir que hay un tiempo para la poesía. Que ese tiempo ha sido o será.  Quiere decir también que hay tiempos en los que el espíritu del hombre no ha tenido ni tendrá valor, que no tiene precio de compra y venta, por lo que no se comercian poesías ni espíritus. Quiere decir que lo que no es rentable en los mercados puede ser eliminado de lo social por su inutilidad. Quiere decir fragilidad y exterminio. Quiere decir que existe una relación en la que podemos tirar una línea y unir poesía, espiritualidad y sociedad con un gesto y su opuesto.

Todas esas preguntas y esos pensamientos tenía, mientras contemplaba el rostro proyectado de Ziad Chakaroun y escuchaba su voz que, cadenciosamente, relataba un diálogo de hermosa y enigmática poética, sobre el ser y el conocimiento. Esta invitación de Fernando Renjifo me llevó a un tiempo suspendido en la imagen de un desierto, un desierto metafísico, espacio prácticamente erradicado de nuestras occidentales posibilidades, recreado al interior de la caja negra de Pradillo, con delicadeza y sin desestimar la capacidad del espectador de entrar en ese espacio y tiempo.