La gente no cambia

Estoy pasando una temporada con Sensei en nuestro piso de protección oficial en Francia. Por la mañana me levanto y me siento ante el piano de cola que hay en el rellano. Toco la Gnosienne número 2 de Satie. Trabajo la mano derecha, buscando a ver qué encuentro en la primera frase. No sé si encuentro algo o me he encallado como un autista pero el caso es que no puedo parar de repetir una y otra vez la frase.

Detrás de mí se abre una puerta. Una de mis vecinas asoma la cabeza. Se ve que está recién levantada. La he despertado yo. No le hace mucha gracia pero es una chica simpática y comprende. Hablamos (en francés) sobre el estado de la sanidad pública, lo que son las cosas.

Aparece Sensei, duchado, afeitado y vestido para matar, esto es, tipo Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo. Aprovecha la elevación de un parterre del rellano para colocarse en esa posicion suya tan característica, apoyado sobre sus antebrazos. Ha captado nuestra atención y lo sabe muy bien. Ahora nos suelta su frase: A ver, señores, este es el juego, mientras sostiene una Moritz entre sus piernas.

Mi vecina me pregunta si soy gay. Me río. Nada de eso. Sensei sí que toca ese palo. ¿Es gay? Hombre, tiene novia pero también tene un pasado. Y la gente no cambia, ¿no?

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