Los modernos

Penetro en una catedral en la que jamás había estado antes. Al fondo veo mi piano negro con un manto rojo por encima, iluminado. Un actor (lo sé porque lo he reconocido de alguna película española) me saluda como si nos conociésemos (no estoy seguro) y me indica cómo llegar al verdadero altar. Se encuentra en una capilla situada a la izquierda de lo que parece mi piano (es que no estoy seguro pero se parece tanto). Me dirijo al altar y me encuentro con lo que parecen dos entradas a la capilla, ocultas detrás de unas gruesas cortinas negras. Parece un after. Escojo la de la izquierda y atravieso un pasillo que baja por una rampa hasta un espacio enorme y vacío por el que pasean algunos otros visitantes. Saludo a La Creadora, que viene hacia mí de vuelta, charlando animadamente con un hombre delgado y larguirucho. Cuando llego al final de la sala me doy cuenta de que he perdido mi chaqueta. Deshago el camino hasta encontrarme de nuevo a La Creadora y le pregunto si ha visto mi chaqueta. No la ha visto. Nos interrumpe el actor-guía. Dice que me he equivocado de puerta. Yo he seguido sus indicaciones. Se ríe. Me ha liado a posta, me estaba gastando una broma. Me río por cortesía pero no conecto demasiado con su sentido del humor. Me acompaña hasta la otra puerta, atravieso la cortina negra y me paro para mirar dentro de la bolsa que llevo cruzada. La chaqueta está ahí. Sigo hasta la capilla donde está el altar, atravesando otra sala similar a la que ya he visto en la otra puerta. Pero en esta hay unas chicas vestidas como colegialas japonesas rodeando lo que parece un piano blanco. Paso de largo para contemplar la capilla, que me parece una mierda de capilla con una mierda de altar. Entonces vuelvo enseguida, justo para ver cómo una de las chicas perfora lo que parece un piano (pero no lo es) con un taladro que, una vez clavado, traslada horizontalmente hacia la derecha creando un surco brutal que extrae una melodía del piano de puta madre, de canción pop. Mientras, otra chica canta la misma melodía susurrando desde un micro. Mientras avanzo hacia la escena, fascinado, otra de las chicas, con una cara durísima, me mira fíjamente con unos ojos enormes, sonriendo, de pie encima del escenario. Cuando ya no puedo más, aparto la mirada. Ya estoy en primera fila, entregado. Entonces todas se ponen a cantar una canción sobre Barcelona y me sorprendo porque estoy muy lejos de allí. Y la canción sigue, metiéndose con los artistas modernos de Barcelona, gritando y bailando. Y ahí la cagan y la situación pierde todo interés. No hay nada que soporte menos que unos artistillas modernos cagándose en los artistillas modernos. Y me voy.

Esta entrada fue publicada en Astronauta ficción, La Creadora. Guarda el enlace permanente.