Metamambo o un sistema autorregulado de montaje libre

avalancha

Rubén Ramos Nogueira me llamó a principios de año para contarme un proyecto que se llamaba Mambo. Llevamos ya mucho tiempo hablando, entre el Raval y Lavapiés o por donde sea, de esto de la crónica, la crítica, el 2.0, la visibilidad de los trabajos, los blogs, la anacrónica de la prensa casposa, del silencio autoimpuesto, de la falta de denuncia, de los think tanks trasnochados de nuestro entorno, del poco sentido del humor, de las visitas y los tiempos de lectura de los posts, de la potencia y los límites de la escritura, de las redes sociales, de html, del relativismo y los guardianes de la excelencia, de los contingentes y los trascendentes, de prejuicios, aperturas y miradas, pero sobre todo, llevamos mucho tiempo ya hablando de Teatron. Y a principios de año Rubén, después de contárselo a Pablo Caruana, me llamó para decirme que quería abrir un nuevo blog que se llamaba Mambo, en el cual quería encargar artículos pagados. Por aquella época, tras la desaparición de ciertas voces, yo echaba de menos algo en Teatron. Leer, pensar y debatir sobre trabajos, festivales, instituciones o lo que despertara del deseo de escribir y compartir. Mucha gente usa Teatron como plataforma para promocionarse y está bien, es una de sus posibles funciones, pero también tiene otras que por épocas caen en desuso. Rubén lo vio claro, Teatron necesitaba mambo, literalmente y en todos los sentidos. La particularidad de Mambo además era que iba a pagar los artículos, lo que nos llevó a hablar sobre algo que tenía ganas de decirle. Hay a quien le gustará más o menos su quehacer, pero Rubén Ramos es una de las pocas voces constantes de Teatron. El ingenieropianista de Santa Coloma de Gramenet lleva ochenta y una notas que patinan, y cuando no escribe, hace radio o lo que haga falta. Un recorrido indisoluble, el de Rubén y Teatron, cuyas consecuencias para la escena española alguien analizará con detenimiento algún día. Pero lo que yo tenía ganas de decirle era que tenía la sensación de que sus publicaciones se habían convertido en publirreportajes. Me explico, Rubén es de aquellos que te escribe igual sobre un experimento trash en un centro ocupado, sobre las políticas culturales en Barcelona, o sobre una obraobra en un festivalfestival. Es de esos que, a diferencia de muchos escritores, programadores y académicos, está atento a lo que pasa, participa en todo tipo de contextos sin hacer distinciones y, como decía, aunque pueda gustar más o menos, no desiste en generar subjetividades, que es a lo que nos dedicamos. Pero desde hacía un tiempo echaba de menos a aquel Rubén, y sólo leía artículos suyos sobre las obras y los festivales que pagaban un banner en Teatron. A esto llamo publirreportajes. El poco tiempo que le quedaba libre al mayordomo de Teatron sólo podía dedicárselo a escribir esos artículos, y desatender la libertad en la mirada que, paradójicamente, su plataforma ha creado. Caruana me sugería: “No se lo digas que se va a enfadar”, incluso levantamos la voz al respecto en una cena. No hizo falta decírselo, Rubén lo sabía, y Mambo era una consecuencia también de ello. ¿Por qué no invertir el dinero de la publicidad de Teatron para que muchas otras voces visibilicen trabajos, entre otras cosas? El tiempo ha dado la razón a Rubén y tras decenas de artículos, en nueve meses Mambo se ha convertido en un espacio vivo de escritura y pensamiento, en el que ya no sólo se escribe sobre lo que se publicita en Teatron, si no que ha generado un crisol de escrituras y la libertad en la redacción para encargar artículos sobre contextos que no quieren, o no pueden, permitirse un banner en Teatron. Y además, Teatron paga. Bien jugado. Otro ejemplo más de lo que Teatron continúa haciendo en este pequeño gran mundo más o menos virtual. Y es que cuando escucho esas conversaciones ridículas sobre el sentido de pertenencia a contextos, espacios, ciudades, lenguajes, festivales, familias o a Kas naranja, yo digo que soy de Teatron. No es amor ciego, claro, a veces dudo y discuto sobre Teatron, como he dicho antes, pero me parece que es un lugar de encuentro, una narrativa plural y cambiante, un disparador de subjetividades que no nos podemos permitir perder, y que quien quiera mejorar puede hacerlo. El otro día hablaba con Rubén entre cerveza y comida mexicana de todas las cosas que hemos hecho estos años. Cuando digo hemos hecho hablo de esa ficción compartida que somos la comunidad de Teatron. Crónicas, críticas, entrevistas, denuncias y un sinfín de formatos y contenidos; y me decía con hondo sentir a través de sus gafas azules: “Joder, ¿tú eres consciente de la que hemos liado?”. Supongo que no, o sí, y por eso tenemos que seguir haciendo. En el fondo, a todos nos gusta juntarnos para bailar.

Creo, no sé si me lo he inventado pero creo que Godard dijo algo así como que (las mayúsculas son mías): “La Historia del cine es la Historia de las películas que nunca se hicieron”. Ni siquiera la de las malas películas, o la de las buenas películas que la Historia no seleccionó para contarnos su historia, sino la de películas que no se llegaron a hacer. Con el teatro pasaría lo mismo, supongo. Un sistema silencioso de frustraciones, fracasos y desapariciones que opera de forma invisible condicionando las prácticas y el pensamiento supuestamente vivos y obligadamente hegemónicos. Desplazando, no creo que las críticas y crónicas nunca publicadas transformen algo, incluso se podría pensar en las críticas y crónicas nunca publicadas de obras nunca hechas; pero soy disléxico y me “lío”, como Chimo Bayo. Lo que sí que tengo claro, es que tengo más artículos no publicados que publicados. Ahora mismo no consigo terminar de publicar un artículo sobre Comida de Nyamnyam y Heartbeat de Sandra Gómez, y otro para cerrar el blog de El lugar sin límites 2016. Todos con profundo agradecimiento. Lo que viene a continuación es un artículo nunca publicado, porque por aquel entonces me cayó encima un huracán de trabajo que no ha parado de moverme. Entonces, una breve reseña interruptus sobre Parallax de Silvia Zayas, que se “estrenó” en La Casa Encendida el 11 de febrero pasado, dentro de la muestra Acento de las residencias del CA2M y La Casa Encendida. He decidido no cambiar una palabra, y dejarlo como aquel que lo escribió decidió dejarlo. Ahora escribiría otras cosas, como por ejemplo que me parece que a Acento hay que darle una vuelta, me callaría otras, y soltaría alguna gilipollez más, pero así se queda. Una breve reseña interruptus especial por dos motivos. Silvia Zayas presenta este fin de semana Parallax en Teatro Pradillo, y porque este artículo iba a inaugurar Mambo. El Fary vive, la lucha sigue.

parallax

El otro día hablaba con Rubén Ramos en un bar de policías en Barcelona sobre la intervención de Beatriz Navas tras la presentación de It’s Called Listen de Alejandra Pombo. En relación a It’s Called Listen, Beatriz dijo en el debate que le recordaba al cine de las vanguardias, a un tipo de cine sobre el que se preguntó: “¿Cuándo lo perdimos?”. Es decir, ¿cuándo el cine dejó de experimentar? Hice a Rubén la misma pregunta, y me respondió: “Cuando ganó el teatro”. El cine experimental pareciera que no es cine, que sólo es cine experimental. Perdieron Dziga Vértov y tantos otros. Ganaron la trama, los personajes, la acción, el conflicto y la mímesis. La Historia ganó, y aunque nos guste que nos cuenten historias, también nos podrían gustar igualmente otras posibilidades que se perdieron o hicieron dejar de operar. Hay que desconfiar de cualquier hegemonía, por eso a obras como It’s Called Listen deberíamos llamarlas cine, y luego, como decía Godard: “que cada ojo negocie por sí mismo”. Puede que lo mismo deberíamos aplicar al teatro, porque nos han hecho creer que los únicos que hacen teatro en España son aquellos que hacen eso que en demasiadas ocasiones no es más que mal teatro. Sólo hace falta darse un paseo por las carteleras de los teatros públicos o por las escuelas de arte dramático. Mientras que al teatro que experimenta, que ensancha sus propios límites, ya nadie lo llamamos teatro.

Una de las obras que con mayor intensidad me ha invitado a pensar sobre danza, movimiento y coreografía, es Chronoscopio de Patricia Caballero. Lo que bailaba en la obra era poliespán movido por una corriente de aire generada por ventiladores, iluminado por bombillas que también bailaban. Al principio una minipimer teledirigida, Patricia tumbada en el suelo al final, y ya. Parallax de Silvia Zayas nos invita a pensar sobre la imagen y el movimiento, es decir, sobre ¿cine? Da igual. Parallax es un paisaje creado por una máquina que recuerda a lo que buscaba Bob Wilson, una obra hecha de la mezcla entre el cine mudo y la obra radiofónica, esto es: una máquina que hace oír lo que se ve y ver lo que se oye. Visto y oído. ¿Lo de siempre? No. Lo sugerido, la referencia indirecta, el signo abierto, el gesto no literal o lo evocado disparan los significados posibles y permiten a cada uno montarse su propia película, en el caso de Parallax, literalmente. El Holocausto pocas veces ha sido retratado de forma más contundente que en Shoah, el documental de Lanzmann que sin mostrar ninguna imagen del horror consigue hacernos imaginar lo inimaginable.

Parallax forma parte de una investigación de Silvia Zayas concretada en trabajos como Ballets Roses, São Tomé Revisitado o Pêro Escobar vs. Elvis Presley. Yo no estuve en ninguno de ellos, pero sí asistí en septiembre de 2013 a las presentaciones del Laboratorio 987 en Teatro Pradillo, un proyecto de Nilo Gallego, Chus Domínguez y la propia Zayas. Una de esas noches Silvia empezó a jugar con las luces en el espacio vacío para contarnos algo. Unos años después, en Parallax, vemos a Silvia Zayas sentada de espaldas al público en una mesa de luz y sonido, las dos herramientas que utilizará para contarnos una historia sobre un puente en GuineaBisáu durante la guerra colonial portuguesa. De frente a Zayas, y a nosotros, un escenario vacío en el que iremos proyectando mentalmente un docuficción que construimos a partir de la luz, el sonido, y sobre todo mediante la voz de Silvia, que a lo Orson Wells en La Guerra de los Mundos narra diferentes escenarios, acciones, personajes, etc., relacionados o no con el puente de Farim. En un momento de la obra Silvia se pregunta sobre lo que está dentro o fuera del lenguaje, pero el aparato que ella ha creado es el lenguaje. Todo Parallax es lenguaje posible de activarse en esa caja negra, que no es otra cosa que nuestro cerebro. Un sistema autorregulado de montaje libre. Parallax consigue hacer cosas con palabras, con sonidos y con luces. Silvia Zayas nos hizo ver y escuchar lo que nuestra imaginación quiso. Yo estuve en el puente de Farim, como algunos oyentes de La Guerra de los Mundos creyeron que la invasión marciana de EEUU era real. Cuestión de paralaje.

Últimamente los escenarios se vacían para llenarse de otras cosas. Chronoscopio de Patricia Caballero, El Triunfo de la Libertad de La Ribot, Juan Domínguez y Juan Loriente, Valientes de Terrorismo de autor o Parallax de Silvia Zayas sustraen del espacio de representación el cuerpo, y aunque haya quien pueda echar de menos el signo, cada uno de estos trabajos ha creado con autosuficiencia las condiciones para transformar la falta en un paisaje mental en el que puede pasar de todo. En Parallax, un documento muy vivo y lleno de metonimias no apto para epilépticos.

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