El lugar de los pasos perdidos

‘El lugar de los pasos perdidos’ de Mónica Valenciano. Foto: Lucas Damiani.

Te podría decir que este texto se empezó (lo empecé) a escribir hace mucho tiempo, y me tendrías que creer. Te diría que la lectura no empieza en el momento en el que tú lees, y ahí también habría una cuestión de fe. El otro día cuando entramos a ver a Mónica Valenciano ella ya estaba en movimiento. Cuando la vimos bailar, no tuve que hacer ningún esfuerzo para sentir que sus movimientos llevan sucediendo desde hace largo, largo tiempo y que son una corriente continua. Siento vértigo en este dejarse llevar por el tiempo de las cosas: no ver principio o fin, no conocer el origen de un movimiento o de los lenguajes. En lo que sí puedo confiar es en que lo que veo y escucho tiene su tiempo que, dentro o fuera del lenguaje y de la danza, es el presente. 

Habrás leído por ahí muchas referencias a Simone Weil y en particular a su idea de la atención: un estado de espera que acepta la realidad en su presente, tal como es, sin miedo a no comprender ni temor a equivocarse. Describe un estar del cuerpo disponible, vacío, abierto al objeto, que se aleja de ejercicios musculares o gestos intencionados. También dice Weil que, en el estado de espera de la atención, el órgano de contacto con la existencia es la aceptación, el amor. Y por eso digo, con Weil, que belleza y realidad son idénticas. Que el gozo y la sensación de realidad son lo mismo.

Atención, amor y aceptación son de esas palabras que probablemente necesitemos la vida entera para integrarlas y aprender a navegar en ellas. Por si fuera poco, cada una tenemos, o al menos deberíamos de tener, nuestra forma personal de atender a las cosas al igual que nuestra propia forma de amar. La atención en la danza, por ejemplo, es un campo sensible que se cultiva bailando, acompañando al tiempo y con el oficio artesano de ir al estudio día tras día sin miedo al error. La atención, o el amor, es un lugar inmenso, infinito, inabarcable y a la vez lleno de riesgos, de valentía, de rotos y descosidos, de insistencia. Seguramente sabes que una hora en el estudio pueden ser muchas cosas, igual que una hora moviéndote o una hora tirada en el suelo mirando al techo. La cantidad de horas que pasamos en el estudio es casi imposible de documentar en algo físico, tangible, en cuadernos o en vídeos. Quizá sólo podamos confiar en que ese tiempo quede recogido en nuestra forma de bailar, de atender a las cosas.

El lugar de los pasos perdidos de Mónica Valenciano es un campo donde hay un cuerpo, el de Mónica, pero hay millones de cuerpos como momentos presentes en los que se transforma un cuerpo. Quiero decir: yo no pude ver solo un cuerpo, pude ver el cuerpo sin límites de Mónica transformándose en infinitos cuerpos. Un cuerpo a disposición de una fregona, de una linterna, de la propia saliva, de un paquete de pañuelos, de un vaso de leche, del público, de la calle. Un cuerpo a disposición de un presente continuo, de un presente constante, en que cada movimiento invoca al siguiente. Un cuerpo baila con lo que tiene, propone Mónica. Un baile único y abundante gracias a su insistencia durante tantos años en crear su propio mundo, su propia belleza. Bailó con una linterna y era la linterna la que bailaba a Mónica a la vez que ella se convertía en las sombras y en la luz de la linterna. Bailó con una barra de pan y era la misma barra de pan la que multiplicaba los cuerpos de Mónica. Ardió la barra de pan y era la llama lo único que iluminaba el escenario pero lo que veíamos en la oscuridad era el gozo de Mónica. Media barra de pan tan pequeña y grande como real y bella bastaba para llenar de realidad y presencia el teatro. Si estás ahí, créeme, la atención, el amor y la belleza te bailan.

¿Qué lugar ocupa El lugar de los pasos perdidos en nuestra memoria desde que la vimos? Y qué lugar ocupará, no sé, en veinte años. ¿Cuáles serán los gestos o movimientos que recordaremos de la obra? ¿Cómo vemos ese paisaje cuando el paisaje ya no está allí?, dice Weil. Hay movimientos y lenguajes que son como esa estrella, ya apagada, que aquí no deja de iluminarnos. Recuerdo que en plena obra ya sonreía al ver el goce de Mónica en ese estado disponible, en ese compartir con el público su propio disfrute, jugando y transitando de un cuerpo a otro. Lo que nos queda y mueve es esta agitación alegre de las cosas. 

Podría decirte que este texto no acaba aquí y que Mónica lleva años bailandome, y ojalá me creas una vez más.

Kike García

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2 Respuestas a El lugar de los pasos perdidos

  1. Mery dijo:

    Hermosísimo escrito sobre la pieza de Mónica.
    Muchísimas gracias.

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