Cristo está en Tinder

Foto: Lucía Romero

Vengo entre las últimas a comentar que he ido a ver el último trabajo de Rodrigo García, que llevaba tres años sin estrenar pieza, este dato lo mencionan en la prensa y yo no sé qué significa; que fui a ver la obra más reciente de uno de los creadores escénicos más importantes de las últimas tres décadas; que el tres de junio estuve en la Abadía, presenciando una función de Cristo está en Tinder, escrita y dirigida por un hombre que nació el 1964 y que lleva muchos años siendo un referente para mí y para casi toda la gente que conozco.

La sala José Luis Alonso está semidesnuda, se ven las paredes laterales. Una alfombra gris en el suelo, de fondo un cuadrado blanco sobre el que se proyectarán cosas. A mi izquierda un hombre con una guitarra eléctrica y unos pedales. A mi derecha, en primer término, una moto de motocrós completamente cubierta de barro seco y, un poco más atrás, una cosa de esas que son como un saco lleno de bolitas de poliespán sobre el que te puedes sentar, acostar, o todo lo que está entre esas dos posiciones.

Del escenario que parece inhabitado emergen las intérpretes, en algún momento empieza la música.

A partir de ahí se sucederán por turno vídeos, monólogos y acciones, aunque creo que más preciso que “acciones” sería el término “imágenes dinámicas”.

Los monólogos (no son puramente monólogos, hay algunas réplicas, pero son monólogos en esencia) comenzarán siempre precedidos por el rótulo proyectado “PALABRAS AJENAS”, las imágenes dinámicas serán precedidas por el rótulo proyectado “CUERPOS AJENOS”, los vídeos irrumpirán sin que nada los anuncie.

Todo se pone en marcha:

Tengo un sobrino de dos años y medio al que le encanta ver en Youtube unos vídeos espantosos de humanos que se comportan como dibujos animados y que interactúan entre sí de formas que a mí me resultan horribles, aunque no puede decirse que estén haciendo nada malo. Son niñas y niños con sus padres y madres que comen, juegan, se disfrazan, en un entorno de casas muy coloridas en las que todo, los muebles, las paredes, las personas (en cierta forma sobre todo las personas), parece de plástico. Los vídeos que se proyectan en esta pieza, con un lenguaje muy similar al de los que disfruta mi sobrino, me llevan al mismo estado al que me llevan estos, uno de vaga náusea y falta de interés por lo que traerá el futuro.

Las imágenes dinámicas las ejecutan tres intérpretes muy jóvenes, cosa que tampoco es habitual en la trayectoria de Rodrigo García y que hace que este trabajo sea para mí distinto de los que había visto antes. En la densidad conceptual de estas imágenes es donde encontré lo que más me conmovió de este trabajo.

Los textos están leídos y grabados. Las voces no pertenecen a las personas a las que vemos en escena. Las intérpretes hacen playback con estas grabaciones, agregándoles una gestualidad voluntariamente convencional y un poco exagerada.  El truco se hace evidente en todo momento. En el contexto de esta pieza sentí ese gesto como una referencia al hecho de que en la actualidad la práctica del playback es habitual en los conciertos de algunos artistas musicales que no pierden popularidad por eso, cosa que sí habría sucedido (y que, de hecho, sucedió), en otra época.

Todo; los textos y la forma en la que aparecen, los cuerpos y lo que los cuerpos hacen, los objetos, los vídeos, lo que se escucha; parece hablar de cómo Internet en general y las redes sociales en particular han ido contaminando la manera en que nos vinculamos con el mundo tangible, con los demás humanos y con la idea que tenemos de nosotros mismos.

Los lenguajes visuales de los memes, de los vídeos de Youtube y TikTok y de las transmisiones de Twitch, se han extendido hasta convertirse en una especie de idioma universal que ha saltado de las redes sociales y plataformas al mundo físico. Un idioma rápido y superestimulante,  poco adecuado para el análisis y la reflexión, pero que ofrece muchos recursos para el fingimiento, y que es, cada vez más, el que usamos para relacionarnos.

Y aquí vuelvo a mencionar la juventud de las intérpretes. La generación a la que vemos en el escenario entró en la adolescencia cuando gran parte de lo peor de lo digital ya estaba en marcha y mucho de lo bueno de lo analógico ya había caducado.

La impresión es la de que se está acusando a esa generación de algo. Parecería que se le está afeando la superficialidad con la que se vincula con su entorno.

Pero ¿se le puede recriminar a la juventud su frivolidad como si ella hubiera diseñado la realidad en la que vive, como si no estuviera haciendo lo mejor que puede con lo que se encontró como hicimos todos antes; cuando quien firma los textos y dirige a las intérpretes pertenece a una de las generaciones que ha apuntalado este mundo cuya construcción también, por supuesto, ya encontró bastante avanzada?

¿Se puede pasar por alto que son quienes ahora tienen ochenta, setenta, sesenta y cincuenta los que controlan este presente de calentamiento global, desaparición de ecosistemas y vivienda inaccesible; quienes decidieron que todo lugar agradable debía ser oportunidad hostelera y quienes todos los días encuentran formas nuevas de atentar contra lo gratis o de legislar sobre lo poco que queda sin reglamentar?

¿Se puede fingir que no vemos que la generación que ahora tiene cuarenta o casi se debate entre resignarse a la precariedad o traicionar como los que le precedieron a la juventud que le sigue y comprar un piso para ponerlo en alquiler turístico?

Si sabemos que la gente de menos de treinta años no ocupa lugares de toma de decisiones en la estructura social y que se asoman a  un futuro que va a ser poco más que una sucesión de trámites en la sede electrónica de Hacienda ¿se puede sermonearla por contaminar la realidad con las dinámicas de Internet cuando es a Internet a donde se la ha relegado?

Por supuesto que se puede, pero hacerlo, en mi opinión, sería cínico, como poco. Sería cruel reírse cuando vemos a los jóvenes caer en la mentira de que lo que publican en redes sociales tiene alguna importancia, más allá de la de proveer datos sobre sus hábitos de consumo que servirán para mejorar estrategias de marketing. Y además sería tonto pensar que nosotros, por tener unos años más, estamos a salvo de todo eso.

Así que entiendo (decido entender) que la generación que está en escena está ahí porque todo este trabajo es para ella. Porque se le quiere pedir que no se pliegue tan mansamente a la banalidad que se le ofrece. Porque se le quiere advertir a aquellos para los que todavía pueda haber una oportunidad que le rendimos culto a la juventud, pero que, cuando la juventud se va del cuerpo, la persona que queda no vale nada a menos que durante su juventud haya facturado suficiente. Y que lo peor ni siquiera es eso, lo peor es que ese culto es una mentira y una trampa. Es la forma que hemos encontrado de hacerles sentir importantes, para mantenerlos distraídos y sin ocupar más espacio que el virtual, mientras los compramos, los vendemos y los introducimos cuanto antes en el mercado laboral, porque si no de dónde va a salir el dinero para pagar nuestras pensiones.

Salí de la Abadía con un malestar indefinido. Cuando empecé a ordenar lo que me pasaba para ponerlo por escrito la cosa fue a peor. Una semana más tarde todavía siento pena por los bebés que veo por la calle, aun sabiendo que entre ellos también se encuentran los especuladores, ecocidas, explotadores y burócratas del futuro.

Cecilia Guelfi

 

 

 

 

 

 

 

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