Pre-Sâlmon

Esta semana comienza en Barcelona el Festival Sâlmon. Hace ya algún tiempo que compré mi billete de avión, Madrid-Barcelona, para poder asistir a la segunda semana del festival. Desde entonces, me emergen preguntas, imágenes, ideas discursivas y deseos cual pre- de lo que acontecerá.

El Festival Sâlmon, y en especial los trabajos que voy a poder ver en él, se me empiezan a aparecer como puntas de un iceberg monstruoso. Con un trasatlántico llamado Cultura en el que vamos todas: artistas, comisarios, programadores, público, managers, directores y demás que, aun y conociendo perfectamente las morfologías iceberg, aceptamos nuestro trágico destino, en pro de momentos de brisa fresca, horizontes hermosos, atardeceres rosas, y olas, muchas olas.

Y empiezo a sentirme preocupada. En realidad, me preocupan un montón de cosas. Empiezo a pensar que, tal vez, ha llegado la hora del desembarco. Pero, en plena mar, lo tenemos jodido. Sobrevivir no está garantizado. Aunque hay opciones. Es todo un acto de inventiva: Tenemos un trasatlántico, construido de diversos materiales. Algunos flotan. Otros no. Somos muchas, no estamos solas. Las capacidades genuinas se pueden mancomunar. Tal vez, lo complejo, en realidad, sea la creación de una estrategia común. O, por lo menos, la creación de un código ético común (un código deontológico). Para que, en pleno desembarco, el pánico por la supervivencia no nos haga emplear técnicas de privilegio y poder. Por otro lado, técnicas desde las cuales ha sido construido este trasatlántico llamado Cultura del cual deseamos desembarcar.

Evento, patrón, estructura del sistema

Muro de las preocupaciones:

  • Me preocupa que Barcelona en Comú no comprenda que las políticas que está instaurando en temas como la vivienda, la energía, el género, la educación… son completamente transportables al ámbito de la Cultura. (Si ni siquiera Barcelona en Comú comprende esto ¿qué esperanza nos queda?)
  • Me preocupa que los teatros se vivan a sí mismos como meros espacios expositivos y no como espacios arquitectónicos públicos, capaces de hacer de la teoría de género una práctica y soñarse como espacios multiformes capaces de acoger y de transformarse en cada momento, en pro de la diversidad artística y ciudadana.
  • Me preocupa cómo se distribuye la riqueza en las artes escénicas.
  • Me preocupa el sistema de puntos o apuestas anuales con los que programadores y directores incentivan ciertos trabajos en detrimento de otros.
  • Me preocupa lo difícil que lo tienen los artistas para rechazar estos incentivos que, aún sabiéndolos injustos y poco éticos y transparentes, temen perder la oportunidad de visibilización y de sueldo.
  • Me preocupa las temporalidades y las espacialidades que las artistas deben aceptar de antemano (como firme condición de su supervivencia económica), que acaban constituyendo, condicionando y constriñendo cualquier posibilidad artístico-creacional. Cualquier posibilidad de jugar, soñar e imaginar.
  • Me preocupa el desamparo de aquellas personas-artistas que, no aceptando ciertas condiciones a priori, se ven obligadas a la marginalidad, la invisibilidad y el pluriempleo.
  • Me preocupa que un director o programador no se viva a sí mismo como un facilitador de lo público.
  • Me preocupa que los cargos de poder no estén en constante supervisión y reflexión en cuanto a los usos y políticas que emplean desde sus posiciones. Aquí, un cierto código deontológico me parece fundamental.
  • Me preocupa que todas sepamos lo que pasa en esas reuniones, y que no lo denunciemos públicamente.
  • Me preocupa que no tengamos sensación de colchón, económico, social y político, en caso de que nos dé por denunciarlo. Todas: artistas, programadores, directores, público, agentes y demás.
  • Me preocupa la institucionalización de la cultura y el arte, por su tendencia a la centralización y a marcar metodologías implícitas que los artistas han de aceptar a priori.
  • Me preocupa …

Cuando voy a ver un trabajo, me flipa siempre esta relación entre lo que se ve y lo que no se ve. Entre lo explícito y lo implícito. Me flipa saber que, aunque no lo parezca, ese intérprete que tenemos delante, en ese mismo instante, puede estar pensando en su madre, sintiendo ganas de vomitar, deseando irse de ahí, cagándose en el café que se tomó justo antes de salir, además de en todo lo que la hace estar trabajando en directo. Me flipa saber que, como intérprete, los estados de conciencia son como infinitos, y se van solapando entre ellos. Todo y a la vez. Me flipa imaginarme cómo habrá organizado su día de estreno. A qué hora ha decidido levantarse, qué ha decidido desayunar, cuántas averías técnicas ha tenido que solventar, qué cambios de última hora se ha arriesgado a tomar. Me flipa, al ver algo, imaginar cuándo y cómo habrá comenzado todo eso, preguntarme por cuál habrá sido el catapultador, el retortijón (cuál habrá sido su cualidad), o si tiene que ver más con un estilo maratón, un estilo carrera de fondo, de años y años sumergido en lo mismo, y que lo que veo es una simple salpicadura, una mancha, una rama, una puta miguita de un pan enorme. Me flipa la maquinaria, el técnico ahí detrás lanzando lo que sea, escaleras, altavoces… el taquillero, nosotras aquí sentadas ejercitando lo mismo, lo friqui del cubo negro (¿cuándo se decidiría hegemonizar el cubo negro?). Me flipa esta relación entre lo particular y lo genérico. Saber que, en realidad, todas estamos en lo mismo, pero que estamos aconteciendo a algo particular y único, por irrepetible.

Pero, últimamente, me acechan preguntas que, siento, siempre tienen la misma respuesta. Más allá de lo genuino de cada trabajo hay preguntas que siempre acabo respondiendo igual, y se me corta el rollo: subvención, co-producción, fábrica de creación, residencia, teatro, estreno. Lo que me hace sentir que, en realidad, hay una parte metodológica fundamental que en cada trabajo que veo se repite cual compulsión. Y mi fascinación por lo que no se ve se queda encogida como por la sensación de que ya no hay pregunta, porque me sé la respuesta. Se me va al garete, en cierta medida, mi fascinación por soñar con lo desconocido.

Algo así me está pasando ahora que sé que en unos días estaré viendo los trabajos de algunas artistas dentro del Festival Sâlmon. Siento ambivalencia. Entre todo el imaginario que me despierta cada trabajo que voy a poder ver, se me aparecen cosas estancas, como icebergs enormes con los que mi soñar naufraga. En realidad, tampoco es extremadamente grave, es casi como un ejercicio de consciencia. Me empieza a parecer fundamental ser consciente del entramado que posibilita lo irrepetible (el trabajo genuino de cada artista, aquí y ahora, en el directo). Como un acto de principio de realidad. De transparencia. En mi opinión, es la única manera de generar brechas, fugas, grietas, que puedan facilitar otros posibles. Comienzo a sentir necesaria la conciencia de que todo artista (o la mayoría) que veremos en el Sâlmon, o en cualquier dispositivo de visibilización, ha estado condicionado por la economía de la subvención, la temporalidad y espacialidad de la fábrica de creación, el mercado de la co-producción, la política de visibilización de un festival, teatro, etc. Lo que, inevitablemente, ha condicionado por completo los procesos de creación que han generado la obra de arte que contemplamos. Todo (o la mayoría) de lo que vamos a ver en el Sâlmon ha tenido que atenerse (mas allá de su propuesta artística particular) a la misma metodología económica, espacial, temporal, política, etc. Y, por lo tanto: corporal. (Aquí, lo común gana en detrimento de lo particular, lo que me lleva a pensar que, tal vez, ese nosotros ideal, ese “en comú”, pues depende… a veces sí, a veces no…)

La cosa es que, con todo esto, he empezado a soñar con el tema de la Renta Básica Universal (hoy he soñado con Errejón y todo…). Ya no tengo tan claro el Estatuto de Artista… que también mola y es extremadamente necesario. Pero me empiezo a preguntar si con una Renta Básica Universal, o sea, con saber que podré pagar parte del alquiler y parte de la comida mensual, junto con un código deontológico básico (un horizonte de ética y justicia, más o menos, acordado) nos sería mas fácil a todas: artistas, programadores, directores, público, etc. soñar y practicar con otros posibles, y generar maneras más múltiples y heterogéneas de creación, visibilización, transmisión y cosas de estas. Tal vez, de esta manera, los icebergs se derretirían o por lo menos disminuirían su tamaño, y podríamos ir a ver cosas y, ahora sí, flipar con lo que no vemos sin que se nos atragante en esa maravilla de imaginar lo desconocido (la otredad), la subvención, la co-producción, la residencia… La Renta Básica Universal me empieza a parecer además una lucha que rompe con las jerarquías artista-público, que manda al garete los narcisismos y nos coloca a todas como ciudadanas por igual, mas allá de profesión, ideología, religión, género y esas cosas con las que se nos marginaliza tanto.

Así, y con todo esto, parto en unos días para Barcelona. En realidad, encantada, por todo lo que veré, y por todo lo que me está haciendo flipar de antemano (y por las tertulias, la estrella y mis amigas y amigos). Lo de soñar y eso, ya ha comenzado. Así que parte de la labor del Salmon creo que ya se está llevando a cabo. El resto imagino que se hará con el directo, con lo irrepetible, con los afectos volando de unas a otras y los placeres del dialogar cuerpo a cuerpo, entre pitillos, butacas acolchadas, cúpulas altísimas, cerveza y trabajo, mucho trabajo del bueno.

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Una Respuesta a Pre-Sâlmon

  1. masu dijo:

    Gracias Ohina, hermosa …sigue, sigue a ver si consigo darme un microsalto entre mis pluriempleos mal pagados y estar un par de días por ahí y nutrirme un poco de otredad y verlas.
    Un placer leerte con tanta claridad del global y de lo que ocurre en realidad, lo que marca los patrones, las jerarquías y las imposiciones del mercado . Abrazote.

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