Semo, soma y la encarnación del anarquismo

Anarchy es soma. Es política encarnada. En el cuerpo de Semo. Pero más que el pronunciamiento de una voz individual es la expresión compuesta de una creación colaborativa entre ella, Sofía Asencio y Tomás Aragay. Sociedad Doctor Alonso como comunidad expandida en este caso define, más que un individuo entonces, la puesta en escena.

Semo es aquí soma puesto en práctica en un escenario. Dice Shusterman, desde la somaestética práctica, que el cuerpo no es sólo un objeto de valor y creación estéticos, sino también un “médium sensorial decisivo”. Esta condición del propio cuerpo como canal somático es la que potencia tanto nuestras relaciones con todos los demás objetos, sean estos estéticos o no, como la relación que podemos establecer con materias que pudieran no ser consideradas de antemano o en esencia estéticas. Es el caso de la política que, por su carácter instrumental, es llamada más a menudo ciencia que arte. Y nos parece alejada así de cualquier expresión sensible capaz de conmovernos, cuando en realidad nuestros cuerpos se sostienen o se desmadejan bajo las tensiones que afloran en el pulso de sus acontecimientos. En Anarchy cuarenta y un cuerpos, el de Semo y los del público con sus cuarenta guitarras, se relacionan estéticamente con la política. La historia personal de Semolinika aúna ambas disciplinas. Viniendo del campo performativo y relacionándose desde los años 80 con el punk, que constituía una contracultura activa en la ciudad de Barcelona diez años después de la muerte de Franco, dice que artista y anarquía son conceptos inseparables. Como Catalunya y anarquía también.

Así como los factores sociales modelan la percepción estética de cada momento histórico, también las estructuras sociales de la historia dan en cada ocasión forma al cuerpo, y a sus modos de placer y relación. En nuestros modos actuales hay una carencia de cuerpo y placer que se nos ha negado en parte silenciando la herencia del anarquismo. El anarquismo fue uno de esos movimientos que, perteneciendo a la naturaleza ambiente tanto como otras fuerzas moldeadoras, moldeó a organismos individuales. A partir de una interacción plural entre cuerpos y política generó una serie de estructuras que organizaron la vida de facto, y también de iure, en un territorio complejo. Estas estructuras tuvieron en el anarcosindicalismo una representación múltiple recogida bajo una muy larga lista de siglas que el texto de Anarchy repasa. Una a una. Y son muchas. Y muchas olvidadas.

Que la vida institucional de la humanidad afecta a los distintos sentidos está claro: no solo la naturaleza es constitutiva de lo que somos, también la cultura de la que participamos lo es. Si como escribió Dewey, “los movimientos del cuerpo individual entran en todas las reformas de la materia”, algo del ritmo de la expresión vital, de los procesos de la vida, tendría que entrar en el arte si es que este se prefigura en el campo de lo vivido. En la reforma de la materia que se dio en España en el año 1939 se intentó borrar todo el impulso vital y creativo inscrito por el anarquismo en tantos cuerpos. Y encima del tachón se imprimió otro ritmo, el del fascismo, y los logros del ciclo anterior fueron desplazados. Sociedad Doctor Alonso los sitúa de nuevo en la vida desde la performance.

En Anarchy hay una filtración disruptiva del ritmo de un cuerpo que es una reivindicación del legado anarquista en la vida. Un legado que el discurso histórico hegemónico se ha ocupado de silenciar, por omisión o mediante un tratamiento dogmático y adverso. La voluntad de criminalizar la disidencia tuvo gran difusión en los medios de comunicación de masas entre 2014 y 2015, informando de varias detenciones de supuestos anarquistas acusados de terrorismo. Mediante este flujo, entre el mito y la desvalorización, se impide la asimilación por parte del tejido social de lo que significó la experiencia libertaria, negándose herramientas como el mutualismo o el colectivismo que quedan relegadas a prácticas de gran potencia pero al margen. Pero en el margen aún es existir. En palabras de Federica Montseny “el moviminento anarquista y el anarquismo, es decir, el conjunto de ideas que constituyen el cuerpo doctrinal del anarquismo, es como un río que algunas veces pasa subterráneo y luego sale de nuevo y lo desborda todo”. Anarchy intenta zambullirnos. Y si no lo consigue, su aparición en el panorama de las artes en vivo por lo menos moja.

Ética y estética van juntas en este ejercicio de recuperación de la memoria histórica que viene precedida por Y los huesos hablaron y El desenterrador. Wittgenstein ya dijo que “ética y estética son uno”. Las dos implican cosas que se ven desde fuera y que tienen el mundo como trasfondo. En la estética la obra de arte es lo visto y en la ética lo que se ve es la vida. En Anarchy vida y obra se dan encuentro en un cuerpo que trabaja desde la compulsión con la motivación y el deseo de ensancharse, de abarcar más y más, de desbordarse, de llegar y tocar. Con el pelo, con el grito y con la carne Semolinika quiere huir de todas las descripciones heredadas que limitan lo que debiera ser y, tirando de la otra herencia, de la liberadora, invita al público a empujar hacia el límite. “Una sociedad justa y libre tendría que dejar a sus ciudadanos devenir estéticos”. Rorty sigue explicando este enunciado en relación a nuestra libertad de explorar por nosotros mismos las configuraciones propias y ajenas: “dedicarnos por entero a la curiosidad, acabar habiendo considerado todas las posibilidades del pasado y del futuro”. Anarchy ofrece un tiempo a esa dedicación, invitando a entrar en diálogo desde la estética del sonido para experimentar un futuro mientras se expone un pasado. Y el devenir de la pieza depende de todos los presentes. “Yo me comprometo. Es pequeño. Está incompleto”. Dice Semo. Y sigue, “llegado este punto hay que hacer un statement. Lo hago yo sola?”. Un cuerpo bajo un foco, inmóvil y en una posición comprometida empieza a hablar con dificultad. Con dificultad pero con claridad. Y se levanta y anda. Y anda y se sacude. Y se sacude y zarandea en su sacudida una buena masa de carne en un gesto enérgico que apela al ruido o al silencio desde la demanda de presencia de los demás. Podría parecer brutal, como ella dice, pero no lo es tanto. Es animal, y por tanto, frágil. Pide ser acompañada. Pide ser escuchada, pide ser llevada por los aires mientras se erige como reacción a la condición de nuestro país en la posmodernidad. Venimos de un país moderno.

En la confusión pluralista de nuestra cultura actual, estamos impregnados del estilo de vida que dicta el capital, en general, y de una ideología derivada de la transición, en particular, que nos ha hecho creer que podíamos elegir sin ningún tipo de restricción presentando una variedad desconcertante de opciones, la mayor parte de ellas inócuas, que a menudo nos paraliza. Ante tal aluvión informativo, que nos in-forma, que nos da forma, ¿podría ser el arte un lugar común para prácticar opciones vitales? Opciones vitales de las que sí importan. De las que transcienden. Traído por Shusterman, el pensamiento de Rorty puede hacer de guía de nuevo en este punto: “la vida estética es mucho más radical y sustantiva”. Diciendo que siendo como somos “fruto de contingencias aleatorias e idiosincrásicas”, y rechazando la teoría moral tradicional que se empeña en dotarnos de una esencia uniformadora, nos insta a concluir que tenemos que crearnos a nosotros mismos y hacerlo mediante una «redescripción estética autoenriquecedora». De alguna manera eso me suena a anarquía. A abrazo a la conciencia crítica. Y pasa por tocar aquí la guitarra. Y pasa también por levantarnos y andar, por andar y sacudirnos, por sacudirnos y zarandear en esa sacudida la masa de carne que somos con todas sus implicaciones ideológicas. Porque el cuerpo hace política. Y si, como apunta Shusterman recogiendo a Foucault, “ideologías enteras de dominación pueden ser materializadas y preservadas encubiertamente codificándose en normas somáticas que, como hábitos corporales, se den por sentadas” podemos sacudirnos en el arte para combatir cualquier tipo de opresión. Desde el cuerpo. Hay que practicar en el arte, porque en él se pone en juego el cuerpo ampliando su experiencia sensorial. Tal y como los sentidos son testimoniales del estado del cuerpo, estos son a su vez profundamente influidos por la condición de este. Así la percepción de nosotros mismos y del mundo depende de cómo se sientan nuestros cuerpos, de lo que deseen, hagan, disfruten o sufran. Foucault mismo demostró que los cuerpos dóciles se moldean sistemáticamente con disciplinas corporales aparentemente inofensivas a fin de hacer avanzar ciertas agendas sociopolíticas. ¿Podemos confrontar mediante el arte los signos y marcas que las ideologías represivas arraigadas imprimen en nuestros dóciles, o combativos, cuerpos? ¿Y a las ideologías mismas?

Anarchy es transitiva del malestar. Se mueve desde él hacia su superación en forma de responsabilidad creativa compartida: “(…) hay una oportunidad de que lo haga el otro. ¿Y si no lo hace? No pasa nada. Sí, pasa nada”. Hagamos que pase algo y que ese algo nos pase y nos traspase.

 “Es la operación expresiva del cuerpo, empezada con la menor percepción, lo que aumenta en el arte”. Merleau-Ponty

 

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