Lo mínimo: el misterio de la creación

El jueves pasado, Cris Blanco, Jorge Dutor y Guillem Mont de Palol inauguraron con una nueva creación, Lo mínimo, una nueva edición del ciclo Noves Escenes que organiza La Pedrera por séptimo año consecutivo, durante todo el mes de mayo, y que continúa este jueves con otro estreno de Roger Bernat que contará con la presencia de Juan Navarro en escena, como en los viejos tiempos.  Lo mínimo, encargo de La Fundación La Pedrera, en el que Cris Blanco, Jorge Dutor y Guillem Mont de Palol han estado trabajando durante dos meses, se presentó en el auditorio del emblemático edificio de Gaudí, con capacidad para ciento ochenta butacas, en un escenario complicado atravesado por las columnas del famoso arquitecto. Eso es lo primero que llamaba la atención, ese extraño escenario, más propio de una conferencia que de una pieza escénica. Los artistas optaron por aprovechar el espacio, sus limitaciones y los elementos que contenía, sillas y mesas de conferencia, en vez de intentar convertir ese escenario en otra cosa que quizás no forme parte de su naturaleza. Pero, nada más comenzar, sorprendía lo extraño que era todo. Era extraña la ropa de los intérpretes, los propios creadores, vestidos con una ropa deportiva como de equipo de colegio, que esperaban la entrada del público cogidos de las manos, en círculo.

Y, una vez comenzado el espectáculo, era extraño también el modo en que se comportaban y se relacionaban entre ellos. Lo primero que llama la atención es el extraño mundo que han creado, la desconfianza que parece haberse apoderado de ellos y que se trasluce en sus miradas, los silencios que suceden a cada proposición que se hacen entre ellos. ¿Queréis que os cante una canción? Miradas de desconfianza y un largo silencio hasta que, al final, siempre, la respuesta es afirmativa.

¿Queréis que os enseñe una coreografía? Siempre se dicen que sí, nunca se niegan nada los unos a los otros, siempre hay una aprobación, aunque sea evidente para el público que lo que proponen no tiene ni pies ni cabeza. Alguien dice que va a traducir una conferencia en alemán sobre arañas y en realidad comprobamos que se trata de una canción yódel pero nadie dice nada, se acepta. No tiene ningún sentido. Sin ninguna causa aparente, otro decide mostrarles una canción que, según él, su familia lleva años componiendo y, a parte de que esa canción nos suena porque es famosa, resulta que los otros se saben perfectamente la coreografía y cuando acaban de ejecutarla se quedan clavados en el suelo, quietos, alargando los tiempos, como si estuviésemos en un programa de televisión.

Lo mínimo juega continuamente con la expectativa. No sabemos qué pasa dentro del escenario pero tampoco sabemos qué está pasando ahí fuera. No acabamos de entender la diferencia que hay entre afuera y adentro, oímos ladridos pero no sabemos si es que hay unos animales encerrados o son sonidos que provienen del exterior. Pero al mismo tiempo comprobamos que todo es mentira. ¡Que entre el perro! Y entra un plástico hinchable. Es como si estuviesen jugando a las mentiras todo el rato. Uno de ellos sale afuera, a lo que sería el patio de vecinos de La Pedrera (porque en La Pedrera vive gente) y parece que ahí fuera hay una tormenta, pero cuando vuelve a entrar, por la música que penetra en la sala y por su actitud, diríamos que viene de una fiesta. A veces, alguno de ellos anuncia que va a salir y, justo antes de desaparecer por una de las puertas del escenario o de la sala, suena una música disco. Mientras la escuchamos el intérprete se queda quieto, mirando hacia el escenario que pretende abandonar. Y nos desternillamos de risa.

Es un humor extraño pero en La Pedrera funcionó, es decir, el público estaba con ellos, completamente entregado. Han creado un lenguaje que no es del uno ni del otro, ni es de Cris Blanco ni es de los Mont de Dutor. Ellos dicen que se han puesto a trabajar sin premisas, que les interesaba eso de enseñarse cosas los unos a los otros, algo que a veces recuerda a algunas piezas de Philippe Quesne. Es evidente que han encontrado algo muy interesante en el medio, entre sus dos mundos. El resultado es desconcertante para los que seguimos desde hace tiempo el trabajo de cualquiera de ellos. Ninguno de ellos se muestra de ese modo nunca en escena. Y resulta muy difícil mantener ese estado de extrañamiento todo el rato. Pero ciertamente lo consiguen y, del desconcierto, muchos en seguida pasamos a la sorpresa, a las risas y a la abierta entrega y admiración. ¿Cómo lo harán? ¿Cómo conseguirán caer siempre de pie, se propongan lo que se propongan? Ese es el misterio de la creación.

Fotografías: Ana Belén Jarrín.

 

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