Carta a Jonas Mekas desde el Sâlmon<

Querido Jonas Mekas,

hace justo un año yo quería ir a Nueva York a saludarte. Me imaginaba llamando a tu puerta y presentándome con un paquetito de parte de la Orquestina de Pigmeos. Sabía que no quedaba mucho tiempo porque hace un año ya eras muy mayor: tenías noventa y cinco años. La semana pasada me enteré de que ya te habías ido. Lo primero que pensé fue: Ningún lugar a donde ir, como el libro-diario en el que cuentas cómo te las apañaste para huir de Lituania perseguido por los nazis para llegar, casi por carambola, a Nueva York, después de pasar por varios campos de refugiados en Europa. Un libro apasionante. Un poco oscuro, como es lógico, dadas las circunstancias. A mí me atrapó pero también tengo que reconocer que me sumió en cierta melancolía que se sumó a la que por entonces arrastraba. Pero fue una melancolía homeopática. Si tú conseguiste salvarte de aquello lo mío, en comparación, no podía ser para tanto. A ti te ayudó escribir. Yo intenté imitarte. Aún lo hago, ya ves.

Un poco después, un amigo me trajo un trozo de una película tuya, un trozo de celuloide que repartían en una exposición en Buenos Aires. Tu intervención en la exposición consistía en eso, en repartir esos trozos de celuloide. Desde entonces ese celuloide está encima de mi piano. Fui a buscarlo cuando me enteré de que te habías ido. Tú seguro que entenderás por qué. Para ti, como buen campesino lituano, los objetos, la naturaleza, todo tiene alma. Esa manera de mirar la vida impregna tu obra. Y tu obra potencia esa manera de ver la vida. Todo eso me ayuda enormemente a vivir, Jonas, en los momentos difíciles y en los momentos felices, que aún se vuelven más sabrosos. Gracias, tío. Gracias a los que empujáis por ahí. No sabes cuánto te lo agradezco. En esta selva que es la vida ¡se agradece tanto tener algo a lo que agarrarse para darse impulso! Creo que esa es una de las razones de la importancia que le doy al arte en mi vida. Ese arte que hacemos los unos para los otros, como amigos, como dijiste una vez.

“En estos tiempos en los que todo el mundo ansía tener éxito y vender, yo quiero brindar por aquellos que sacrifican el éxito social por la búsqueda de lo invisible, de lo personal, cosas que no reportan dinero, ni pan, y que tampoco te hacen entrar en la historia contemporánea, en la historia del arte o en cualquier otra historia. Yo apuesto por el arte que hacemos los unos para los otros, como amigos.” (Manifiesto contra el centenario del cine)

Estos días, en Barcelona, se celebra un festival, el Sâlmon<. Se acaba dentro de diez días, con Ningún lugar, una pieza maravillosa de la Orquestina de Pigmeos, inspirada por tu libro, de la que tú mismo hablaste maravillas después de ver uno de sus ensayos en las Naves de Matadero, en Madrid. Yo estuve en el estreno. A mí me pareció una pieza increíble pero, cuando la gente me preguntaba, yo les decía: no lo digo yo, lo dice Jonas Mekas. Lo fui pregonando allá donde tuve ocasión. Me alegró mucho que, viniendo de la Documenta de Kassel, dijeses que de todo lo que habías visto en el último año lo mejor había sido ese ensayo. Dijiste que habías estado en ciudades grandes, en eventos grandes y que habías visto cosas muy muy grandes pero que estabas cansado de que todo fuese tan grande, excesivamente grande. Y, muy emocionado, contabas al mundo, en tu videoblog, que, lo de la Orquestina, eso sí que era arte. Y, por si no había quedado lo suficientemente claro, explicabas al mundo lo que para ti es el arte, el arte que te interesa, y era una definición que me puso la piel de gallina entonces y me la sigue poniendo ahora: simple, pequeño, personal, no pretencioso, que toca a tierra, conectado con la vida. Y eso lo encontraste en un ensayo de la Orquestina de Pigmeos, perfectos representantes de todas estas gentes que llevan años haciendo cosas increíbles en el territorio de las raras artes, esas que no hay manera de meter en ninguna anquilosada categoría oficial y que no siempre son fáciles de describir sobre el papel cuando hay que convencer de sus bondades a los burócratas, ya sabes.

Burócratas. Da igual si son nazis, comunistas o capitalistas. La misma mierda. Últimamente lo sufro en mis carnes más que nunca. Un grano en el culo, somos para ellos. La verdad es que me ayuda imaginarme cómo te las debías apañar tú cuando no tenías ni un dólar y todavía no eras famoso pero ya estabas en todas las salsas, haciendo películas con tus amigos, escribiendo en revistas sobre todo lo que se movía a tu alrededor, montando tu propia Cinematheque, con una milésima parte de los recursos y la publicidad que gastaba el mediocre aparato artístico oficial. Exactamente como nos pasa a nosotros ahora. Como le pasa a la Orquestina de Pigmeos y a tantos otros. Pero, volviendo a aquel ensayo, fue bonito que incluso grabaste unos minutos de lo que estabas viendo y añadiste esas imágenes al final de tus comentarios. Entonces pensé: ahora Jonas Mekas ya sabe que existimos, el tema es ¿cuánto tardarán en darse cuenta los que parten el bacalao? Solo tendrían que prestar algo de atención a lo que decías tú y a lo que hacían y hacen tus amigos. Pero no tienen tiempo para estas cosas. Están demasiado ocupados en cosas más importantes, como ganar elecciones, ya sabes.

Este verano, en la librería Sur de Lima, me compré Cuaderno de los sesenta, otro libro tuyo. Unas semanas más tarde, en la Barceloneta, mientras me secaba al sol después de darme un baño en el mar, leí en ese libro una especie de entrada en tu diario en la que escribías que Allen Ginsberg te había llamado para decirte que le quedaban tres meses de vida. A pesar de estar convencido de que iba a morir muy rápido, tú cuentas que la conversación fue divertida. Decías que esa era una de las características del carácter de Ginsberg. Le prometiste que le visitarías a mitad de la semana siguiente pero me temo que Ginsberg se murió antes. En Last Words, el diario póstumo del último año de la vida de William Burroughs, se cuenta lo mismo. Ginsberg llamó a Burroughs diciéndole que los médicos le habían dicho que le quedaban tres meses de vida pero Ginsberg les dijo a los médicos que estaba convencido de que le quedaba menos. Y cuenta que estaba animado para ese nuevo viaje hacia lo desconocido. Se murió al día siguiente. Me ha parecido una curiosa coincidencia. Espero que tú también abandonases este mundo con ese ánimo. Por lo que he leído parece que fue así.

Cuando acabé de leer las más de cuatrocientas páginas de Cuaderno de los sesenta, pensé que era como el reverso de Ningún lugar a donde ir, mucho más luminoso. En Cuaderno de los sesenta tú ya llevabas unos años viviendo en Nueva York, metido en todos los saraos. Conocías a todos los artistas del underground, tú mismo te habías convertido ya en un artista respetado dentro de ese underground. Los textos que recoge ese libro son escritos críticos tuyos sobre el nuevo cine, las nuevas artes escénicas, la nueva música, la nueva literatura. Conversaciones con Pasolini, con Yoko Ono y John Lennon, artículos sobre Warhol, Cage, Ginsberg, Burroughs… Salvando las distancias me recuerda al trabajo al que me dedico en Barcelona, cincuenta años después. ¿Pero nuestro mundo es más mediocre o esos nombres están mitificados? No lo sé. Les escuchas hablar y no parecen tan alejados de nuestros trabajos y de nuestras vidas. ¿El mito proviene de que vivieron en Nueva York, la capital del imperio, en un momento de explosión cultural y económica? ¿O realmente eran más interesantes que la gente con la que me cruzo cada día? En el fondo, ¿qué más da? A nosotros nos ha tocado vivir esta vida. Todas las vidas tienen su interés. Pero reconozco que tus escritos me inspiran enormemente. Te vuelvo a dar las gracias por eso. Porque siempre estoy a punto de tirar la toalla pero entonces te leo o me acuerdo de ti y eso me da fuerzas para continuar un poquito más.

Una amiga mía, que te conoció hace unos años en Madrid, me dijo el otro día que en persona tenías una energía alucinante y unas manos de adolescente. Supongo que algo tendrá que ver una cosa con la otra. Te escribo mañana, Jonas. Me imagino que tú ahora ya no tendrás ninguna prisa pero a mí ahora me ha entrado de golpe. Pensar en la muerte me da ganas de vivir.

Un abrazo muy fuerte.

Esta entrada fue publicada en Uncategorized y etiquetada , , , . Guarda el enlace permanente.