superficie, ornamento, frivolidad

Diseño de Nicola Tirabasso

-Es que un mundo totalmente vivo tiene la fuerza de un infierno 
Clarice Lispector

Solo tenemos a la superficie. Esta lengua lo sabe, ya que la palabra no tiene contrario. No existe nada así como insuperficie o asuperficial; y conceptos del tipo “fondo” o “profundidad” no son exactamente sus antónimos, ya que con frecuencia accedemos a ellos gracias a las capas superiores, deslizando unas y otras superficies. Si nos es imposible tocar nada que no sea la fachada de aquello que se nos está mostrando, ¿qué otra cosa ganamos con darle la vuelta a la lengua, con buscar aquello “no superficial”? El girar las palabras, retorcerlas,  para impulsar otras posibilidades puede llevar a encontrar, no tanto algo secreto —más valioso que lo que ya habíamos visto sino otra parte igualmente fabricada, interpretada, ¿maligna? Tomando, por ejemplo, la palabra acción, ¿qué es lo opuesto a “actuar”? No puede ser “pararse”, porque una puede decidir  estar parada; ahí hay acto. Tampoco llegaría a ser, si existiesen, cosas como “desactuar” o “inactuar” ya que vienen a describir procesos inevitablemente activos. Lo contrario a la acción probablemente sea la pasión. Una no actúa en sus pasiones sino que la pasión es algo que más bien te ocurre, en lo que una se deja hacer (con pasividad). Suena sospechoso, por ejemplo, decir que alguien “acts on love”.

También el ornamento está más vivo que la vida. Opera en varios de nuestros sentidos y puede definirse como ese cambio en la superficie que intenta que nos detengamos. Es una característica del espacio que influye sobre nuestro tiempo, y es que cuanto más efectiva es una ornamentación más nos paramos a tratar de distinguirla. Aunque en realidad el ornamento no se distingue. Un ornamento puede no verse en absoluto o ser escueto. Siempre está mezclado (zambullido, casi) con el resto de su entorno. De nuevo, el ornamento es lo que detiene: una señal, un anuncio, también un luminoso, una picadura, una rodillera. Un ornamento mal visto (es decir, un ornamento reprochable pero a menudo eficaz) sería por ejemplo cualquier tropiezo, un choque. La novela Crash de J.G. Ballard opera como un torrente de ese tipo de ornamentación. En una entrevista de 1970 para Penthouse el autor resume así: “-A car crash harnesses elements of eroticism, aggression, desire, speed, drama, kinesthetic factors, the stylizing of motion, consumer goods, status — all these in one event. I myself see the car crash as a tremendous sexual event really: a liberation of human and machine libido (if there is such a thing)”. El ornamento que mejor funciona es el que más seduce, ya que ornamento y sensualidad son asuntos que van a la par. Pese a que la expresión “formas sensuales” con frecuencia aluda a esa especie de líneas finas curvas que se enroscan unas sobre otras, la sensualidad puede ser plana y sin cambios. Lisa, fría, reflectante, agria, árida, áspera. Una superficie ornamentada puede ser austera, y no sólo es que la ornamentación tenga lugar sin adornos, sino que de hecho así es como más efectiva resulta: cuando no hay testigos. Es decir, la ornamentación es aquel acto de seducción del que nadie se da cuenta, la ornamentación es nuestro ronquido. 

Bueno, pues además de todo esto, también cabe tomarse la muerte con un poco de risa, con un poco más de frivolidad. La palabra frivolus, antecedente de frívolo, se atribuía a aquellos recipientes de barro ligeros, fútiles y carentes de valor. A un barro cualquiera. Este material, ya de por sí modesto, si se utiliza para fabricar un objeto menor, eleva al cuadrado su condición despreciable. De pronto nos encontramos con que el objeto frivolus acarrea una humildad exagerada: es una cosa demasiado, muy banal. Así que frivolus, que fue la descripción de un objeto sumamente desvalido, hoy, convertido en frívolo, señala a quienes no se preocupan de lo grave o lo importante, sino que por el contrario viven atentas a las ligerezas. Precisamente, la ligereza, lo que no pesa tanto, sería eso que frívolo conserva de su origen. Ante algo tan pesado como el tema de la muerte —un verdadero gordo—, conviene soltar lastre. Este asunto de que nos morimos (inmenso, inabarcable, voraz, trágico, valioso, verdadero, etc.) ocasiona la edificación de templos, que son todo lo contrario al recipiente frivolus, al recipiente cutre de barro. Sin embargo, hay algo mucho más moribundo en el segundo elemento. Como que el valor de lo frivolus es tan pequeño que parece que la muerte le esté rondando todo el rato. La lleva incorporada, ya que a nadie le importaría demasiado que se fuese a romper. Y es que con frecuencia lo frivolus se coloca en no importa dónde, queda olvidado a la intemperie o se almacena sin protección. Descuidamos lo frivolus y por lo tanto, la muerte es lo normal que le pasa, que está a punto de pasarle. Es, desde el principio, un objeto moribundo. Con toda probabilidad, esta cosa frivolus se entienda mejor con la muerte que ninguna otra. Y de ahí que ahora diga que tomarse frívolamente a la muerte es saber estar con ella. Muchas muertes nos ocurren todos los días. Recuerdo ahora el Diálogo entre la Moda y la Muerte que escribió Giacomo Leopardi en el s. XVIII. La Moda le dice así a su hermana Muerte: “-nuestra naturaleza y hábito común nos llevan a renovar el mundo sin cesar, si bien desde el principio tú te dedicas a las personas y a la sangre, mientras que por lo general yo me conformo con las barbas, los cabellos y las vestimentas, los muebles, las viviendas y cosas por el estilo. Bien es verdad que no me he privado ni me privo de entretenimientos comparables con los tuyos, verbigracia agujerear ya orejas, ya labios y narices, y desgarrarlos con los perendengues que cuelgo de los orificios; chamuscar las carnes de los hombres con marcas candentes que en mi nombre se ponen por estética; deformar las cabezas de los niños con vendajes y otros artilugios e instaurar la usanza de que la cabeza de todos los hombres del país tenga la misma forma, como he hecho en América y en Asia; incomodar a la gente con calzado alto y estrecho; quitarle el aliento y hacer que le salten los ojos por la apretura de corsés y cientos de cosas por el estilo.” Un comentario frívolo es que la muerte opera igual que la moda y además nos hace reír. Nos reímos como reacción ante lo que no somos capaces de interpretar. Si la carcajada describe algo es la intromisión de vida en nuestras lógicas. Ese gag, lol o juas no es sino la interrupción de la mecánica que nos hemos creado. Aquello que no entendemos lo rellenamos con risa. La línea recta que se mueve hacia delante, clara, uniforme, pasa a volverse vida.

Una risa en condiciones descompone nuestras cabezas, pues desternillarse literalmente significa “que se pierdan las ternillas”, que no son sino la argamasa cartilaginosa que une nuestras mandíbulas con el cráneo. Reír escandalosamente realizando bruscos movimientos (a mandíbula batiente), incluye el riesgo de ocasionar su fractura y consecuente dislocación en la sesera. Se te ha caído la cabeza y así te desequilibras. “To laugh one’s head off”: el origen de esta expresión se sitúa en un episodio de decapitación pública. El 19 de abril de 1747 fue la fecha escogida para ejecutar públicamente a Lord Lovat en Tower Hill, Londres. Lovat era conocido por su crueldad, y se trataba de una sentencia sumamente popular, que reunió a millares de personas ansiosas por disfrutar del espectáculo. Justo antes de que el verdugo precipitara su hacha sobre el cuello del ajusticiado, un andamio lleno de espectadores colapsó, matando de golpe a una veintena. Parece que al presenciar la muerte inesperada de quienes estaban allí para contemplar la suya propia, Lord Lovat se partió de risa, con lo que que el hachazo le atrapó tal cual: regocijándose. Podemos sospechar que esa cabeza risueña, desplomándose desde el tronco ensangrentado y rodando a continuación por el escenario, sintiese algunos vértigos.  No sólo es que la muerte provoque risa, sino que la risa misma puede provocar la muerte, por ejemplo, en individuos con afecciones cardíacas o por atragantamiento. Como vemos, reírse tiene poco de bondadoso o divertido. Más bien consiste en un lubricante que nos acerca a los demás; a Eve contra la pared. Si la carcajada describe algo, es la intromisión de vida en nuestras lógicas. Ese gag, lol o juas no es sino la interrupción de la mecánica que nos hemos creado. Aquello que no entendemos, lo rellenamos con risa. La línea recta que se mueve hacia delante, clara, uniforme, pasa a volverse vida.

Fotografía con teléfono de un león riéndose, Esther Gatón, agosto 2017.

Una versión previa de este texto fue publicada en el catálogo de El Hecho Alegre, comisariada por Tania Pardo en 2019, en La Casa Encendida, Madrid. Quiero agradecer a quienes han leído y comentado este texto, Leticia Ybarra Pash, Andrés Carretero, Darya Diamond y Louis Mason.

Esther Gatón

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Una Respuesta a superficie, ornamento, frivolidad

  1. Masu dijo:

    Gracias!

Los comentarios están cerrados.