Guerra y trementina

© Maarten Vanden Abeele

Programa de mano para los Teatros del Canal sobre Guerra y trementina de Jan Lauwers/Needcompany. 

Había algo en él algo difícil de determinar que estaba roto.

Stefan Hertmans, Guerra y trementina.

“Cuentan de un anciano que, en su lecho de muerte, hizo saber a sus hijos que en su viña había un tesoro escondido. Sólo tenían que cavar. Cavaron, pero ni rastro del tesoro. Sin embargo, cuando llegó el otoño, la viña aportó como ninguna otra en toda la región”. Esta fábula introduce Experiencia y pobreza de Walter Benjamin, un pequeño texto escrito en 1933, entre dos guerras mundiales, donde nos habla de la generación que desde 1914 a 1918 sufrió “una de las experiencias más atroces de la historia universal”. Muchos volvieron enmudecidos del campo de batalla, “pobres en cuanto a experiencia comunicable”, aunque “nadie muere tan pobre que no deja algo tras de sí”.

Al buscar Troya, los arqueólogos encontraron que la mítica ciudad son en realidad diez ciudades amontonadas, los restos de una Troya sobre otra. Guerra y trementina es el relato de la vida que Urbain Joseph Emile Martien, soldado en la Primera Guerra Mundial, pintor, copista y abuelo del escritor Stefan Hertmans, dejó a su nieto por herencia: la experiencia personal de un siglo que sembró Europa de muertos. En la novela, Hertmans recuerda que su abuelo le contaba cómo Beethoven, sordo y viejo ya, trabajó tan obsesivamente en su novena sinfonía, que ni siquiera iba al baño cuando estaba componiendo el hoy himno europeo. Así que “compuso ese himno sobre la hermandad de todos los hombres junto a un montón de estiércol”, como en una trinchera.

No es casual. La guerra está en el aire y esta temporada su sombra recorre la programación de Teatros del Canal. La propuesta inmersiva de Rimini Protokoll, el teatro documental de Lola Arias o el techno futurismo de El Conde de Torrefiel puede que respondan a un tiempo en el que los artistas reproducen los horrores bélicos a modo de copistas; trabajo en el que también se comprenden los errores cometidos, por si alguien “preferiría no hacerlo” de nuevo. Con la masacre neoliberal de fondo, como en los años 30, quizás nos encontremos otra vez en un tenso período entre guerras, sin saber aún, igual que en el teatro, cuál será el acontecimiento detonador del conflicto. A veces cuesta remover la tierra, como a los psicóticos que “rechazan un significante fundamental, expulsándolo de su universo simbólico”. En España lo sabemos bien, nuestro dramaturgo más reconocido fue asesinado por la espalda y continúa enterrado en un barranco.

Para Jan Lauwers, “la verdadera tragedia” de la obra de Hertmans “reside en el hecho de que el siglo XX es imposible de comprender”. Quizás por eso la Needcompany convierte su versión de Guerra y trementina en una suerte del Angelus Novus que vuelve a “detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado” en la noche del incendio europeo, poniéndonos delante sus “ruinas” a través de la historia de Urbain, una de tantas vidas atravesadas por las “catástrofes” de la Historia. “Todo ángel es terrible”, pero peor es el monstruo, trauma y duelo malogrado que ha vuelto a despertar. ¿Qué nos encontramos al excavar en el siglo pasado con Guerra y trementina?

Fundada por Jan Lauwers y Grace Ellen Barkey en 1986, sumándose a la dirección Maarten Segher en 2001, la Needcompany es una institución escénica, uno de los ensembles más laureados e influyentes. Con base en Bélgica, de pocas compañías se puede decir que, sin su trabajo, quizás el teatro hoy no sería lo mismo. Muchas de sus obras son ya clásicos contemporáneos, como Isabella’s Room. Mezclando disciplinas y nacionalidades en su elenco, en un país liberado del peso de tradiciones alcanforadas, donde los artistas disfrutan de apoyo público constante para la experimentación, ha consolidado un lenguaje propio, código y campo de la Needcompany que vuelve a desplegarse en esta obra. A Jan Lauwers le gusta trabajar “con y para amigos”. En esta ocasión, sus partners in crime son Stefan Hertmans y Viviane De Muynck.

De Muynck es la viga maestra que sostiene la adaptación escénica del bestseller de Hertmans. Homenaje soberbio al oficio del intérprete, ella es el logos. Por fin, la historia contada por una mujer. Narradora omnipotente que, con su relato, da pie a los tableaux vivants de memoria muda que se levantan y suceden a sus espaldas, entre el pathos de los cuerpos y la lírica de las imágenes.

En Guerra y trementina no todo es guerra. La trementina alude a la pasión y refugio de Urbain, la pintura. Como un cuadro, el teatro, del griego theátron, es un “lugar para contemplar”. Aquí la pintura es el lugar del consuelo, desde donde mirar el mundo con ternura. Urbain perdió a su verdadero amor de joven, y se pasó toda la vida recordándolo, pintándolo, como Benoît Gob hace absorto durante la función. En psicoanálisis el objeto perdido de deseo también se conoce como resto o fantasma. Guerra y trementina está llena de fantasmas. De hecho, aquí el escenario es el “lugar para contemplar” los fantasmas de Urbain, devolviendo al teatro uno de sus más antiguos aliados: la muerte.

Artes vivas porque se consumen en cada gesto, palabra o imagen. En esta obra, además, los límites de la representación son tan difusos como el filo entre la vida y la muerte por el que transitan los personajes.

Teatro caleidoscópico, Guerra y trementina es una máquina en la que conviven simultáneamente la música de Rombout Willems, los cuadros de Benoît Gob, las palabras de De Muynck y los movimientos de las bailarinas, densidad escénica engranada en un continuum donde el todo no es más que las partes. “Es en los residuos donde hoy en día se encuentran las cosas más provechosas”. Son las partes, las ruinas y los restos, lo que está roto, igual que los hechos dispersos del pasado, como en un sueño, lo que nos invita a completar, es decir, a elegir su sentido y calado. El resto es Historia. Mejor, porque “cuando el teatro se muestra como esbozo, y no como pintura terminada, ofrece a los espectadores la oportunidad de sentir su propia presencia, de reflejarla, de contribuir a lo inacabado”.

A veces incluso, como pasaba antiguamente, en la ciudad de una noche que constituye el teatro, se nos ofrece la oportunidad para sentirnos parte de algo más, y que lo que acabemos sea por juntar sus partes, si es que una comunidad es el sentimiento de experimentar continuidad entre vínculos, “de fragmento de ser a fragmento de ser, de fragmento de ser a fragmento de mundo, de fragmento de mundo a fragmento de mundo”. La memoria es buena argamasa, pero de poco sirve si no pasa por la experiencia. Jan Lauwers se pregunta “cómo permanecer vinculados al pasado en un tiempo en el que la brecha entre generaciones es tan grande que no podemos heredar las experiencias”.

Una posible respuesta la encontramos en la viña de la fábula popular. Lo que el anciano dejó allí en herencia a sus hijos fue una experiencia. El legado consistía en arar juntos su tierra, por eso la viña floreció y no quedó baldía. Aunque en ocasiones no es suficiente con removerla, sobre todo si hay algo que desenterrar.

Otra es Guerra y trementina, donde somos el último testigo, ahora, cada noche, de la experiencia de Urbain. Y todo ello después de haber pasado a través de la novela Hertmans, de la adaptación de Lauwers y de los cuerpos de la Needcomnay. Por De Muynck más que por ninguno, en cuya oralidad encarna al narrador o narradora invocado por Walter Benjamin: aquel que “permite a las suaves llamas de su narración que consuman por completo la mecha de su vida”. Quien “toma lo que toma de la experiencia y la torna a su vez en experiencia de aquellos que escuchan su historia”. Experiencia, en este caso, escénica, tiempo recobrado, que apunta directamente a nuestra memoria, donde la narración puede “reconciliarse con la violencia de la muerte” y descansar.

Cuentan que las intensidades (una idea, un gesto, un afecto) crean realidad y dejan una luz tras de sí proporcional a la energía suscitada. El pasado del que provienen es inaccesible, no podemos adivinarlo. Solo nos queda cultivar un “olfato de pirómanos” y aprender a intuir la noche nuclear de las intensidades.

Referencias:

Relectura de Amador Fernández-Savater sobre la Economía libidinal de Jean-François Lyotard vista en Facebook.

Ángel González García, El resto. Una historia invisible del arte contemporáneo, Museo Reina Sofía / Museo de Bellas Artes de Bilbao, Bilbao, 2002.

Comité Invisible, Ahora, Pepitas de calabaza, Logroño, 2017.

Hans-Thies Lehmann, Teatro Posdramático, Cendeac, Murcia, 2013.

Jacques Lacan, Seminario 3: Las Psicosis, Paidós, Barcelona, 2011.

Stefan Hertmans, Guerra y trementina, Anagrama, Barcelona, 2018.

Walter Benjamin, “Experiencia y pobreza”, en Discursos interrumpidos I. Madrid, Taurus, 1982.

Walter Benjamin, “El narrador”, en Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV, Taurus, Madrid, 1991.

Novena sinfonía de Ludwig van Beethoven​ dirigida por Claudio Abbado con la Filarmónica de Berlín. Deutsche Grammophon, 2000.

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