Marc Vives: «Me he visto abocado a la performance»

Marc Vives estrena La Fiesta en el Antic, por primera vez esta performance de largo recorrido y versiones se adapta a un teatro, o al contrario, subtítulo: Concierto, quizás con esta presentación cierre o abra un ciclo. Vives nos puso del revés el año pasado mientras se mantenía a flote en el mar cantando a Montjuic con Es que ahora no puedo, honda exposición en cuyo texto Marc se decía a sí mismo: «Has vivido muchas vidas, alternando con trabajos de todo tipo, en el campo del arte, te has visto en grupos de artistas, montando dúos, colectivos, proyectos, asociaciones, empresas y saraos, pero en todo este tiempo has sido artista, artista y artista, tanto que se te ha olvidado cómo alguna vez estuve en otros lugares.» Muchas vidas en las que a parte del trabajo en solitario y antes con el dúo Bestué/Vives, Marc ha gestado contextos como Por la Vena, Hamaca, YProductions, GRAF o la Nauestruch (programa de residencias en performance y artes visuales en L’Estruch). Artista clave para entender hoy la Barcelona de los últimos años, sigue derrochando entre lo pulsional y lo prosaico. Quedamos bajo la higuera del Antic, conversación suelta entre medianas el día que ponen las boyas en la Barceloneta. 

La carrera artística, cómo y por qué seguir. 

Hay algo muy prosaico que tiene que ver con comer. A lo mejor no lo he hecho con la intensidad y el tesón que he hecho otras cosas, pero llevo mucho tiempo buscando curro. Salió en su momento coordinar las residencias de la Nauestruch y me pareció un buen plan, como algo que de repente me podía ubicar definitivamente en esta cosa. Marc trabajando para otra gente, haciéndolo dentro de una institución, aunque fuera todo lo precario que es el Estruch. El único recorrido que conozco es el de seguir ahí. A un nivel económico, puedo buscar por mil sitios, pero el único que más o menos me responde si voy haciendo es el arte. Y esto es una trampa, yo hace muchos años que me quiero salir de eso. De hacer, aunque sea con gente muy guay, con colegas o marcos de puta madre. 300 euros, 1000 euros, 300 euros, 1000 euros una obra nueva, 1000 euros una performance… Y cuando hablo de 1000 me parece el mejor de los escenarios. Nada es tan sencillo. Ojalá fueran escenarios planos, donde llegas, dejas tu cosa y te llevas dinero. Pero siempre hay mogollón de implicación, lazos, tiempos… Estoy en la auto pelea de acabar con esas historias. Mola trabajar cuando tienes la espalda cubierta, no cuando estás en ocho lugares a la vez.

Dudo todo el rato de la energía que tengo, y de la que me queda. Pero vuelvo a lo prosaico, hay que comer. Cuando un curro mola y no sale, convocatorias que no salen o clases que no salen, lo único que conoces es el primer paso. Todo tiene que ver con andar bregando en ese terreno. Yo ahora por ejemplo que estoy en la gresca, después de tres años en la gresca me puede salir una clase, pero me he pasado tres empujando. Yo ahora no tengo tantas ganas de hacer tantas cosas.

Puede que ahora esté sabiendo rentabilizar algunas cosas. Moverlo con un poco más de cuidado. Sí que es verdad que me sigue faltando el tiempo. Cuando no estás tranquilo de cabeza, no tienes el mes pagado, es muy difícil. Salvo que estés sólo, loco y desahuciado, que entonces puedes pensar en cualquier cosa. Hace un año, con Es que ahora no puedo, me tiré al barro porque tenía dos meses cubiertos, es decir, tiempo. Luego me puse a trabajar en un restaurante, sabía que llegaba hasta septiembre, y así todo el rato.

Llega un momento en el que te metes en esa turbina, en esa problemática constante, y acabas haciendo músculo. A mí es lo que me ha pasado. Trabajando con David Bestué por ejemplo, nunca cobramos bien y éramos dos, pero teníamos curro a destajo, mucho de gestión. El trabajo no consistía en sentarnos en el taller y preguntarnos qué, qué te apetece hacer. Pues me estoy leyendo un libro… Siempre había una fecha, lo siguiente. Esa turbina ha sido mi escuela, y es la que se me ha quedado instalada.

Es que ahora no puedo, etHALL, 2018.

El amor, sí a todo, la implicación. 

Tengo la sensación de no llegar, de abrir demasiado el abanico sin poder estar con la intensidad que me gustaría. Quizás es porque la intensidad la conozco. De eso hablábamos en el taller de Valentina Desideri en el EACC, que hay algo de fracaso en que no se tenga la intensidad, o que no sea de la manera que tú quieres. No un fracaso de logros, sino de vivencia. Si has pasado por la intensidad, por cosas que te transforman en tiempo real, cuando no está eso la cosa deja de tener sentido. Antes o después tiene que haber una sobredosis.

La performance. 

En mi trabajo hay performance después el primer momento. En el trabajo con David tenía que ver con lo conceptual, con algunos referentes europeos, otros más catalanes, la acción en un terreno doméstico o personal… ahí están las especias de lo que estábamos cocinando. A David lo conozco en una fiesta, yo haciendo de felpudo me afeité welcome en el pecho, David puso un armario en el que la gente entraba en vez de salir, y donde lo primero que se encontraban era un felpudo de pie. Y antes igual, siempre estuvo el cuerpo. Después no he visto otra manera de hacer.

Me gusta lo expositivo porque tengo un oficio, pero me siento como un diseñador de interiores. Ha quedado impoluto, bien tensado, la música suena, cambios de textura, la luz, todo suma, pero me resulta inerte. No tienes la capacidad de ver a la gente entrando y saliendo, no puedes ver qué pasa, nadie te cuenta nada luego. Hay algo de hacer las cosas en vivo que tiene otra cosa, la de compartir ese espacio y tiempo. Si no no lo notas, tienes que pensar en modo secular. Igual dentro de un siglo o veinte años esto tiene sentido para alguien, pero a mí me interesa modificar las cosas en el mismo momento. Está muy bien eso de las artes visuales de que todo puede reaparecer dentro de treinta años pero, y mientras qué, con qué trabajas. Me he visto abocado a la performance.

Festes majors del carrer Valladolid, Espai13, Fundació Joan Miró, 2015.

 

La fiesta, el potencial ocioso, su reverso, el placer y la gente. 

Mi relación con la fiesta empieza con un encargo de Nyamnyam para un ciclo que se llamaba “Todo lo que me gusta es ilegal, inmoral o engorda”, al que todos los participantes le cambiábamos el nombre. Pero igual viene de antes, de hacer algunos curros donde esta cuestión de congregar a gente y juntar cuerpos empezaba a tener sentido. Con Nyamnyam lo que hicimos fue localizar cuatro enclaves en Poblenou donde se había festejado a nivel histórico y cocinar allí. Entiendo que la fiesta es un lugar de trabajo que tiene que ver conmigo, y ahí me agarró. La última sesión con Nyamnyam, en la noche de San Juan, creo que se condensan bastantes cosas. En ella hicimos una coca de San Juan en relación a una antigua tradición catalana que era ver quién hacía la coca más grande, y después llevarla y consumirla en la playa. Hicimos una coca igual de larga que la que proponían los textos que había sido el récord, creo que de catorce metros, con brasas en el suelo y una forma de cocinarla en plata en una especie de trinchera en el suelo donde tuvimos que trabajar en grupo.  

Todo lo que engorda es celebrar, popular o engorda, Marc Vives y Nyamnyam, 2015.

Fiesta y trabajo y viceversa.

Eso tiene que ver con entender con lo que estás haciendo, con el trabajo artístico. Vuelvo a lo prosaico, a cómo se regula tu tiempo. Cuánto hay de trabajo y cuánto de festivo. Cómo se mezclan las dos y se hacen indivisibles. Y entender de qué debería ocuparse la práctica artística. Yo disfruto mucho cuando voy al estudio de alguien y veo cómo algo está creciendo y evolucionando. Aunque alguien tenga su horario de oficina en el taller, en el fondo no hay un objetivo productivo, normalmente lo que pasa ahí no ve la luz en muchos meses, o algunas cosas no se resuelven nunca, pero ahí está el trabajo, el derroche. No quiero definir la práctica artística, pero una con la que yo me identifico y entiendo movilizadora tiene que ver con aquello que te arrastra.

Origen y recorrido de la fiesta, prácticas sostenidas, variaciones, comprender haciendo.

Todo surge por invitaciones que intentas adaptar a un momento o necesidad puntual. En concreto, viene de algo que no es nada performativo, de un proyecto de David Santaeulària, quien llevaba un espacio en Olot que se llamaba Zer01, que se puso a colaborar con una gente llamada Container para un proyecto web. De ahí viene que yo haya colgado partes de las performances. Ese proyecto no quedó cerrado, y era yo leyendo textos, mandando mensajes en internet.

Entonces me invitaron a unas Picnic Sessions en el CA2M, y esa cosa de leer que yo tenía trabada se convirtió en que leyera textos que me apetecía leer. Sacar ese tiempo para hacer. Igual en el tiempo normal del día a día, a mí me pasa que leo porque tengo que leer, y el leer por placer se escapa, o incluso el releer es ya como obsceno, un placer total. En el CA2M me quedé en un lugar apartado, el alféizar del museo, las horas que duraron las Picnic, leyendo y ejecutando alguna serie de acciones con esos textos, que en mi caso, por cosas que había hecho antes, fueron cantar. Así que aquello consistió en leer, releer, sintetizar y llegar a melodías. Ahí trabajé con textos de diferente pelaje, todos tenían que ver con lo social, lo atmosférico, y también ya con la fiesta. La siguiente vez que lo hice fue en el CaixaForum de Barcelona por invitación de Juan Canela para el opening de una exposición colectiva. Allí ya empecé con La Fiesta, transcripción de una conferencia de Roger Caillois de 1939. Luego lo he hecho muchas veces en muchos sitios distintos. 

La Fiesta viene de sacar tiempo al tiempo. De aprovechar las invitaciones para hacer algo que venía haciendo de performance, para leer y cantar esos textos que quería leer y cantar, aprovechar esos tiempos. Y esos tiempos no eran cortos, fueron las cuatro horas de un opening, las ocho horas de un festival… Lo tomé como un modo operativo en el que decidí trabajar sobre ese texto. Pensé que lo iba a agotar antes, pero a día de hoy no te puedo dar un resumen. Así que como método de lectura quizás es regular, pero seguro que es el texto que he leído más veces.

La Fiesta, sesión de trabajo, Caixaforum de Barcelona, 2015.

Cantar. 

En 2006 presenté una convocatoria para una banco que tenía que ver con hacer porno, y el banco me dijo que le gustaba todo mucho lo que había presentado, pero que tenía que hacer otra cosa porque no podían firmar un proyecto de porno. Un proyecto de porno que se llamaba Porno. Si el proyecto se hubiera llamado jazmín no hubiera pasado nada. Entonces en dos días, pensando qué me apetecería hacer, me puse a cantar. Desde ese proyecto se quedó un poco y lo recuperé en 2015 en un momento en que me preguntaba qué sabía hacer. Desde entonces lo he metido en todo, hasta en instalaciones formales y limpias en museos para romperlas. Me ha servido para decantar la balanza hacia un sitio menos controlado, menos preciso. Para mí el cantar viene de tiempos muertos, de habilidades que no sabes que tienes y que de repente las reconoces, como en el instituto estudiando ocho horas que no van a ningún lugar y te pones a hacer ruido. Viene del no quiero estar aquí y de resortes, de un lugar lejano, pero siempre ha estado ahí.

Ensayar es de cobardes, jugar con lo que hay. 

Este trabajo por ejemplo lo he tenido que adaptar a unas condiciones muy concretas que siempre cambian, y lo hago buscando tres o cuatro puntos fijos. Ahora tengo un teatro, pero normalmente es cualquier lugar, y tengo que elegir el lugar dentro del lugar. Ubicarme en un sitio ya es una decisión, al público otra, microfonía o no, textos visibles o no, el tiempo… trabajo con lo que hay, con las circunstancias.

La máquina teatro. 

En ninguna otra versión de La Fiesta la gente viene a verme a mí, no pagan una entrada para estar una hora encerradas conmigo. Siempre pasaban otras cosas, era como un sonido de fondo al que te podías acercar o alejar. La última vez en Getxo por ejemplo, era una exposición colectiva y yo estaba en unas rocas, en un hueco en la pared, y allí estuve cinco horas, el tiempo que duró el opening. La gente supongo que vendría cinco o quince minutos, yo me dedicaba a negociar con mi cuerpo, el espacio, la voz o el texto. Esta es la primera vez en el que las cosas no son circunstanciales. Para mí está bien para cerrar ciclos, es una prueba.

La Fiesta en Getxo, 2018.

Barcelona.

Barcelona es una ciudad de paso. En el arte pasan muchas cosas y hay mucha efervescencia juvenil, que tiene lo puro, lo que se codicia, pero es insostenible. En este país pasa en todos lados, que no hay manera de vivir de esto. Barcelona adolece de velocidad, las cosas se queman rápido y hay poca memoria de lo que va quedando. Nadie recuerda qué es lo que ha pasado cuatro años atrás. Pero ahora también pasa algo que yo no había vivido al empezar, encontrarte a gente mayor y joven en los mismos lados, los lazos que se han creado en una horquilla más amplia. Lo notas en los detalles y en los modismos, en cómo la gente entiende el lenguaje y las formas, ahora hay una fascinación cruzada entre gente de veinte a sesenta. Hay personas como Francesc Ruiz, Maribel López o Martí Manen que hacían por ello, pero ahora es más habitual, antes era excepcional. La situación real es miserable, pero lo lleva siendo mucho tiempo, la gente hace muy bien buscando curro, otra cosa es que yo no lo haya sabido hacer por la turbina de la que hablaba. A nivel estructural es una ciudad teenager, Barcelona sirve para foguearse y juntarse con gente, pero luego no hay nada más. La parte relacional sí funciona, hay menos recelo, ganas de quererse y apoyarse.

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